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Limpiar casas ajenas mientras otras se ocupan de la tuya: la cadena de los trabajos precarios
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'TRINCHERA CULTURAL'

Limpiar casas ajenas mientras otras se ocupan de la tuya: la cadena de los trabajos precarios

Es probable que usted, por muy ajenas que le resulten estas personas, se ponga del lado de la mujer que a sus setenta años sigue limpiando pelusas ajenas para llevar dinero a casa

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

La madre de Raquel tiene 70 años y trabaja limpiando casas. Hace diez se sacó el carné de conducir porque la distancia que separa Parla de Majadahonda da para escribir una novela si vas en transporte público, y es ahí donde tiene a sus empleadores. Cada mañana acude a un chalet de ocho a tres de la tarde. Y de ahí pasa a la urbanización de enfrente, donde limpia otro de cinco a nueve. Las dos horas centrales las pasa en el coche, o dando un paseo, o se va a una hamburguesería cercana y hace tiempo.

A veces, dice su hija, sale media hora más tarde y llega demasiado tarde a casa. "La señora le pide que le haga una tortilla de patatas a las nueve menos diez, y ya sabes el tiempo que lleva solo pelar y cortar las patatas", me dice. Una vez se empeñó en unas lentejas, pero la madre de Raquel le contestó a su jefa que tenía que irse. "Te llevas los ingredientes, lo haces en tu casa y mañana me lo traes", respondió la empleadora. Esa noche la madre de Raquel durmió aún menos. Ya sabemos lo que tardan en ligar el chorizo y las legumbres. Y fue más cargada a trabajar al día siguiente.

Foto: Las camareras de pisos cobran hasta un 40% menos cuando trabajan para una empresa multiservicios. (Reuters)

Es bastante probable que usted, por muy ajenas que le resulten estas personas, se ponga del lado de la mujer que a sus setenta años sigue limpiando pelusas ajenas para llevar dinero a casa. Como es bastante probable que a cualquiera le parezca una buena noticia que las empleadas del hogar de este país tengan derecho a paro desde esta semana.

Anda que no ha tardado el llamado gobierno más progresista de la historia en resolver esta vergüenza. Anda que no se han dado prisa desde que en febrero de este año el Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea dictaminó que España estaba incurriendo en una discriminación indirecta por no reconocer el derecho a la protección por desempleo a las personas empleadas en el hogar familiar.

Algunos cálculos hablan de 400.000 personas como beneficiarias de esta medida. Otros de 700.000. Es complicado censar a tantas mujeres migrantes y precarias. Porque el retrato robot de las que limpian sí que es fácil de dibujar. Muchas de ellas, por cierto, no olerán ni de cerca este derecho porque trabajan en negro. A otras les costará informarse. Porque la desinformación es una de las lacras de los vulnerables.

A veces había muchas carcajadas cuando concluían que la cuenta corriente saneada les venía por racanería

Pero, como tantas veces, los clichés ocultan matices. Es cierto que sigue habiendo una España señorita que sigue empeñada en ponerle peros a quien le va a recoger los pelos del baño y a limpiarle la vitro hasta que quede impoluta. Es esa España eternamente cansada y con frío que se queja de cómo está el servicio. Que no habla nunca de ellas con nombre propio, solo pronuncia la palabra "chica". "¿Tienes chica en casa, verdad?", preguntan. A veces es aún más irritante y entre las señoras —porque el trabajo doméstico siempre compete a la mujer de la casa— compiten por ver quién exige más a la suya. "Mi chica", dicen. A veces es infame y pelean por quién está más encantada de la vida en su hogar. "No sabes cómo nos quiere", afirman. Claro que sí. Porque la mierda en la calle Claudio Coello huele a rosas.

Me pregunto si alguna vez las han escuchado a ellas. A las chicas. A "sus" chicas. Que a veces son mujeres de setenta años como la madre de Raquel. Basta con coger muy temprano el tren de cercanías o el autobús interurbano que conecta el norte y el sur de la Comunidad de Madrid. Cualquier periferia con el centro. Y no pestañear.

Los cuatro años que pasé cogiendo la línea C-4 que conecta Parla con Atocha a las siete menos diez de la mañana era un hervidero de quejas y chascarrillos. Mujeres cargadas de energía que destilaban rencor de clase mezcladas con estudiantes que queríamos dormir. Mujeres que a la vuelta del curro luchaban con tapar con crema hidratante el olor a lejía de sus manos. Y lo áspera que se te queda la piel al contacto con el amoniaco.

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El problema con las libranzas, detalles sórdidos de los señores de la casa. Líos amorosos, grandilocuencias, traumas que se tapan de puertas para dentro. A veces había muchas carcajadas cuando concluían que la cuenta corriente saneada les venía por racanería. Raquel se parte de la risa cuando recuerda a los dueños de una casa en la que limpiaba su madre hace muchos años: "Como estaban fuera todos los fines de semana, le advertían a mi madre de que tenía prohibido llevarse a nadie ahí mientras ellos no estaban. ¡No te jode! Como si se me hubiera perdido algo a ella en Majadahonda. Se pensarían que no tenemos tele y comemos con las manos, o algo así".

La ida y vuelta desde su casa en transporte público le suponía tres horas de transporte público para un trabajo de cuarenta minutos

Pero, insisto, conviene eliminar algunos prejuicios. El empleador no es siempre un señor o una señora rentista a la que la vida ha sonreído desde hace siete generaciones y tiene un hijo canallita de buen pelo que habla con soltura del mercado de futuros o el 'real estate'. El Instituto Nacional de Estadística dice que hay casi un millón de personas en edad de trabajar que no lo hacen o tienen un empleo a tiempo parcial porque tienen que hacerse cargo del cuidado de niños o personas dependientes. Y están los casos de María y Consuelo.

Las dos son empleadas del hogar. La primera tiene dos hijos menores de diez años, acude a un par de casas en la capital y también limpia oficinas. Este verano la llamaron para que hiciera una suplencia en una oficina de Tres Cantos. La ida y vuelta desde su casa en transporte público le suponía tres horas de transporte público para un trabajo de cuarenta minutos por el que le pagaron siete euros limpios. Protestó en voz baja. Le dijeron que lentejas. Recurrió a una señora para que se quedara con sus hijos.

Lleva años trabajando en una casa del centro de Madrid. Ya tendría que haberse jubilado, pero de momento el cuerpo y la cabeza aguantan

Consuelo vive con su hijo y una hermana dependiente. Lleva años trabajando en una casa del centro de Madrid. Ya tendría que haberse jubilado, pero de momento el cuerpo y la cabeza aguantan. Paga a otra señora para que ella pueda pasar la mopa y quitarse el cerro de plancha de ropa que no es la suya. Consuelo se queja poco de la vida que le ha tocado. Este verano fue el primero que desconectó durante su mes de vacaciones. Treinta días en los que le tocó seguir cuidando a la hermana que en realidad es otro hijo. Un hijo que necesita atención las 24 horas. Hace días que ha vuelto a trabajar. Como ha vuelto a llamar a alguien para que se ocupe de su hermana.

Una cadena de trabajos precarios para llevar dinero a casa.

La madre de Raquel tiene 70 años y trabaja limpiando casas. Hace diez se sacó el carné de conducir porque la distancia que separa Parla de Majadahonda da para escribir una novela si vas en transporte público, y es ahí donde tiene a sus empleadores. Cada mañana acude a un chalet de ocho a tres de la tarde. Y de ahí pasa a la urbanización de enfrente, donde limpia otro de cinco a nueve. Las dos horas centrales las pasa en el coche, o dando un paseo, o se va a una hamburguesería cercana y hace tiempo.

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