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Cosmopaletos: los españoles que aman incondicionalmente lo de fuera
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'TRINCHERA CULTURAL'

Cosmopaletos: los españoles que aman incondicionalmente lo de fuera

El 'cosmopaleto' no solo hereda lo que se le vende, también lo que se oculta bajo la curtida piel de lo que consume. Importar el 'American Way of Life' es traer a nuestras viejas costas más de lo que nos gustaría

Foto: Foto: EFE/Bienvenido Velasco.
Foto: EFE/Bienvenido Velasco.

De cuando en cuando, llegan informes del nuevo mundo que a los del viejo nos dejan pillados. Algunos, emocionados, como bengalas de San Juan, se encomiendan a las ocurrencias extranjeras, mitificando el exterior con un extraño complejo de inferioridad. El resto, sospechosos de tanta magnificencia, cuestionan los intereses y trucos ocultos en el alunizaje lleno de gloria de los nuevos fetiches de la, todavía culturalmente, superpotencia gringa. Pero, Dios, ¡qué alud de genialidades llega al añejo mediterráneo de las tierras del rodeo y las barras americanas! Es tan delicioso el sabor a triunfo… Tan sabrosa la pomposidad del espectáculo… ¿Cómo no rendirse a su interpretación de la vida? ¿Cómo no caer rendido al Sueño Americano, aunque sea indirectamente en la pobre Iberia?

Llegan, a pesar de todo, pequeños calvarios para los amantes incondicionales del exterior. Los fariseos de su civilización, los que dicen 'crush' en vez de pillado hasta las trancas, reniegan del cine que educó a sus abuelos, de la barra metálica, el camarero con palillo y el '¡tacataca!' compulsivo del bolígrafo contra su muslo, prefieren 'Fast and Furious' a 'Deprisa Deprisa' y presentan insobornable homenaje al 'Crispy Chicken' frente al cocido madrileño, son unos cosmopolitas ciegos. Unos internacionalistas cutres. Unos 'cosmopaletos'. Y ahora que de la tierra de las oportunidades les llega la buena nueva de una ley del aborto decimonónica, ellos, tan globalizados y generosos con el progreso, cargan cara de sota. Se arropan, fríos, helados, castañeando los dientes como roedores, en las calurosas mantas de la excepción. Niegan que su admirada cultura 'hit' esté infectada hasta el tuétano de semejante vulgaridad. Relegan el traspié a uno de tantos hechos aislados, sin darse cuenta de que comprar una parte del 'soft-power', es comprar el pack completo.

Foto: Personas caminan por el centro de Madrid. (EFE/Sergio Barrenechea)

El 'cosmopaleto' no solo hereda lo que se le vende, también lo que se oculta bajo la curtida piel de lo que consume. Importar el 'American Way of Life' es traer a nuestras viejas costas los programas de telerrealidad, la comida basura, los anglicismos de moda y la productiva cultura de la autoexplotación, pero va igualmente de la mano un narcisismo identitario del que germina un individualismo caciquil. El Destino Manifiesto de las ideas bajo las cuales una persona, ¡la persona!, es un ser que solo se debe a sí mismo y a su precario razonamiento. Cuando uno se erige en la medida de todas las cosas, no atiende a las circunstancias ajenas. Se deprime, y sectariza en consecuencia, a fin de revelar un propósito para una vida de la que se cree tan dueño, que termina creyéndose también de la de los demás.

Importar la americanización implica importar un complejo de Aristóteles ególatra, una virulencia fanática que cimenta reaccionarismos que no son propios de nuestra esencia comunal, y que van desde las repugnantes iglesias de conversión a la reciente prohibición del aborto. Porque negar la interrupción del embarazo a las mujeres es creerse con la potestad de tomar una decisión sobre sus cuerpos. Una convicción, no ya dominada por el despotismo religioso, sino por una incuestionable fe en las propias ideas como las únicas verdaderas. Con la paradoja, por cierto, de berrear contra un "auténtico genocidio" calzándose los zapatos de la reacción más emocional al fenómeno de la muerte del embrión, mientras se delega en la suerte y una meritocracia pútrida el devenir de las personas. Hasta el punto de que, por ejemplo, su antagonismo, los ancianos, sujetos carentes de oportunidades de seducción o producción, hacen de sus cuerpos deteriorados objeto de una incomodidad, a veces incluso una repugnancia, que avanza hacia lo unánime. La agonía del vivo resulta una tarea mucho más compleja de abordar que la de delegar la responsabilidad de una vida potencial en una mujer que no tiene los recursos, económicos o psicológicos, para hacerse cargo de ella. Ya lo decía George Carlin: "Para los antiabortistas si eres prenatal estás bien, si eres preescolar estás jodido". Resulta sencillo defender la vida cuando la propia está bien asegurada. Y aquí no vale relegar el problema a una falta de precaución. Todos sabemos que el error, la irresponsabilidad y la mala suerte son escenarios tan propios del ser humano, como su capacidad para encontrarles solución.

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Vivimos una sociedad confundida y apática, que comienza a refugiarse en valores anacrónicos y severos, marcados por las jerarquías tradicionales y la sumisión de la mujer. Un viraje natural que viene marcado por la soledad, material y metafísica, a la que nos arroja una existencia atomizada, de movilidad constante y lazos frágiles. De algún modo, puede ser normal que, habitando un tiempo triste bombardeado por imágenes felices, haya quien intente arroparse en ideas absolutas como ¡la vida! La vida a toda costa. Incluso a riesgo de destruir otras, incluida la que se pretende defender. El porqué reside en que, como 'cosmopaletos' en potencia, hemos adquirido una creencia. ¡La verdadera religión posmoderna! Su principal mandamiento; que, como individuos, únicos y aislados, tenemos tanto el poder, como la obligación, de inmiscuirnos en las decisiones ajenas. Porque nuestro Destino Manifiesto es saber, más que nadie, lo que les conviene a los demás y al mundo que nos rodea.

En cualquier caso, este dictado del corazón al absolutismo no es una carretera unidireccional. Tan insoportables son los 'cosmopaletos' oportunistas, ebrios de altivez, que enarbolan la sapiencia norteamericana de negar el derecho al aborto, como los 'fascistoparanoides'. Gente a quien les convendría una lección de ciencia política para esquivar la mamarrachada de llamar a todo pensamiento conservador, no alienado con ellos, fascismo. Sobre todo, porque, cuando llega el fascismo de verdad, el adjetivo está tan trillado que pierde su poder de inquietar. Así, criticar el aborto no es fascismo, mal que algunos usen el término como terco comodín. El abecé del 'no me gusta lo que dices', síntoma del mismo narcisismo, tieso como el pene de un veinteañero ante la perspectiva de atajar la discusión y salirse con la suya.

Feligreses de mirar al exterior con devoción cuando les conviene, seguros de que, si a ellos les convence, es porque es lo justo y necesario

¡Aventajados son los dueños de la moral, hijos de Mammón y capitanes de la carrera de ratas hacia la razón absoluta! Feligreses de mirar al exterior con devoción cuando les conviene, seguros de que, si a ellos les convence, es porque es lo justo y necesario. 'Cosmopaletos' chaqueteros que niegan el pack de lo que consumen, sin ser conscientes de que su individualismo es parte y todo de lo que se echan nariz arriba, venido del otro lado del charco, alejándolos del comunitarismo (más o menos progresista) que aspira a un bienestar colectivo sostenido en el debate.

Y aquí no se salva ni Dios, incluido servidor, que tiene pendiente la secuela de 'Top Gun' y ayer cenó un wrap de pollo. Eso sí, acto seguido, acudirá al bar de Sergi con barra metálica y platos combinados, a debatir sobre el aborto. Consciente de que uno no es 'Todo un hombre', Amo del Universo, sino parte de un todo, donde merece más la pena escuchar, a ser sordamente escuchado.

De cuando en cuando, llegan informes del nuevo mundo que a los del viejo nos dejan pillados. Algunos, emocionados, como bengalas de San Juan, se encomiendan a las ocurrencias extranjeras, mitificando el exterior con un extraño complejo de inferioridad. El resto, sospechosos de tanta magnificencia, cuestionan los intereses y trucos ocultos en el alunizaje lleno de gloria de los nuevos fetiches de la, todavía culturalmente, superpotencia gringa. Pero, Dios, ¡qué alud de genialidades llega al añejo mediterráneo de las tierras del rodeo y las barras americanas! Es tan delicioso el sabor a triunfo… Tan sabrosa la pomposidad del espectáculo… ¿Cómo no rendirse a su interpretación de la vida? ¿Cómo no caer rendido al Sueño Americano, aunque sea indirectamente en la pobre Iberia?

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