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'Estirando el chicle': ¿quién se ríe ahora?
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'Estirando el chicle': ¿quién se ríe ahora?

La mera presencia de Sornosa constituía una traición comparable a esconder un judío en casa en tiempos del Edicto de Granada. El programa ya no era un "espacio seguro"

Foto: Estirando el chicle, recogiendo el Premio Ondas de 2021. (EFE/Quique García)
Estirando el chicle, recogiendo el Premio Ondas de 2021. (EFE/Quique García)

Menuda la que le han liado a 'Estirando el chicle'. Las quería matar el mismo segmento de público sediento de virtud moral que habitualmente ataca a gente que no son ellas. Al final es siempre lo mismo: cuando la moralina invade la cultura, el cuento termina igual en la Ginebra de Calvino que en el mundo de golosina de los creadores de contenido inclusivo de internet. En términos contemporáneos, woke devora a woke.

Os resumo: 'Estirando' es un podcast de humor feminista, inclusivo, LGTBIQ, antirracista y demás apellidos de patrimonialización de los derechos humanos que se os ocurran. Carolina Iglesias y Victoria Martín, las creadoras, son, todo hay que decirlo, muy graciosas. Exponen sus inseguridades, charlan de trivialidades, provocan, son rápidas y tienen mucho ingenio. No creo que esté de acuerdo con ellas en muchas cosas, pero a mí eso me da igual y por eso me gusta su programa. Además, su fórmula llena un hueco, un vacío: un humor de mujeres para mujeres que en cierta forma brillaba por su ausencia. ¡Me alegraba que les fuera bien!

Foto: Carolina Iglesias y Victoria Martín, creadoras de Estirando el Chicle. (Chus García)

Y lo cierto es que todo les iba muy bien: audiencia joven y apasionada, campañas de patrocinio, bolos y un apoyo institucional un tanto incómodo para la sensación de libertad, supongo, con el Premio Ondas y el Premio Arcoíris del Ministerio de Igualdad, además de felicitaciones personales de la ministra. Digamos un mundo color de rosa de humor de abajo hacia arriba (salvo si arriba está el mencionado Ministerio) y un espacio ganado para las cómicas españolas. Hasta que, un par de semanas atrás, las conductoras cometieron una grave herejía.

El crimen cabe en una frase que suena involuntariamente chistosa: esas dos mujeres empoderadas invitaron al programa que dirigen, presentan y mantienen a base de trabajo… a quien les dio la gana. ¡Pues muy mal! Porque resulta que esa persona en particular no tenía el sello de validez de la parte más chiflada de su audiencia. De hecho, lo que tenía era el sambenito de los herejes. Esa invitada era veneno.

Se llama Patricia Sornosa y es otra cómica feminista, pero de las que no ven con buenos ojos la cosa queer. Sornosa había estado publicando en Twitter comentarios, digamos, poco respetuosos con quienes creen que el sexo es un mero constructo social, así que bastó que 'Estirando el chicle' emitiera en las redes el anticipo del programa con Sornosa para que su querida audiencia perdiera los estribos.

Bastó que 'Estirando el chicle' emitiera en las redes el anticipo del programa con Sornosa para que su querida audiencia perdiera los estribos

El público, claro, ni siquiera esperó a ver de qué se hablaba en el programa. El programa, hasta donde sé, se ha emitido en Spotify pero no en YouTube. Pero da igual, porque no importaba el mensaje, sino abrir las compuertas del Parnaso a uno de los innumerables diablos que el activismo encuentra por todas partes. La mera presencia de Sornosa constituía una traición comparable a esconder un judío en casa en tiempos del Edicto de Granada. 'Estirando el chicle' ya no era un "espacio seguro". Y semejante pecado había que purgarlo, claro.

El delirio de histeria infantil y atosigadora que envolvió en cuestión de minutos a Carolina Iglesias y Victoria Martín por parte de esas caritas hasta entonces sonrientes fue tan impresionante que provocó mi simpatía más automática por ellas. ¿Cómo no ponerse de parte de las cómicas? Les gritaban que no podían dar visibilidad a una "terfa" y que les rompían el corazón. Era un chantaje emocional, ridículo e hiperventilado. Las dejaron KO en el primer asalto.

Dijeron que iban a reflexionar. ¿Cuál será la reflexión?, me preguntaba. Porque claramente acababan de recibir un mensaje contundente. Para mí, ese mensaje era cristalino: no existe un público más desagradecido y castrador que el que espera un 100% de identificación moral con tu contenido. Ese público no puede ser mantenido a raya, cometerás un desliz y te devorarán. Merece, por tanto, ser agitado, escandalizado, vapuleado, desafiado y confundido. ¿Sería esta la reflexión?

Foto: Paul B. Preciado. (Condeduque)

Pero, antes de que las creadoras pudieran mover pieza en el tablero, ya tenían encima otro caso de herejía. La arbitrariedad y vileza de los comisarios morales de internet (repito, una parte de su público) había hallado también rastros de un imperdonable racismo. Resulta que en un fragmento de no sé cuándo Victoria Martín había dicho "me huele la sobaca mora", de modo que los comisarios, todavía no satisfechos de sangre tras el atracón por transfobia contagiada, prorrumpieron ahora en chillidos estridentes convencidos de que Martín había dicho que a las moras les huelen mal los sobacos.

Lo más divertido de este segundo asalto no fue la insensatez de la acusación, sino la gente de izquierdas que, con titubeos y un pavor reverencial ante la magnífica furia de los suyos, salía a defender a Martín diciendo que igual ella se refería a que le olía el sobaco a ese fruto del bosque homónimo —oh fatalidad— con el gentilicio de las mujeres del Magreb. ¡Coño, que es una expresión de Albacete! ¿Es que nadie va a pensar en La Mancha? "Sobaca mora" no es racista. "Sobaca mora" es chanante.

El disparate llegó a provocarme una sana envidia, aunque en este momento yo mismo era trending topic por un artículo del que no me avergüenzo, cuando organizaciones antirracistas subvencionadas, activistas de los que dicen que el Islam es feminista e incluso la cuenta de Twitter de International Human Rights Foundation, Los Derechos Humanos Itself (Jaume de Urgell), se sumó a las críticas contra las pobres diablas por lo de la sobaca mora. El delirio había alcanzado el grado Estupidez Global Superlativa.

Foto: Foto: EFE/Mario Ruiz.

Fabuloso: de la noche a la mañana, las chicas de 'Estirando el Chicle' estaban provocando suicidios en la gente trans por invitar a Sornosa y además eran unas racistas necesitadas de urgente proceso de autocrítica y deconstrucción. De nuevo, yo me preguntaba: ¿reaccionarán como lo harían dos cómicas? Ante tamañas acusaciones injustificables, ante semejante montaña de insensatez e histeria digital inofensiva, ¿levantarán la cabeza y lanzarán el chiste que pone el absurdo ante el espejo?

Recordé entonces que, entre las apariciones de Iglesias y Martín en los medios de comunicación, hubo una las pasadas Navidades en el programa especial de Televisión Española '¿Quién se ríe ahora?' Allí, varias humoristas eligieron y descontextualizaron chistes de cómicos de los años noventa para crear un sermón moralista sobre los límites del humor y lo inaceptable. Ya en aquel especial rodó la cabeza de una de las colaboradoras, Perra de Satán, porque le encontraron tuits de 2015 intolerables para los estándares que ella misma había marcado. Repito: woke devora a woke. Siempre. Ninguna de ellas la defendió entonces. ¿Habrían entendido ahora que si vas poniendo normas y castigos arbitrarios un día te los impondrán a ti?

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Pues no. Las dos pidieron perdón por invitar a Sornosa y dijeron que estaban aprendiendo. Se habló de asistir al psicólogo por el dolor y de procesos de escucha. Vamos, que a Sornosa, su invitada, la dejaron tirada en el arroyo como a una perra. Ninguna de las dos tuvo la amabilidad de defender a su invitada, que al fin y al cabo era la que más insultos estaba recibiendo. No: había que soltar lastre, claramente. "La hemos cagado, perdón". Si Sornosa es intocable, no iban ellas a romper el tabú. ¡Eso se lo dejamos a los cómicos que no se ganan la vida con su trabajo!

Martín, por su parte, también pidió perdón por haber usado esa expresión, pese a que ella sabe tan bien como yo que no es racista, y que ella misma no es racista, ni pretendía ser racista, ni siquiera mínimamente ofensiva, y repitió lo de estar aprendiendo y escuchando. En suma, ambas agacharon la cerviz para protegerse. Repito las acusaciones: invitar a alguien tachado y cancelado (lo que yo llamaría "acto de valentía") y utilizar un chascarrillo de La Hora Chanante (lo que yo llamaría "problema de comprensión lectora de la audiencia"). En fin.

Sé que un elogio mío puede ser peor para sus reputaciones que un insulto, dependiendo de quienes dependen, pero aquí va: creo que las de 'Estirando el chicle' son lo bastante buenas como para volar alto si dejan de escuchar a los que gritan tanto. Os lo juro: se está mucho mejor en la indigencia social, expulsado de los círculos, como le pasa a Patricia Sornosa. Allí es donde se disfruta de la verdadera libertad. El ansia de permanecer en ese lugar donde te vigilan y castigan con sumo rigor por cualquier gilipollez es algo que no entiendo. Además, la mayoría de la gente no es así. La mayoría de la gente no es eso que chilla en Twitter.

Sornosa, por su parte, sí hizo lo que hacen los cómicos. O lo que hacen los locos. O lo que hacen los purgados por la intransigencia, en su libertad. "¿Ah, sí?", parecía preguntar, "¿ese monstruo soy yo? Pues tomad dos tazas". Y se cachondeó de la furibundia con un tuit, al que International Human Rights Foundation volvió a contestar, diciendo que hay que bloquear a Patricia. Menuda panda, de verdad. Bravo por ella.

Menuda la que le han liado a 'Estirando el chicle'. Las quería matar el mismo segmento de público sediento de virtud moral que habitualmente ataca a gente que no son ellas. Al final es siempre lo mismo: cuando la moralina invade la cultura, el cuento termina igual en la Ginebra de Calvino que en el mundo de golosina de los creadores de contenido inclusivo de internet. En términos contemporáneos, woke devora a woke.

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