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Se acabó lo de esta noche chino o pizza: por qué la cultura 'millennial' puede morir
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Se acabó lo de esta noche chino o pizza: por qué la cultura 'millennial' puede morir

Ahora, los millennials son adultos y es probable que algunos de los hábitos sobre los que han construido sus vidas inherentemente inestables desaparezcan o se vuelvan inasequibles

Foto: Repartir comida entre alarmas antiaéreas: los 'riders' de la guerra de Ucrania. (Alejandro Martínez Vélez)
Repartir comida entre alarmas antiaéreas: los 'riders' de la guerra de Ucrania. (Alejandro Martínez Vélez)

Era una forma de vivir agradable. No había que pensar en ir a la compra: podías hacerla en la aplicación de Gorillas y te llegaba a casa a la hora convenida. Si te olvidabas, no había problema: a las 21:15 decidías si cenabas chino o pizza ante la aplicación de Glovo.

No era solo la comida. Podías moverte por la ciudad ignorando completamente los taxis, el abarrotado transporte público y, por supuesto, sin tener que hacer la inversión de tu vida en un vehículo. Las posibilidades eran casi inagotables: los coches con conductor de Uber, las motos de Muving, las bicicletas de Jump o los patines de Bolt. Incluso podías tener una oficina en cualquier parte del mundo reservándola en la app de WeWork o pillarte un colchón en Casper.

Esta forma de vivir se hizo muy popular en las ciudades, sobre todo entre los jóvenes hijos de la clase media. Podías improvisar, gastar relativamente poco, renunciar a unos cuantos costes que tradicionalmente eran fijos, eludir compromisos costosos y dedicar tu tiempo a lo que realmente querías y no a lo que tu madre o tu padre habían dedicado una parte desproporcionada de su vida. En realidad, esos hábitos de consumo se convirtieron en una cultura en sí misma, que definía, además de un determinado patrón de gastos, una actitud —la de no acumular, no planificar— y una visión muy novedosa de la economía, en parte forzada: esos servicios habían aparecido en un momento en que los sueldos se habían estancado y en el caso de los jóvenes, en ocasiones, eran directamente ofensivos.

Esos hábitos de consumo se convirtieron en una cultura en sí misma, que definía, además de un determinado patrón de gastos, una actitud

Pero el plan tenía un problema. Todas y cada una de las empresas que he mencionado tenían pérdidas. Todas se nutrían de rondas de financiación en las que los inversores metían cada vez más dinero con la esperanza de que las compañías siguieran sumando clientes, desgastaran a la competencia y, al fin, tuvieran beneficios y les hicieran ricos. Podían hacerlo porque durante más de una década el dinero fue gratis: los tipos de interés bajos o negativos establecidos por los bancos centrales permitían endeudarse hasta el infinito para invertir. Ahora dejará de ser así y esas empresas tendrán que comportarse como empresas normales: si tienen pérdidas, tendrán que despedir a trabajadores, reducir costes generales, subir los precios, operar en menos sitios. O cerrar. En España, ya lo han hecho Gorillas, Muving y otras. Lo harán muchas más.

Más ricos de lo que éramos

Este ha sido uno de los temas de la prensa económica y de estilo de vida durante la semana pasada. En la revista estadounidense The Atlantic, Derek Thompson explicaba que los tipos de interés bajos habían creado una situación en la que “parecía que Silicon Valley hubiera trazado un plan secreto para subsidiar la forma de vida de los 'millennials' urbanos”. En el FT, Sarah O’Connor decía que “en la década posterior a la crisis financiera de 2008, cuando para muchos los sueldos se estancaron, quizá esas aplicaciones nos dieran la sensación de que éramos más ricos de lo que realmente éramos”: a fin de cuentas, podíamos tener chófer privado —ese fue uno de los primeros eslóganes de Uber—, un chico de los recados que nos trajera en minutos nuestro último capricho y, como decía Getir, una aplicación de entregas ultrarrápidas, experimentar "a democratización del derecho a la pereza".

Los departamentos de 'marketing' ignoraban qué efecto tendrían en los 'millennials' la experiencia de crecer durante la crisis y la digitalización

Ambos periodistas son 'millennials', por lo que sus informaciones tenían que ver tanto con la economía en general como con sus experiencias y sus expectativas futuras. El primero reconocía que dejaría de coger Uber después de que, la última vez que usó la 'app', esta le pidiera 50 dólares por un trayecto de tres kilómetros. O’Connor reconocía un tanto perpleja que habían dado por sentado que podías pedir que alguien te llevara a casa una caja de galletas y una de ibuprofeno en cuestión de minutos. Pero la profundidad del cambio cultural que se producirá si, con los precios actuales, todos esos servicios se vuelven insostenibles y pasan a ser para gente de rentas altas, o directamente desaparecen, irán mucho más allá de la manera de desplazarse o comprar.

Los 'millennials' han sido una generación sobreobservada, porque los departamentos de Marketing de las grandes empresas ignoraban qué efecto combinado tendría en ellos la experiencia de crecer durante la crisis financiera sumada a la creciente digitalización en la que ha transcurrido toda su vida. Se hicieron interpretaciones absurdas sobre sus costumbres, como que no ahorraban para comprarse una casa porque consumían carísimas tostadas de aguacate en sitios de moda. Se afirmó que su renuencia a hacer inversiones duraderas podía destruir la economía. Se celebró que fumaban, bebían y se drogaban menos, pero la incógnita era: ¿qué harán en lugar de eso? Porque había que monetizar su tiempo, como se ha hecho con el de las tres últimas generaciones.

Ahora, los 'millennials' son adultos y algunos de los hábitos sobre los que han construido sus vidas urbanas pueden desaparecer

Ahora, los 'millennials' son adultos y es probable que algunos de los hábitos sobre los que han construido sus vidas urbanas, profesionales, mal pagadas e inherentemente inestables desaparezcan o se vuelvan inasequibles. Alguna gente mayor podrá sentirse vindicada y hasta vengada: "Pues que aprendan a cocinar", "no les pasa nada por ir al súper como hemos hecho toda la vida", "que cojan el metro", "que vayan al restaurante, y si no pueden tres veces a la semana, que sea una".

Incluso yo puedo sentir una tenue tentación a decir algo parecido. Pero sería una estupidez. Cuando terminé un libro en el que contaba el optimismo desmesurado que vivimos los españoles en los años noventa, y sus consecuencias negativas, le pedí a un joven 'millennial' que lo leyera. Me dijo: "Vosotros al menos conocisteis un momento de optimismo; nosotros hemos vivido siempre en el pesimismo". La crisis financiera, el populismo, la pandemia, ahora una inflación que puede durar años… Los servicios de 'delivery' y 'sharing' quizá les dieran la falsa sensación de que tenían más dinero del que en realidad tenían, pero parecían una solución aceptable para mantener una especie de sucedáneo de vida de clase media: no burguesa, pero sí cómoda y, además, sin compromisos ni planificaciones, y muchos menos los formalismos que arrastramos los mayores. A sus trabajadores se les vendió que sus empleos supondrían una optimización absoluta del tiempo y las ganas de trabajar. Sin embargo, la economía digital hizo promesas que, como estamos viendo, no va a cumplir. Y eso va más allá de poder decidir si, esta noche, chino o pizza.

Era una forma de vivir agradable. No había que pensar en ir a la compra: podías hacerla en la aplicación de Gorillas y te llegaba a casa a la hora convenida. Si te olvidabas, no había problema: a las 21:15 decidías si cenabas chino o pizza ante la aplicación de Glovo.

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