Lia Thomas: en la piscina no hay géneros, hay sexos
Desde mi punto de vista, Lia Thomas es una mujer trans, y como mujer la trataría si me la encontrase. Mi respeto a su identidad es absoluto, y además me trae sin cuidado, como mi propia identidad de género
La nadadora Lia Thomas tiene espalda de hombre, brazos de hombre, piernas de hombre, huesos de hombre y musculatura de hombre. Da brazadas como un hombre, lo que implica que nada más rápido que las mujeres, incluso que las mujeres mejor entrenadas en el arte de la natación. Desde que Lia Thomas compite, arrasa. A lo largo de su corta carrera profesional, ha batido algunos récords en la categoría femenina, y todo parece indicar que lo seguirá haciendo.
Pero no todo el mundo acepta de buen grado sus victorias. Sus compañeras de podio muestran una falta de deportividad en la frialdad con la que acogen sus triunfos. Pero aquí las cosas no son tan sencillas. Lia Thomas es transgénero: mujer en los papeles legales y el trato que se le debe profesar, macho en su ADN, y en todo lo que el ADN implica en cuanto a forma, potencia y desarrollo del cuerpo, por más cirugías y hormonas que metamos en la ecuación.
Habrá quien discuta si es una mujer: yo no lo hago. A efectos sociales, poco me importan las gónadas, y mi interés por la ontología de los sexos y la identidad, sentida o heredada, es casi nulo. Pero la pregunta que plantea la participación victoriosa de Lia Thomas y otras personas transgénero en competiciones deportivas femeninas es apremiante: ¿debe una mujer trans competir en la misma categoría que las mujeres?
Tiene razón: el bronce debería ser suyo. Y no es falso que Thomas sea "biológicamente hombre". Así es a todos los efectos en el agua
"Un hombre biológico me ha quitado el puesto. Hasta que no nos plantemos y dejemos de competir, nada cambiará. Gracias por el apoyo, no dejaré de luchar", tuiteó la cuarta clasificada, Reka Gyorgy, sin el bronce. Ahora su cuenta de Twitter está cerrada y se convirtió en el foco de los odios del activismo trans, pero el ruido no debería asustarnos: puede acusarse a Gyorgy de poca delicadeza por llamar a Lia Thomas "hombre", pero no de encajar mal una derrota. Tiene razón: el bronce debería ser suyo. Y no es falso que Thomas sea "biológicamente hombre". Así es a todos los efectos en el agua.
No hablamos aquí de diversidad, ni de respeto a la identidad sentida. Que Lia Thomas compita en natación femenina es algo que el activismo transgénero debiera ver como un problema, de la misma forma que todos entendemos problemático ir a una competición de esgrima con un arcabuz. Aquí no se trata de la aceptación social de las personas. Aquí se trata de un elemento que pone patas arriba una ecuación y se aprovecha de una ventaja.
Dopaje
No es que Lia Thomas haya entrenado más duro que sus compañeras, ni que la lotería genética la haya agraciado, aunque no dudo que entrene muy duro. Es sencillamente que Lia Thomas, mujer trans en la calle y los papeles, es como dice Gyorgy un hombre cuando se tira a la piscina y se pone a nadar. Ni siquiera fue el mejor de los hombres: era un nadador mediocre antes de su transición. Solo bate récords en la categoría femenina. Es imposible justificar que este sea su lugar.
El deporte de competición se rige por la justicia de las normas y las categorías. El rendimiento físico estimable en cualquier individuo varía de manera radical según factores como el sexo. De la misma forma que un peso mosca no debe boxear contra un peso pesado, un jugador como Messi no puede competir en la liga de fútbol femenina. Margaret Court, Serena Williams y Steffi Graf ganaron más "grand slams" que Rafa Nadal, pero es posible que ninguna de ellas le durase un set al tenista español.
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No es difícil de entender. Ha habido grandes deportistas cuya superioridad radicaba en el físico. Verlos aparecer en la pista producía automáticamente lástima por sus contendientes, todos sabíamos quién iba a ganar. Sin embargo, aquí no estamos hablando de eso, ni de tratar como mujer a alguien que nos parece un hombre. En la cancha, la mujer trans tiene las ventajas de un macho, y la prueba es que no provocan este dilema hombres trans en las categorías masculinas.
Celebro la revolución de los derechos de los trans en lo que implica que sean tratados como iguales, pero el activismo debería hacerse más responsable de algunas consecuencias de sus logros. Cuando tocas algo tan estructural como la distinción por sexos en una sociedad, hay que estar atento a movimientos imprevistos o peligrosos. De lo contrario, alguien podrá acusarte de haber pensado mucho en tu colectivo y poco en el resto de la sociedad. Está el asunto de las terapias afirmativas y el riesgo que eso supone para niños y adolescentes que se autodiagnostican como transgénero y exigen el tratamiento irreversible, cuando les puede estar pasando otra cosa. Sin embargo, la presión del activismo casi hace imposible discutir ese tipo de enfoque, y tacha de "terapia de conversión" lo que no es sino buscar mejor diagnóstico a esos individuos.
Está también el asunto de las cárceles, los vestuarios, las subvenciones y ayudas sociales, y demás ámbitos en los que la segregación por sexos tiene implicaciones de seguridad, de justicia o de igualdad de oportunidades. Y está, por supuesto, digan lo que digan los más fanáticos activistas, el asunto del deporte. Lo de Lia Thomas se había previsto, se había advertido y se había denunciado desde ese feminismo radical tan demonizado por los activistas transgénero y los teóricos queer. Alguien tendría que ser humilde y decir: ¡vale, hablemos, teníais razón!
¿Queréis saber cuál es mi posición respecto a los roles de género? A mí me llamaban maricón en el colegio, sin ser gay
¿Queréis saber cuál es mi posición respecto a los roles de género? A mí me llamaban maricón en el colegio, sin ser gay, por un amaneramiento que sigo conservando. Tampoco mis intereses eran lo que se dice masculinos. Durante muchos años me llevé mejor con las chicas que con los chicos. Ni fútbol, ni motos, ni seducción cavernícola de las hembras en las discotecas: nada de esto era para mí. Yo no lo hubiera expresado con estas palabras entonces, porque no era una época de ensimismamiento identitario, pero no encajaba con algunos de los valores tradicionalmente masculinos. Sí, con otros. Pero mi rol de género no era igual al de los otros chicos. Esto no tuvo más consecuencia que sentirme un poco inadaptado en la niñez. Hay gente que llega a pasarlo muy mal: no fue mi caso.
¿Por qué digo esto? Porque entiendo que los roles de género son abiertos. Hay dos polos, Humprey Bogart y Marilyn Monroe, y un montón de gente que fluctúa en los territorios grises potencialmente infinitos entre el blanco y el negro. Sospecho que muchos hombres tienen algo de mujer, y muchas mujeres algo de hombre. Lo ha demostrado la literatura cuando autores han sido capaces de crear personajes del sexo opuesto tan creíbles como las personas reales. El sexo es una condición biológica y el género permite juegos e interpretaciones.
Pero también puedo decir, ya que la reconozco y respeto, lo mismo que diría si no fuera trans: me parece una deportista deshonesta y tramposa
Desde mi punto de vista, Lia Thomas es una mujer trans, y como mujer la trataría si me la encontrase. Mi respeto a su identidad es absoluto, y además me trae sin cuidado, como mi propia identidad de género. Pero también puedo decir, ya que la reconozco y respeto, lo mismo que diría si no fuera trans: me parece una deportista deshonesta y tramposa. Si yo fuera ella, se me caería la cara de vergüenza por el peso de esas medallas.
La nadadora Lia Thomas tiene espalda de hombre, brazos de hombre, piernas de hombre, huesos de hombre y musculatura de hombre. Da brazadas como un hombre, lo que implica que nada más rápido que las mujeres, incluso que las mujeres mejor entrenadas en el arte de la natación. Desde que Lia Thomas compite, arrasa. A lo largo de su corta carrera profesional, ha batido algunos récords en la categoría femenina, y todo parece indicar que lo seguirá haciendo.
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