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Esta es la temperatura óptima a la que has de masturbarte para salvar el planeta
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Esta es la temperatura óptima a la que has de masturbarte para salvar el planeta

Esto es insoportable. Aquí no llueve más que napalm. Napalm y ultraderecha, eso llueve. Todo se agrava con el calentamiento

Foto: Foto: EFE/Fernando Alvarado.
Foto: EFE/Fernando Alvarado.

¿Cómo salvar el planeta?, te preguntas, mientras chupas con fruición tu chai de herboristería recolectado en la Patagonia a través de la áspera pajita de cartón troquelado procedente de vertederos ecológicos. ¿Cómo frenar esta calorina? ¿Cómo revertir los infernales agostos expandidos y devolverlos a su redil veraniego? ¿Cómo salvar el mundo, y presumir de ello, a poder ser?

Esto es insoportable. Aquí no llueve más que napalm. Napalm y ultraderecha, eso llueve. Todo se agrava con el calentamiento. Las viejas sufren síncopes entre las yogurterías de Malasaña, los vencejos chocan como piedras inertes contra tus ventanas doble-aislante, y los malditos taxistas cavernícolas se resisten a deponer sus armas, pasarse al Tesla, abolir la gasolina y no volver a atufar la ciudad.

Foto: Ricardo y su guitarra, en la parada de Antón Martín. (A. F.)
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Tú, en cambio, haces todo lo posible por salvar el mundo. Teletrabajas, pagas tus impuestos, te refrescas siguiendo los consejos que publica el S Moda, vistes ropa confeccionada con tejidos inteligentes, supertranspirables, si es posible procedentes de plástico recogido del mar por los atuneros noruegos y reciclado por Ecoembes. ¡Bien caro te sale salvar el mundo! ¡Tu dinero te cuesta!

En cambio, ¿qué hacen esos? No quieren bajar el aire acondicionado del restaurante, los explotadores de camareros, ni apagar por la noche el escaparate de Modas La Puercanica, esa mercería a la que nunca entrarás a comprar, ni por lo más sagrado, pero por la que protestarás cuando eche el cierre para abrir otro McDonald's. No quieren echar el freno, no quieren abrir ventanas, ni cerrarlas, cuando corresponde.

De pronto, el Gobierno ha dicho que todo depende de ese escaparate. De ese escaparate, de esa corbata y del aire acondicionado, de los lugares frecuentados por los votantes. Y tú, que hace una semana decías que las calles tenían que estar más iluminadas para llegar sola y borracha a casa, ahora la emprendes a pedradas tuiteras contra el comerciante que enciende las luces por encima de las posibilidades del planeta.

Ahora cobras conciencia de que la pobreza energética debe ser obligatoria para todos

Y tú, que hace una semana me estabas hablando de la explotación de los camareros en los chiringuitos, de pronto has decidido que es inmoral que esa gente trabaje en locales acondicionados a una temperatura tres grados por encima del Apocalipsis. Explotados mal, acalorados bien.

Y tú, que cuando gobernaba el PP me estabas hablando todo el santo día de la pobreza energética y de la obligación del Estado de poner las casas de los pobres a 34 °C en invierno y a 19 °C en verano, ahora cobras conciencia de que la pobreza energética debe ser obligatoria para todos y el único camino para salvarnos de la destrucción.

Y tú, que cuando estaban los niños helados en clase por la cosa pandémica hubieras colgado de un poste de la luz al profesor que cerraba la ventana, porque las ventanas cerradas eran muerte, ahora abominarás del profesor que ventile la clase cuando viene la muchachada hediendo a zarangollo podrido después de gimnasia. Porque es anticlimático.

Foto: Un barco con GNL es remolcado hacia una central térmica en Futtsu, Tokio. (Reuters/Issei Kato)

Buf. La capacidad de los salvadores de pobres para convertirse en salvadores de ecosistemas es admirable. El problema es la contradicción, pero la contradicción dejó de ser un problema. Resumen: todo, todo, todo lo que se haga por el bienestar de la clase obrera es cien por cien contradictorio con lo que se haga por la salvación de los lobos, los ecosistemas y la posidonia. Países emergentes, extensión de la clase media, enriquecimiento de los desposeídos: esos son, hoy, algunos de los grandes enemigos del mundo.

Y dado que los mismos que dicen que hay que salvar al trabajador quieren salvar el planeta, se producen milagrosas transformaciones.

En China e India la gente quiere vivir confortablemente. La Madre Gea no podría haber recibido una noticia peor. Y aquí no podemos seguir siendo solo camareros y cocineros para la guirisfera, hay que poner fábricas otra vez. ¿Cómo defender eso al tiempo que se salva el mundo?

El arrebato de salvar el planeta que nos ha entrado en agosto es, por desgracia, como cualquier otro arrebato. Tiene más de culpar al adversario de todos nuestros males que de iniciar cambios de calado. Mientras Alemania reabre centrales térmicas, cualquier penitencia que acepte el español medio es homeopatía. En España podremos poner normas, como en Europa. Pero mientras tanto, alguien seguirá produciendo toda esa mierda que creemos que necesitamos comprar.

Si os dais cuenta, la solución al cambio climático tiene que venir de los demás, de los gestos de los demás. Se establecen medidas que casi parecen cribas. Los demás hacen menos sacrificios que tú, ¡porque tú crees que haces muchos sacrificios! Compraste esas bombillas led, echaste la bronca a un autobusero con el aire a toda castaña y te tragaste el último documental de Netflix sobre el mundo desértico en que morirán nuestros hijos con la luz apagada.

Se vierte a la atmósfera más dióxido de carbono diciendo que hay que reducir el dióxido de carbono que callándose.

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Pero aquí todo depende de concienciar a los demás. De modo, que: el hostelero y el vendedor de aspiradoras tienen que trabajar a 29 °C, tú tienes que refrescarte con un agua de Vichy con MDMA a la misma temperatura, y hay que cerrar las ventanas muy fuerte, entonando una oración. Si mañana dicen que haciendo el pinopuente gastamos menos energía, iremos haciendo el pinopuente hacia la terminal 2, con nuestro billete de avión, que nos costó 30 euros, en el móvil.

Así, mientras mides los kilos de dióxido de carbono que provoca tu paso por el mundo en la 'app' de Triodos y destinas el 1% a sufragar el 'crowdfunding' de una asociación de koalas víctimas de la tala de eucaliptos, te dices: ¡los buenos y los malos! En España hay gente que salva el mundo y gente que lo destruye.

Así que, ¿de cuántas formas tenemos que ritualizar nuestra vida en una sociedad global consumista y soportada en el crecimiento imparable? ¿A partir de qué tirabuzón deja de ser ecológico tirarse por un trampolín a la piscina del chalet? ¿Qué paso de baile para TikTok he de escenificar al abandonar el avión Ryanair que me llevó sin necesidad a Roma, porque yo también merezco un descansito? ¿A qué temperatura hay que masturbarse para no destruir tanto el planeta?

Próximamente, en su diario ético.

¿Cómo salvar el planeta?, te preguntas, mientras chupas con fruición tu chai de herboristería recolectado en la Patagonia a través de la áspera pajita de cartón troquelado procedente de vertederos ecológicos. ¿Cómo frenar esta calorina? ¿Cómo revertir los infernales agostos expandidos y devolverlos a su redil veraniego? ¿Cómo salvar el mundo, y presumir de ello, a poder ser?

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