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Elon Musk compra Twitter y la izquierda llora abrazada a la censura
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Elon Musk compra Twitter y la izquierda llora abrazada a la censura

La sarta de disparates que se están expidiendo en este festival del pánico moral en que se ha convertido la compra de la red social tiene una coherencia interna escalofriante: todo gira en torno al asco de la izquierda hegemónica

Foto: Elon Musk. (Reuters/Michele Tantussi)
Elon Musk. (Reuters/Michele Tantussi)

La decisión del hombre más rico del mundo de comprarse Twitter por el equivalente al PIB de [inserte aquí su país subdesarrollado favorito] ya ha tenido un efecto importante. No podemos saber qué hará realmente Elon Musk con Twitter. Sólo sabemos lo que dice que va a hacer, y son buenas ideas. Pero hay otro efecto que se quedará ahí, en las retinas, haga Musk lo que haga. La izquierda posmoderna, 'woke', mediática, políticamente correcta o como la quiera llamar, se ha retratado a sí misma con el pincel y las pinturas que el magnate le ha dejado en las manos. Y el retrato es muy de agradecer, por lo elocuente.

Musk ha dicho que quiere retirar la censura de Twitter y dejar que opere en la plataforma sólo la de los Estados en que funciona. Es decir: quiere devolver la libertad de expresión a la red social de la libertad de expresión. Y los (dizque) progresistas occidentales están echando espuma por la boca. Hay insignes personajes que amenazan con irse de Twitter como si le importara a alguien, pero ya no maquillan el pretexto. Leo en 'Libération': “Este anuncio es tanto más preocupante cuanto que el multimillonario estadounidense pretende convertirla, según sus palabras, en ‘la plataforma de la libertad de expresión en el mundo”.

Es fascinante leerlo tan clarito, tan desacomplejado. Se supone que la izquierda tiene que oponerse a que un magnate compre un medio de expresión por temor a lo que censure según sus intereses, no a que permita que todo se diga. Esto era así desde los tiempos de 'Ciudadano Kane', pero vimos a periodistas del 'Washington Post', propiedad de Jeff Bezos, poner el grito en el cielo porque Musk había dicho que si compraba Twitter iba a restaurar la libertad de expresión.

Foto: Elon Musk, tras la compra de Twitter: nadie sabe qué hará con la red social (Reuters)

Las airadas opiniones de los columnistas se derrumban aparatosamente al más mínimo contacto con la lógica. Critican que Musk 'controle' Twitter en el mismo párrafo en que lamentan la ausencia de 'control' que ha prometido. Condenan el desembolso de miles de millones de euros que se podrían dedicar a salvar pobres sin hacer lo mismo con los beneficiarios del dinero. Y todos sabemos qué dirían si, por ejemplo, Google hiciera una puja superior y prometiera más corrección política.

De la noche a la mañana parece que los consejos de accionistas de las multinacionales fueran cooperativas obreras. No vi tantas lágrimas cuando Zuckerberg compró WhatsApp, ni cuando Bezos compró 'The Washington Post', pero sí he visto a tertulianos de Mediaset y Atresmedia, y a periodistas de Prisa, y de Vocento, y a infinitos usuarios de Google gesticular como chimpancés en celo ante el apocalipsis digital que supone la operación de Musk.

También he oído criticar que un magnate posea medios de expresión a gente que trabaja en las empresas de Jaume Roures, como cierto exvicepresidente. De lo que se infiere que el problema no es el capitalismo o la propiedad, sino el cariz político que atribuyen al magnate en cuestión. Todo esto sería comprensible si temieran que Musk vaya a censurar progresistas, pero no. Temen que los fachas hablen. El problema es que hace mucho que no saben lo que es un facha.

Foto: Elon Musk. (EFE/EPA/Alexander Becher)

Es para reírse. Pero la sarta de disparates que se están expidiendo en este festival del pánico moral tiene, sin embargo, una coherencia interna escalofriante: todo gira en torno al asco de la izquierda hegemónica, cultural, inclusiva, llámela como quiera, por la libertad de expresión. Han asumido que la libertad de expresión beneficia a la derecha y es una bandera de la derecha, lo cual es motivo suficiente para no volver a mirarlos a la cara. De hecho, lo único que los inclusivos ha incluido en el mundo son límites al lenguaje y pretextos para sentirse pecador. Los mismos que critican que se condene por un tuit a alguien que hace un chiste con una víctima del terrorismo temen las barbaridades que Musk puede permitir ahora que se vuelvan a decir en Twitter.

Queda perfectamente claro, y es algo que hay que agradecerle a Musk, que para esa izquierda la libertad de expresión es el equivalente al discurso de odio, previo vaciamiento caprichoso del concepto de delito de odio, que se resume en “cualquier opinión que se nos ponga en los cojones que es intolerable”, y previa patrimonialización izquierdista de esa etiqueta. Esto lo ha dejado más claro que nadie Amnistía Internacional con un comunicado alucinante. Temen la libertad de expresión porque detestan lo que la libertad de expresión les disputa, que es la imagen de la sociedad. A ver si va a resultar que no todo el mundo se toma en serio los lloros de alguien que no puede vivir en el mismo planeta que su abuela, la facha.

Foto: Elon Musk. (EFE/Pool/Britta Pedersen)

En fin. Tengo la impresión de que Musk ha culminado un proceso, cerrado un círculo. En Estados Unidos han convertido las universidades y muchos medios de comunicación en viveros de monocultivo ideológico, y en otros países occidentales iban por el mismo camino, hacia el páramo intelectualmente previsible y artísticamente cadáver del 'espacio seguro'. Las fábricas de indignación inducida llevan años explicándole a la gente por qué tiene que sentirse mareada y sola, y han dedicado muchas líneas de trabajo a la producción de nuevos motivos de miedo.

Detrás de todo ese movimiento hubo siempre un sentimiento, disfrazado de idea: el miedo a perder el poder de influencia, que es una fuente de ganancia económica sin aportar al mundo otra cosa que motivos para sentir más miedo. Ahora te dicen: ¡por culpa de Musk, los racistas, los fascistas y los machistas podrán llamar puta a quien quieran! Y estaría temblando de miedo si no fuera porque antes han convertido en machista, fascista y racista a todo aquel que criticara cualquiera de sus posturas. No temen más ultraderecha, porque de la ultraderecha real sacan mucho beneficio. Temen más JK Rowling. Más herejía.

Foto: Foto: Reuters/Dado Ruvic. Opinión

No se me malinterprete: a mí todo esto me divierte y me trae sin cuidado lo que pase en Twitter. Esa red social no es un ágora, por mucho que Musk quiera venderla al consumidor. Twitter ha sido, es y seguirá siendo un lugar horrible, no por las cosas que allí pueden llegar a decirse, sino por su estructura elemental. Twitter es una aplicación que inhibe la capacidad crítica en el pensamiento colmena, agranda las espirales del silencio con grandes masas de opiniones parecidas, jibariza el pensamiento en parcelitas de unos caracteres incompatibles con la argumentación y somete a los usuarios a la precipitación de opinar sin haber pensado.

Por estas razones dejé de utilizar Twitter, aunque mantengo mi cuenta, y no voy a volver a esa piscina de zascas por más libertad de expresión que garantice Elon Musk. Pero le agradezco en el alma su compra por la rapidez con que la misma izquierda antiliberal que llevo años criticando ha puesto en sus propias palabras las cosas que yo había escrito sobre ella. ¡Gracias, Elon Musk!

La decisión del hombre más rico del mundo de comprarse Twitter por el equivalente al PIB de [inserte aquí su país subdesarrollado favorito] ya ha tenido un efecto importante. No podemos saber qué hará realmente Elon Musk con Twitter. Sólo sabemos lo que dice que va a hacer, y son buenas ideas. Pero hay otro efecto que se quedará ahí, en las retinas, haga Musk lo que haga. La izquierda posmoderna, 'woke', mediática, políticamente correcta o como la quiera llamar, se ha retratado a sí misma con el pincel y las pinturas que el magnate le ha dejado en las manos. Y el retrato es muy de agradecer, por lo elocuente.

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