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'Dahmer': por qué la serie del caníbal gay es pavorosa e 'insoportable'
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'Dahmer': por qué la serie del caníbal gay es pavorosa e 'insoportable'

Ryan Murphy mezcla la psicología y la casquería para evocar la ejecutoria criminal de un caníbal confeso que ejecutó a 17 varones entre la impunidad y la negligencia judicial

Foto: 'Dahmer'.
'Dahmer'.

No podrá decirse de Jeffrey Dahmer que fuera un vecino normal. Y que no hubieran suscitado sospechas ni su comportamiento, ni los olores que desprendía su apartamento, ni el trajín de su vida asocial. "Un vecino normal" suele decirse de los monstruos que terminan desenmascarados. Jeffrey Dahmer (1960-1994) es uno de los casos más elocuentes y truculentos del bestiario. Y un ejemplo aún más flagrante de la negligencia policial y de la incompetencia de la Justicia, más aún cuando el 'serial killer' adoptaba escasas precauciones en sus tareas de carnicería.

Se detallan con esmero en la 'serie-shock' que ha estrenado Netflix. Y que se ha convertido en la más popular y vista de la temporada pese a las limitaciones de la promoción y de la publicidad. Se diría que a la plataforma estadounidense (y planetaria) le avergüenza la mitificación del 'monstruo de Milwaukee'. Y que las soluciones para esconderla en el escaparate de la parrilla no han evitado la masiva adhesión al morbo y la incredulidad.

¿Qué nos atrae de 'Dahmer'? Puede que la inclinación a las perversiones ajenas. Y la reconstrucción de una época, de una estética y de una psicología que convierten al actor Evan Peters en un intérprete grimoso y magnético. Tanto por lo que calla y oculta como por la 'erudición' en las parafilias. Acaso la más inofensiva de todas consista en dormir con un maniquí —una variante doméstica de la agalmatofilia—, mientras que las más habituales eran la necrofilia —fornicarse a un difunto— y la hematofilia, o sea, el placer sexual que puede experimentarse bebiendo sangre humana.

Lo hizo Jeffrey Dahmer en sus 13 años de impunidad (1978-1991), aunque los motivos de su popularidad y de su glorificación mediática tuvieron que ver con el asesinato de 17 varones. Homosexuales, como él, y heterosexuales. Blancos, como él, y negros. Mayores de edad, como él, y menores de edad. Y una víctima muda cuya desgracia destaca en la trama del capítulo sexto.

Foto: Evan Peters interpreta, con un cadencia escalofriante, a Jeffrey Dahmer. (Netflix)

Es el más original de todos y el único donde el autor de la serie, Ryan Murphy, toma en consideración la historia de las víctimas. Una excepción narrativa que enfatiza, por idénticas razones, la fascinación siniestra hacia el caníbal de Milwaukee, tal como también se conocía a Jeffrey Dahmer.

Casquería

La serie podría haberse restringido a la claustrofobia implícita, a la economía de gestos del protagonista, a la tensión de un 'thriller' psicológico, pero Ryan Murphy se pluriemplea en la casquería y el sensacionalismo sanguinario. Pretende y hasta consigue que 'Dahmer' degenere en una serie 'insoportable'. Y que cualquier planteamiento sofisticado en la puesta en escena o en el guion termine salpicado de populismo hemorrágico.

Cualquier planteamiento sofisticado en la puesta en escena o en el guion termina salpicado de populismo hemorrágico

'Insoportable' no significa que el espectador renuncie a la bacanal de los 10 episodios, bien por la morbosidad que suscita la versión vampírica de Norman Bates o bien porque es difícil sustraerse a la crónica de la ejecutoria, incluidos los pormenores judiciales. Fue condenado a 15 cadenas perpetuas. Y se recomendó su privación de libertad no en una prisión, sino en un centro psiquiátrico, independientemente de que Jeffrey Dahmer se resistiera a aceptar el diagnóstico de la enajenación. "No, no estoy loco", dice en un pasaje de la serie (y del juicio). "Todo se convirtió en muy fácil".

Tan fácil como seducir a sus víctimas en los locales semiclandestinos de ambiente gay de los ochenta, como drogarlos con la bebida, como asfixiarlos y descuartizarlos, como coleccionar las 'polaroids' de los crímenes y como conservar cráneos y miembros amputados en su abyecto apartamento.

Foto: Uno de los planos más siniestros de 'Dahmer', la nueva serie de Netflix.

Sabía mimetizarse en los barrios marginales de Milwaukee. Un blanco entre negros. Un territorio de caza sin mayor vigilancia que los vecinos.

Es el contexto de inmunidad en que sorprende la incompetencia de la policía, la indulgencia con que fue juzgado por abusar de un menor —10 meses de prisión en 1978— y la desatención del sistema de salud estadounidense respecto a las enfermedades mentales. Jeffrey reunía unas cuantas. Y el alcoholismo contribuyó a propagarlas, igual que sucedió con sus problemas de identificación sexual, con las secuelas de una gestación en el seno de una madre politoxicómana, con la traumática separación de sus padres, con el 'bullying' escolar, con los daños que pudo hacerle una intervención quirúrgica a los cuatro años, con su pasión por la disección de animales….

Unas y otras 'razones' abastecen la tesis más inquietante, inaceptable e 'insoportable' del serial hemorrágico que arrasa en Netflix. Viene a sobrentenderse que a Jeffrey Dahmer el mundo le hizo así. Y que, al fin y al cabo, cualquiera de nosotros podría haber sido un caníbal en las circunstancias del muchacho. O sea, que matar humanos y comérselos no eran sino la respuesta al miedo de sentirse rechazado.

No podrá decirse de Jeffrey Dahmer que fuera un vecino normal. Y que no hubieran suscitado sospechas ni su comportamiento, ni los olores que desprendía su apartamento, ni el trajín de su vida asocial. "Un vecino normal" suele decirse de los monstruos que terminan desenmascarados. Jeffrey Dahmer (1960-1994) es uno de los casos más elocuentes y truculentos del bestiario. Y un ejemplo aún más flagrante de la negligencia policial y de la incompetencia de la Justicia, más aún cuando el 'serial killer' adoptaba escasas precauciones en sus tareas de carnicería.

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