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'Aquellas que no deben morir': ¿usted cómo preferiría fallecer?
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'Aquellas que no deben morir': ¿usted cómo preferiría fallecer?

El colectivo Las Huecas revoluciona la escena con esta propuesta punk que se puede ver este fin de semana en La Casa Encendida de Madrid

Foto: Las Huecas, en 'Aquellas que no deben morir'.
Las Huecas, en 'Aquellas que no deben morir'.

Son cuatro cuerpos cubiertos con sábanas blancas. Sábanas blancas con dos agujeritos a modo de ojos sobre cuatro cuerpos que deambulan por el escenario, un poco perdidos, pero conscientes de que el público está identificando su presencia con esa imagen tierna e inofensiva de la muerte construida con ese disfraz casero que todos hemos usado de críos. Se acercan al micrófono y dicen: “Disculpen… ¿Quién es el último? ¿A quién le toca? ¿Quién es el siguiente? Porque… hace mucho rato que estamos esperando y la verdad es que no sabemos si vienen a buscarte o si tienes que ir tú… Si hay que ir individualmente o es más un tema de ir juntos porque, entre pitos y flautas, estamos aquí que no sabemos muy bien… ¿Habéis cogido turno? ¿Por qué número vamos?”.

Esos cuerpos desorientados que piden la vez para despedirse del mundo son los cuerpos de Las Huecas, el colectivo teatral formado por las actrices Júlia Barbany, Esmeralda Colette, Núria Coromines, Andrea Pellejero y la técnica Sofía Martori, y así abren su montaje, ‘Aquellas que no deben morir’. La obra se estrenó en octubre de 2021 en el Festival TNT de Terrassa, pasó luego por el Antic Teatre de Barcelona y llega por primera vez a Madrid, a La Casa Encendida, después de ser galardonada con el Premio de la Crítica en la categoría de Nuevas Tendencias y antes de formar parte de la programación del Festival Grec el próximo mes de julio. Las Huecas es una de esas jóvenes compañías a descubrir, a acompañar y a celebrar. De eso tratan estas líneas.

placeholder Escena de 'Aquellas que no deben morir'
Escena de 'Aquellas que no deben morir'

La Huecas nace en 2016, en el Institut del Teatre, donde estudiaban cuatro de ellas. Deciden presentarse al festival Croquis, que organiza la compañía Atresbandes en la Sala Beckett. Mandan un vídeo de 10 minutos y las seleccionan para hacer una residencia, de la que nace su primer montaje, ‘Projecte 92’. En esa pieza viajan a la Barcelona olímpica que apenas vivieron para cuestionar su relato triunfalista y a esos momentos de su infancia en los que comían pipas en los parques y en las plazas. Es posible que de esos ratos sentadas en un banco provenga el nombre del colectivo: “Salió en uno de esos ensayos que acabas tarde y yo creo que el nombre tiene que ver con las pipas que comíamos en los noventa, porque todas somos hijas de los noventa y comíamos muchas pipas, y con esas cáscaras huecas nos identificamos, esta es mi teoría y yo te digo esto, pero las otras te pueden decir otra cosa”, explica Andrea Pellejero a El Confidencial.

"Todas somos hijas de los noventa y comíamos muchas pipas, y con esas cáscaras huecas nos identificamos. Esta es mi teoría"

Terminan de estudiar, representan la pieza en solares autogestionados, salas alternativas de conciertos o en Instagram, montan una banda de punk llamada Las Buides y hacen un fanzine. En 2018 estrenan la obra en Antic Teatre. Defienden la idea de colectivo frente a la de compañía, la lentitud de los procesos, una manera horizontal de trabajar y una mirada política y poética. Son audaces en el uso del humor y las convenciones teatrales y en escena exhiben rabia punk con caretas de Samaranch y Maragall. Cuelgan el cartel de ‘no hay entradas’.

Tres años más tarde estrenan esta segunda pieza que abren vestidas como fantasmas, en la que hablan de la economía en torno a la muerte y de cómo recuperar la soberanía de nuestros duelos y despedidas en una sociedad que también mercantiliza nuestra desaparición. ‘Aquellas que no deben morir’ son ellas, las cinco.

Las jóvenes no podemos morir, solo podemos producir

“Aquellas que deben morir somos nosotras, porque las jóvenes somos inmortales”, explica Pellejero, “por esa creencia de la juventud de que nunca nos vamos a morir y también porque tenemos que ser productivas. No podemos descansar, no podemos parar, parar es dejar de producir, es una forma de morir y [en esta obra] nos preguntamos qué pasa, qué se activa cuando eres joven y productiva y te paras”. La obra nació antes de la llegada de la pandemia, cuando las lógicas del siempre guapos, siempre felices y siempre productivos no se habían interrumpido por el virus y decidieron preguntarse acerca de “lo que significa la muerte y cómo nos relacionamos con ella desde un punto de vista burocrático, y nos dimos cuenta de que no teníamos ni idea, no teníamos herramientas y no sabíamos cómo se gestionaba un duelo”.

placeholder Maquillar y cuidar un cadáver en escena.
Maquillar y cuidar un cadáver en escena.

Cuenta Andrea que la primera fase de trabajo la abordaron a partir del juego del amigo invisible, con sus papelitos y sus nombres, pero, en vez de hacer un regalo a la otra, le montaban un funeral. “Ahí se activaron los mecanismos y empezamos a trabajar sobre cómo nos gustaría morirnos, cómo nos gustaría que murieran los demás y cómo nos gustaría acompañar en el duelo”. Visitaron cementerios, tanatorios, buscaron ataúdes y cavaron su propia tumba todas juntas (hay vídeo). Y hablaron con gente que trabaja con la muerte de cómo hacer para que no esté unida al miedo, al asco o a la negación. Parece autoayuda, pero nada más lejos.

Amor por el bochorno

Tras esa escena inicial de fantasmas, Las Huecas tocan la flauta. Interpretan el 'Canon in D', de Johann Pachelbel. Tocan mal, suena terrible, y el público no sabe muy bien si lo hacen a propósito o es que no están dotadas para la música. Y aquí aparece esa audacia punk de la que hablábamos. “No sabemos tocar la flauta y somos muy malas con la música, ensayamos muchísimo para que salga perfecto, no queremos que salga mal, pero no nos sale, fracasamos y mostrar ese fracaso en escena nos parece importante, y es terrible porque la gente se ríe viéndonos sufrir y luchar para que eso suene bien”, dice Andrea Pellejero. A partir de esa vocación de mostrar lo fallido, Las Huecas dialogan y se confrontan con la mayoría del teatro actual, que busca llegar al estreno con el proceso más o menos acabado, a pesar de que los tiempos de ensayos sean cada vez más ajustados. También lo hacen cuando se definen como colectivo y no como una compañía tradicional, eliminando las jerarquías y obviando ritmos de creación y producción muy pautados.

Aparece en escena una tanatopractora que explica cómo se desinfecta, sutura, maquilla y cuida el cuerpo de alguien que acaba de fallecer

A Las Huecas les gusta explorar la imperfección y compartir eso que nos abochorna o nos avergüenza, esa estética un poco 'fake' y algo friki, la de hacer el ridículo y enseñarlo. Pero cuando el público ya está en sus manos y cree que ya entiende de qué va esta obra, aparece en escena una tanatopractora profesional (y real) que explica cómo se desinfecta, sutura, maquilla y cuida el cuerpo de alguien que acaba de fallecer. De las risas a la incomodidad en cuestión de minutos. Se llama Núria Isern y habla con delicadeza y cariño de un trabajo que ella entiende como una forma de devolver la dignidad a unos cuerpos de los que siempre se despide diciéndoles: “si ves a mis padres dales recuerdos y diles que aquí estamos bien, que manden dinero ¿vale?”. No es la única profesional real que aparece en escena, también veremos a Júlia Sánchez, miembro de Som Provisionals, un colectivo que genera redes para empoderarse en los procesos de duelo y que hablará del entramado económico montado en torno a la muerte por empresas que cotizan en el Ibex.

No hace falta ser rápidas, sino hacerlo juntas

Además de una mezcla de teatro documental y performativo, en ‘Aquellas que no deben morir’ hay referencias a la Ilíada, versos de Emily Dickinson y varias cosas deslumbrantes y dificilísimas: las cuatro actrices bailan con unos muñecos de madera, planos, de tamaño real, que ellas llaman monigotes y que llevan sus rostros pintados. Cada una baila con su doble, como si bailaran con su yo que ha muerto, en un baile que es un ritual de despedida y también de celebración. Y ahí Las Huecas también bordean el ridículo y despliegan punk, porque es difícil manejar los monigotes y sus movimientos a veces son torpes, pero ese antibaile (así lo llaman ellas) te clava en la butaca porque son cuerpos que bailan buscando una belleza libertaria alejada de esa otra armónica y canónica de la danza, con movimientos imperfectos y bruscos y poderosos y aparentemente anárquicos. Y, sobre todo, porque son cuerpos desnudos despojados de todo erotismo, cuerpos que anulan de manera radical la mirada sexualizada. Y conseguir eso no es nada fácil, por mucho que apeles al feísmo en el movimiento. Hay trabajo, feminismo y las ideas muy claras en una manera de entender el cuerpo femenino en escena que recuerda a la de Iniciativa Sexual Femenina, la compañía de danza de la escritora Cristina Morales.

placeholder Escena de 'Aquellas que no deben morir'.
Escena de 'Aquellas que no deben morir'.

Las Huecas dan el salto a Madrid y a un gran festival con apenas dos montajes en su trayectoria, se saben en ese lugar reservado a la expectación y la promesa, pero sostienen que su posición es “estar en retirada permanente y, a pesar de saber que nos están mirando, no terminar de creérnoslo y seguir con esa lentitud que nos define, apostar no por ir rápidas sino por ir juntas”.

‘Aquellas que no deben morir’. Creación: Colectivo Las Huecas. Intérpretes: Júlia Barbany, Esmeralda Colette, Núria Coromines y Andrea Pellejero. En La Casa Encendida de Madrid, 28 y 29 de mayo. En Antic Teatre, dentro del Festival Grec de Barcelona, del 7 al 10 de julio.

Son cuatro cuerpos cubiertos con sábanas blancas. Sábanas blancas con dos agujeritos a modo de ojos sobre cuatro cuerpos que deambulan por el escenario, un poco perdidos, pero conscientes de que el público está identificando su presencia con esa imagen tierna e inofensiva de la muerte construida con ese disfraz casero que todos hemos usado de críos. Se acercan al micrófono y dicen: “Disculpen… ¿Quién es el último? ¿A quién le toca? ¿Quién es el siguiente? Porque… hace mucho rato que estamos esperando y la verdad es que no sabemos si vienen a buscarte o si tienes que ir tú… Si hay que ir individualmente o es más un tema de ir juntos porque, entre pitos y flautas, estamos aquí que no sabemos muy bien… ¿Habéis cogido turno? ¿Por qué número vamos?”.

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