Es noticia
Me cago en los viajes tripulados a la Luna
  1. Cultura
'Trinchera cultural'

Me cago en los viajes tripulados a la Luna

He aquí una opinión impopular más, en este tiempo de utopías cuasi-religiosas: la Tierra es todo lo que tenemos. Puede que haya más planetas habitables donde Cristo perdió la chancla, pero no son para nosotros

Foto: Un viaje hacia ninguna parte. (EFE/NASA/Joel Kowsky)
Un viaje hacia ninguna parte. (EFE/NASA/Joel Kowsky)

Entiendo la fascinación con las nuevas misiones Artemis, ¡la entiendo! La entiendo porque la ciencia ficción se ha encargado de lograr que me parezca atractivo a mí también el envío absurdo de seres humanos a sitios inhabitables. Si la gente vuelve a pisar aquello, seré el primero en verlo por la tele. Pero aparte, de la Luna, según llevo leído, ya recibimos todo lo que teníamos que sacar como turistas. Otra cosa es enviar cacharros, laboratorios portátiles, etcétera. Pero enviar mujeres o gente racializada es tan estéril como seguir mandando hombres.

Esto es lo que decían los libros. Humanos en la Luna, ¿para qué? En las últimas misiones Apolo, los pobres astronautas jugaron al golf, arrojaron objetos para demostrar que Galileo era muy listo y recorrieron pedregales en vehículos cada vez más poderosos que no iban a ninguna parte, porque allí no hay adónde ir. En suma, esos varones duramente entrenados tuvieron que hacer el payaso para que los financiaran. Incluso emitieron imágenes en color de ese sitio sin colores. No le importó a nadie.

Foto: El primer hotel espacial podría abrirse en 2025 de la mano de Orbital Assembly (Orbital Assembly)

Quedó claro en los setenta, gracias a las costosas misiones Apolo, que en la Luna no hay gran cosa para los turistas, y que sale más a cuenta mandar aparatos por control remoto. Llegar antes que los rusos había sido la consigna, y luego sacarse la chorra y demostrar el poderío estadounidense con unos cuantos astronautas más. Después, los robots se han encargado de encontrar evidencias de vida, agua y procesos geológicos capaces de enseñarnos alguna cosa sobre la vida en la tierra.

Teniendo máquinas tan curiosas y esforzadas, ¿para qué mandar más gente?

Pues mirad, ahora dicen los devoradores de dinero que es útil, porque así se prepara la cosa para mandar gente… ¡A Marte! Cada vez que oigo este argumento empiezo a rodar por el suelo de la risa, porque esto lo dicen como si mandar gente a Marte fuera mejor que mandarla a la Luna. Veamos: Marte solo es más caro porque está más lejos. En Marte hay tanto que hacer para un humano como en la Luna, y eso es menos de lo que podemos hacer en Murcia, en agosto, a las cuatro de la tarde.

En Marte hay tanto que hacer como en la Luna, y eso es menos de lo que podemos hacer en Murcia, en agosto, a las cuatro de la tarde

De la propaganda aeroespacial entiendo una cosa: nos movemos a lomos del imperativo tecnológico. La única pregunta a la que queremos responder es: ¿somos capaces de hacerlo? Y nos interesan mucho menos preguntas como ¿debemos hacerlo? o ¿para qué cojones invertir tanto dinero en eso? En estas lides se suelen encontrar los pretextos morales o pragmáticos después de tomar la decisión. Así que llegaremos a Marte, no nos quepa duda. Llegaremos a Marte —logramos lo que nos proponemos— solo para regresar cagando hostias de allí.

Aquella película en la que Matt Damon conseguía plantar patatas en Marte acertó. Mucho esfuerzo para sobrevivir, mucha épica para salvar el aliento y no perecer, mucha parábola del náufrago entre tormentas de arena, pero en cuanto viene una nave a rescatar al único habitante de la nada, este pierde el culo por volver. Eso es, al fin y al cabo, ir a Marte. Eso es ir a cualquier sitio fuera de la Tierra: querer volver. Ya lo hemos experimentado en la ficción, que está llena de verdades.

Foto: Una colonia humana en Lapetus, la tercera luna más grande de Saturno (Erik Wernquist)

Me calientan la sangre los gurús que dicen que acabaremos habitando colonias espaciales, dando ya por perdida la Tierra, que es lo único que tenemos. Ese mantra está también (como la nueva Guerra Fría) tras el nuevo impulso astronáutico.

El de habitar colonias en pedruscos espaciales para salvar la especie del Apocalipsis es un sueño ridículo por la sencilla razón de que, por jodido que dejemos este planeta, siempre será más fácil sobrevivir aquí que en una roca sin atmósfera. Es decir: si lo que se persigue es la supervivencia, y damos por hecho que el freno no vamos a pisarlo para salvar nuestro planeta, ¡entonces ya podrían ponerse a diseñar esas colonias humanas aquí, y al menos nos ahorraremos los portes!

No: hay que generar oxígeno en Marte. Eso es lo que hay que hacer. Eso, y no dejar de quemar combustibles fósiles aquí. Huevos gordos como planetoides, se llama.

Sobrevivir

He aquí una opinión impopular más, en este tiempo de utopías cuasi-religiosas: la Tierra es todo lo que tenemos en el universo. Puede que haya más planetas habitables donde Cristo perdió la chancla, pero no son para nosotros, no son nuestros. La Tierra es lo que tenemos en el plato y, quien no quiera comer, o quien lo desperdicie, se morirá de hambre. El resto —expediciones a piedras y masas de gas congeladas, sueños de poblar remotos sistemas— es pura ambición prometeica. Esta historia ya la hemos leído en Moby Dick, y antes en el mito de Ícaro.

Leo que, para 2025, el gasto de la NASA en el programa Artemis ascenderá a 93.000 millones de dólares, después de soportar un sobrecoste de 1228%, que no hace más que crecer a medida que se producen fallos, como el del otro día. Leo que el retraso en el lanzamiento de ese cohete ha costado más dinero del que necesita un país pequeño para sufragar un año la educación pública. Educación de más calidad sería una solución para calmar la necesidad de fascinarse de la audiencia y combatir la novolatría.

"La NASA haría mejor uso de esos fondos si creara una tecnología capaz de interesar al gran público con su propia historia"

Por eso pienso que la NASA haría mejor uso de esos fondos, un uso más beneficioso para la humanidad, si creara una tecnología capaz de interesar al gran público con su propia historia. Una máquina —voladora— que nos enseñase a valorar lo que ya tenemos. Entre tanto, la astronomía y la industria aeroespacial siguen haciendo cosas muy interesantes. Misiones no tripuladas, laboratorios de observación orbital, telescopios flotantes, sondas: fenomenal, ¡una gran enseñanza!

Nada de esto es estúpido, como sí lo es el costoso y estéril sueño de poner señores y señoras en páramos. En fin, dicho esto, añado que me cago en todos los planetas inhabitables, así como en los satélites y planetoides sin atmósfera. No les tengo ningún miedo. ¡Solo tengo miedo de que nos quedemos sin este que pisamos!

* Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

Y diréis: ¡qué arrogancia, cagarse en planetas gigantes! Pues no: la arrogancia es querer pisarlos. Perder la vida por perder allí una huella. Lo mío -cagarme en eso- es pura humildad. Me cago en Saturno, en Júpiter y en Venus. Gasto cero euros con esta soflama.

Entiendo la fascinación con las nuevas misiones Artemis, ¡la entiendo! La entiendo porque la ciencia ficción se ha encargado de lograr que me parezca atractivo a mí también el envío absurdo de seres humanos a sitios inhabitables. Si la gente vuelve a pisar aquello, seré el primero en verlo por la tele. Pero aparte, de la Luna, según llevo leído, ya recibimos todo lo que teníamos que sacar como turistas. Otra cosa es enviar cacharros, laboratorios portátiles, etcétera. Pero enviar mujeres o gente racializada es tan estéril como seguir mandando hombres.

Trinchera Cultural El Futuro de la NASA
El redactor recomienda