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El misterio de la sonrisa del César: ¿de qué se reían los antiguos romanos?
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EL ERIZO Y EL ZORRO

El misterio de la sonrisa del César: ¿de qué se reían los antiguos romanos?

La gran historiadora británica Mary Beard publica en castellano 'La risa en la Antigua Roma. Sobre contar chistes, hacer cosquillas y reírse a carcajadas' (Alianza)

Foto: Joaquin Phoenix, como el emperador Cómodo en 'Gladiator'.
Joaquin Phoenix, como el emperador Cómodo en 'Gladiator'.

En el año 192, el emperador romano Lucio Aurelio Cómodo celebró un gran espectáculo en el Coliseo. Se reunieron en el anfiteatro 50.000 personas, organizadas de la manera tradicional: los senadores y otras autoridades políticas sentados en las primeras filas, desde donde podían seguir mejor lo que pasaba en la arena, y las mujeres y los esclavos apretujados arriba, a treinta metros de donde sucedía la acción.

Cómodo no solo había patrocinado el espectáculo, además quería protagonizarlo. Ante los ojos cautivos de la muchedumbre —que quizá no acudió solo por gusto, sino obligada por el emperador y su entorno—, Cómodo mató a varios osos lanceándolos desde las gradas, combatió con gladiadores (que se dejaron ganar) y mató a otros animales que, previamente, eran cubiertos con redes. El espectáculo pretendía ser grandioso y resaltar el carácter sobrenatural y heroico del emperador. Pero lo cierto es que tanto heroísmo fingido resultaba un poco ridículo.

En ese contexto, surgió algo lógico y al mismo tiempo inesperado: la risa. Lo contó Casio Dion, un senador que llevaba años en el ambiente político romano y que más tarde escribiría una historia de Roma en ochenta volúmenes. En el último volumen —explica la historiadora Mary Beard en su último libro traducido al castellano, 'La risa en la Antigua Roma. Sobre contar chistes, hacer cosquillas y reírse a carcajadas' (Alianza)—, Dion cuenta que presenció, en primera fila de las gradas, cómo Cómodo se pavoneaba. Lo hizo un tanto acongojado, como los demás senadores que le acompañaban, por si a Cómodo se le escapaba una lanza.

placeholder 'La risa en la Antigua Roma', de Mary Beard. (Alianza)
'La risa en la Antigua Roma', de Mary Beard. (Alianza)

En un momento dado, para demostrar su autoridad y asustar aún más a los senadores, que podían conspirar contra él u oponerse a sus planes políticos, después de matar un avestruz, el emperador se acercó a ellos con la cabeza ensangrentada de animal levantada en la mano izquierda y la espada en la derecha. “No dijo absolutamente nada —cuenta Dion— sino que con una sonrisa burlona negaba con la cabeza para dejar claro que nos iba a hacer lo mismo a nosotros”. Los senadores, nerviosos, se echaron a reír: la situación era completamente ridícula y el emperador un bufón. Pero esa reacción podía empeorar la situación. Así que a Dion no se le ocurrió otra cosa que, para dejar de reír, meterse en la boca las hojas de laurel de la corona que llevaba en la cabeza y masticarlas. Salió de allí vivo. Cómodo sería asesinado poco después en una de las conspiraciones que tanto temía.

¿Por qué se rio Dion en esa situación? ¿Se reían siempre los romanos de los poderosos delirantes? ¿Qué les hacía gracia? ¿Contaban chistes? Es más, ¿nos harían gracia ahora las mismas cosas de las que se reían ellos hace casi 2.000 años? Los romanos y nosotros nos parecemos en muchas cosas, pero ¿también en el humor? Estas son las preguntas que se hace Beard después de contarnos las carcajadas nerviosas de Dion.

Humor romano

Beard es una de las grandes divulgadoras del mundo antiguo. Ha dirigido brillantes documentales en la BBC y es autora de libros amenos y adictivos como ' SPQR. Una historia de la antigua Roma', 'Pompeya: historia y leyenda de una ciudad romana' y 'El triunfo romano: una historia de Roma a través de la celebración de sus victorias'. “ La risa en la antigua Roma” es un libro algo distinto, porque no es tanto una obra divulgadora como un estudio más académico, un poco más arduo: Beard rastrea textos antiguos, los compara para buscar las raíces lingüísticas de las palabras utilizadas en los chistes; explica y debate la obra de otros teóricos sobre el humor romano y se detiene en cuestiones propias de una historiadora puntillosa que busca la precisión por encima del entretenimiento. Pero Beard siempre es Beard, y el libro está lleno de joyas que nos ayudan a entender mejor el mundo antiguo y, como siempre sucede con ella, a nosotros mismos.

El libro está lleno de joyas que nos ayudan a entender mejor el mundo antiguo

Por ejemplo, cuenta que los romanos no sonreían: “Sonreír tal y como lo entendemos fue un invento de la Edad Media”; por supuesto, dice, podían hacer el gesto de curvar los labios, pero no tenía el sentido que le damos ahora. En las comedias, se reían de los fanfarrones y los tramposos. Les gustaban los juegos de palabras y las imitaciones; Beard cuenta que el pasaje de una obra en el que se imita como habla una pija, e incluso sus gestos corporales, hace que los espectadores se monden: 'vehementius risimus'. Distinguían perfectamente entre los chistes malos y los buenos (Cicerón, uno de los maestros de la retórica latina, alternaba algunos que no tenían ninguna gracia con otros que hacían que sus contemporáneos se desternillaran). Se reían de las debilidades humanas: “Creo que hay dos causas de mi risa —escribe Demócrito, llamado ‘el filósofo risueño’—, las cosas buenas y las malas, pero me río de una cosa: de la raza humana”. Y distinguían las circunstancias en las que reírse era legítimo y las que no: Beard cuenta el caso de Flaminio, el gobernador de una provincia al que su prostituta preferida le dijo que nunca había visto cómo se decapitaba a un hombre. Para impresionarla, hizo llevar a un condenado al salón donde comían y ordenó que se le matara. La mujer hizo bromas y se rió. Más tarde, Flaminio fue duramente reprendido y acusado de un “delito contra el Estado romano”: matar a un hombre con la autoridad que este concedía se consideraba incompatible con la risa.

Pero los romanos, como nosotros, se preguntaban qué era la risa. ¿Por qué nos reímos? ¿Qué significa esa reacción del cuerpo? Beard relata algunas explicaciones de la época, desde la del médico Galeno, que pensaba que el diafragma nos llegaba a las axilas, y por eso nos reíamos si nos hacían cosquillas en ellas, hasta la perplejidad de Cicerón, que reconocía no entender la risa. Las compara también con las explicaciones actuales de la neurociencia.

Con todo, tras de la lectura del libro, la risa en general, y la risa romana en particular, siguen siendo un misterio. Seguramente los humanos nos hemos reído siempre, pero lo hemos hecho por causas distintas y de maneras diferentes. “Cualquiera que afirme que es capaz de ofrecer una explicación de por qué, cómo o cuándo se reían los romanos tiene por fuerza que estar haciendo una simplificación excesiva”. Pero sabemos que a los romanos les gustaban los chistes, que incluso eran una mercancía que se intercambiaba y que, si los contabas bien, podían invitarte a una cena a cambio de que hicieras reír a los demás comensales. Y que, como en todas las épocas, en Roma una de las armas contra el poder era, simplemente, reírte de él.

En el año 192, el emperador romano Lucio Aurelio Cómodo celebró un gran espectáculo en el Coliseo. Se reunieron en el anfiteatro 50.000 personas, organizadas de la manera tradicional: los senadores y otras autoridades políticas sentados en las primeras filas, desde donde podían seguir mejor lo que pasaba en la arena, y las mujeres y los esclavos apretujados arriba, a treinta metros de donde sucedía la acción.

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