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El clan de los bombarderos: los renegados que cambiaron la guerra para siempre
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El clan de los bombarderos: los renegados que cambiaron la guerra para siempre

Durante los años previos a la II Guerra Mundial, en una base aérea de Alabama, un grupo de pilotos forjó una idea radical. ¿Qué pasaría si los bombardeos fueran tan precisos como para que las guerras pudieran librarse solo desde el aire?

Foto: La Fortaleza Volante. (Cedido)
La Fortaleza Volante. (Cedido)

Cuando, a principios del siglo XX, la gente pensaba en las aeronaves militares, imaginaba cazas de combate: aparatos pequeños y muy maniobrables que podían enfrentarse al enemigo en el aire. Pero ese no era el caso entre los renegados de Maxwell Field. Estos estaban obsesionados con los avances tecnológicos observados en el terreno de la aviación durante los años treinta. El aluminio y el acero reemplazaron a la madera. Los motores ganaron potencia. Los aviones eran más grandes y fáciles de pilotar. Disponían de trenes de aterrizaje retráctiles y fuselajes presurizados. Estos avances permitieron al Clan de los Bombarderos imaginar aeroplanos de una clase totalmente nueva: aparatos tan grandes como los aviones comerciales que habían empezado a transportar pasajeros de un lado a otro de Estados Unidos. Un avión tan grande y poderoso no se vería limitado a combatir con otros aviones en el cielo. Podría cargar bombas: explosivos pesados y potentes capaces de causar un daño significativo en las posiciones terrestres enemigas.

Pero, ¿por qué resultaría eso tan devastador? Porque si se colocaba uno de esos potentes y nuevos motores en uno de esos aviones gigantescos, sería capaz de volar tan lejos y tan rápido que nada lograría detenerlo. La artillería antiaérea sería para él como un puñado de cerbatanas. Los soldados enemigos, pequeños y molestos mosquitos, zumbando sin causar daño alguno. Ese tipo de aeronave podría tener carrocería blindada y ametralladoras en la parte posterior y en el frente para defenderse. Y así llegamos al primero de los principios de la doctrina propuesta por el Clan de los Bombarderos: el bombardero siempre resistiría.

placeholder 'El clan de los bombarderos'. (Taurus)
'El clan de los bombarderos'. (Taurus)

El segundo principio: hasta ese momento se había dado por supuesto que el único modo de bombardear al enemigo era amparándose en la seguridad que ofrece la noche. Pero si un bombardero era imparable, ¿por qué tendría que importar el sigilo? El Clan de los Bombarderos pretendía atacar a plena luz del día.

El tercer principio: si se podía bombardear a plena luz del día, sería posible ver aquello que se pretendía atacar. Ya no habría que atacar a ciegas. Y poder ver quería decir que se podría utilizar una mira de bombardeo: alinear el objetivo, sumarle las variables adecuadas, dejar que el aparato hiciera su trabajo y ¡bum!

Con una mira era posible lanzar las bombas desde gran altura, fuera del alcance de la artillería antiaérea

El cuarto y último principio: convencionalmente se creía que, al aproximarse a su objetivo, el bombardero tenía que volar lo bastante bajo para poder apuntar con precisión. En cambio, con una mira de bombardeo era posible lanzar las bombas desde gran altura, fuera del alcance de la artillería antiaérea. «Si pudiésemos hacer caer una bomba sobre un barril de salmuera desde diez mil metros de altitud»

Elevada altitud. A la luz del día. Bombardeos de precisión. Eso era lo que el Clan de los Bombarderos fue cocinando escondido en el corazón de Alabama.

Un grupo de rebeldes

El historiador Richard Kohn describió el clan del siguiente modo: "Tenían un aire universitario. Yo casi me atrevería a considerarlos una «banda de hermanos». Sin embargo, si no estabas de acuerdo con su doctrina, y algunos no lo estaban, podías […] no exactamente ser expulsado de la hermandad, pero sí resultar sospechoso, y se ponían en tu contra".

En el equipo de la Escuela Táctica había un piloto llamado Claire Chennault que se atrevió a poner en cuestión la ortodoxia del Clan de los Bombarderos. Lo echaron del pueblo.

Kohn prosigue: «Eran un grupo de rebeldes. Se metieron en campañas de relaciones públicas. Algunos de ellos escribieron firmando con seudónimo para promover la fuerza aérea».

placeholder Curtis LeMay (con pipa) analiza los planes para bombardear Tokio. (Cedido)
Curtis LeMay (con pipa) analiza los planes para bombardear Tokio. (Cedido)

No fui consciente de la audacia de la visión del Clan de los Bombarderos hasta que fui a Maxwell. Ahora se llama Base de la Fuerza Aérea Maxwell, no Maxwell Field. Es la sede de la Universidad del Aire, sucesora de la Escuela Táctica del Cuerpo Aéreo. Llegan personas de todo el mundo para estudiar allí. Entre el profesorado se encuentran algunos de los principales historiadores militares del país, así como expertos en tácticas y estrategias. Me senté una tarde con un grupo de profesores de Maxwell en una sala de conferencias a tiro de piedra de donde el Clan de los Bombarderos se reunía hace casi un siglo. Todos los documentos de la antigua Escuela Táctica se encuentran en los archivos de Maxwell, y los historiadores con los que hablé habían estudiado las conferencias y las notas de campo del clan. Me hablaron de Donald Wilson y de Harold George como si fuesen sus contemporáneos. Los conocían bien. Me sorprendió, sin embargo, algo diferente. Algunos de los historiadores con los que me reuní eran antiguos pilotos de la Fuerza Aérea. Habían pilotado modernos aviones a reacción y bombarderos invisibles, también aviones de transporte que valían millones de dólares, así que cuando hablaban de la Fuerza Aérea, hablaban de algo tangible, algo que habían experimentado personalmente.

Pero de vuelta a los años treinta, el Clan de los Bombarderos hablaba de algo teórico, algo que esperaban que llegase a existir.

Era un sueño.

Richard Muller, profesor de historia de la aviación en la Universidad del Aire, lo explica así: "No hay nada que pueda compararse con lo que ellos pensaban. Era como si fuesen puestos de cocaína. Lo comprenderías yendo a un museo, a un museo de la aviación. Puedes ir a Pensacola o al Museo [Nacional] del Aire y el Espacio o a [la Base de la Fuerza Aérea] Wright-Patterson y echar un vistazo a los aviones que existían en los años treinta, cuando se les ocurrieron esas ideas, y te preguntarás: ¿qué demonios? ¿Cuánta cocaína habían esnifado esos tipos?"

Uno de los inesperados placeres de hablar con historiadores militares es la irreverencia hacia sus propias instituciones. Muller prosiguió: "Estaban convencidos de que llegarían a donde aspiraban llegar. No sabían cómo. No sabían dónde, pero llegarían, y creerlo no era nada disparatado en aquel momento y lugar. Para ellos tener esta fe no resultaba poco razonable. Pero, en realidad, lo que pasaba en aquel grupo era que creían en el progreso tecnológico y en el desarrollo material; creían que podrían conseguir el avión que buscaban. Pasaron del B-9 al B-10, de ahí al B-12 y de este al prototipo B-15, al B-17 y al B-29 en cuestión de diez años, que es algo extraordinario, si lo piensas".

*Taurus publica este mes de junio 'El clan de los bombarderos', de Malcolm Gladwell.

Cuando, a principios del siglo XX, la gente pensaba en las aeronaves militares, imaginaba cazas de combate: aparatos pequeños y muy maniobrables que podían enfrentarse al enemigo en el aire. Pero ese no era el caso entre los renegados de Maxwell Field. Estos estaban obsesionados con los avances tecnológicos observados en el terreno de la aviación durante los años treinta. El aluminio y el acero reemplazaron a la madera. Los motores ganaron potencia. Los aviones eran más grandes y fáciles de pilotar. Disponían de trenes de aterrizaje retráctiles y fuselajes presurizados. Estos avances permitieron al Clan de los Bombarderos imaginar aeroplanos de una clase totalmente nueva: aparatos tan grandes como los aviones comerciales que habían empezado a transportar pasajeros de un lado a otro de Estados Unidos. Un avión tan grande y poderoso no se vería limitado a combatir con otros aviones en el cielo. Podría cargar bombas: explosivos pesados y potentes capaces de causar un daño significativo en las posiciones terrestres enemigas.

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