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Tamara Falcó: el sainete que demuestra que llevar cuernos es más digno que ponerlos
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'Trinchera cultural'

Tamara Falcó: el sainete que demuestra que llevar cuernos es más digno que ponerlos

Colocados donde van los laureles, los cuernos desatan el efecto contrario a la gloria. El cornudo no los ve, pero sí la gente que lo rodea

Foto: Tamara Falcó en una imagen de archivo. (Getty)
Tamara Falcó en una imagen de archivo. (Getty)

La ruptura entre Tamara Falcó (católica y cornuda) e Iñigo Onieva (hortera y traidor) te parecerá frívola e intrascendente. Lo es, sin ninguna duda. Yo mismo hubiera cateado si me preguntaran en el examen por esta gente antes del escándalo. Así que escribo mirando los apuntes. ¿Qué hago hablando de esta cosa? Verás: los personajes del sainete son secundarios.

Son los cuernos lo que me interesa. Las estatuas romanas nos llegaron blancas y elegantes, pero en tiempos del Imperio estaban pintadas de colores estridentes. En la mitología clásica, tan lucida para quedar de hombre culto trayendo a colación un cuento de Ovidio con el fin de reforzar un argumento, todo eran tocamientos, bastardías, espionajes, borracheras, calumnias y cuernos. Como en Telecinco, pero sin cocaína.

Foto: Tamara Falcó e Iñigo Onieva, posando para la prensa. (Gtres)

Vamos rápido a reflejar los hechos: la hija de Isabel Preysler, Tamara Falcó, anuncia su compromiso con Iñigo Onieva, que no sé de quién es hijo, y el mismo día se filtra un vídeo del novio morreándose con una mujer en un festival de música. Este vídeo llega a Falcó y llega a Preysler, y a todo el mundo. ¡Jo, jo, jo!

Sabemos luego que Onieva le ha dicho a Falcó que el vídeo es de 2019, y que un maligno en la sombra lo filtra como si fuera reciente para destruirlos. Doy por hecho que Onieva juega la carta de sugerir la presencia del diablo ante su piadosa prometida. La quiere, la ama, la respeta. Y Falcó, tan cristiana, en un primer momento confía en sus palabras y se lo dice a Preysler: ¡yo creo en mi prometido, mami!

Por lo visto —esto lo he leído, aplicadísimo, en 'Lecturas'—, Isabel le dice a su hija que vale, pero que no diga nada a la prensa. Mejor que salga Onieva a decir que todo es mentira y un complot y un montaje. Es decir: Preysler, que sabe posiblemente mejor que ninguna otra mujer en el mundo lo que son las tretas de los hombres, no en vano estuvo con Julio Iglesias, hace un movimiento de maestro de ajedrez.

Foto: Iñigo Onieva, cuando aún hacía alfombras rojas. (Gtres)

Y Falcó obedece. Onieva se pone digno, y yo me caso, y me queréis destruir, y el vídeo es antiguo, y entonces se dan cuenta en Twitter de que la canción que suena de fondo durante el morreo prohibido ni siquiera se había compuesto en 2019. ¡Ups! Y, además, le comunican a Preysler que, por lo visto, hay más vídeos, de más días. Vamos, que Falcó tiene más cuernos que la pared de un cazador.

Bien. 'Pause'. Este es el momento crítico sobre el que quiero escribir. Contra lo que pudiera parecer, el instante clave del arco narrativo de unos cuernos no es su aparición en la testa del cornudo, cuando su pareja está cometiendo la infidelidad, sino la caída del caballo cuando la víctima los descubre en la cabeza. Es como la epifanía de Edipo al saber que su esposa es su madre, pero sin tragedia.

Colocados donde van los laureles, los cuernos desatan el efecto contrario a la gloria. El cornudo no los ve, pero sí la gente que lo rodea. Nadie le dice al cornudo que es un cornudo, pero todo el mundo lo comenta a sus espaldas. Por eso la metáfora de la cornamenta es tan perfecta y divertida. La maldición de los cuernos es su invisibilidad selectiva. Cambian la composición química de las relaciones.

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Somos seres sociales, traspasados por lo que los demás dicen de nosotros, y los cuernos dan mucho que hablar. Así, podrá ocurrir —y pasa— que un cornudo se refiera con una risa cruel a los cuernos que tiene el que no ha podido venir a la cena. Y en la cena, donde sus cuernos resplandecen para el resto, alguien reirá al escucharlo, otro se mirará las manos, y el cornudo dirá para sus adentros: ¡qué raros estáis!

Por eso al cornudo se lo caricaturiza siempre en la cultura. Es una figura tragicómica y provoca un oscuro regocijo: camina con orgullo y seguridad sobre un suelo que nosotros sabemos que no existe. De ahí que el momento clave de la historia siempre sea el del descubrimiento. Por su reacción, el cornudo confirmará su ridículo o logrará recuperar el respeto de la gente.

El señor Ford de Falstaff, creyendo que su mujer se la pega con el decrépito don Juan, se convierte involuntariamente en una víctima de la telaraña que la señora Ford ha tejido para castigar la lujuria de Falstaff. Ni siquiera es un cornudo, pues ella no piensa acostarse con el viejo casanova, pero, reaccionando como uno, con ese honor herido y golpes en el pecho, Mr. Ford termina convertido en el ridículo objeto de las burlas del público.

Por eso al cornudo se lo caricaturiza siempre en la cultura. Es una figura tragicómica y provoca un oscuro regocijo

En el otro extremo está la reacción de Tamara Falcó. Digna y muy tranquila, anuncia —creo que en 'El hormiguero'— que no se casa. Lo hace con ligereza y un punto de melancolía. Relata las mentiras burdas de su prometido, que pretendía seguir respirando en el engaño, y lo deja sin aire: asfixia su imagen pública. De la noche a la mañana, esa jocosa historia de cuernos con una dama ingenua y burlada se convierte en la de un gilipollas integral que se creía muy listo y era muy tonto. ¡Los caracteres de la comedia cambian de personaje justo antes de que baje el telón!

Qué historia tan interesante, ¿verdad? Vivimos en tiempos de Tinder y poliamor, que son dos formas de institucionalizar los cuernos. 'Institucionalizar' significa quitarle a una pasión humana el alma construyéndole alrededor un edificio: véase la solidaridad, transformada en Agencia Tributaria; o la fraternidad, convertida en sindicatos; o el feminismo, fosilizado en el Ministerio de Igualdad.

Foto: Tamara Falcó, en una imagen de archivo. (Getty)

Pues algo así pasa con los cuernos. Se teoriza sobre las relaciones abiertas —en las que siempre hay uno traicionado—, sobre el consentimiento —que el cornudo nunca concede—, y se condena el amor romántico —del que no nos podemos librar—, y se pretende exorcizar con teorías peregrinas algo tan humano y rudimentario como los celos y el sentido de posesión.

La cuestión es que los cuernos están ahí. Quien dice que le da igual que se los pongan seguramente esté queriendo decir que piensa ponerlos. No se trata de condenar, promocionar o discutir la moralidad de los cuernos, que es la del compromiso y la lealtad, y el sentimiento de que el otro es más nuestro de que del resto. Se trata de constatar que, por mucho que lo neguemos, los cuernos ocupan un lugar importante en nuestra cultura. Es decir: en nuestra vida.

Foto: Tamara Falcó e Iñigo Onieva, en su última imagen juntos. (Gtres)

Por eso asistimos embelesados a esta pequeña historia que llega como un rayo en la noche y nos recuerda la evidencia. Los cuernos nos importan porque nos importa la verdad, que es una forma de decir que nos importa el amor, que es una forma de decir que nos importan los otros, que es una forma de decir que nos importa algo. La posmodernidad no era para tanto.

La ruptura entre Tamara Falcó (católica y cornuda) e Iñigo Onieva (hortera y traidor) te parecerá frívola e intrascendente. Lo es, sin ninguna duda. Yo mismo hubiera cateado si me preguntaran en el examen por esta gente antes del escándalo. Así que escribo mirando los apuntes. ¿Qué hago hablando de esta cosa? Verás: los personajes del sainete son secundarios.

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