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Vodka, hipocresía y ositos de gominola: la jauría de borrachos contra una mujer que baila
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DOBLE VARA DE MEDIR

Vodka, hipocresía y ositos de gominola: la jauría de borrachos contra una mujer que baila

De la bodeguita de Felipe González a las fiestas de Boris Johnson, lo único que ha cambiado es la vergüenza; básicamente se hace lo mismo, pero se hace peor, con menos estilo o a escondidas

Foto: Sanna Marin. (Reuters)
Sanna Marin. (Reuters)

La otra tarde, en un bar de mi pueblo, me acerqué hasta la barra para pagar la ronda que me tocaba. La camarera me ofreció, tras el bote, una cucharita al toque en la que yacía el cadáver de un osito de gominola ahogado en vodka, que parecía recién escapado de un gimnasio de pesas e hidrocortisona. Como a uno le cuesta horrores decir que no, cucharita que probé. Luego, comentándolo con algunos de los guajes que allí paran, me confirmaron que es lo más parecido al cubo que llenábamos nosotros con varios tipos de alcohol, hielo y zumos de frutas — que mitigaban la mezcla—, solo que actuaba más rápido, que es como se actúa ahora. También es un recurso muchísimo más barato, lo que les brinda el camino corto de llegar antes al mismo sitio y sin caer del todo por la cuesta abajo de una estrechez extrema y notoria.

De la bodeguita de Felipe González a las fiestas de Boris Johnson, lo único que ha cambiado es la vergüenza; básicamente se hace lo mismo, pero se hace peor, con menos estilo o a escondidas, como si señaláramos con los dedos pringados de la mano izquierda mientras lanzamos la segunda, tercera y cuarta piedra sobre las nuevas brujas con la derecha. Es lo más parecido a una jauría de borrachos que trata de mantenerse en pie mientras lapidan con pésima fortuna y peor puntería a una que cometió la imprudencia de pedirse una copa. Antes no había diputado sin pipa, humo, puro o sobremesa. De hecho, hoy en día te topas con más de uno que apenas te mira a la cara si no le aguantas un par de Drys en Richelieu, bajadas al baño del Amante, o algunas atenciones peores. ¿No recuerdan al diputado inglés aficionado al sado que se disfrazaba de nazi?

Foto: La primera ministra finlandesa, Sanna Marin. (EFE)

Ahora el foro se alza en pie de guerra contra Sanna Marin, una mujer de treinta y tantos, que se lo pasa tal y como deben pasárselo las mujeres de treinta y tantos, cuando están con sus amigos en su tiempo libre, tomando lo que sea que estén tomando ahora los de treinta y tantos. Pero a ella le exigen un test de drogas. ¿Cuál es la razón? ¿Sus tetas, su edad, su determinación amenazadora sobre el 'statu quo' de los dueños de las sobremesas?

Hábitos drogadictos

Cualquiera de ustedes, excepto don Mario Vargas Llosa, ha meneado la cadera en alguna discoteca, así que lo de la jefa de los finlandeses no tiene mayor trascendencia de la que agitan algunos borrachines de un tiempo nuevo que se les derrite entre los hielos. Los hábitos de consumo de drogas han ido mutando desde el carajillo del desayuno al pinchazo de burundanga, pero el problema sigue siendo la doble vara con la que se miden las cosas. Imaginen la que se podría liar si a la Guardia Civil le diera por hacer test de consumo de ansiolíticos, antidepresivos y pams varios, en cualquiera de las entradas de Madrid o Barcelona un lunes por la mañana. Pero las pastillas ni huelen, ni hacen humo, ni tampoco tienen, ni delante ni detrás, el apoyo férreo de una industria de guante blanco digna de cualquier cártel —de procedencia 'x' para no abusar de la denominación de origen— que defiende sus intereses ante gobernantes pagados por el mismo cártel. Testimonios recientes en 'Dopesick' o similares. Por eso se arma tanto revuelo y siguen existiendo diferencias sobre lo de colocarse legal o ilegalmente, las viejas tradiciones que habitan arraigadas en el subconsciente de todos y que parecen chocar con esas generaciones nuevas que van liquidando a las anteriores de forma natural, implacable e insolente.

Siguen existiendo diferencias sobre colocarse legal o ilegalmente, viejas tradiciones que habitan arraigadas en el subconsciente de todos

Lord David Owen, escritor, médico, rector de la Universidad de Liverpool y exministro de Sanidad británico, construyó en ' El poder y la enfermedad' (Siruela, 2009), un excelente ensayo en el que desgranaba algunas de las enfermedades y adicciones de los principales líderes del siglo XX. En él aparecen algunas obviedades, como la tracción de Yeltsin por el vodka —sin ositos—, hasta el globo con el que JFK estuvo gobernando los primeros nueve meses de su mandato, debido a las anfetas y esteroides que se autorregulaba por la enfermedad de Addison que escondía tras ese sueño americano en Wayfarers. El libro retrata varios perfiles que escondían los vicios de puertas adentro, como un pacto por el tropiezo, una tabla en la que se respetaba, desde la reciprocidad del error humano, a quien gobernaba. Era una forma de lealtad antigua, un código de calle, de jugador limpio que comprendía que el alterne tenía una explicación en la presión a la que estaba sometido el líder. No es fácil estar arriba.

El libro es un maná de información de cómo los gobernantes pueden llegar a tomar algunas decisiones en tales estados, que ni Sanna Marin recién llegada al Valhalla o allá donde acudan los normandos después de gastarse las últimas dos monedas del barquero en chupitos de tequila reposado. Hace tan solo diez años, España se enteraba de que los gintónics del Congreso de los Diputados se pagaban a 3,45 euros subvencionados en contratos de amigotes que vendían ginebra al mismo tiempo que hundían las cajas de ahorros más importantes del país. Todo esto es bien antiguo, los colocones y las élites gobernantes han sido buenos compañeros de viaje desde hace siglos, desde los festines de alcohol, sexo y comida de la vieja Roma y Calígula, de quien Séneca El Joven dejó escrito que “era un demente, caprichoso, derrochador y enfermo sexual”, a los viajes de vilca con los que el viejo imperio peruano se mantuvo en el poder en el S.V. Y las cosas no parecen haber cambiado tanto.

Los colocones y las élites gobernantes han sido buenos compañeros de viaje desde hace siglos

Kennedy, según Lord Owen, tenía la testosterona tan disparada que puso contra las cuerdas al FBI en numerosas ocasiones, cuestión aprovechada por sus enemigos. Parecido pasa con Putin, quien aprovechó las resacas de Yeltsin para despejarse el camino que le trajo aquí. Curiosamente, tanto Yeltsin como Kennedy, fueron los presidentes que más hicieron por la conquista de los derechos sociales en sus respectivos países, aunque sus errores humanos provocaran consecuencias terribles en la misma copa.

Foto: El primer ministro británico Boris Johnson, vestido de policía. (Reuters/Christopher Furlong) Opinión

El libro de Lord Owen también informa acerca del Síndrome de Hubris, concepto que nace del griego Hybris, y que significa desmesura. Alude al ego desmedido, a la sensación de omnipotencia y al deseo de transgredir los límites que los dioses inmortales impusieron al hombre frágil y mortal. ¿Exigimos un test de drogas a la primera ministra de Finlandia, pero nos dejamos engañar sin consecuencia alguna en España?

Mucho miedo da pensar que la política internacional de esta semana pase por hacer un test de droga a Sanna Marin, por un vídeo robado de una fiesta privada, cuando debería asustarnos más que no haya ninguno del presidente haciendo lo mismo, hoy que todo pasa en una pantalla, conciertos inclusive, o porque simplemente somos humanos, nos equivocamos y, al final, todos necesitamos de una barra, de una calada o de una pista de baile para recordarnos que estamos vivos. Yo les aseguro que el osito estaba deliciosamente frío y que guardaba un equilibrio exquisito entre el vodka y la fresa. Quién sabe lo que hubiera pasado si Yeltsin hubiese probado los ositos, quizás hasta se habría evitado una guerra.

La otra tarde, en un bar de mi pueblo, me acerqué hasta la barra para pagar la ronda que me tocaba. La camarera me ofreció, tras el bote, una cucharita al toque en la que yacía el cadáver de un osito de gominola ahogado en vodka, que parecía recién escapado de un gimnasio de pesas e hidrocortisona. Como a uno le cuesta horrores decir que no, cucharita que probé. Luego, comentándolo con algunos de los guajes que allí paran, me confirmaron que es lo más parecido al cubo que llenábamos nosotros con varios tipos de alcohol, hielo y zumos de frutas — que mitigaban la mezcla—, solo que actuaba más rápido, que es como se actúa ahora. También es un recurso muchísimo más barato, lo que les brinda el camino corto de llegar antes al mismo sitio y sin caer del todo por la cuesta abajo de una estrechez extrema y notoria.

Boris Johnson Drogas
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