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Un padre secuestrado por Gadafi, un mes en Siena, un libro hipnótico y hermoso
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Un padre secuestrado por Gadafi, un mes en Siena, un libro hipnótico y hermoso

En 1990, cuando Hisham Matar tenía diecinueve años y estudiaba en la Universidad de Londres, su padre, Jaballa Matar, desapareció. Jaballa era un opositor al régimen

Foto: Siena (Fuente: iStock)
Siena (Fuente: iStock)

En 1990, cuando Hisham Matar tenía diecinueve años y estudiaba en la Universidad de Londres, su padre, Jaballa Matar, desapareció. Jaballa era un opositor al régimen libio de Muamar el Gadafi que había tenido que exiliarse en El Cairo. A sus hijos los había enviado a estudiar a Europa con nombres falsos, porque tenía pruebas de que el dictador de Libia tenía intención de matarlos o secuestrarlos. Un día, Jaballa fue detenido por lo que aparentemente era la policía secreta egipcia. Con la excepción de una carta, la familia nunca volvió a saber de él. Lo más probable es que le metieran en un avión sin identificar que le llevó de vuelta a Libia. Allí, dice su hijo Hisham, “fue encarcelado y gradualmente, como la sal que se disuelve en el agua, se le hizo desaparecer”.

Poco después de eso, desarrolló una costumbre, cuenta Matar en su nuevo libro, 'Un mes en Siena', que esta semana publica en castellano la editorial Salamandra. A la hora de la comida, se iba a la National Gallery de Londres. Allí, todos los días, se quedaba mirando un cuadro durante casi una hora. La semana siguiente, cambiaba de cuadro. Y así sucesivamente. “Hoy, más de un cuarto de siglo después, tras no conseguir encontrar rastro alguno de mi padre, sigo mirando los cuadros así, de uno en uno”.

placeholder 'Un mes en Siena' (Salamandra)
'Un mes en Siena' (Salamandra)

Con el tiempo, se dio cuenta de que los cuadros que más le gustaba mirar de esta manera particular eran los de la llamada escuela de Siena, un grupo de pintores que trabajaron en esa ciudad a finales de la Edad Media. Al principio, dice en este libro extraño, un poco hipnótico, una mezcla de memorias, ensoñación y reflexión sobre la orfandad, el poder y el arte, no sabía muy bien qué le llamaba la atención de esas pinturas. Eran simétricas, francas, casi provocadoras. “No puedo decir que me produjeran placer. Pero, casi en contra de mi voluntad, acababa volviendo siempre a ellas. Ahí estaban solas, ni bizantinas ni del todo renacentistas, como una orquesta que afina las cuerdas en el intermedio”.

Veinticinco años más tarde, Matar decidió ir a Siena, donde nunca había estado. Y ese viaje es el tema principal del libro. Primero con su mujer y luego solo, recorre las calles de la ciudad, hace observaciones sobre su arquitectura, recuerda momentos del pasado, habla con desconocidos y se hace amigo de un jordano que vive en la ciudad. Pero el centro de su visita, adonde vuelve varias veces, es el Palazzo Pubblico, la vieja sede del poder civil de la República de Siena. Más concretamente, la Sala dei Nove (Sala de los Nueve), el lugar donde se reunían los nueve magistrados que gobernaban la ciudad, una habitación de 8 por 14,5 metros en dos de cuyas paredes el pintor Ambrogio Lorenzetti pintó, en 1338, el fresco 'Alegoría del buen gobierno', que Matar llama "un himno a la justicia […] no solo la primera y más importante pintura laica, sino también la más insistentemente laica. Si el gobierno civil tuviera una iglesia, este sería su altar".

Bueno y mal gobierno

Matar dedica páginas a describirlo: las figuras que encarnan las virtudes que deben tener los gobernantes (la sabiduría, la fe, la caridad, la esperanza, la justicia, la paz, la fortaleza, la prudencia, la magnanimidad y la templanza), la manera en que los gobernados, los ciudadanos comunes, están representados con una cuerda en la mano que ha tejido otra de las figuras, la Concordia, una cuerda que acaba llegando a manos de una gran figura en lo alto, que encarna el Bien Común. Este, pues, queda unido a las virtudes por medio de la ciudadanía. Matar describe las caras de algunos personajes, piensa intensamente en las razones de ese buen gobierno y su opuesto, el mal gobierno, pintado también por Lorenzetti en la misma sala. El libro no es en absoluto político, pero Matar siempre parece estar contrastando ese gobierno virtuoso que conoció Siena, basado en el bien común, con su Libia natal, la tiranía de Gadafi, el secuestro de su padre, lo que le hace una religión a la vida civil.

placeholder Ambrogio Lorenzetti pintó, en 1338, el fresco 'Alegoría del buen gobierno'
Ambrogio Lorenzetti pintó, en 1338, el fresco 'Alegoría del buen gobierno'

Matar divaga. Divaga mucho: cuenta sueños, recuerdos, la música que escucha mientras cocina unas alcachofas en su piso de Siena. Son cosas que en principio me desagradan en un libro: me suele molestar el ensimismamiento del autor en sus pensamientos o sus acciones intrascendentes, no digamos ya que me cuenten un sueño. Pero Matar es un escritor talentoso que, sin ser demasiado explícito, hilando ideas y escenas aparentemente inconexas, consigue dar significado a la cuestión central del libro: un hijo cuyo padre desapareció por motivos políticos y que, veinticinco años más tarde, sigue preguntándose por las reglas básicas de la decencia social y la política, y por la posibilidad de, simplemente, llevarse bien con los demás, y por cómo el arte refleja todo eso. Porque Siena perdió ese buen gobierno que celebraba el fresco de Lorenzetti y, poco tiempo después, se sumió en el caos, la tiranía y la muerte.

Siena perdió ese buen gobierno que celebraba el fresco de Lorenzetti y, poco después, se sumió en el caos, la tiranía y la muerte

En Siena, dice Matar, se dio cuenta de la "probabilidad, ahora ineludible, de que tendré que vivir el resto de mis días sin saber qué le pasó a mi padre, cómo o cuándo murió y dónde pueden estar sus restos". Esa conciencia le llegó allí: “Siena era tan variada y coherente, tan pequeña y tan inagotable, que durante esos días parecía infinita. No era solo una alegoría o un estado mental, sino el yo como una ciudad, modesto y particular pero imposible de conocer del todo”.

Si usted, como yo, se asusta por el exceso de lirismo o por profundidades demasiado ambiciosas, haga una excepción. Como en los libros de Sebald o algunos de Naipaul, que no parecen tener más argumento que las divagaciones de su autor, en 'Un mes en Siena' esos pensamientos acaban conformando un bonito retrato de un hombre que solo quiere entender y consolarse un poco, y al que un puñado de pintores de hace más de medio milenio le ayudan a hacerlo.

En 1990, cuando Hisham Matar tenía diecinueve años y estudiaba en la Universidad de Londres, su padre, Jaballa Matar, desapareció. Jaballa era un opositor al régimen libio de Muamar el Gadafi que había tenido que exiliarse en El Cairo. A sus hijos los había enviado a estudiar a Europa con nombres falsos, porque tenía pruebas de que el dictador de Libia tenía intención de matarlos o secuestrarlos. Un día, Jaballa fue detenido por lo que aparentemente era la policía secreta egipcia. Con la excepción de una carta, la familia nunca volvió a saber de él. Lo más probable es que le metieran en un avión sin identificar que le llevó de vuelta a Libia. Allí, dice su hijo Hisham, “fue encarcelado y gradualmente, como la sal que se disuelve en el agua, se le hizo desaparecer”.

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