Exposiciones

‘Paret’: la gran exposición del Prado sobre el pintor, alcahuete y némesis de Goya

Por Rubén Amón

'Paret', en el Museo del Prado

El museo rehabilita la ejecutoria de un artista excelente que fue desterrado a Puerto Rico por sus comportamientos depravados y que representó la academia rococó frente al desgarro goyesco

La pregunta sorprende a los transeúntes que circulan por el Mercado de San Miguel y la calle Mayor. ¿Conoces a Paret? El enigma se plantea sobre el dibujo a gran escala de una cebra. Y no es que el equino se llame Paret. Paret se llama el autor de la obra. Y de muchas otras más que ha exhumado y reunido el Museo del Prado para despejar las dudas que rodean a un artista eclipsado por Goya y desterrado a Puerto Rico.

Allí concibió una serie de autorretratos que lo mimetizan con el oleaje. Una visión exuberante de sí mismo que define toda la exquisitez rococó de sus pinceles y que lo describen entre la contrariedad y la melancolía. ¿Qué pintaba Paret en Puerto Rico? Resulta que Carlos III dispuso expatriarlo porque el artista madrileño (1746-1799) se pluriempleaba como conseguidor de mujeres en la corte del infante Don Luis.

La depravación alcanzó los oídos del monarca. No ya porque Luis Paret aportaba sus cualidades de alcahuete, sino porque él mismo participaba de las excentricidades palaciegas. No se atrevió a reproducirlas explícitamente en la serie de pinturas de la corte, pero la exposición del Prado, abierta hasta el 21 de agosto, ha localizado una interesante alegoría de la prostitución que aloja todas las habilidades académicas y estéticas del artista.

Una cebra de Paret

Un cuadro minúsculo. Un prodigio de veladuras y de texturas acristaladas. Una miniatura exquisita cuyo título, 'Joven dormida en una hamaca', encubre la trama erótica de la pintura, enfatiza el lenguaje metafórico de las flores rojas y evoca la fragilidad de la virtud femenina. La sugestión del cuadro y los avatares biográficos de Paret predisponen el interés de otra pintura controvertida y adyacente, 'La celestina y los enamorados', pero la campaña publicitaria del Museo del Prado ha privilegiado la estupefacción de una cebra. La única que había en Madrid. La posesión más estrafalaria del infante Don Luis. Y la expresión de la pureza técnica del accidentado pintor madrileño. ¿Conoces a Paret?

Cuadro Joven dormida en una hamaca de Paret

El eclipse de Goya justifica la subordinación del colega. Nacieron el mismo año. Y hasta escogieron el tema común de Aníbal para significarse ambos en los concursos pictóricos que organizaron las academias de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) y Parma (Italia). Las ha reunido el Prado. Y las expone como el origen de una ejecutoria extremadamente divergente. Paret representaría la agonía del antiguo régimen, la exquisitez académica, el viejo orden, los estertores del movimiento rococó, mientras que Goya significa la ruptura y el desgarro, el expresionismo. Y la extrapolación pictórica de un espacio mental colmado de fantasmas y de profecías.

Paret se recrea en el plano general con escenas de costumbrismo cortesano y una mirada amable

Por eso tiene sentido plantearse el juego de las diferencias, no ya en el contraste de las expresiones artísticas, sino en la descripción de Madrid y de la Corte. Cuesta trabajo creer que Paret y Goya frecuentaran los mismos salones. Y que pudieran coexistir el espesor galante y el miniaturismo del primero con la introspección psicológica del maestro aragonés.

Paret se recrea en el plano general. Describe escenas de costumbrismo cortesano. Y proporciona una mirada amable, agradecida. No le asiste la inspiración en las grandes pinturas religiosas, quizá como escarmiento al celestineo, pero el artista desterrado tuvo a su alcance la oportunidad de una redención. Carlos III le consintió regresar de Puerto Rico, a condición de que se mantuviera a una distancia de cuarenta leguas de la capital.

Paret decidió observarla en el País Vasco. Y prosperó como artista de paisajes marítimos, en el puerto de Bermeo, en la playa de la Concha. Un ejercicio de estilo y de resistencia a la vez. Un rompeolas que recelaba de los nuevos tiempos y que Paret convirtió en su propia burbuja, pintando a los marineros como si fueran cortesanos.