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La lucha de Linda Boström Knausgård: "Recibir un 'electroshock' es como beber oscuridad"
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ENTREVISTA

La lucha de Linda Boström Knausgård: "Recibir un 'electroshock' es como beber oscuridad"

La escritora sueca, exmujer de Karl Ove Knausgård, publica en español 'Niña de octubre', una autoficción en la que reconstruye su internamiento en un centro psiquiátrico

Foto: La escritora Linda Bönstrom Knausgård. (Jasmin Storch)
La escritora Linda Bönstrom Knausgård. (Jasmin Storch)
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Lo llamaban "la fábrica". Los pacientes entraban de uno en uno y los tumbaban en camillas muy juntas las unas de las otras; casi podían tocarse. El anestesista les tomaba la tensión, les preguntaba si habían comido, si tenían algún diente de oro -ya saben, conductor de electricidad- y les tomaba la tensión. "La enfermera fijaba los electrodos en la parte superior del pecho y en la frente. Luego venía el alumno con el oxígeno que aspirabas para oxigenar el cerebro. El anestesista te decía que pronto te habrías dormido y entonces te inyectaban el frío somnífero en la sangre a través de la vía a tal efecto preparada. Era como beber oscuridad". Así, una y otra vez, durante varios años. A Linda Bönstrom Knausgård (Estocolmo, 1972) le diagnosticaron un trastorno bipolar a los 26 años. Entre 2013 y 2017 anduvo entrando y saliendo varias veces de un centro psiquiátrico donde le aplicaron terapia convulsiva. Es decir, electroshock.

A retales entre la fiebre y la pesadilla, la escritora sueca ha publicado su tercera novela, 'Niña de octubre' (Gatopardo, 2022), un viaje de regreso a los pasillos, las salas y las habitaciones de aquel centro. Un viaje que ha servido como exhumación de unos recuerdos que fueron desapareciendo descarga a descarga. Porque Bönstrom perdió la memoria. No toda, pero parte. Un día, cuando ya había salido del centro, simplemente había olvidado a qué clase iban sus hijos. "Cuando terminó la charla y los padres íbamos al aula de nuestros hijos, donde continuaría la reunión con el profesor, de pronto no supe dónde estaba. Teníamos tres niños en ese colegio y precisamente iba a decidir a qué aula debía dirigirme cuando descubrí que no tenía ni idea de cuál era el aula de mis hijos ni de quiénes eran sus profesores". Otro día le llegó una carta de inscripción en un curso de escritores que había solicitado, pero del que no tenía ni la más mínima constancia. También lo había olvidado. Y nadería tras nadería, se dio cuenta de que el agujero negro de su memoria podría ser algo mucho más grande. Porque, ¿cuánto peso tienen los recuerdos en la identidad de una persona?

placeholder Portada de 'Niña de octubre'
Portada de 'Niña de octubre'

Las estancias internada se diluyen entre reflexiones sobre la relación con su padre -que también pasó temporadas internado en un psiquiátrico-, con su madre -que fue actriz y camaleónica, no sólo dentro de los escenarios, sino también fuera-, con sus cuatro hijos -que ya estaban más que acostumbrados a las ausencias de su madre- y con su exmarido, el escritor Karl Ove Knausgård, a quien no mienta por su nombre en ningún momento del libro, molesta por haberla utilizado como personaje en su serie de seis novelas autobiográficas 'Mi lucha'. "Estoy sola conmigo misma. No tengo ningún amigo en la ciudad en la que vivo y mi marido me ha dejado. Se cansó de ser él quien mantenía todas las conversaciones con los niños cuando nos sentábamos a la mesa", escribe. Antes de concertar la entrevista pide, además, obviar cualquier tema escabroso de su vida personal.

Bönstrom reconoce que no sabe muy bien por qué empezó a escribir 'Niña de octubre', una autoficción con mimbres de realidad -"lo que es real es la estructura, el fondo", aclara-. Por un lado, quería recuperar sus recuerdos. "Perdí mucha memoria. Escribir ayuda a recordar. Sin escribir el libro no hubiese sido capaz de recuperar esas partes de mi vida", admite. Por otro, de vez en cuando, siente que la escritura es su talento personal. "No siempre, sólo a veces". Y por último, porque le parecía interesante contar su experiencia como paciente de la terapia convulsiva.

"Creo que en el campo de la Psiquiatría y en los hospitales psiquiátricos siempre se han utilizado tratamientos que no se sabe muy bien cómo funcionan", propone. "En épocas anteriores se practicaban tratamientos como la lobotomía, que eran intervenciones irreversibles. El electroshock obviamente no se puede comparar con esto, pero la en general, los consejos médicos de las áreas de Psiquiatría intentan corregir a la gente. Quiero decir, se empeñan en ver resultados entre la entrada y la salida del paciente del centro. Y creo que hay muchos médicos recurren demasiado a la ligera al electroshock. 'Tiene problemas con la comida', pues venga, electroshock", critica.

Creo que hay muchos médicos recurren demasiado a la ligera al electroshock

"Dicen que no podrían conseguir las mejoras que consiguen si no lo utilizasen. No digo que no obtengan resultados, pero creo que no podemos pensar que ese tipo de tratamientos no van a dejar otras secuelas en el cerebro del paciente", defiende. "El electroshock es un tratamiento muy agresivo con el cerebro. Puede provocar pérdida de memoria, desde leve hasta completa. Y debemos tener en cuenta que estamos hablando de seres humanos. Son padres, madres, son gente que trabaja. Pero las secuelas ocurren muy deprisa y la gente se acostumbra a ellas".

Cuando Bönstrom relata un brote psicótico, y lo hace de la manera más natural y aparentemente ligera, el estómago se encoge. Un día estás mirando un escaparate, de repente la realidad a tu alrededor se deforma, pierde la verosimilitud, pero no lo notas, o no te importa. Flotas en un duermevela. Hasta que te despiertas en un hospital agarrada a la mano de tu madre. Y no sabes dónde estás. La autora relata la frialdad de los procesos, la falta de empatía, de calor humano, en el interior del centro psiquiátrico en el que la internaron. Por algo lo apodaron "la fábrica". "Hay un problema en el trato, pero es un problema sistémico. Tienen muchos pacientes que se pasan parte de su vida entrando y saliendo de los centros. Y los médicos cambian constantemente porque no quieren quedarse en esos centros".

La escritora habla de su personaje, a ratos, en tercera persona. Como si fuese otra Linda Bönstrom. Quizás lo fue. La protagonista es una niña introvertida que llega a adoptar otra personalidad para escapar de una realidad que no le complace. El día que ve un cartel con el dibujo de una "niña de octubre" -perteneciente a los Pequeños de octubre, una asociación soviética similar a los boyscouts-, decide que se convertira en ella. Y empezará a vestir con el uniforme y con el emblema de la estrella roja, ante el desconcierto de compañeros y profesores. "A la protagonista no le gusta el mundo adulto, para nada. Por eso crea un espacio separado. Un lugar en el que puede estar sola, en el que puede fantasear. En el que tind una especie de amigo imaginario en forma de reno que le hace sentir que cada vez que lo ve todo va a estar bien. Esta niña de octubre es un lugar en su imaginación para sentirse libre".

Los "pequeños de octubre" fueron una asociación similar a los boyscout de la era soviética

De su madre dice que podía cambiar de personalidad e incluso de tendencia política según con qué grupo de gente se relacionaba en cada momento. De su padre, que era violento y oscuro cuando se encontraba en la fase depresiva y demasiado avasallador cuando experimentaba la fase maníaca. Pero también reconoce que ahora, de adulta, la enfermedad le ha ayudado a entenderlo un poco más. "Yo tenía una relación muy distante con mi padre. Era una persona muy tóxica y había que tener mucho cuidado con él. Yo tenía mucho miedo de él. Yo no creo que hubiese actuado nunca de la misma forma que él. Pero últimamente empecé a darle vueltas a la cabeza y me he dado cuenta de que me parezco mucho a él en muchos aspectos. Entre ellos la soledad. Yo siempre me he sentido sola. Y él también, por lo que supe después de leer alguno de sus diarios cuando murió. Un ejemplo es que fue a un McDonalds en el centro de Estocolmo y empezó a pegar a alguien hasta tirarlo en el suelo. Muy agresivo. Vino la Policía a llevárselo y él decía: ‘Estoy tan solo. Todo el mundo está en sus casas de verano y yo estoy aquí solo en la ciudad’. Yo nunca he pegado a una persona, pero sí me siento identificada con este sentimiento".

Y también plantea la dificultad de reconciliar la maternidad, la crianza y la enfermedad mental, sobre todo en casos como el suyo. Porque de la mujer siempre se esperan los cuidados. "Es muy complicado ser una madre y no ser capaz de atender tus hijos. Cuando estaba enferma no es que no quisiese estar con mis hijos, sino que no podía. Muchas veces nos ponen los ejemplos de esas mujeres que se cansan de estar con sus hijos, pero ese no era mi caso. No sé si la enfermedad es más difícil para una madre, pero lo que sí sé es que es muy difícil para cualquiera que la sufra. Tener una enfermedad bipolar no es algo que eliges, es algo que te pasa, aunque creo que para la mayor parte de la gente mejora con la edad. A veces haces cosas que no quieres y cuando llegas al hospital te dicen: ‘No es culpa tuya, estás enferma’. Pero aun así te sientes tan culpable. Y la gente que te rodea, siempre tiende a pensar que fue tu culpa".

Lo llamaban "la fábrica". Los pacientes entraban de uno en uno y los tumbaban en camillas muy juntas las unas de las otras; casi podían tocarse. El anestesista les tomaba la tensión, les preguntaba si habían comido, si tenían algún diente de oro -ya saben, conductor de electricidad- y les tomaba la tensión. "La enfermera fijaba los electrodos en la parte superior del pecho y en la frente. Luego venía el alumno con el oxígeno que aspirabas para oxigenar el cerebro. El anestesista te decía que pronto te habrías dormido y entonces te inyectaban el frío somnífero en la sangre a través de la vía a tal efecto preparada. Era como beber oscuridad". Así, una y otra vez, durante varios años. A Linda Bönstrom Knausgård (Estocolmo, 1972) le diagnosticaron un trastorno bipolar a los 26 años. Entre 2013 y 2017 anduvo entrando y saliendo varias veces de un centro psiquiátrico donde le aplicaron terapia convulsiva. Es decir, electroshock.

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