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Sean B. Carroll: "Los humanos somos un juego del azar y podríamos perfectamente no existir"
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Sean B. Carroll: "Los humanos somos un juego del azar y podríamos perfectamente no existir"

Es uno de los más importantes biólogos además de un gigante de la divulgación y ahora publica en español 'Una serie de eventos afortunados: el azar, el mundo y tú' (Debate)

Foto: Sean B. Carroll. (Debate)
Sean B. Carroll. (Debate)

Al guarda forestal Roy Sullivan le partió un rayo un día de primavera de 1972 en Blue Ridge, Virginia, en la cordillera de los Apalaches. Casi literalmente. El 10 por ciento de las víctimas de rayos mueren, pero Sullivan solo sufrió heridas leves. Fue afortunado, sí, pero aún más de lo que piensan. Porque aquel era el cuarto rayo que le caía encima. Por entonces solo se conocían dos personas a las que un rayo les hubiera acertado tres veces y en ambos casos la tercera había sido fatal. Nuestro guardabosques, más conocido desde entonces como 'el hombre relámpago', entró en el 'Libro Guinness de los récords' y solía decir cuando le preguntaban que, si bien pensaba que la Providencia le había salvado, no acababa de entender muy bien la insistencia divina al respecto. Dios no debía estar satisfecho porque en los años siguientes le acertaron otros tres rayos más confirmados sin consecuencias graves, siete en total. La probabilidad de que algo así ocurra es de 1:10/28, un uno con 28 ceros detrás. Sullivan se jubiló, sufrió una depresión a causa de un desengaño amoroso y en 1983 se pegó un tiro. Él no falló.

El azar domina nuestras vidas individuales descargando rayos, amores y desamores. Pero el azar sojuzga también la propia existencia de nuestra especie, del planeta, del universo en su conjunto. Estamos aquí, está usted leyendo esto ahora, gracias a, como ha titulado Sean B. Carroll su último libro, 'Una serie de eventos afortunados' (Debate). Sean B. Carroll (Ohio, EEUU, 1960) es uno de los más citados científicos del mundo, promotor de la revolución Evo Devo en biología y también un divulgador excepcional capaz de enseñar la ciencia más avanzada con claridad, humor y las mejores historias que pueda encontrar. Habla con nosotros por videoconferencia desde su casa de Chevy Chase, Maryland, a 6.000 kilómetros de Madrid, y no deja de hacernos notar el increíble azar que supone eso por mucho que ya nos hayamos acostumbrado.

placeholder 'Una serie de eventos afortunados'. (Debate)
'Una serie de eventos afortunados'. (Debate)

PREGUNTA. Arranca su libro con una constatación trágica. Los seres humanos vivimos atrapados por la falacia de Montecarlo y por todos esos sesgos cognitivos que nos hacen ver patrones donde solo hay azar. En los últimos años, se ha popularizado todo este asunto de los sesgos cognitivos hasta el punto de que, de pronto, nuestro cerebro parece una máquina desastrosa llena de 'bugs'. ¿No es eso también un error? ¿No son esos sesgos también aciertos evolutivos que nos han convertido en la especie dominante del planeta?

RESPUESTA. Sí, se trata tanto de uno de nuestros mayores puntos fuertes como de una de nuestras más grandes debilidades. Punto fuerte porque nuestro cerebro detecta las pautas y, cuando vemos algo, podemos anticipar lo que sucederá después, por ejemplo, qué fruta tendré disponible el año que viene por estas fechas. El cerebro humano creció mucho durante la edad de hielo, durante un par de millones de años, en un proceso cognitivo adaptativo. Pero eso también nos puede llevar a pensar erróneamente que podemos anticipar de forma general cuál va a ser el próximo acontecimiento basándonos en información previa. Esa capacidad de predicción es equívoca, necesitamos separar cosas que, por ejemplo, tengan una causa identificable simple, como que los árboles florecerán en una determinada época o que sus frutos estarán disponibles, de otras. No podemos anticipar, por ejemplo, el resultado de tirar los dados por muchas veces que haya salido un número en concreto. Ese error de predicción es exactamente el que cometemos en los juegos de azar y en otras tantas cosas más.

Los que pensamos que esta es la única vida que tenemos, apreciamos los momentos que vivimos ahora como un don

P. Por ejemplo, parece claro que Dios no existe y que somos fruto del azar como explica usted. Y, sin embargo, la religión sí sirve para la cohesión social, para que muchas personas hagan cosas y vivan juntos. ¿Y si el azar es una idea peligrosa que nos conduce a la desesperación? ¿Tal vez por eso la evolución no la incorporó en nuestro cerebro?

R. Esa es una cuestión filosófica muy profunda a la que nos enfrentamos. Por un lado, el azar es una idea problemática tal y como los humanos pensamos durante miles de años. Por otro, la ciencia muestra que estamos aquí a raíz de una serie de accidentes geográficos, geológicos, biológicos... Muchas de las cosas que explico en el libro no las habría podido describir hace 60 años. No conocíamos entonces, por ejemplo, las bases de las mutaciones genéticas. La ciencia llegó tarde al debate filosófico que se ha visto dominado sobre todo por la teología. Pero, cuando la ciencia aporta conocimiento empírico, ¿qué hacemos con él?

Entiendo el riesgo que usted menciona, pero también es un riesgo atribuir causalidad a algo que no existe. Podemos verlo desde dos perspectivas distintas. Si creemos que todo sucede por algún motivo y nuestro hijo desarrolla cáncer, pensamos entonces que nosotros mismos o alguien lo ha provocado. A mí me parece más empático y más compasivo decir 'no, esto es mala suerte, una mala suerte, terrible y no hay nada que un padre hubiera podido hacer para evitarlo'. Entender el azar puede ayudarnos a ser más compasivos y más empáticos, entendiendo que hay accidentes sencillamente desgraciados. Dios también está vinculado con la idea del más allá y no hay científico que sepa si Dios existe o no, pero sí sabemos que no podemos atribuir determinados fenómenos a causas sobrenaturales si podemos explicar la conexión.

Es un hecho que hay gente que necesita religión para darle sentido a sus vidas. Pero los que pensamos que esta es la única vida que tenemos apreciamos estos momentos que vivimos ahora como un don, y nos damos cuenta de que también lo es la vida de los demás. Por ejemplo, empatizamos y mostramos compasión con aquellos que viven en circunstancias menos favorables. Ninguna de esas cosas que busca la religión, la comunidad, la compasión, la empatía hacia los otros, se pierden en la visión de mundo que afirma que estamos aquí por azar. La regla de oro serviría igualmente. No me parece que la sabiduría o los beneficios de la religión se pierdan en una visión humanista que no cree en un poder superior.

placeholder Reconstrucción artística de la ola entrando en el río Tanis, arrastrando peces y todo lo que encuentra a su paso mientras llueven del cielo esférulas de impacto del meteorito que hace 66 millones de años acabó con los dinosaurios. (EFE/Joschua Knüppe)
Reconstrucción artística de la ola entrando en el río Tanis, arrastrando peces y todo lo que encuentra a su paso mientras llueven del cielo esférulas de impacto del meteorito que hace 66 millones de años acabó con los dinosaurios. (EFE/Joschua Knüppe)

P. Vamos con los azares cruciales que enumera su libro. Si el meteorito que acabó con los dinosaurios hubiera caído media hora más tarde, estos no se habrían extinguido y el ser humano no existiría. Pero ¿podría escribir un tiranosaurio evolucionado libros como el suyo? Quiero decir, ¿la inteligencia es también un azar casi imposible que se ha dado en nosotros y en nadie más en este planeta y quizás en todo el universo?

R. El desarrollo de la inteligencia es una historia increíble que ha ocurrido solo en los últimos tres millones de años. Nuestros cerebros fueron creciendo y nos convertimos en un animal que desarrolló herramientas que nos permitieron remodelar nuestros hábitats y hacernos tecnológicos, coincidiendo también con la llegada de la edad de hielo. Nuestros antepasados africanos sufrieron cambios climáticos radicales y muy rápidos que obligaron a nuestra inteligencia a responder ante un entorno muy inestable. Y nos ha ido bien. Si bien vemos en otros animales cierta sofisticación en la capacidad cerebral, en animales sociales como, por ejemplo, los delfines o los pulpos, quedan todos ellos muy lejos de nuestra potencia creativa. Hemos creado un mundo increíble, estamos ahora mismo usted y yo hablando a 6.000 kilómetros de distancia. Nuestra inteligencia es única en este planeta y me temo que también en el universo la inteligencia debe ser escasa. La mayoría de biólogos que conozco creen que la vida debe estar muy presente en el universo, pero que el pensamiento elaborado y creativo sería mucho más difícil de encontrar. En la Tierra misma solo ha surgido una vez en 4.500 millones de años.

La inteligencia es única en este planeta y me temo que también en el universo debe ser escasa

P. Las páginas que dedica a los azares del clima que permitieron nuestra llegada me parecen fascinantes sobre todo por dos cuestiones. Por un lado, describe al clima como una bestia intratable, pero con una tendencia clara en los últimos millones de años hacia el enfriamiento. Por otro, nosotros seríamos de las pocas especies tan adaptables como para resistir las embestidas de semejante 'bestia'. ¿Qué nos dice todo sobre nuestros actuales desvelos respecto al cambio climático?

R. Buena pregunta. No me preocupa tanto si los humanos seremos capaces de adaptarnos al cambio climático, podemos lograrlo. El reto es más bien qué parte del mundo vivo habremos extinguido en el camino, un mundo vivo del que dependemos. Mi principal preocupación es que los sistemas que necesitamos para conseguir oxígeno, por ejemplo, lo producen millones de pequeñas criaturas marinas microscópicas. Si las destruimos, si destruimos la selva amazónica, en fin, tendremos un problema. Podemos asumir la destrucción hasta cierto grado, pero, a partir de un límite, empezaremos a poner en peligro nuestra propia supervivencia. Así pues, debemos ser muy conscientes de ello. Los humanos, gracias a nuestra tecnología, podemos vivir casi en cualquier parte, hemos viajado a la Luna, etc., pero los sistemas naturales del mundo en el que vivimos son mucho más frágiles. Y son los que nos brindan aire para respirar, comida y agua potable. Por no hablar de cómo dañar los sistemas naturales puede trastocar las sociedades humanas.

P. “Mire a su alrededor: vivimos en un mundo de errores, gobernado por el azar”, escribe. Y, sin embargo, hoy podemos enfrentarnos al azar gracias a la ciencia, hoy podríamos teóricamente destruir un meteorito que se dirigiera a la Tierra, modificar el clima, curar el cáncer como explica usted mismo e, incluso, si no quedara más remedio, escapar del planeta y tal vez vivir eternamente. ¿Ha creado el azar su propia némesis, una inteligencia capaz de acabar con él?

R. ¡Vaya! ¡Una idea muy potente! Sí, es sorprendente que, en cierto modo, nuestra especie es la primera que intenta combatir el azar y enfrentarse a todas estas fuerzas del caos con el fin de lograr un entorno más previsible. Seguirá habiendo terremotos, tormentas, meteoritos..., pero nosotros intentamos aislarnos de todo ello. Es una gran idea, ja, ja, ja, ¡ojalá se me hubiera ocurrido a mí!

Nuestra especie es la primera que intenta combatir el azar y enfrentarse a todas las fuerzas del caos

P. En la tercera parte de su libro muestra cómo el azar de la fecundación nos hace a los seres humanos muy diferentes entre sí, lo que nos protege frente a a las enfermedades. Pero las enfermedades más graves pueden también mostrar la peor cara del azar, un azar tenebroso que, como la peste, el sida que cita, el covid, hoy amenaza seriamente a la humanidad.

R. Sin duda. El séptimo capítulo, de hecho, donde trato el cáncer, da cuenta de lo desafortunada que puede ser esa enfermedad, cómo el mismo proceso azaroso que genera la diversidad humana puede provocar cáncer. Porque el cáncer también es el azar. Mi libro se titula 'Una serie de eventos afortunados', pero, en efecto, el azar también puede ser una amenaza: un nuevo asteroide, una mutación en un virus o en una de nuestras células... Vivimos en mundo en el que el azar es omnipresente, está en todas partes. Queremos vivir una vida tan sana como sea posible y muchas cosas buenas han sucedido en este viaje, hemos nacido, hemos tenido hijos..., pero existen fuerzas que amenazan precisamente los sistemas que nos protegen. Hay que ser conscientes de ello.

P. ¿Y usted cree que podremos ganar esta lucha? ¿Lograremos vivir cada vez más años y con mejor salud? ¿Conseguiremos, incluso, como defiende el transhumanismo fusionarnos con las máquinas y vivir eternamente?

R. Hemos comprobado en tiempos recientes en muchos países que la cantidad y la calidad de la vida se pueden aumentar. Pero hay un límite. Esperamos tener más salud y ser más vitales cuando cumplamos 80 años y que la siguiente generación logre lo mismo a los 90, pero no es plausible que tales mejoras puedan continuar eternamente. Hay un límite biológico que andaría entre los 100 y los 150 años, no más. Ahora mismo, ni siquiera acabamos de entender bien cómo envejece el cerebro y, dentro de unas décadas, cuando miremos atrás, nos asombrará lo poco que sabemos hoy. Si queremos vivir algo más manteniendo cierta agudeza mental, estamos obligados a comprender mucho mejor nuestro cerebro.

P. Jacques Monod decía que "el azar deja a Dios sin trabajo". Pero existe una manera religiosa, digamos refinada y científica, de entender el azar. Si han tenido que darse tantos improbables sucesos para que usted y yo estemos hablando ahora mismo por videoconferencia, ¿no podríamos pensar que el universo haya sido ajustado precisamente para que llegara nuestra especie? Me refiero, por supuesto, al principio antrópico. ¿Qué opina de él?

R. No soy fan, ja, ja, ja. Si hubiéramos podido visitar la Tierra hace millones de años no hubiéramos visto nada así. La vida creció y se diversificó de forma fascinante desde hace más de 3.500 millones de años sin necesidad de nosotros: trilobites, dinosaurios, tiburones, ballenas... y ningún ser humano. Dudo mucho de que nada de esto ocurriera para nosotros. Somos algo que sucedió, nada más, y que podría no haber sucedido. Somos un juego del azar y perfectamente podríamos no estar aquí. Eso es exactamente lo contrario del principio antrópico.

Al guarda forestal Roy Sullivan le partió un rayo un día de primavera de 1972 en Blue Ridge, Virginia, en la cordillera de los Apalaches. Casi literalmente. El 10 por ciento de las víctimas de rayos mueren, pero Sullivan solo sufrió heridas leves. Fue afortunado, sí, pero aún más de lo que piensan. Porque aquel era el cuarto rayo que le caía encima. Por entonces solo se conocían dos personas a las que un rayo les hubiera acertado tres veces y en ambos casos la tercera había sido fatal. Nuestro guardabosques, más conocido desde entonces como 'el hombre relámpago', entró en el 'Libro Guinness de los récords' y solía decir cuando le preguntaban que, si bien pensaba que la Providencia le había salvado, no acababa de entender muy bien la insistencia divina al respecto. Dios no debía estar satisfecho porque en los años siguientes le acertaron otros tres rayos más confirmados sin consecuencias graves, siete en total. La probabilidad de que algo así ocurra es de 1:10/28, un uno con 28 ceros detrás. Sullivan se jubiló, sufrió una depresión a causa de un desengaño amoroso y en 1983 se pegó un tiro. Él no falló.

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