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"Cada gota de agua y cada metro de desnivel": la guerra secreta de Franco con los pantanos
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"Cada gota de agua y cada metro de desnivel": la guerra secreta de Franco con los pantanos

Antes del Cambio Climático, el régimen ejecutó en la posguerra un ambicioso plan hidrográfico, pero existió una batalla que determinó su configuración: agua para el campo o energía para la industria

Foto: Franco inaugura un pantano. (Cedida)
Franco inaugura un pantano. (Cedida)

Se cuenta que cuando fueron a bautizar a Francisco 'Francis' Franco, nieto del dictador, el crío alzó la mano ante la pila bautismal en gesto cardenalicio y pronunció: "doy por inaugurado este pantano". El chiste de mitad de los 50 daba cuenta de la intensa labor de planificación de embalses llevada a cabo por el régimen, convertida además en una de las más intensas campañas de propaganda que retransmitía el NODO. Así, Paco el Rana y otras bromas del momento, no hacían sino remarcar que la mayor construcción del régimen franquista no fue el Valle de los Caídos, ni la reconciliación de la victoria, sino la red de pantanos del plan hidrológico nacional que se adelantó al cambio climático sin saberlo.

Una pequeña ironía: mientras la mayor parte de la derecha conservadora se ha enrocado en negar su existencia y sus efectos, la izquierda más revanchista se ha enredado a su vez durante años en negar los éxitos franquistas, cuando no ha pedido directamente que se destruyan. Es lo que hizo Podemos el año pasado al pedir que se eliminaran los embalses característicos de la política de la dictadura al calificarlos de obsoletos. Entremedias, hay una historia sumergida de esos años de posguerra y posautarquía que entronca con la gran preocupación actual, que es el precio de la luz y el tsunami que provoque en la economía.

Era necesario el dirigido estatal para evitar que la iniciativa privada controlara producción y precio

Lo que no contaba el NODO es que el plan hidrológico del franquismo fue fruto de una guerra interna: agua para el campo o saltos del caudal fluvial para la generación eléctrica: es decir, una enconada lucha entre los responsables de Agricultura y el recién creado Instituto Nacional de Industria, que sería clave en el franquismo y la Transición. Había, además, otro gran conflicto: si la generación eléctrica debía ser una iniciativa privada o responder al estado.

Más allá del Valle de los Caídos

El olvidado ministro de Industria, Juan Antonio Suanzes, lo tuvo claro: era necesario un totalitarismo estatal para evitar que la propiedad privada tuviera las riendas de la producción y el precio. 70 años después, el presidente socialista Pedro Sánchez se alineó con Suanzes, probablemente sin saberlo, cuando dijo sobre las eléctricas que el gobierno "no iba a permitir que el sufrimiento de muchos sea el beneficio de unos pocos". Es, en fin, la historia más allá del Valle de los Caídos y de las fosas de la Guerra Civil anegadas por los embalses franquistas.

Así, Victoriano Muñoz Oms, ingeniero que había elaborado planes en los 30 para la Generalitat, expresó ya en los 50 que había que aprovechar "cada metro de agua y cada metro de desnivel", para el río Noguera de Ribargozana en Cataluña. Lo recoge Lino Camprubí en su magnífico 'Los ingenieros de Franco: Ciencia, catolicismo y Guerra Fría en el estado franquista': La cuestión era que España carecía entonces de una solución a sus problemas de escasez de precipitaciones, y en ese contexto no era lo mismo una gota de agua para el campo que una usada en un salto para generar un kilovatio; es decir, una de las guerras más desconocidas de los hombres del régimen, que acabaron configurando la España actual a pesar de los años transcurridos.

placeholder Franco inaugurando el pantano de Oliana, en Lleida. (José Demaría Vázquez, Campúa)
Franco inaugurando el pantano de Oliana, en Lleida. (José Demaría Vázquez, Campúa)

Es cierto que el problema del campo español era muy anterior y que la 'pertinaz sequía' de los 40, que en obras recientes se ha denunciado como un invento franquista para justificar la hambruna de posguerra, respondían a una realidad histórica. Con anterioridad a la pugna entre la producción industrial o agrícola, los regeneracionistas del XIX, encabezados por Joaquín Costa, se pusieron manos a la obra para reconfigurar el plan hidrológico nacional y garantizar el regadío y la producción agrícola, iniciativa que se continuaría con el plan de Rafael Gasset de 1909 y el de Lorenzo Pardo en 1933, ya en Segunda República. Sin embargo, ninguno de esos intentos se ejecutó realmente, a pesar del empecinamiento de cierta historiografía izquierdista por matizar que era anterior a Franco.

Primer país de la UE

Según explicó Gonzalo Fernández de la Mora, ministro de Obras Públicas entre 1970 y 1974: "en 1942, los regadíos afectados por obras estatales se extendían a 450.000 hectáreas, mientras que en 1972 (antes del funcionamiento del trasvase Tajo Segura que dotaría 47.000 hectáreas y pondría en nuevo riego otras 35.000 hectáreas) se elevaban a 1.655.000 hectáreas, o sea, en 30 años se habían cuadriplicado los regadíos estatales establecidos a lo largo de los dos milenios anteriores. A esto habría que añadir el millón de hectáreas de regadíos privados que en 1972 habían podido construir los particulares en una España en desarrollo y a las tasas de inversión (...) la potencia eléctrica de origen hidráulico instalada en 1940 era 1.350.000 kilovatios mientras que en 1975 llegó a 12 millones de kilovatios, o sea, se decuplicó en 35 años gracias a las presas construidas". —El País, 1992—.

Así, España es fruto de esa obsesión, el primer país en número de embalses de la UE y el quinto del mundo. ¿Fue entonces una idea clarividente de Francisco Franco? Más bien se debió, como en el posterior Plan de Desarrollo, a los técnicos aupados a puestos de responsabilidad política que sustituyeron a militares y falangistas a partir de los 50.

La configuración del Noguera para fines hidroeléctricos comprometía a los agricultores

Para entonces, olvidado el plan Gasset y el regeneracionismo, la construcción de embalses y desvío de cauces fluviales se encontró, como en el caso de la Noguera del Ebro, con una diferencia de criterio: ¿Debían servir, según la idea clásica, para mejorar el regadío o para nuevas centrales hidroeléctricas que impulsaran la industria? España había sufrido con la importación de combustible desde la Segunda Guerra Mundial debido a las medidas adoptadas por EEUU y Gran Bretaña, y después, con el aislamiento internacional impuesto por la ONU. El precio de la amistad nazi de los primeros cuarenta.

Fertilizantes y semillas

Es el ejemplo del río de Noguera Ribagorzana, en donde en quince años, entre 1946 y 1961, una compañía estatal instaló doce centrales eléctricas en el río, transformando para siempre el paisaje pirenaico y la economía de la región. El objetivo para el INI era el control total del río para poder proceder a su regulación integral y sistemática, que en los cálculos más optimistas se decía que podía suministrar el 20 % de la demanda española. Ahora, en cambio, hay grupos ecologistas que intentan de hecho deshacer algunas de las actuaciones llevadas a cabo durante esos años en los afluentes del Ebro, como el Noguera, porque comprometen el equilibrio ecológico.

placeholder Embalse del Ebro, 1952. (Cedida)
Embalse del Ebro, 1952. (Cedida)

Pero antes del ecologismo, el problema consistió en que la configuración del Noguera para fines hidroeléctricos comprometía gravemente los intereses de los agricultores. Según Camprubí: "Es la historia de dos autarquías enfrentadas. Para el INI, la industrialización estaba llamada a "redimir" la economía española. Para ello, la industria pesada debía tener prioridad sobre las necesidades inmediatas.

Durante las décadas de 1940 y 1950, a medida que las necesidades básicas de la posguerra se iban cubriendo, esta perspectiva ganó terreno pero no sin oposición. En particular, los ingenieros agrónomos consideraban que la independencia de la economía nacional dependía de asegurar el alimento de la población. Cada uno de estos proyectos político-económicos suponía un modo incompatible de ver el río: como una planta de producción eléctrica perfectamente coordinada o como una reserva para regadío".

La disputa siguió en informes y contrainformes a lo largo de la década de 1950. En su núcleo estaba la competencia de dos proyectos para la economía política, uno que presentaba la agricultura como la base de la industrialización y otro que veía la industrialización como la solución a todos los problemas agrícolas. Por otra parte, el regadío no bastaba por sí solo para mejorar la producción agrícola, que dependía también de nuevos fertilizantes, semillas y abonos, y las centrales hidroeléctricas solo proporcionaban un porcentaje insuficiente para la generación de energía, que seguía dependiendo de las termoeléctricas. En cualquier caso, las grandes obras para crear embalses que evitaran tanto la escasez de agua como de energía, supusieron un gran avance en esos años. Los siguientes planes hidrológicos, ya en democracia, no hicieron más que reabrir las viejas disputas, pero en esencia la red de embalses había despegado.

Se cuenta que cuando fueron a bautizar a Francisco 'Francis' Franco, nieto del dictador, el crío alzó la mano ante la pila bautismal en gesto cardenalicio y pronunció: "doy por inaugurado este pantano". El chiste de mitad de los 50 daba cuenta de la intensa labor de planificación de embalses llevada a cabo por el régimen, convertida además en una de las más intensas campañas de propaganda que retransmitía el NODO. Así, Paco el Rana y otras bromas del momento, no hacían sino remarcar que la mayor construcción del régimen franquista no fue el Valle de los Caídos, ni la reconciliación de la victoria, sino la red de pantanos del plan hidrológico nacional que se adelantó al cambio climático sin saberlo.

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