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Cosas que sucedieron en los setenta y que hacen imposible que podamos entendernos
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TRINCHERA CULTURAL

Cosas que sucedieron en los setenta y que hacen imposible que podamos entendernos

Los jóvenes son de Manhattan... y los mayores de París. Detrás de muchos de los desencuentros generacionales que vivimos late un cambio radical en la cultura extranjera de referencia

Foto: Ilustración: L. Martín/CSA.
Ilustración: L. Martín/CSA.

España está generacionalmente partida en dos y el asunto se puede abordar metiéndose en un par de jardines. Piensen en uno muy francés, por ejemplo en Versalles. Se observa desde arriba, o caminando entre parterres. Hay un plan maestro, una idea que subordina la naturaleza al servicio de un propósito estético o intelectual. Ahora piensen en uno muy americano, por ejemplo Central Park, donde se integra a las personas en un entorno silvestre pero controlado. Lo importante aquí no es tanto el concepto como su funcionalidad. No se disfruta observándolo desde la altura, sino formando parte.

Hay otras mil maneras de exponerlo. El plano ordenado de París contra la maraña de callejuelas y barriadas superpuestas de Londres. Los trajes impolutos de Macron frente al pelo enredado de Boris. Los cánticos dominicales de Harlem contra los curas lefebvrianos que ofician de espaldas y en latín. El Código Napoleónico contra la Common Law. Ensayos densos como bechamel, repletos de palabras rebuscadas en los que cuesta encontrar alguna conclusión… frente a libros de tres ideas sencillas y pegadizas como una melodía pop, sobrecargados de datos, gráficos e incluso alguna ilustración.

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La evolución de las dos potencias culturales del siglo pasado ha abierto una brecha generacional que no solo afecta a España, pero que en España es particularmente profunda. A finales de los años sesenta, el idioma extranjero más estudiando era con diferencia el francés. Su hegemonía se mantiene hasta que en 1970 se aprueba la Ley General de Educación, con la que se empieza a reemplazar en los centros de enseñanza media por el inglés. A partir de ahí se produce una transformación que se refuerza con la Logse de 1990. El estudio de lenguas extranjeras se adelanta a los ocho años y la mayor parte adoptan ya el inglés.

El cambio —la Transición cultural— fue lógicamente progresivo y siempre se pueden encontrar excepciones, pero las aguas se separaron en torno a aquellos años. Los nacidos antes de 1970 crecieron con referencias intelectuales en francés. Pero para los nacidos después de 1980, todo lo moderno estaba ya exclusivamente en inglés. El abismo cultural no ha hecho más que ampliarse y las últimas generaciones se desenvuelven en un mundo puramente anglosajón. En 2020, se tradujeron 6.483 libros del inglés, frente a 1.543 del francés y 1.260 del japonés. Hoy, por cada ocho estudiantes de inglés hay uno de francés.

Para las élites de la Transición, es un proceso doloroso de observar

No se trata solo de una cuestión lingüística, sino de un cambio de referente cultural que aflora en todos los debates. Permea en la lógica empresarial, en las tertulias, en la comunicación política, en la promoción de una carrera profesional, en el nivel de exhibición pública, en la aproximación a la tecnología, en el marketing, en la manera de afrontar un libro, una película o una producción musical... Antes de seguir, un matiz. Igual que el afrancesamiento fue siempre una cámara de eco de lo que ocurría en París, lo que el mundo anglosajón exporta no es una media de todo lo que sucede en sus latitudes, sino en sus áreas más pujantes: las costas de EEUU y Londres.

Pensemos en la interpretación de la guerra de Ucrania. Las encuestas muestran cómo España ha pasado de ser un país desconfiado con la OTAN a convertirse en uno de sus más convencidos defensores. Por la fuerza de los hechos, pero no exclusivamente. Estos días, los politólogos más jóvenes escuchan a los generales retirados hablar del conflicto en televisión y no se lo pueden creer. El desconcierto es mutuo: desde el otro lado de la trinchera se les acusa de estar entregados a la propaganda ucraniana, amplificada por el altavoz de los grandes medios anglosajones. Los jóvenes anglófilos van poco a poco tomando el relevo, importando ideas y ocurrencias de Estados Unidos. Y para los más mayores, empezando por las élites de la Transición, es un proceso doloroso de observar.

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La transformación, decíamos, no es exclusiva de España. El lingüista David Fernández Vítores recuerda que la entrada de Reino Unido en la Unión Europea terminó de desplazar al francés en todo el continente. El punto de inflexión, dice, se produce entre 1991 y 1992, cuando por primera vez el inglés se utiliza más que el francés para comunicarse en Europa. En otras latitudes suceden fenómenos similares. En el área postsoviética, el inglés se come al ruso como segunda lengua tras la caída del Muro de Berlín y se abre otro abismo entre generaciones. Con efectos parecidos, incluso más acusados.

En Francia, solo Macron y Pécresse eran partidarios de mantener a su país en la OTAN

Ni siquiera Francia se libra. Marc Basset, corresponsal en París, hablaba durante las elecciones francesas de la fiebre por la música ‘country’ en las ciudades del interior. Recordaba que los franceses, como los italianos, emplean cada vez más palabras y expresiones en inglés. Hay ciertas resistencias, mucho más marcadas en los partidos emergentes situados en los márgenes, que son precisamente quienes miran al pasado con nostalgia. Por seguir con el ejemplo anterior, de los cinco líderes políticos más votados en las presidenciales, solo Macron y Pécresse eran abiertamente partidarios de mantener a Francia en la OTAN.

El escritor Antonio J. Rodríguez (1987), una excepción francófila para su generación, cree que no es más que un residuo del pasado, algo al borde de la extinción. “Es una cosa que se remonta al siglo XX, incluso al siglo XIX. Lo que queda es una especie de nostalgia por un mundo que genuinamente ya no existe, ni siquiera en Francia. Es el mundo de ayer, no el de hoy. Hasta Macron proclamó que quería convertir el país en una ‘start-up nation’. Todo gira ya en torno a una sensibilidad genuinamente americana”.

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El director de la revista Letras Libres, Daniel Gascón, aporta la observación definitiva: “Internet está en inglés. Y todo está en Internet”. Por eso, un estudiante de 20 años puede tener una visión más actualizada sobre lo que está pasando en Ucrania que un ex oficial con años de experiencia... que no entiende el inglés. La apisonadora anglosajona tiene también derivadas negativas: barre con la diversidad, excita —por acorralamiento— los instintos nacionalistas, eclipsa el conocimiento acumulado por cientos de millones de personas y extermina el derecho a una voz propia. Lo canta, en inglés, el nigeriano Adekunle Gold: "It is what it is".

España está generacionalmente partida en dos y el asunto se puede abordar metiéndose en un par de jardines. Piensen en uno muy francés, por ejemplo en Versalles. Se observa desde arriba, o caminando entre parterres. Hay un plan maestro, una idea que subordina la naturaleza al servicio de un propósito estético o intelectual. Ahora piensen en uno muy americano, por ejemplo Central Park, donde se integra a las personas en un entorno silvestre pero controlado. Lo importante aquí no es tanto el concepto como su funcionalidad. No se disfruta observándolo desde la altura, sino formando parte.

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