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España va mal, pero los españoles bien: el país del "virgencita, que me quede como estoy"
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'TRINCHERA CULTURAL'

España va mal, pero los españoles bien: el país del "virgencita, que me quede como estoy"

Hay una clase de meritocracia accesible a todos que es la de pensar que, aunque el mundo vaya fatal, nosotros nos lo hemos currado para no estar tan mal. El consuelo que nos queda

Foto: Foto: Reuters/Susana Vera.
Foto: Reuters/Susana Vera.

Mi padre siempre tiene un consejo lacónico para cualquier situación. Siempre que me preguntan qué tal estoy, respondo que bien y me acuerdo de él, que siempre ha dicho que, ante esa pregunta, hay que responder afirmativamente. Así, tus amigos se alegran por ti y tus enemigos se fastidian. Total, uno va a seguir estando igual de mal, regular o fatal responda lo que responda, pero los demás reciben lo que se merecen.

Es lo mismo que deben pensar los que contestan las encuestas del CIS. Pasa siempre que aparecen los resultados sobre la percepción de la riqueza, que la gente se lleva las manos a la cabeza porque parecen incoherentes. Fijémonos en el de septiembre: un 43% de los encuestados consideran que la situación económica española es mala, un 26,6% muy mala y tan solo un 19,9% la considera como buena. Sin embargo, cuando miramos la situación económica personal de cada encuestado, un 59,1% la califica como buena y solo un 19,7% como mala. Algo no cuadra. ¡La gente debería estar fatal y no está tan mal! ¡España va mal, pero los españoles bien! ¡Pero esto qué es!

Es la meritocracia ‘low cost’: todo va mal, pero nosotros estamos más o menos bien

Hay explicaciones razonables, dicen los sociólogos y estadísticos. Basta con mirar los datos desagregados para comprobar que, en realidad, según del partido al que votes, te parece que España va peor o fatal (y terriblemente si eres votante de Vox). También, como recordaba Aida dos Santos de Hijas del Hormigón, que las respuestas a las encuestas relacionadas con la situación económica personal son aspiracionales, es decir, refuerzan la imagen que queremos ofrecer a la sociedad. Por último, que hay una gran brecha entre la realidad que muestran los medios de comunicación y la que nosotros vivimos en nuestras carnes. Nos gusta aparentar que vamos bien.

La brecha, no obstante, da para soñar sociológicamente. Uno puede leer muchas cosas en esa diferencia entre lo que cree que le pasa a uno y le ocurre a los demás, en esa aparente contradicción que, como todas las contradicciones, nos recuerda que somos humanos. Por ejemplo: si la envidia es el gran pecado nacional, quizás esta brecha sea la mejor muestra de ello. Qué mejor manera de mostrar nuestra ojeriza hacia el vecino que sacar pecho diciendo que nos va mucho mejor que él, faltaría más. No, no, en casa todo bien, de lujo, ¡pero tendrías que ver cómo está la cosa ahí fuera!

placeholder El drama de perder un hogar. (Reuters/Lorena Sopena)
El drama de perder un hogar. (Reuters/Lorena Sopena)

Quizás ahí se encuentre la clave de todo, en la visión del mundo que refleja esta contradicción. Supongo que no ocurre solo en España, pero sospecho que, desde hace más décadas, vivimos en la era del "virgencita, que me quede como estoy". Esta disonancia recoge un mundo exterior terrible, en el que todo cambio va a ser negativo, y un hogar en el que todo va más o menos bien porque es el refugio que nos hemos construido con nuestro propio esfuerzo. A nosotros no nos va mal, pero sabemos que, en cualquier momento, nos puede ir peor, así que lo importante es que no nos lleve por delante el huracán. Una visión individualista de la sociedad propia de la era neoliberal. Ahí fuera hace frío, pero yo he construido una casa con gruesos muros.

No deja de ser meritocracia 'low cost', la clase de cultura del mérito a la que pueden acceder los que no tienen recursos para aspirar a más. Ellos saben que, a base de trabajo, esfuerzo y sacrificio, han logrado no estar tan mal. Algunos añadirán que no como todos esos vagos que aspiran a vivir sin sufrir. Lo suyo no ha sido suerte, se lo han currado. Hay un orgullo recurrente entre todos aquellos que presumen de que, a pesar de las dificultades, su situación económica no es tan mala. Si no lo cree, escuche a su peluquero o al dueño del bar donde desayuna todos los días explicar cómo han conseguido sacar adelante sus negocios a base de sangre, sudor y lágrimas.

La vida no deja de ser la adaptación de nuestros sueños a nuestras posibilidades

Es un signo diferenciador al que puede acceder cualquiera. Estar un poco mejor que la media es la tabla de salvación moral a la que nos agarramos ante la incertidumbre de que todo puede ir mal en cualquier momento. Una vez gran parte de españoles han renunciado a las aspiraciones clasemedianas de hace dos o tres décadas, que han aceptado que el ascensor social se atascó, que todos nos hemos quedado varados donde estamos y que la sociedad se ha descompuesto, que vamos a trabajar cada vez más por menos, queda el orgullo de que precisamente han sido todos esos sinsabores y sacrificios los que nos han convertido en quienes somos.

Este "que me quede como estoy" es el estado anímico de España, y de gran parte de las sociedades occidentales, al menos desde la crisis de 2008. Ya no brindamos por un futuro más brillante, sino porque no venga otra tempestad, otra crisis, otro covid, que se lleve por delante los cuatro muros que hemos construido. Esto nos ha convertido en una sociedad cada vez más conservadora e individualista. Miramos a nuestro alrededor y sospechamos que a los demás les va regular, pero, mientras nosotros estemos calientes, no nos preocupamos demasiado por ellos. Que cada cual aguante su vela: el refranero español está sembrado de eslóganes conservadores.

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En el fondo, la vida no deja de ser la gestión constante de expectativas, deseos, anhelos y conformismos, la adaptación constante de nuestros sueños a nuestras posibilidades. Nos vaya mejor o peor, aunque no sepamos ni siquiera si nos va bien o mal, cada día nos levantamos negociando con nosotros mismos lo que esperamos y lo que deseamos, renunciando a las uvas de la vid como la zorra de la fábula, conformándonos. Si no, la vida sería invivible. Todos estamos un poco peor de lo que mereceríamos y un poco mejor de lo que necesitamos. Ni tan mal.

Mi padre siempre tiene un consejo lacónico para cualquier situación. Siempre que me preguntan qué tal estoy, respondo que bien y me acuerdo de él, que siempre ha dicho que, ante esa pregunta, hay que responder afirmativamente. Así, tus amigos se alegran por ti y tus enemigos se fastidian. Total, uno va a seguir estando igual de mal, regular o fatal responda lo que responda, pero los demás reciben lo que se merecen.

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