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¿Cómo es posible que los deslumbrantes mosaicos de Rávena hayan resistido 1.500 años?
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¿Cómo es posible que los deslumbrantes mosaicos de Rávena hayan resistido 1.500 años?

No hay periodo histórico más apasionante y ambivalente que la Antigüedad tardía y el fin del Imperio romano, y de él se ocupa la historiadora Judith Herrin centrándose en la peripecia de una ciudad singular

Foto: Mosaico de Teodora en la basílica de San Vitale de Rávena. (Cordon Press)
Mosaico de Teodora en la basílica de San Vitale de Rávena. (Cordon Press)

En el año 301 d. C., el precio del 'denarius' romano se desplomaba todavía a mayor velocidad de la que cae la libra británica hoy y el emperador Diocleciano intentó frenar a la desesperada la devaluación con un edicto que fijaba precios máximos para más de 1.300 mercancías y también lo que se debía de pagar a los trabajadores que las producían. 'Spoiler': no salió bien. Pero gracias a aquel edicto sabemos que la remuneración de los mosaiquistas murales era idéntica a la de los instaladores de pavimentos de mármol y revestimientos de pared, o sea, inferior a la de los retratistas y pintores de frescos, pero superior a las de los instaladores de pavimentos teselados, carpinteros y albañiles. Los historiadores deducen que existían familias enteras, desde Sevilla hasta Beirut, desde Gran Bretaña al norte de África, formadas en el arte de fabricar y unir teselas de colores. Y, sin embargo, en el lugar donde el arte del mosaico alcanzó un esplendor como nunca volvería a verse, en la hermosa Rávena, no conocemos el nombre de una sola persona que trabajase en sus prodigiosos mosaicos.

El mosaico reina como la forma más excelsa del arte paleocristiano de Rávena no solo por sus notables cualidades estéticas, sino también por su originalidad. A partir del siglo V los mosaicos de la ciudad dejan de decorar los pavimentos paganos de fondo blanco de las grandes villas romanas, como se hacía hasta entonces, para deslumbrar con relucientes fondos dorados en los ábsides e iglesias como paradigma del nuevo cristianismo triunfante. Pero lo increíble, lo que lanzó a la historiadora británica Judith Herrin a una tan apasionante como ardua investigación, fue su perdurabilidad tras siglos de invasiones, convulsiones sociales y conflictos bélicos como la Segunda Guerra Mundial. Entonces, los mosaicos de basílicas como la de San Juan Evangelista fueron reducidas a escombros para ser luego milagrosamente recuperados por los restauradores de arte italianos, los mejores del mundo. Esta aventura es la que cuenta Herrin en un libro espectacular: 'Rávena. Capital del imperio y crisol de Europa' (Debate, 2022).

placeholder 'Ravena'. (Debate)
'Ravena'. (Debate)

Entramos aquí en un mundo convulso en el que lo viejo no acaba de morir mientras lo nuevo ya está naciendo. La llamada Antigüedad tardía, concepto acuñado por Peter Brown que Herrin critica por sus connotaciones despectivas, se despliega entre el año 402 y el 751. Son los tiempos decisivos de la caída del Imperio romano de Occidente —que no de Oriente— pero aún más crucial es la acelerada conversión de enormes territorios al cristianismo con sus luchas intestinas entre niceos y arrianos acerca de la naturaleza de la relación unitaria o separada de Cristo y el Padre.

La cristiandad fue una fuerza definitoria en el ejercicio de la autoridad

Recuerda la historiadora que, "a partir del año 380, la cristiandad fue una fuerza definitoria en el ejercicio de la autoridad, así como el medio organizado para transmitir el sentimiento de comunidad e integrar la economía. Proporcionó a muchos de los pueblos del mundo mediterráneo que a menudo hablaban lenguas diferentes y se enfrentaban a recién llegados que, pese a todo, se consideraban cristianos, una fe común en el más allá y una pasión por definir los mejores medios para merecerlo. No era tanto una civilización tardorromana, como un nuevo mundo emergente, con la confianza y la confusión que conllevan las grandes transformaciones. Los logros excepcionales de Rávena solo se entienden dentro de este marco".

Obispos, godos y una emperatriz

En una época de conmociones simultáneas, en la que los godos irrumpían casi sin esfuerzo en un Imperio cada vez más acosado y menguante, la economía desfallecía y arreciaban las luchas religiosas en el seno del cristianismo, la pujante Rávena se alzó como el escudo de una Roma en decadencia. La metrópoli del Tíber, que los propios emperadores ya apenas frecuentaban, se había demostrado indefendible —Alarico la saqueó en 410 en un hecho que hizo temblar el orbe—, mientras que la casi inexpugnable Rávena, erigida entre bancos de arena y barro, atravesada por canales y con el puerto gigantesco de Classis que garantizaba su avituallamiento, se convirtió en la inevitable y espléndida capital imperial. Pronto toda clase de edificios municipales, instalaciones de ocio y, por supuesto, iglesias paleocristianas con sus delicados mosaicos poblaron la ciudad.

placeholder Gala Placidia. (Wikipedia)
Gala Placidia. (Wikipedia)

Honorio fue el primer emperador en habitar en la villa cercana al Adriático, aunque quien marcó con más fuerza la primera mitad del siglo V fue su hermanastra y posterior emperatriz regente, Gala Placidia. La princesa teodosiana fue la gran impulsora del desarrollo de Rávena tras regresar a la ciudad en 416 tras más de un lustro cautiva en un carromato godo, y casada no está claro si contra su voluntad con el rey godo Ataúlfo, en un viaje de ida y vuelta con parada en Barcelona donde fue enterrado su primer hijo a muy corta edad. Su segundo hijo varón, el futuro emperador Valentiniano III, nació en Rávena, pero fue Gala Placidia como emperatriz regente la que llevaría las riendas del Imperio romano de Occidente en los compases finales de su historia. "Otras emperatrices del siglo IV habían influido en sus maridos e hijos, pero ninguna con tanta eficacia como Placidia, que inició y encarnó la fusión de lo godo y lo romano, que sentó nuevas bases para el gobierno imperial, al tiempo que alentaba una estrecha colaboración entre las fuerzas imperiales y eclesiásticas en la capital de Occidente", explica Judith Herrin.

Nadie encarnó como Gala Placidia la fusión de lo godo y lo romano que sentó nuevas bases para el gobierno imperial

Tras la muerte de Gala Placidia el 27 de noviembre de 450, los acontecimientos se aceleran. Emperadores cada vez más breves, asesinados como el hijo de Placidia, violentas incursiones bárbaras como la de los vándalos en 445, y finalmente la liquidación del Imperio romano de Occidente en 476, cuando Rómulo Augústulo fue depuesto por Odoacro quien, como no podía ser de otra manera, estableció su capital en Rávena. Faltaban por llegar Teodorico el Grande, la reconquista bizantina o el reinado de Carlomagno, hitos que el libro de Herrin revisa con una tensión narrativa envidiable y una curiosidad contagiosa y que el lector podrá disfrutar en su libro. Pero antes de concluir, debemos dedicar unas líneas a la joya del arte paleocristiano y el mosaico de Rávena.

San Vital

Tras décadas de construcción, en el año 547 el obispo Maximiano consagró la iglesia de insólita planta octogonal y cubierta cupular de San Vital de Rávena, casi al tiempo que Constantinopla culminaba también la de Santa Sofía. Una vez concluida, los mosaiquistas iniciaron su arduo trabajo por la parte más alta para acabar legando a la posteridad un conjunto resplandeciente con el Cordero de Dios en el centro del techo del ábside sostenido por cuatro ángeles, las escenas del Antiguo Testamento que recrean visiones de Dios como la de Moisés en el Sinaí, y los doce apóstoles que adornan el arco triunfal con retratos de santos en marcos de delfines y pavos reales. Pero las imágenes más impresionantes de la iglesia son los dos grandes paneles de mosaico que flanquean el altar y que enfrentan al emperador Justiniano y a la emperatriz Teodora.

placeholder Mosaico central de San Vital de Rávena. (Wikipedia)
Mosaico central de San Vital de Rávena. (Wikipedia)

Concluye Herrin: "Hoy, aunque muy restauradas, las representaciones de Justiniano y Teodora constituyen el modelo de lo verdaderamente imperial. Encierran una majestuosidad subrayada por las insignias y la vestimenta de los emperadores orientales, muy diferente de las togas o los uniformes militares que llevaban los antiguos emperadores romanos. A lo largo de la Edad Media, los mosaicos de San Vital fueron un recordatorio de la pareja gobernante que dominó el mundo mediterráneo en el siglo VI, provocando reacciones que cambiaban a medida que el poder político adoptaba formas diversas. Carlomagno, que visitó Rávena en tres ocasiones, y sus sucesores alemanes de la segunda mitad del siglo x, Otón I, Otón II y especialmente Otón III, meditaron sobre su significado en circunstancias distintas. Al cabo de casi mil quinientos años siguen atrayendo y asombrando a las multitudes, y han hecho que los nombres de Teodora y Justiniano sean más familiares que los de cualquier otro bizantino".

En el año 301 d. C., el precio del 'denarius' romano se desplomaba todavía a mayor velocidad de la que cae la libra británica hoy y el emperador Diocleciano intentó frenar a la desesperada la devaluación con un edicto que fijaba precios máximos para más de 1.300 mercancías y también lo que se debía de pagar a los trabajadores que las producían. 'Spoiler': no salió bien. Pero gracias a aquel edicto sabemos que la remuneración de los mosaiquistas murales era idéntica a la de los instaladores de pavimentos de mármol y revestimientos de pared, o sea, inferior a la de los retratistas y pintores de frescos, pero superior a las de los instaladores de pavimentos teselados, carpinteros y albañiles. Los historiadores deducen que existían familias enteras, desde Sevilla hasta Beirut, desde Gran Bretaña al norte de África, formadas en el arte de fabricar y unir teselas de colores. Y, sin embargo, en el lugar donde el arte del mosaico alcanzó un esplendor como nunca volvería a verse, en la hermosa Rávena, no conocemos el nombre de una sola persona que trabajase en sus prodigiosos mosaicos.

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