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'Vortex': el mejor Gaspar Noé y el insoportable peso de hacerse viejo
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'Vortex': el mejor Gaspar Noé y el insoportable peso de hacerse viejo

No hay violaciones ni drogas lisérgicas ni música machacona en la última película de Gaspar Noé. Pero sí un puñetazo que va directamente hasta la boca del estómago

Foto: Argento y Lebrun son la pareja protagonista de 'Vortex'. (Elastica/Filmin)
Argento y Lebrun son la pareja protagonista de 'Vortex'. (Elastica/Filmin)

Esta vez no hay luces estroboscópicas ni música machacona ni bebida adulterada ni brujas en la hoguera ni violaciones ni tráfico de drogas ni asesinatos ni neones ni 'ménage à trois' ni estridencias. Esta vez Gaspar Noé perfora desde las profundidades, desde la repetición, horadando imperceptible como una gota china o un taladro de mano hasta llegar al estómago. Es 'Vortex', vórtice, torbellino. Es el único punto lúcido en medio de una tormenta que arrastra todo a su paso. Es confusión y maraña. Y es la última película —de momento— del director francoargentino, que después de pasar por Cannes Première y secciones paralelas de Locarno y San Sebastián, llega a las salas españolas. El terror, esta vez, no se encuentra en la adulteración visual, en ese acontecimiento que altera el orden natural de las cosas, sino que se esconde en el orden mismo. La imposibilidad de escapar a la decrepitud y la muerte.

Esta vez es una pantalla partida. Dos puntos de vista. Dos vidas. Él (Darío Argento) es un intelectual jubilado que vive sumergido entre libros. Ella (Françoise Lebrun) es su enlace con el mundo más pedestre, la encargada de mantener la casa, los cimientos de la familia. Llevan muchos años casados. Fueron intelectuales de esa izquierda que buscó la playa bajo los adoquines. Ahora descansan su vejez en un piso señorial del centro de París. Pero el orden natural de las cosas, de pronto, irrumpe en esa plácida cotidianidad cuando ella comienza a desorientarse, a mostrar signos de deterioro cognitivo. Los pasillos se convierten en laberintos, las palabras se pierden en la espesura de su cabeza. La indignidad del envejecimiento, del deterioro físico y mental, se abre paso para anunciarnos su inevitabilidad: todos vamos a morir y, los más suertudos, lo harán entre babas, excrementos y la prisión de un cerebro dañado.

placeholder Françoise Lebrun y Darío Argento, en 'Vortex'. (Elastica/Filmin)
Françoise Lebrun y Darío Argento, en 'Vortex'. (Elastica/Filmin)

La pantalla partida es la única extravagancia —o concesión— formal de una película que se aleja del efectismo galvánico habitual del cine de Noé. En 'Vortex', es el naturalismo más absoluto, la luz apenas dirigida, la cámara en mano en un seguimiento constante de los dos personajes que se van cruzando por el apartamento. Las revelaciones se encuentran en el detalle. Los dos ancianos van sufriendo pequeñas transformaciones en su día a día que, en el fondo, lo cambian todo. Dejarse —otra vez— el gas encendido. Perderse en los pasillos de un pequeño ultramarinos. 'Vortex' actúa como una dolorosa predicción que apela universalmente, porque todos nos vamos acercando a ese momento que tratamos de eclipsar en nuestro día a día llenándolo de quehaceres y distracciones. Porque podemos correr, pero no podemos escondernos, que dice la canción.

Noé consigue hacer corpóreo el tiempo que dura su película. Cada segundo se solidifica, se hace presente, para recordar que ya es pasado. Es la lava de un volcán que se desliza lenta pero imparable, para demoler todo lo que encuentra a su paso y convertirlo en un vestigio temprano. Y es tan lúcida como descorazonadora en ese ejercicio de proyección insalvable. A pesar de que el director defienda, a modo de broma seria, que es su película más optimista hasta la fecha.

placeholder Otro momento de 'Vortex'. (Elastica/Filmin)
Otro momento de 'Vortex'. (Elastica/Filmin)

Es cuando el crápula deviene abstemio cuando cunde el pánico. Después del nervio estupefaciente de 'Enter the Void', 'Love', 'Clímax' o 'Lux Aeterna', Noé se pone serio y circunspecto. Las imágenes en ambas mitades de la pantalla siguen a los dos personajes, a veces se cruzan, a veces muestran lo mismo desde diferentes perspectivas. Así podemos enmarcar el mundo de cada uno en ese pequeño recuadro. Argento, en su papel de anciano impaciente que no enfrenta muy bien el cambio de situación —hasta entonces, ha centrado su atención sobre sí mismo; ahora debe centrarla en su mujer—, debuta como protagonista a los 80 años en un papel hecho a medida y que consigue que en ciertos momentos olvidemos que nos encontramos ante una ficción.

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La presencia de Lebrun nos insiste en esa sensación permanente de presente pretérito. El público recuerda a esta actriz menuda como la Veronika de 'La mamá y la puta' (1973), de Jean Eustache, obra clave del cine francés pos Nouvelle Vague. Tenía 29 años. El mundo era más joven, más idealista. Más inconsciente y más arriesgado. También trabajó con Adolfo Arrieta, con Marguerite Duras, con Jacques Baratier. Ahora, muchos de ellos están muertos. Algunos, olvidados.

placeholder Cartel de 'Vortex'.
Cartel de 'Vortex'.

Esta vez no hay fiesta, pero Noé mantiene esa visión tan característica suya de una naturaleza humana tortuosa y sufrida, en la que la tragedia acecha. Pero esta vez la construye desde una intimidad desnuda. En su magnífico cartel, la oscuridad se cierne sobre la pareja protagonista como un barullo de palabras ilegibles escritas con mano temblorosa que, parece, les acabará engullendo. "Para todos aquellos cuya mente se descompondrá antes que su corazón", reza la dedicatoria. 'Vortex' es una dichosa anomalía dentro de la filmografía del director, probablemente uno de sus trabajos más sinceros y personales —recientemente sufrió un problema grave de salud y fue también testigo en su familia de un caso similar al de la película—, una obra madura, directa y terca, que no deja un mínimo espacio para el consuelo.

El DJ para la música. La discoteca enciende las luces. La fiesta ha parado y ahora podemos vernos las caras.

Esta vez no hay luces estroboscópicas ni música machacona ni bebida adulterada ni brujas en la hoguera ni violaciones ni tráfico de drogas ni asesinatos ni neones ni 'ménage à trois' ni estridencias. Esta vez Gaspar Noé perfora desde las profundidades, desde la repetición, horadando imperceptible como una gota china o un taladro de mano hasta llegar al estómago. Es 'Vortex', vórtice, torbellino. Es el único punto lúcido en medio de una tormenta que arrastra todo a su paso. Es confusión y maraña. Y es la última película —de momento— del director francoargentino, que después de pasar por Cannes Première y secciones paralelas de Locarno y San Sebastián, llega a las salas españolas. El terror, esta vez, no se encuentra en la adulteración visual, en ese acontecimiento que altera el orden natural de las cosas, sino que se esconde en el orden mismo. La imposibilidad de escapar a la decrepitud y la muerte.

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