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¿Qué hacemos con las novelas de la gente que nos cae mal?
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LA RECOMENDACIÓN LITERARIA

¿Qué hacemos con las novelas de la gente que nos cae mal?

Valentín Roma narra una etapa de su propia vida en la brillante y divertida novela titulada: 'El capitalista simbólico'

Foto: Detalle de portada de 'El capitalista simbólico'. (Periférica)
Detalle de portada de 'El capitalista simbólico'. (Periférica)

Alguna vez teníamos que hablar de los autores que nos caen mal. Usted debe saber ya —inmejorablemente, gracias a mí— la cantidad de reseñas, reportajes y entrevistas que la gente hace a sus amigos, regalo que lleva implícita la ventaja gozosa de no tener que leer, por tanto, los libros de tus amigos, pues a fin de cuentas vas a hablar bien de ellos en cualquier caso. Sin embargo, hay un mundo más oscuro que el del amiguismo, y es el de la enemistad. Cuando un autor te cae mal, da igual que escriba 'Lolita', porque no lo vas a leer.

El viejo consejo de que no debe uno conocer en persona a sus autores favoritos se queda corto. Conocer a cualquier autor en persona resulta siempre desolador. Conocer a un autor es perderle instantáneamente el respeto. Se trata, al cabo, de un hombre, de una mujer, con sus cosas. En lejanías, solo era una firma que acompañaba a un libro, y si el libro era genial, el autor era genial; si el libro era gracioso, el autor era gracioso, etcétera. Conocido en persona, pasa lo contrario: si el autor es un gilipollas, su libro es el libro de un gilipollas. No pasa nunca de ese umbral.

Digo todo esto porque a veces me mensajeo con otros pobres desgraciados que leen y reseñan libros y les pido recomendaciones o les digo qué ando leyendo o, incluso, les recomiendo fervorosamente lecturas. No saben ustedes las vueltas que damos los pocos que leemos de verdad libros para poder encontrar finalmente ese buen libro que un gilipollas ha escrito.

placeholder 'El capitalista simbólico'. (Periférica)
'El capitalista simbólico'. (Periférica)

El caso es que pregunté por Valentín Roma por ahí y me dieron la sentencia fatal. O sea, que no caía bien a la persona a la que le pregunté por él. Es duro que te hablen mal de alguien porque siempre estás a favor de que la maledicencia esté plenamente justificada. Habitualmente se cree uno todo lo malo que le dicen de alguien. “Pues yo creo que empieza muy bien”, comenté, sobre 'El capitalista simbólico'.

Así que, con todo y este juicio personal, y que encima el libro lo publicaba Periférica —la editorial que peor me cae de España—, me puse a leerlo. Y el resultado es que ahora les voy a hablar muy bien de este libro. Como mafioso, soy un desastre.

El capitalista simbólico

Empezar bien es esto: “Durante cinco años trabajé como redactor para las Guías Verdes Michelin. Según me advirtieron el primer día, solo nueve personas en todo el mundo se dedicaban a esta tarea. Naturalmente, no los creí, aunque el dato me halagó”. Hacer una prosa clara es ya para mí el estadio superior de la escritura. Frase redondita, cierta humildad moral, detalles precisos y un acompasamiento natural del discurrir.

'El capitalista simbólico' es una biografía del autor en la década de los noventa. Enseguida, después de la introducción, el texto se parcela con los años sucesivos del fin de siglo. Cada año tiene su trajín, su anécdota; su dato histórico. Todo avanza viendo la vida de un veinteañero como otro cualquiera, pero con la suerte de su lado en el aspecto laboral. Gana mucho dinero escribiendo sobre puestas de sol y bares de moda para las guías de viaje, y a ese ganar mucho dinero lo llama él 'desclasarse'. Su familia es del extrarradio barcelonés, “obrero y ama de casa”, lo que supone una posición insuperable para hacerse la víctima.

En su adolescencia, además, el narrador fue futbolista profesional, periodo que se glosa en la anterior novela del autor, 'Retrato del futbolista adolescente' (Periférica), pero que aquí sigue presente y supone un contrapunto muy jugoso. Jugar al fútbol es lo menos intelectual que puede hacerse, sobre todo si se sabe jugar.

El repaso de los noventa que se hace de forma oblicua en el libro es apasionante

Para los que compartimos rango etario con Roma, el repaso de los noventa que se hace de forma oblicua en el libro es apasionante. Volver a esos años locos, corruptos y europeos. A 'Léolo' (Jean-Claude Lauzon, 1992). La prosa, como les digo, es una tranquila transposición de realidades, porque en ese 'pathos' que genera este narrar distanciado es donde, de pronto, surge la frase brillante: “Había ese tipo de luz que invita a considerar cualquier dificultad como una simple cuestión de perspectiva”.

Una novia aguanta al protagonista durante toda la década, con los problemas de pareja esperables en novias duraderas tan temprano. La calvicie asoma. Las guías de viaje no dan para más. Nuestro héroe va metiendo la cabeza en el mundo del arte, que a fin de cuentas es lo que estudió (el autor es actualmente director de una cosa llamada La Virreina Centro de la Imagen de Barcelona). De describir paisajes y calles muy cucas pasamos a describir exposiciones temporales de artistas abrasivamente citados en quién sabe qué cabeceras de Nueva York. El desclasamiento se ha completado con éxito.

“Me pregunto qué parte de nuestra felicidad depende de que te alaben. ¿Honestamente? En mi caso: toda”.

Alguna vez teníamos que hablar de los autores que nos caen mal. Usted debe saber ya —inmejorablemente, gracias a mí— la cantidad de reseñas, reportajes y entrevistas que la gente hace a sus amigos, regalo que lleva implícita la ventaja gozosa de no tener que leer, por tanto, los libros de tus amigos, pues a fin de cuentas vas a hablar bien de ellos en cualquier caso. Sin embargo, hay un mundo más oscuro que el del amiguismo, y es el de la enemistad. Cuando un autor te cae mal, da igual que escriba 'Lolita', porque no lo vas a leer.

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