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Máximo Pradera: "Es increíble, pero a Sinatra 'Strangers in the night' le parecía infumable"
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Máximo Pradera: "Es increíble, pero a Sinatra 'Strangers in the night' le parecía infumable"

El periodista publica 'Están tocando nuestra canción', una gran 'playlist' confeccionada a partir de las canciones favoritas de distintas personalidades. Desde Sadam Husein hasta Almudena Grandes

Foto: Máximo Pradera. (Jorge Álvaro Manzano)
Máximo Pradera. (Jorge Álvaro Manzano)

Cuenta Máximo Pradera (Madrid, 1958) que la canción preferida de Audrey Hepburn no era 'Moon River', al contrario de lo que la intuición podría dictar. El hijo de la actriz le contó que la música predilecta de Hepburn se llamaba 'Audrey' y la firmaba Paul Desmond, saxofonista del cuarteto de Dave Brubeck. Cada noche, Audrey escuchaba el tema antes de acostarse, furtivamente, tal y como Desmond compuso la canción al observarla todas las noches, cuando la actriz salía de sus funciones en Broadway. Y esa imagen de Audrey Hepburn escuchando el jazz de Desmond antes de acostarse se recoge en 'Están tocando nuestra canción' (Libros del Kultrum, 2022), el último título firmado por el periodista y presentador.

En el libro, subtitulado 'La madre de todas las playlists', Máximo Pradera propone un repaso a las canciones preferidas de personalidades tan dispares como Hepburn, Julie Andrews, Isabel II, Stalin o Almudena Grandes. La ocasión le sirve para trazar breves retratos psicológicos a través de la música y, de paso, pintarnos a Lenin tarareando 'La internacional' en su piso, a Sadam Husein bailando 'Strangers in the night' con sus concubinas o a Adolf Hitler disfrutando de Tchaikovski en secreto. En 'Están tocando nuestra canción', Pradera hecha mano de la divulgación para desentrañar las obras favoritas de los famosos, que también pueden ser las tuyas.

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Máximo Pradera. (Jorge Álvaro Manzano)

PREGUNTA. El punto de partida de este libro, entiendo, es que los gustos musicales de la gente tienen interés. Que la música que nos gusta dice algo de nosotros.

RESPUESTA. Yo sostengo que cada uno de nosotros tiene una especie de banda sonora de su vida. Si, al final de tu existencia, te pidieran que escogieras 10 canciones para marcar distintas épocas, cada uno de nosotros lo tendría superclaro. Lo que más veces has escuchado o lo que más veces te ha servido de consuelo. Hace poco, hice un artículo en 'El País' cuando se cumplieron los 10 años de la muerte de mi padre, Javier Pradera. Le propuse a Pepa Bueno escribir su banda sonora. Se había hablado de él desde todos los puntos de vista: como editor, como editorialista, incluso como activista cuando publicó aquel manifiesto a favor de la OTAN... Pero no se habla de su faceta más desconocida, que era la de melómano. El artículo recogía su sensibilidad musical, pero también su sentido del humor y las observaciones que hacía sobre las piezas. Es lo que he intentado hacer con 'Están tocando nuestra canción'. Desentrañar cuál era la banda sonora de gente notoria por unas razones u otras, a la que admiro o no. Cuando empecé a escribirlo, decidí aplicar lo de que "la música amansa a las fieras" y escribir sobre dictadores. Pero me pareció demasiado, y al final decidí incluir entre Stalin, Franco o Lenin a gente tan exquisita como Lauren Bacall o Marlene Dietrich.

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Máximo Pradera. (Jorge Álvaro Manzano)

P. ¿Cuál es el hallazgo que más le ha sorprendido?

R. Pues me resulta increíble que Frank Sinatra considerara 'Strangers in the night' una canción infumable. Incluso se permitía el lujo de estropearla antes. Estaba en Las Vegas y decía: "Ahora voy a cantar una canción que detesto". ¡Joder! No me lo digas, porque voy a pensar que la cantas mal a posta o algo. También me he encontrado con algo que todos sospechábamos, que es la falsedad y la hipocresía del régimen nazi, que es un poco lo que comparte con todas las derechas. Como la derecha de aquí, tanto la pepera como la de Vox... Lo que más comparte la derecha es la hipocresía. En el caso del régimen, la de perseguir a judíos y a los eslavos. Pero luego encontraron una caja llena de discos de músicos judíos y rusos entre la colección musical de Adolf Hitler. Eso es muy sorprendente y creo que, políticamente, muy relevante. Si lo hacía Hitler, evidentemente lo hacían todos. Me he encontrado con muchas cosas que no esperaba, excepto quizá los gustos musicales de Franco, de los que no esperaba nada.

P. Cuenta que a Hitler le encontraron grabaciones de Tchaikovski (compositor ruso y homosexual), que la canción favorita de Stalin la compuso un miembro de la nobleza rusa o que a Francisco Franco le encantaban las zarzuelas de Emilio Arrieta, músico abiertamente anti-Borbón. ¿Los gustos musicales van por un carril distinto? ¿Todos tienen sus 'guilty pleasures'?

R. En el fondo, cuando estás a solas con la música, es un momento muy íntimo. La gente a la que le gusta la música la escucha de una manera solitaria, aunque esté acompañada. Ahora, sobre todo, con cascos y tal. Es una experiencia entre tú y el compositor o el intérprete. Eso no sucede ahora en ningún otro arte. La experiencia musical es muy solitaria y privada. Ahí no te cortas. Si te gusta algo y lo escuchas, no es por postureo.

P. Pero hay postureo.

R. Es que, pensándolo a otro nivel, la música es muy de tribu. En todos los estamentos sociales, la música que escuchas te define. Pienso en el protagonista de 'Fraiser', que está siempre con su piano en casa y 'postureando' con su hermano. Pero también puede ser de tribu urbana de Fuenlabrada. Si quieres ser admitido en cualquier grupo, tienes que escuchar la música que se escucha, aunque no te guste. O, al menos, decir que la escuchas. Hay mucha gente, por ejemplo, a la que no le dice nada el jazz. Pero como se considera un género culto y de izquierdas, pues si quieres ser considerado culto y de izquierdas tienes que decir que lo escuchas. Y, cuanto más raruno sea, más prestigio te dará en la tribu. En cambio, si eres de derechas, se cultivan otros géneros como la ópera, que es más caro y conservador...

P. Ya que mencionaba a Javier Pradera, ha contado en alguna ocasión que solía asistir a conciertos porque le gustaba la música, pero no tenía formación teórica. Y que le preguntó si "le podía gustar Tchaikovski", porque en determinadas obras suele gustar, no requiere mucho esfuerzo.

R. Sí, eso no solamente le pasaba a mi padre. Un director de orquesta que estuvo casado con Martha Argerich, Charles Dutoit, mencionaba el desprecio que sentía la gente hacia el 'Concierto para piano' por facilón. Pero él decía que es un concierto cojonudo, independientemente de que las melodías sean asequibles y pegadizas. Que las puedas silbar en el coche o en la ducha. La pregunta de mi padre viene, sobre todo, porque él solía ir al Auditorio con un grupo de melómanos de izquierdas. Estaban José Antonio Martín Pallín o Clemente Auger, por ejemplo... Esta gente tenía el oído más educado que mi padre, les gustaba Prokófiev o Shostakóvich, obras más disonantes y duras de escuchar. Se supone que, si te gusta eso, tienes el oído más trabajado porque eres capaz de escuchar más allá de la disonancia. A mi padre le encantaban las melodías de Tchaikovski, las que todos conocemos, y se quedaba con la culpa de que lo pudieran tomar por tan facilón. Es como si te gusta la literatura y también Pérez Reverte. Hay gente que lo dice y gente que no. Se supone que es el escritor que no gusta a los escritores. A mí me pasa con Arthur Conan Doyle, que me encanta, pero está en la frontera de lo que la gente considera un buen escritor o un gran escritor. Yo creo que es de los segundos, pero puedes ocultarlo o salir del armario.

"El régimen nazi perseguía a judíos y eslavos, pero a Hitler le encontraron una caja llena de discos de músicos rusos y judíos"

P. Y luego está la gente como Marlene Dietrich, a la que dedica un capítulo en su libro y a la que le pirraba una obra tan loca como 'La consagración de la primavera', de Stravinski.

R. Sí, quizá también porque estudió música. Marlene Dietrich estuvo a punto de ser concertista de violín, pero se lesionó estudiando y por eso acabó siendo actriz. Además, no creo que aquello fuera postureo por su parte, porque llegó a conocer a Stravinski y se emocionó mucho. Eso marca una línea, creo. Cuando yo conocí a Antón García Abril, escuchaba sus canciones de una forma diferente, al margen de 'El hombre y la tierra'...

P. Como relata en el libro, cuesta imaginarse a Sadam Husein bailando su canción preferida ('Strangers in the night') con una de sus amantes... O a Stalin emocionándose con un concierto para piano de Mozart.

R. Lo que la política divide, la música une. Es verdad, la canción que te gusta podría ser también la favorita de Sadam Husein. La música tiene ese poder unificador porque es un lenguaje abstracto. Su esencia es la tensión y la distensión. Cualquier pieza de música, desde 'Moon River' a una sinfonía, parte de una situación de relajación que se va alternando con la tensión. Si el compositor es hábil y el viaje es agradable, bien. Si no, puede que falte tensión y la obra resulte aburrida. O que haya demasiada, y la obra resulte abrumadora. Al final, la música te puede unir a la gente más dispar y te puede llevar al mismo momento musical que Sadam Husein, Hitler o Stalin.

placeholder 'Están tocando nuestra canción'. (Kultrum)
'Están tocando nuestra canción'. (Kultrum)

P. Hace unos meses, el músico Jordi Savall comentaba en una entrevista para este periódico: "Si España no ha sabido recuperar su patrimonio musical como sí lo han hecho otros países de Europa, es porque no ha habido responsables de Cultura que hayan podido valorarlo". ¿Nuestros políticos son poco melómanos? ¿Hay alguna excepción?

R. Mira, he invitado al jefe de 'podcast' de Prisa a la presentación de 'Están tocando nuestra canción', porque me encantaría hacer el programa de la BBC 'Discos para una isla desierta' con personalidades españolas. Vuelvo a lo de que la música une. Muchos políticos vendrían, ¡hasta Macarena Olona! Vendrían porque les blanquea, ¿sabes? Al final, el político siempre está en la mierda. Pero no todo tiene que ser hipocresía. El político más melómano que he conocido es Alberto Ruiz-Gallardón, salía en mi otro libro. Un día estuve en su casa. Tenía la estantería llena de cedés y de ahí saqué una de las tres reglas del postureo musical que escribí en 'Tócala otra vez, Bach'. Todo cultureta tiene tres reglas en la música para poder fardar o poder ligar. Y una era no tener las obras completas de Mozart o de Brahms, porque eso te lo regalan con los periódicos los domingos. Si compras 'La Razón' las semanas suficientes, lo consigues. La regla dice que hay que tener muchas versiones de obras determinadas, como tenía Gallardón. Y dirás: ¿para qué, si la obra es la misma? Pues porque puedes responder que cada intérprete es un mundo. Es cierto que hay obras que me encantan tocadas por determinados instrumentistas y otras que odio. Otra cosa que decía de él era que la mitad de los discos todavía estaban con el celofán. Gallardón daría un buen programa, pero no sé si vendría. Es que tuvo una época muy desagradable con aquello de la ley del aborto.

P. ¿A quién más invitaría al programa? A Ayuso, por ejemplo, le gusta Depeche Mode porque lo lleva tatuado.

R. Si viene con ocho canciones para llevárselas a una isla desierta, como se pide a los invitados del programa de la BBC, tendría que venir con una o dos de clásica. Si no te gusta nada la clásica, no eres apto.

P. ¿No?

R. Si tienes sensibilidad musical... No quiere decir que no te pueda gustar el jazz, el pop o Camela. Pero algo de clásica te tiene que haber tocado alguna vez. Antes de invitar a Ayuso, por ejemplo, le pediría a Miguel Ángel Rodríguez que me diera la lista. Si no veo nada de clásica, le diría que no. Porque hay música que no tiene nada, es de plástico. Son progresiones de acordes de fórmula.

"Me encantaría hacer el programa de 'Discos para una isla desierta' con personalidades españolas. Muchos políticos vendrían, ¡hasta Olona!"

P. Como demuestra en 'Están tocando nuestra canción', a la música se la puede revestir de cualquier significado. Por ejemplo, cuenta que la canción favorita de Almudena Grandes, 'De purísima y oro' (Joaquín Sabina), fue vetada en su entierro por miedo a crear polémicas entre los antitaurinos.

R. Sabina es tan buen letrista, que sus canciones parecen una cosa y son otra. Con 'Every Breath You Take' pasa un poco lo mismo. Según como la escuches, parece una declaración de amor o parece que la ha escrito un acosador. Cada suspiro que des, cada respiración, yo te estaré esperando. Con 'Purísima y oro' ocurre un poco lo mismo. Parece una canción sobre los toros y Manolete, pero estos son solamente un hilo conductor. A Sabina le sirve para hablar de una época concreta y de las muchas cosas siniestras que entonces ocurrían. Puedo entender que un piquete de antitaurinos en un entierro es una cosa a evitar, pero por otro lado me parece un poco triste. Quiero decir, que si una canción es tu preferida y sale un torero, no se puede sustituir, por respeto al difunto... Si te molesta que salga un torero, pues te jodes. Eso no va a hacer que haya más taurinos y más corridas. Eso es quedarse en la superficie y no entender. Por eso, también he analizado algunas letras en el libro, como la de 'De purísima y oro', porque escarbas y tienen significado.

No es una canción sobre los toros en absoluto. En cada verso, Sabina mete una frase típica de aquella época. "El género dentro por la caló". Era algo que se solía decir en las carnicerías para que no se pudriera la carne al sol. Ese tipo de frases te llevan al pasado directamente. Renunciar a ese viaje, que es la época que retrataba Almudena en su obra, me parece injusto. Privarle de eso en su funeral, de una época a la que dedicó tantas novelas, como Galdós, me da pena.

P. En el libro no faltan las menciones a sus tíos. Uno, Chicho Sánchez Ferlosio, cantautor. El otro, Rafael Sánchez Ferlosio, escritor al que la música no le interesaba para nada.

R. Sí, a Rafael solo le gustaba la música de su hermano, y no todo. En el documental que ha hecho David Trueba, se cuenta una anécdota. Unos suecos vinieron a España para grabarle en el año 63 todas las canciones antifranquistas que había compuesto Chicho, que no había grabado pero que circulaban por toda Europa. Los dos suecos se metieron con él en el aseo de su casa de El Viso, porque desde ahí los vecinos no podían escuchar nada. Después, se llevaron la cinta y la publicaron. Fue todo un éxito. En el documental, hay una entrevista a Rafael Sánchez Ferlosio en la que dijo que todas las canciones políticas son una mierda, lo cual es mentira, y que las que más le gustan son las que Chicho cantaba en latín. Las escuchaba y se emocionaba. Yo creo que a Ferlosio solo se gustaban Édith Piaf y las canciones de Chicho.

Foto: El músico Jordi Savall. (EFE/Robert Ghement)

P. ¿Lo de la música, entonces, le viene de familia? ¿Cómo terminó tocando la vihuela en el Atrium Musicae?

R. No sé cómo, mi madre conoció al director del Atrium, Gregorio Paniagua, que daba clases particulares para redondear sus ingresos con el grupo. Era carísimo para la época, pero mi madre decidió pagarme las clases. Creo que eran mil pesetas de los años sesenta. Un disparate. A veces, él venía de los conciertos que daba con el grupo con instrumentos antiguos, como una viola de gamba o una zanfoña. Y así me fui metiendo. Me descubrió compositores, me enseñó a leer música, me enseñó a escucharla de otra manera. Luego interrumpimos las clases. Cuando las retomé, me dijo que quería que me metiera en el grupo y así fue. Estuve dos o tres años tocando con ellos, todos eran mejores músicos que yo. Aprendí lo suficiente como para darme cuenta de que la música es tan difícil, que me iba a resultar muy arduo ganarme la vida con ella. Pero disfruté como un enano.

Puede sonar raro decirlo, pero el Atrium tenía unos directos muy frescos. A pesar de que tocábamos con frac... Paniagua pensaba que el hecho de tener una vestimenta tan clásica y encorsetada nos permitía tener mayor libertad sobre el escenario y hacer gamberradas. Pinchábamos globos, tocábamos carracas y cosas así. A veces había salidas de madre, pero el frac te daba la autoridad para desmadrarte y volver a ser un músico formal.

P. ¿Qué le gustaba más, el frac o la heterodoxia?

R. A ver, yo creo que no se puede subir al escenario de cualquier manera. Igual que no se puede subir uno a recoger un Goya como subía Juanma Bajo Ulloa, con el jersey roto. Creo que hay una ceremonia, un rito. Pero el encorsetamiento y el frac en la música clásica solo sirven para distanciarte. Me sentí un poco incómodo vestido así porque tenía 19 o 20 años, pero el grupo compensaba. Me encantaba descubrir repertorio. La música renacentista es especialmente creativa, más que en otras épocas de la historia. A medida que vamos evolucionando, desde las 'Cantigas' de Alfonso X El Sabio [una obra medieval] hasta el 'Concierto para violín' de Korngold [una obra del siglo XX], las partituras se vuelven más detalladas y obsesivas. O sea, el compositor indica de forma cada vez más clara al intérprete: "Quiero que hagas esto". Hay compositores que, directamente, no te dejan ni respirar. En cambio, la música antigua se reduce a las notas. Puedes escoger el instrumento con lo que la tocas, las repeticiones, los matices, la velocidad... Ese era un momento muy creativo en el grupo.

A veces, cambiábamos la instrumentación sobre la marcha. Es como el documental de los Beatles, en el que iban fraguando la música según les apetecía. Hasta cierto punto, teníamos ese tipo de libertad. Cuanto más atrás te vas en la historia de la música, más cosas puedes hacer. La notación era más primitiva y no existía tanta obsesión por indicar al instrumentista lo que tenía que hacer.

Cuenta Máximo Pradera (Madrid, 1958) que la canción preferida de Audrey Hepburn no era 'Moon River', al contrario de lo que la intuición podría dictar. El hijo de la actriz le contó que la música predilecta de Hepburn se llamaba 'Audrey' y la firmaba Paul Desmond, saxofonista del cuarteto de Dave Brubeck. Cada noche, Audrey escuchaba el tema antes de acostarse, furtivamente, tal y como Desmond compuso la canción al observarla todas las noches, cuando la actriz salía de sus funciones en Broadway. Y esa imagen de Audrey Hepburn escuchando el jazz de Desmond antes de acostarse se recoge en 'Están tocando nuestra canción' (Libros del Kultrum, 2022), el último título firmado por el periodista y presentador.

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