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En defensa de Tamara Falcó: es mejor caerse una vez que vivir en el fango
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En defensa de Tamara Falcó: es mejor caerse una vez que vivir en el fango

Lo ocurrido con la aristócrata tras su ruptura con Íñigo Onieva ha sido la diana de la risita fácil de ese pequeño liberal que todos llevamos dentro

Foto: Tamara Falcó (Instagram/@tamara_falco)
Tamara Falcó (Instagram/@tamara_falco)

Sólo el fútbol y Tamara Falcó consiguen reunir todas las ideologías en una misma. Tiene algo asombroso, casi de ciencia ficción si me apuran, pero la realidad es que son los dos únicos entes sobre los que el pueblo llano es dueño y opina. La España nuestra tiene una capa social llena de heces y de envidias. Son como migajas que alimentan el alma de los que no saben ni prepararse la comida, puesto que se conforman con pan duro y propinas que van desperdigando los voceros que dominan la televisión y la prensa. Nos gusta y satisface el golpe del otro; del que se ha pegado un tortazo por no saber medir o por pretender vivir sabiendo todo, y se convierte en la “noticia” más leída de cualquier medio, en donde mandan bandidos que confunden viruta con audiencia cuando, en realidad, era sólo dinero y del que pronto verán un cambio de vara de tanto que han timado a la gente; tanto, que también nos gobiernan los mayores timadores que hemos sido nunca.

Esta semana le ha tocado la chicharra a Tamara Falcó, que a modo de chiste, de gracia, de broma, ha sido la diana de la risita fácil de ese pequeño liberal que todos llevamos dentro. Asombrosamente, el español llano se jacta de ser feminista cuando, como en el fútbol, los derechos los dejamos para el final del partido. Por eso el copazo se rompía después de anunciar su compromiso con Íñigo Onieva, al tiempo que corría por las redacciones del periodismo sensato, un vídeo grabado en la última edición del Burning Man, dónde el mozo se pegaba el lote con una mujer de esas que comparten al mismo médico y que tiene la carísima virtud de convertir las caras en zodiacs.

placeholder Tamara Falcó e Iñigo Onieva, en su última fotografía juntos. (Gtres)
Tamara Falcó e Iñigo Onieva, en su última fotografía juntos. (Gtres)

Una nace donde puede, porque si todos eligieran cuna nos habríamos pedido ser Reina de Inglaterra, Rafa Nadal o, en mi caso, una cantante negra de ciento cincuenta kilos, corista de Aretha Franklin y reincidente en la Motown. Pero resulta que de la misma manera que no pude nacer como aquel corpazo afroamericano todo poderoso, también deberíamos suponer la diana que muchas veces supone ser hijo de Alguien, sumado a la inquina realidad que llena la vaga ambición de la España del sofá; esa que va cambiando de canal para ver dónde destripan más duro a una mujer a la que acaban de aplastar en prime time. Pues no haber salido en el Hola, contestan los perros antes de seguir ladrando. Pues no haber nacido, dirán los más radicales. Pues, no haber. Pues…

Ser liberal es sinónimo de ser un poco hijo de puta; viene a decir eso que las oportunidades son iguales para todos pero desde distintas líneas de salida, que viene a ser lo mismo que no tener las mismas oportunidades. Viene de Lutero y ahí atrás, y si pierdes tu casa es porque algo habrás hecho mal. Podías ganar más dinero o haber elegido otro empleo. Y esta actitud yoísta en la que todos tenemos derecho, incluso a ser Tamara Falcó, quedamos retratados como el espejo que nos muestra realmente cómo somos. Porque no todos somos iguales y quizás, el hecho que Tamara sea Falcó y Preysley, le añade también el privilegio para que cualquiera de nosotros podamos tirar la segunda piedra. O al menos, eso es lo que destilamos.

El mirón nacional

La audiencia de ahora se ríe de una pena ajena, se jacta de una mujer que siempre ha estado ahí porque nació del vientre de otra que sólo había estado allí, pero nos parece merecida por su exposición al rosa y nos otorga, por tanto, el derecho a deshojarla un poco también. Lo único que está demostrando el mirón nacional es su comportamiento egoísta y del todo acomplejado; el mismo que está impregnado en cada ideología, en cada persona que conforma la España de hoy en día.

¿Pero no es el cuore el nuevo fondo sobre el que se sujeta también la política? Han infantilizado de tal manera al personal que dicen 'a' y hacen 'b', sin temor alguno al problema, porque cualquier excusa se resuelve dentro de uno mismo. Del mismo modo que se les va viendo el plumero porque la gente empieza teniendo frío y termina pasando hambre, y esto de la polarización, la equidad, la falsa igualdad, los derechos que ya tenían las mujeres, las de Irán—que por cierto, gritan solas— y el bla, bla, bla con cara de enfadados, por fin tiene fecha de caducidad y se demuestra cuando 'todes' tienen algo que decir hasta de Tamara Falcó. Lo malo es que para llegar hasta aquí nos han hecho un poco más ruines.

Es nuestra sociedad la audiencia del mando de la tele, al igual que la del Plató (sic Verbolario), la cultura y el bar, son la gente que somos. Me apena que no se aproveche para condenar el escarche mediático a una mujer a la que el trepa de su prometido ha engañado mientras España entera la señala, y comenta, comparte, sonríe y opina, sin ni siquiera empatizar un poco con ella. Ese es el honor patrio, el de la envidia nacional que somos, cuando en realidad, nos gustaría mucho más ser así de despistados y desenfadados y recibir el riego monetario de cada despacho que la paga así de bien. Es como cuando el presidente te dice que subir impuestos es social y se pasa una semana regalando millones por ahí para hacerse series y todo tipo de campañas encubiertas. Es esa forma de seguir llamándonos gilipollas cuando uno se piensa que está salvo de serlo también.

Que al final no haya boda sólo debería preocuparle a Tamara y a la cuenta del banco de su ex

Que al final no haya boda sólo debería preocuparle a Tamara y a la cuenta del banco de su ex, pero también y muy en especial, a todos esos petirrojos que anidaban en las ramas de la buena sombra que Tamara Falcó les brindaba para crecerse como nuevos narcisos de redes sociales. Deja bien cerrado el paquete de Donetes, Tamara, ya sabes lo que pasa cuando eres generosa y llenas de audiencia los programas que luego se forran a tu costa. Hace tiempo que en España no compartimos el error ni nos arrepentimos; sólo nos auto engañamos sabiendo que cualquier excusa es buena para seguir siendo así de envidiosos o de graciosos. Y si con suerte en el camino alguien se tropieza, será mucho más fácil saltar por encima de él que pararse y preguntarle si necesita algo o si se ha hecho daño mientras otro gana la carrera.

Me imagino que mañana se habrán cansado porque el hambre se sacia rápido y necesitan de otro trocito de pan duro para seguir alimentado su flaqueza. Tú, al menos, sabes cocinar. Mantente todo lo que puedas dentro de la burbuja que has querido compartir con todos porque tu maldad acaba donde empieza tu sonrisa, que es bien temprano, cuando te plantas delante. Ya has salido a demostrar una vez más que no te achantas. Valiente. Verás cómo no hay árbol profundo que pueda derribarse por mucho que agiten sus ramas; además, el viento es bueno para librarse de taras y trepas, y no dudes que es mejor caerse una vez, por mucho que miren todos, que vivir en el fango mientras te siguen deshojando.

Sólo el fútbol y Tamara Falcó consiguen reunir todas las ideologías en una misma. Tiene algo asombroso, casi de ciencia ficción si me apuran, pero la realidad es que son los dos únicos entes sobre los que el pueblo llano es dueño y opina. La España nuestra tiene una capa social llena de heces y de envidias. Son como migajas que alimentan el alma de los que no saben ni prepararse la comida, puesto que se conforman con pan duro y propinas que van desperdigando los voceros que dominan la televisión y la prensa. Nos gusta y satisface el golpe del otro; del que se ha pegado un tortazo por no saber medir o por pretender vivir sabiendo todo, y se convierte en la “noticia” más leída de cualquier medio, en donde mandan bandidos que confunden viruta con audiencia cuando, en realidad, era sólo dinero y del que pronto verán un cambio de vara de tanto que han timado a la gente; tanto, que también nos gobiernan los mayores timadores que hemos sido nunca.

Tamara Falcó