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Matar (en serie) por amor al arte
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Matar (en serie) por amor al arte

Juan de Oñate publica 'Summa Mortis', la crónica de un 'serial killer' contemporáneo que asesina a sus víctimas emulando la dramaturgia de las pinturas más truculentas

Foto: 'La muerte de Marat', pintada por Jacques-Louis David en 1793.
'La muerte de Marat', pintada por Jacques-Louis David en 1793.

La dimensión criminal de Caravaggio explica las conjeturas que 'denuncian' la firma de sus cuadros más cruentos. La hemorragia de un mártir la aprovecha el artista italiano para delinear la firma, como si existiera un hilo de sangre entre la obra y el autor. Le gustaba a Thomas de Quincey fantasear con el asesinato como una de las bellas artes. Y le resulta atractivo a Juan de Oñate concebir su novela negra (' Summa Mortis', Larrad ediciones) en la venganza de un asesino en serie cuyos crímenes se inspiran en las obras de arte más truculentas. Asesinatos en primer lugar, pero también autopsias y lecciones de anatomía. O un accidente, el de Ofelia ('Hamlet'), que estimuló el pulso funerario de John Everett Mallais.

El cuadro en cuestión aparece entreabierto en la portada de la novela. Y anticipa una conclusión que no acostumbra a sopesarse: la muerte es el género más recurrente de las artes plásticas. Y no solo por el inventario de santos martirizados, escenas bíblicas y batallas hemorrágicas, sino por la morbosidad y misterio que caracterizan a las pinturas más siniestras.

placeholder 'Summa Mortis'.
'Summa Mortis'.

Juan de Oñate propone en primer lugar las de Walter Sickert (1862-1942), pintor germano de repertorio sensacionalista, cuya fascinación hacia los asesinatos de Jack el Destripador llegó tan lejos que proliferaron insólitas conjeturas de complicidad criminal y de propagandismo.

El antecedente de Sickert sirve de inspiración al protagonista de 'Summa Mortis', aunque la principal habilidad del asesino en serie consiste en reproducir con esmero la dramaturgia y la escenografía de unas cuantas pinturas 'oscuras'. Una de ellas es 'La muerte de Marat', de tal manera que la víctima de la ejecución aparece en la escena del crimen a semejanza de la pintura de Jacques-Louis David, es decir, exánime en una bañera, desangrado. Y convertido en una pista enrevesada que reanima la trama audaz y trepidante de Juan de Oñate en un ingenioso juego de ambigüedades.

La gran pregunta del 'polar' no es tanto resolver quién es el homicida, sino quiénes son realmente los personajes que habitan 'Summa Mortis' y quiénes somos los lectores. Porque la novela interpela a la identidad. A la manera en que nos enmascaramos. A la contumacia con que nos escondemos, hasta el extremo de fingir lo que no somos y hasta el punto de trasladarle al prójimo una imagen premeditadamente distorsionada. Es el hábitat 'natural' del 'influencer' que aparece en la trama, un macho alfa depilado que sabe manejarse en la impostura de las redes sociales y que adquiere un papel intuitivo y protagonista en el desenlace de la novela negra.

La gran pregunta del 'polar' no es tanto resolver quién es el homicida, sino quiénes son realmente los personajes que habitan 'Summa mortis'

Consigue Juan de Oñate que pueda leerse 'Summa Mortis' con voracidad y magnetismo. Y describe con sensibilidad e ironía a los artífices de la investigación policial. Nadie más apuesto y perspicaz que el inspector Burdiel en su prestigio de 'perfilador'. Y nadie más compleja y mercurial que Paula Fierros, una profesora de arte que trata de redimir los errores del pasado adquiriendo el liderazgo técnico y erudito de la propia investigación.

El asesino la pone a prueba rebuscando en el repertorio de las pinturas sanguinolentas. Y no se detiene en esmerar la puesta en escena de las emulaciones y recreaciones. También las firma, como Caravaggio. Y recurre a códigos encriptados que 'identifican' sus próximas fechorías, de tal forma que el 'serial killer' se relame en su ingenio y su omnipotencia.

Foto: 'La muerte de Marat', pintada por Jacques-Louis David en 1793.

Juan de Oñate sabe de pintura y sabe de novela negra. Por eso, la confluencia de su experiencia y de su 'patrimonio' redundan en un relato ameno que él mismo sabe reanimar con fogonazos de sexo, guiños al Madrid urbano, tramas alternativas —de las familiares a las criminales— y uN retrato feroz de la sociedad contemporánea. No ya en su impostura y exhibicionismo, sino en la histeria de las redes sociales y en el papel irresponsable de la prensa, no digamos cuando se presenta el filón de un asesino en serie. Y cuando resucita el fantasma de Jack el Destripador.

Es el criminal que inaugura 'Summa Mortis', aunque la novela de Juan de Oñate sobrentiende otras reflexiones más o menos implícitas. Una de ellas tiene que ver con la venganza. Que no es justicia salvo para quienes la ejecutan. Y la otra consiste en que los grandes problemas humanos no son la vida, la muerte ni el arte, sino… los afectos y los sentimientos. Querer, ser queridos. Y hacer lo que haga falta para conseguirlo. Matar, si es necesario.

La dimensión criminal de Caravaggio explica las conjeturas que 'denuncian' la firma de sus cuadros más cruentos. La hemorragia de un mártir la aprovecha el artista italiano para delinear la firma, como si existiera un hilo de sangre entre la obra y el autor. Le gustaba a Thomas de Quincey fantasear con el asesinato como una de las bellas artes. Y le resulta atractivo a Juan de Oñate concebir su novela negra (' Summa Mortis', Larrad ediciones) en la venganza de un asesino en serie cuyos crímenes se inspiran en las obras de arte más truculentas. Asesinatos en primer lugar, pero también autopsias y lecciones de anatomía. O un accidente, el de Ofelia ('Hamlet'), que estimuló el pulso funerario de John Everett Mallais.

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