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Kim Kardashian y el estatus: del vídeo sexual a empresaria respetable en quince años
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Kim Kardashian y el estatus: del vídeo sexual a empresaria respetable en quince años

El caso de la celebridad es quizá el más llamativo y radical, pero no el único, del peregrinaje que los miembros de mi generación están haciendo de la transgresión hacia el estatus clásico

Foto: Kim Kardashian para Balenciaga. (DR)
Kim Kardashian para Balenciaga. (DR)

La semana pasada, Kim Kardashian contó al Wall Street Journal que va a lanzar SKKY Partners, una empresa de capital privado. Kardashian se hizo famosa por ser amiga de Paris Hilton; luego, en 2007, se hizo más famosa tras la publicación de un video sexual con su novio de entonces, y más tarde inició una exitosa carrera como protagonista de reality shows que la hizo aún más famosa. Al igual que hizo su matrimonio con el rapero Kanye West. Pero con los años los negocios que emprendió empezaron a ser más tradicionales. Creó una marca de moda y otra de perfume. Se convirtió en activista para dar a conocer el genocidio de los armenios. Estudió derecho. Para su nuevo mecanismo de inversión, ha contratado a un exdirectivo de Carlyle, uno de los mayores gestores de fondos del mundo. Kardashian tiene 41 años y, aunque la semana pasada también salió en la portada de la revista 'Interview' enseñando literalmente el culo, parece que su camino hacia la respetabilidad ha culminado. De protagonista de un vídeo sexual a empresaria e inversora en quince años.

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'Interview'

El caso de Kardashian es quizá el más llamativo y radical, pero no el único, del peregrinaje que los miembros de mi generación están haciendo de la transgresión hacia las actividades y la estética que implican estatus clásico. Ese proceso es particularmente llamativo en el lugar donde, hace no mucho, más parecía premiarse la actitud desafiante de los jóvenes: Silicon Valley. “Durante décadas, los fundadores de empresas muy jóvenes han sido el emblema de la innovación, la disrupción y la visión de la que se enorgullece el sector tecnológico. La juventud equivale a una elevada tolerancia al riesgo y a un sano desdén por la santidad de los sistemas existentes”, contaba hace unos días Elaine Moore, periodista especializada en tecnología, en el Financial Times.

Quienes fueron casi adolescentes rebeldes ahora son pulcros consejeros delegados

Ahora esa juventud, decía, casi ha desaparecido del lugar, las empresas fundadas por gente menor de veinte años apenas prosperan, y ha sido sustituida por hombres de mediana edad de aspecto informal pero mucho más respetable. Quienes fueron casi adolescentes rebeldes ahora son pulcros consejeros delegados que, como en el caso de Mark Zuckerberg (de 38 años), han abandonado las sudaderas con capucha por carísimos jerséis de cuello redondo; los algoritmos para encontrar ligues por una familia con dos niños y una mansión, y las sesiones de programación de dieciocho horas por las comparecencias en el Senado. Zuckerberg ya no quiere romper nada: quiere ser visto como un CEO prestigioso y visionario que combina las dos principales ambiciones que debe tener cualquiera que hoy en día quiera ser visto como alguien admirable: ser rico y parecer bueno.

¿Fruto de la edad?

Cabría pensar que esto es simplemente fruto de la edad: los jóvenes son rebeldes, osados y nihilistas y en algún momento descubren que se han convertido en formales padres de familia que pagan impuestos y quieren tener buena prensa. Pero tal vez estemos ante algo un poco distinto: es muy posible que, tras años de tremendas transformaciones culturales debidas sobre todo a la tecnología, estemos volviendo a una era de respetabilidad tradicional. Durante una década, Kardashian, Zuckerberg y muchísima gente de su edad, aunque anónima, utilizaron esa nueva tecnología sin conocer el impacto de sus transgresiones o las consecuencias en la vida real de lo que pasaba en el mundo digital, tanto si eran sus creadores o meros usuarios; ahora, al menos en parte, están demostrando que con un pequeño esfuerzo y mucho dinero se puede ser tan respetable como cualquiera.

El regreso a la respetabilidad clásica es muy visible también en el deporte

Pero eso no sucede solo en el mundo de las celebrities y el de la tecnología. El regreso a la respetabilidad clásica es muy visible también en el deporte. Si algunas viejas leyendas supieron mantener su aura intratable después de retirarse —de Maradona a John McEnroe, o en el plano nacional, de Luis Aragonés al caso extremo de Poli Díaz—, ahora los deportistas parecen aspirar, el día después de dejar la competición profesional, a parecer elocuentes y juiciosos consultores en materia de organización del trabajo, compromiso público y gestión de la imagen. Hacen anuncios de bancos o, como Rafa Nadal, aún en activo, apelan al “sentido común” para resolver los conflictos sociales o políticos. Algunos, como Andrés Iniesta, apostaron por las criptomonedas, y es posible que les haya salido regular, pero doy por hecho que para ellos fue más una apuesta por la respetabilidad, por la imagen que da ser un inversor en un activo novedoso, que por las ideas supuestamente subversivas que hay detrás del dinero digital. Iñaki Urdangarín quizá haya sido el mayor intento fallido de un deportista que quiso convertirse en empresario de prestigio. Es posible que llegara demasiado pronto.

Esta búsqueda del estatus convencional está teniendo lugar incluso en ámbitos tan tradicionalmente relacionados con la rebeldía, o lo alternativo, como la música y el cine. Resulta perfectamente verosímil imaginar, dentro de no mucho, a Tangana dando una TedTalk sobre cómo poner la creatividad al servicio de la empresa y la inversión sostenible. Hace no mucho, el actor Fernando Ramallo decía en este periódico que si cuando él era joven sus compañeros de profesión se drogaban, ahora “los actores se pasan la vida en el gimnasio y controlando lo que comen. El sector está tan complicado que pocos pueden permitirse una vida muy loca”.

Nada de esto es malo. Por edad y temperamento, siento más afinidad con una empresaria, un consultor o un inversor aspirante a filántropo de cuarenta años que por una famosa de realities, un programador adolescente o un deportista veinteañero con una sobredosis de vanidad y dinero. Pero este cambio nos dice algo de la cultura de nuestras sociedades polarizadas, que durante una década han vivido una sucesión de crisis económicas y que quizá, solo quizá, empiezan a cansarse de la constante sucesión de innovaciones tecnológicas, retórica rupturista y rebeldía juvenil. Es como si el modelo social perfecto fuera ahora el del profesional de mediana edad que podría trabajar en en Deloitte o la banca privada de Santander, que mezcla ambición sin límites, retórica concienciada y una cuidada formalidad informal. Para transformarse en eso a las puertas de la mediana edad, eso sí, hace falta un poco de dinero. Pero, ¿acaso hay mejor inversión que aquella que se hace para lograr estatus social?

La semana pasada, Kim Kardashian contó al Wall Street Journal que va a lanzar SKKY Partners, una empresa de capital privado. Kardashian se hizo famosa por ser amiga de Paris Hilton; luego, en 2007, se hizo más famosa tras la publicación de un video sexual con su novio de entonces, y más tarde inició una exitosa carrera como protagonista de reality shows que la hizo aún más famosa. Al igual que hizo su matrimonio con el rapero Kanye West. Pero con los años los negocios que emprendió empezaron a ser más tradicionales. Creó una marca de moda y otra de perfume. Se convirtió en activista para dar a conocer el genocidio de los armenios. Estudió derecho. Para su nuevo mecanismo de inversión, ha contratado a un exdirectivo de Carlyle, uno de los mayores gestores de fondos del mundo. Kardashian tiene 41 años y, aunque la semana pasada también salió en la portada de la revista 'Interview' enseñando literalmente el culo, parece que su camino hacia la respetabilidad ha culminado. De protagonista de un vídeo sexual a empresaria e inversora en quince años.

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