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Las 'sugar babies' no hacen nada que tú no hagas (aunque te duela)
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'TRINCHERA CULTURAL'

Las 'sugar babies' no hacen nada que tú no hagas (aunque te duela)

Todo es negociable bajo la expectativa del triunfo y el espectáculo. Antes, a eso, simplemente, se le llamaba compromiso marital, pero ahora le otorgamos el valor del marketing

Foto: Un hombre utilizando un ordenador. (Istock)
Un hombre utilizando un ordenador. (Istock)

Hace un par de semanas llegó a mí una jugosa noticia. A un tipo gallego le habían birlado 8.100 euros en una llamada 'estafa sentimental'… El concepto me pareció de lo más creativo. Yo, que en mis arrebatos de cinismo vivo todo sentimentalismo como una sospechosa estafa, no pude resistirme a descubrir qué le había sucedido al pobre diablo.

Al parecer, el hombre había estado soltando billetes a una supuesta joven de 25 años a la que había conocido por una página web llamada Seeking.com, dedicada al fenómeno de los 'sugar daddies'. Este apelativo recae en aquellos hombres mayores que están dispuestos a pagar los caprichos de sus acompañantes a cambio de su lozana y tersa compañía. A la hora de la verdad, nada nuevo bajo el sol, pero el debate se reabrió en torno a la legitimidad de estas asociaciones. La caverna popular saltaba al cuello del susodicho, tildándolo de imbécil para arriba por caer en la trampa, y de alcantarilla andante para abajo por querer satisfacer sus apetitos de una compañía atractiva, empleando los recursos económicos de los que disponía, ahora que los de su atractivo se habían visto degradados.

Foto:  Foto: Reuters.

En general, abordando el tema, la repugnancia era el síntoma particular al hablar de ellos, y de víctimas, de pobres almas juveniles y descarriadas, de inocentes periquitas confusas, si se hablaba de ellas. Investigando superficialmente la página, sin embargo, no me dio esa sensación. No vi, precisamente, ingenuidad ni sumisión en las descripciones de ellas. Más bien parecían chicas conscientes y bien ilustradas en los beneficios de hacer de sus bellos atributos un negocio vital. Cosa que, seamos sinceros, es común a todos aquellos que los poseen. Hombres y mujeres cincelan su aspecto porque son conscientes de que el mundo trata mejor a los guapos que a los feos. Porque ser atractivo puede convertirse, perfectamente, en una profesión.

Y, mientras que el modelaje, la actuación y la fama son territorios exclusivos y reservados, la demanda de cuerpos tersos entre los cuarentones está cada vez más al alza. Lo cual, no es de extrañar… Cada año los hay más que están solteros, cada año los hay más que se sienten viejos y despojos por no alcanzar los estándares de belleza y, cada año, los hay más que, sobreviviéndoles todavía un capital monetario, que no se marchita y tiene buen reclamo, están encantados de intercambiarlo por las atenciones de una chavala pueril con la determinación de vivir mejor.

No son pocos quienes hablan de dicho intercambio, directamente, como un tipo de prostitución. Yo, sin embargo, veo a estas jóvenes más como geishas posmodernas. Más próximas a la concubina que a la pardala, aunque también más cerca del lupanar, que del manual de la buena esposa. Pero el asunto que me trae no es si esto nos parece un acto de lenocinio autogestionado, sino porque nos indigna tanto un intercambio de capitales que, de ser de otra naturaleza, nos parecería de lo más legítimo. Y, atención, uso muy conscientemente la palabra 'capital'…

El 'capital erótico' es el beneficio percibido por estar integrado en los cánones de belleza y atractivo de un sistema cultural

Hace años, Catherine Hakim acuñó un término revelador: 'capital erótico'. Según la autora, si hablamos de capital económico y humano, debemos también atender al capital erótico, que es el beneficio percibido por estar integrado en los cánones de belleza y atractivo de un sistema cultural. Las relaciones humanas son espacios de negociación. Siempre damos y obtenemos cosas en nuestras interacciones. Siguiendo esa línea, aceptamos ciegamente el capital erótico que se proporciona mutuamente una pareja. Su belleza, su gracia, el valor de su conversación y la eficacia de sus caricias, son activos que nos parecen dignos de armonizarse entre sí. El dinero, en cambio, se nos atraganta. Nos parece indigno que el capital económico pueda legitimar una unión.

Pero ¿acaso no es solo otra forma de beneficio? Las personas ven en sus amantes nichos de placer potenciales. Goces espolvoreados sobre la propia piel, sumados al regocijo de ser valorados por los demás. También, en la otra cara de la moneda, de ser juzgados y criticados por ellos. Una pareja atractiva es un chute en vena de autoestima y reafirmación, antes por la carga de poder y relevancia que exprime en el resto, que por los gusanos voladores que invoca en las tripas.

¿Por qué negar un pago económico ante semejante derroche de capital social? Habiéndose extinguido la riqueza erótica, parece legítima una compensación en billetes, por muy repugnante que pueda parecerle a los principitos y 'principesas' que, o bien nunca han experimentado esa necesidad, o nunca han tenido las herramientas para ser deseados. "La vejez es mala porque priva al hombre de todos los placeres dejándole los apetitos", que decía Leopardi. Salvo que no toda la vejez queda privada de los placeres, sobre todo aquella que puede permitirse su alto precio. Una cuenta que se paga jugosa porque la belleza te da control y empodera tus decisiones, que es lo que realmente destilan las 'sugar babies'.

Foto: Foto: iStock.

Este control, huelga decir, se mutila monstruosamente cuando la cosa pasa de un intercambio apalabrado y consentido, a un ejercicio de dominación injustificable. La serie italiana 'Baby' aborda el asunto desde este espectro intolerable. Una cosa es el uso consciente y consensuado de la belleza para ascender a una cotidianidad de privilegios deseada, y otra muy distinta verse forzada, a través de la manipulación y el abuso, a satisfacer los deseos de un privilegiado malnacido.

Aprovecho, además, este alto en el camino para aclarar algo. El debate aquí se centra en los 'sugar daddies', aunque también podría hablarse de las 'sugar mommies', que también existen, si bien resultan menos habituales. En mi caso, creo que esta diferencia exponencial se debe a los roles históricos que han restringido los medios de autonomía de las mujeres, frente a los hombres, relegándolas a menos capital económico. De ahí que su capacidad para jugar con el éxito de consumo sea menor. Un hecho que se ha visto además reafirmado en la sexualización más duradera de las mujeres con la promoción de las 'milf', frente a los no tan sabrosos, ni cotizados, 'pilf'.

Pero, volviendo al asunto, en Rusia, por ejemplo, el concepto de 'sugar daddy' está absolutamente integrado en el imaginario colectivo. Tanto que, en vez de tildarlos con términos más fisiológicos, directamente se les llama 'sponsor'. No debería de sorprendernos. Todo es negociable bajo la expectativa del triunfo y el espectáculo. Antes, a eso, simplemente, se le llamaba compromiso marital, pero ahora le otorgamos el valor del marketing.

"Todo es negociable bajo la expectativa del triunfo y el espectáculo. Antes a eso se le llamaba compromiso marital"

El capitalismo financiero ha reorganizado aquellas estructuras victorianas donde la dote y la jerarquía aristocrática eran los valores claves en una relación. Al menos en las altas alcurnias, la pareja era una escalera a la mejora de las condiciones de vida, por no hablar de la posición social familiar. Hoy, en Occidente, los imperativos del capital invocan en sus súbditos la construcción de una identidad basándonos en el consumo y la producción. Ambos elementos son la base para que chicas jóvenes deseen poseer, bajo el empleo de la nueva titulación aristocrática; el atractivo, una libertad de consumo que las eleve al Valhalla del triunfo social.

Confinamos, aun así, nuestro pensamiento en un romanticismo zafio que no es capaz de asumir una verdad: nos definen quienes nos rodean. Ya sea participando de su aquelarre, o luchando contra él, nuestra naturaleza gregaria hace que nos condicione la opinión de la tribu. La mayoría de las veces, mucho más de lo que nos gustaría. Temblorosos a ser juzgados porque quien nos dé la mano no sea suficiente y los demás lo vean.

Dentro de eso, habrá quien tenga la elevación, ¡la resplandeciente autoestima e independencia!, de pasearse con una morcilla de michelines mal repartidos y fogosa halitosis al hablar sin reservas. Pero, si somos sinceros con nosotros mismos, descubriremos que hacerlo es, innegablemente, un esfuerzo. Una apuesta, en escasas ocasiones, bendecida por la ceguera del amor, pero que, en la mayoría, aspira a una compensación. Fama, posición, veneración… todos sinónimos con una misma maldición; el dinero.

Foto: Un agente de policía en Argentina. (EFE/David Fernández)

La pasta tiene la ventaja y el delito de abrir todas las puertas. El "para todo lo demás" de Mastercard, envuelve prácticamente la totalidad de la idiosincrasia humana. El dinero, con todo, no puede parar el tiempo. La vejez, en la batalla por la atracción, es una enfermedad degenerativa que aleja progresivamente del triunfo. Un ring de competencia donde usamos todas las armas de las que disponemos... Ya lo definió frontalmente, hace décadas, Michel Houellebecq: "La sexualidad es un sistema de jerarquía social". Nada ha cambiado. Salvo, tal vez, que la hipocresía se ha generalizado más sanguinariamente.

Cuando Stefan Zweig dijo "es mejor ser olvidado que convertirse en una marca", el austriaco me puede lamer las bolsas posmodernas. No hay nada peor que ser olvidado. Ya no hay nada mejor que ser una marca. Si digerimos esta realidad en el exhibicionismo de las redes y en la transparencia reluciente de nuestras vidas, se nos agotan los argumentos para no aceptar que las 'sugar babies' busquen atajos a la hora de alcanzar esa consumista y pueril existencia. También que los 'daddies' peleen por mantenerse en el combate de la jerarquía sexual con sus nudillos dorados, ahora que los brazos y la piel empiezan a pedir tierra.

"Ritmos que parecen trasnochados, pero que se mantienen por su simpleza. Dinero a cambio de juventud, y viceversa"

Metemos cada vez más hondo el dedo en la llaga del fin del amor. Conforme avanzamos, removemos con fuerza añadida una uña quebrada que infecta la carne de los sentimientos y las ataduras hasta llegar al hueso, hueco y cascado, de la liberadora soledad. Lejos del apego, lejos de la piedad. Y no es de extrañar que haya quien quiera huir de eso. Que desee descolgarse de la moda. Venderse a formas más antiguas y absolutas de vivir. Ritmos que parecen trasnochados, pero que se mantienen por su simpleza. Dinero a cambio de juventud, y viceversa.

En palabras de Capote, "la vida es una buena obra de teatro con un tercer acto mal escrito" y, por mucho que Dylan Thomas reclamase que "al final del día debería la vejez arder y delirar", la realidad es que acabamos, como dice Amelie Nothomb, "implorando que allí donde no hay nada, exista algo"; un aperitivo esencial que nos aleje de ese "pacto honrado con la soledad" del que hablaba Gabriel García Márquez. Morir solo queda lejos de vivir la muerte sin compañía. Cuando uno se hace consciente de eso, no hay recursos que no se destinen a la empresa de ahogar el último suspiro entrelazando los dedos con otros. Y, ya puestos a pedir, que sean deditos finos, lisos, de esos que se graban a cámara lenta acariciando una espalda en las películas.

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Se me ocurre, no sé, tal vez, que deberíamos juzgar con menor atrevimiento los deseos ajenos. Sobre todo, cuando los nuestros son mismo perro, con distinto collar. Me viene a la cabeza que la fe es un estado en perpetua amenaza de descomposición, y que el dinero puede pagar la compañía de un alma que rejuvenezca a quien ya no le quedan otros argumentos para competir en la selva de la sexualidad. Pienso que, si hemos hecho del mundo una plutocracia descarada, criticar el síntoma obviando la enfermedad es un sentimentalismo perezoso. Que, si ahora tenemos 'geishas posmodernas' y 'sponsors', será por algo. Y vaticino, como un santero iluminado, que a quien no le guste se la va a tener que envainar, porque esto va para largo y cada vez a más…

Hace un par de semanas llegó a mí una jugosa noticia. A un tipo gallego le habían birlado 8.100 euros en una llamada 'estafa sentimental'… El concepto me pareció de lo más creativo. Yo, que en mis arrebatos de cinismo vivo todo sentimentalismo como una sospechosa estafa, no pude resistirme a descubrir qué le había sucedido al pobre diablo.

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