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Un verano de cine V | Asúmelo, Sandy, tu rollete te hace 'ghosting'
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Un verano de cine V | Asúmelo, Sandy, tu rollete te hace 'ghosting'

¿Qué pasa cuando el verano acaba y el amor queda en suspenso? El cine nos ha enseñado una cosa, pero la realidad a veces es distinta, sobre todo para las nuevas generaciones

Foto: Olivia Newton-John y John Travolta, en 'Grease'. (Cedida)
Olivia Newton-John y John Travolta, en 'Grease'. (Cedida)

Tampoco este año ha sido posible. Me he pateado de arriba abajo un destino veraniego con la camisa de lino remangada, he bajado un par de centímetros las gafas de sol como si fuese Marcello en ‘8 ½’ (Federico Fellini, 1963) y hasta he fingido leer en francés. Así y todo, no hay noticias de mi codiciado amor estival. Por lo que a mí respecta, he comenzado a tramitar mi baja en Filmin.

Y digo yo, ¡hasta cuándo vamos a seguir con esta farsa cinematográfica del amor de verano! Me pregunto si realmente tiene sentido seguir hablando de él ahora que siempre es verano si así lo deseas y en estos días en que los amores corrientes, de invierno y de capital, duran menos que una colección de Shein. Que el amor de verano ha muerto no lo digo yo, sino la evidencia científica, el más burdo empirismo. Amiga, date cuenta, lo que antes era la excepción, ahora es la norma: todos los amores son ya de verano, solo que a veces, en el mejor de los casos, el verano dura dos o tres años. Igual que el vídeo mató a la 'radiostar', las redes remataron el puro amor estival.

Igual que el vídeo mató a la 'radiostar', las redes remataron el puro amor estival

Consideremos, por ejemplo, el caso de Sandy, no sin antes llorar a Olivia Newton-John (introduzca aquí su minuto de silencio). ‘Grease’ (Randal Kleiser, 1978) es a día de hoy ciencia ficción y su metraje se vería seriamente reducido en su versión 'millennial/centennial'. Tras un verano de empalagoso amartelamiento, Sandy ‘stalkearía’ a placer a Danny Zuko y descubriría horrorizada al hortera de bolera que hace dos tardes le juraba amor cortés con versos de Petrarca. Eso sí, antes no había decidido seguirlo y perseguirlo por todas las redes para caer pronto en la cuenta de que Danny le hace un ‘ghosting’ de campeonato. Su encuentro en el Instituto Rydell estaría ya viciado de entrada. Y no hemos pasado del minuto 5.

El caso de Baby (‘Dirty Dancing’, Emile Ardolino, 1987) se me antoja aún más comprometido. A mí Patrick Swayze me da mala espina en cualquier película de su filmografía y no me cabe duda de en qué tipo de embrollo se estaría metiendo la jovencita si la peli durara media hora más. Hablo de algo semejante a lo que le sucede a otra heroína de Éric Rohmer (creo que lo he citado a lo largo de toda esta serie), la protagonista de ‘Cuento de invierno’ (1991). Mi reseña de Filmin (aún no me he dado de baja) dice: “Durante las vacaciones de verano, Felicia y Charles tienen un apasionado romance, pero debido a una confusión de direcciones pierden el contacto”. El problema no es solo que ella haya perdido el teléfono y él encima haya cambiado de casa, sino que regresa del verano embarazada. La cinta, melancólica y emotiva búsqueda del amor extraviado con hermoso empecinamiento, se habría resentido muy mucho en la actualidad. Probad a no encontrar a alguien en Google; probad a querer a alguien más de dos tardes.

placeholder Fotograma de 'Cuento de invierno'. (Cedida)
Fotograma de 'Cuento de invierno'. (Cedida)

Tampoco Cary Grant y Deborah Kerr (‘Tú y yo’, Leo McCarey, 1957) las hubieran pasado canutas para encontrarse en el Empire State Building. Toda la trama se basa en la mala pata, el 'fatum', de que ella tiene un accidente el día en que debe encontrarse con él. Ambos se han citado seis meses antes en un trasatlántico. La propia cita en diferido y sin cantidades torrenciales de fueguitos en Instagram antes del encuentro pierde sentido a ojos 'centennial'. Probablemente, antes de verse las caras ya lo habrían visto todo en pantalla. ‘Ya si eso lo dejamos…’.

Lo propio del amor de verano (y acaso lo poético) era su caducidad preestablecida, sus límites inexorables y la paz que daba al alma que no existieran ni Ryanair ni WhatsApp. Las historias estivales tenían comienzo, nudo y desenlace, todo en días o semanas, y pare usted de contar. Lo entiende a la perfección la solterona interpretada por Katherine Hepburn en ‘Locuras de verano’ (David Lean, 1955), que no se hace ilusiones: lo que pasa en Venecia queda en Venecia. Su rollete, señor italiano, con el 'charme' que dan las canas en los flancos, le pide que se quede, pero todos sabemos que lo que dice un italiano al borde de la cama difiere mucho de lo que dirá fuera.

Una vez llegaron a nuestras vidas aviones y redes, los amores a distancia son técnicamente posibles, pero paradójicamente menos probables: la voluntad se ha quedado por el camino y siempre hay otro más a mano. En consecuencia, todos somos Rick ('Casablanca', Michael Curtiz, 1942) recordando un tren que partió de la Gare du Nord sin ella. La distancia no es el olvido, es algo mucho peor y mucho menos romántico: es la indiferencia y la insignificancia. El amor 'en visto'.

placeholder Un fotograma de 'Tú y yo'. (Cedida)
Un fotograma de 'Tú y yo'. (Cedida)

Cierto que esto también sucedía cuando las relaciones eran epistolares. François Truffaut lo explicó bellamente en 'Las dos inglesas y el amor' (1971), donde Claude se promete a un año vista con una de las dos chicas del título, inquilina de un 'cottage' ideal en un acantilado. ¡Quién no se enamoraría en tan propicio enclave! Sin embargo, de vuelta a París, su decisión flaquea, decae, se deshincha; Claude lo quiere todo, un continuo poliamor. La carne es triste, ay, y París no se acaba nunca. Entre tanto, Muriel lo aguarda en balde en algún frío caserón de Londres: "No es el amor el que complica la vida, sino la incertidumbre del amor".

Es posible que hayáis notado que estoy de un cínico que bien pudiera escupir por el colmillo sin haberlo antes practicado. Podría perfectamente decir cosas horribles, como que Oliver ('Call Me By Your Name', Luca Guadagnino, 2017) siempre estuvo casado y su verano es la pantomima de un heterocurioso. O que el Gregory Peck de 'Vacaciones en Roma' (William Wyler, 1953), con lo sensato que siempre parece este chico, decide publicarlo todo, con pelos y señales, y encima gana un Booker Prize: ‘Todo lo que hice con la princesa Anna (y dos o tres cosas que me callo)’.

placeholder Fotograma de 'Las dos inglesas y el amor'. (Cedida)
Fotograma de 'Las dos inglesas y el amor'. (Cedida)

Sin embargo, quiero redimir a una pareja, solo una: los protagonistas de '¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?' (Billy Wilder, 1972). Durante años fue considerada una película menor de Wilder y no cabe duda de que su imagen de Italia es tópica a más no poder, pero prueba a encontrar algo tan ligero y tan redondo. Wendell Armbruster (Jack Lemmon) viaja a Ischia para reconocer el cadáver de su padre; allí conoce a una secretaria londinense, que resulta ser la hija de la mujer con la que el viejo Armbruster, casado en América, se veía año tras año en el monumental Hotel Excelsior. Esta solución intermedia y episódica me parece la única convincente y operativa para alargar un amor de verano sin dejar a la pareja ni constituir una nueva condenada al fracaso. Una hipotética secuela podría titularse 'El año que viene en Ischia', que suena mejor que aquella pesadez gafapasta de Alain Resnais, 'El año pasado en Marienbad' (1961).

Lo cierto es que hasta la infidelidad adquiere tintes épicos cuando el amor se ejecuta en Italia y se circunscribe al verano, cuando muere pletórico y no en la abulia rutinaria, cuando el esplendor en la hierba, la gloria en las flores, subsiste en el recuerdo. Entonces, todo está perdonado y a cada ‘Breve encuentro’ (David Lean, 1945) le sigue un doloroso, pero dulce regreso a casa. Si tenéis suerte, os recibirán con el hogar encendido y una frase para enmarcar: "Has estado muy lejos. Gracias por volver a mí".

Tampoco este año ha sido posible. Me he pateado de arriba abajo un destino veraniego con la camisa de lino remangada, he bajado un par de centímetros las gafas de sol como si fuese Marcello en ‘8 ½’ (Federico Fellini, 1963) y hasta he fingido leer en francés. Así y todo, no hay noticias de mi codiciado amor estival. Por lo que a mí respecta, he comenzado a tramitar mi baja en Filmin.

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