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El escritor que trabajó codo con codo con el joven Putin: "No era alguien con quien tomarse un vodka"
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El escritor que trabajó codo con codo con el joven Putin: "No era alguien con quien tomarse un vodka"

Leonid Torster Dobrovolski compartió asiento en el Gobierno de San Petersburgo con Putin a principios de los noventa y cuenta a El Confidencial cómo fueron aquellos años con él

Foto: Vladimir Putin.
Vladimir Putin.

Durante casi tres años, Leonid Torster Dobrovolski trabajó codo con codo con Vladimir Putin. Ambos, que entonces rondaban los cuarenta, eran colegas en el Gobierno de Leningrado-San Petersburgo, el primero como responsable de Industria Alimentaria y el segundo a cargo de las Relaciones Económicas Internacionales, a primeros de los noventa (1990-1992), justo cuando la URSS acababa de desmoronarse. Eran compañeros, tenían que colaborar asiduamente, pero no eran amigos. No había vodkas después del trabajo. No era algo que el propio Putin pusiera fácil. "Era una persona bastante, bastante cerrada. Trabajábamos en proyectos de inversiones extranjeras de desarrollo de la industria alimenticia, es decir, en aquellas cosas donde teníamos que colaborar. Pero luego cada uno tenía sus responsabilidades y nunca tuvimos una relación amistosa", asegura hoy Torster Dobrovolski por teléfono a El Confidencial con el castellano aprendido tras tres décadas en España.

"Era una persona bastante, bastante cerrada. Trabajábamos en proyectos de inversiones extranjeras, allí donde teníamos que colaborar"

Este antiguo funcionario de la recién creada Federación Rusa llegó a Barcelona en 1993 huyendo de la deriva en la que ya veía caer a su país. A finales de los ochenta, con el inicio de las reformas que había puesto en marcha Mijaíl Gorbachov, pensó que Rusia "tenía todas las características necesarias para formar parte de occidente, del mundo europeo: se crearía un estado de derecho, democrático, mercado libre etc.". Pero aquellos casi tres años en el Gobierno de San Petersburgo —con estatuto de Comunidad dentro de la Federación— de entonces 7,5 millones de habitantes, ya le hicieron ver la dirección que se estaba tomando. "Y solo tenía tres opciones. Una era irme al lado oscuro, la otra luchar, con lo que podía acabar en la cárcel o me podían matar. Y mataron y culparon de cosas a muchas personas por crímenes que no habían cometido. La tercera opción era emigrar". Eso hizo y aterrizó en la Ciudad Condal donde encontró trabajo como directivo —su profesión en realidad era la de ingeniero de construcción y economista— en Chupa-chups. También se dedicó a escribir libros y artículos de sus años en Rusia como '46 años de la vida de un sovok', editado en Múnich en 2011 y 'Artículos y ensayos, antología 1995-2015', editado en Moscú en 2016. También es autor de la traducción de libros al ruso como 'Armenios. El genocidio olvidado', de José Antonio Gurriarán, editado en San Petersburgo en 2010.

placeholder Leonid Torsten Dobrovoslki en una foto reciente. (Archivo del autor)
Leonid Torsten Dobrovoslki en una foto reciente. (Archivo del autor)

Los años con Putin

Fueron precisamente aquellos años del Gobierno de San Petersburgo donde coincidió con Putin. Con aquel joven reservado que venía de ser agente de la antigua KGB y que, a pesar de este carácter introvertido, también tenía cierto don para engatusar a la gente. "Cuando establecía un contacto directo con alguien era capaz de crear algo parecido a la química. En eso creo que era un profesional por los métodos psicológicos que había aprendido en la KGB", asegura Torster (prefiere utilizar este apellido a Dobrovolski por facilitar la pronunciación).

Sin embargo, pese a que nunca levantó sospechas sobre a dónde podía llegar su ambición —"no, nadie jamás pudo imaginarse que llegaría a ser el presidente de la Federación Rusa", dice este escritor; muchos menos que estaría veinte años en el cargo—, los compañeros nunca le llegaron a mirar con buenos ojos. Ya había algo en él que despertaba, como mínimo, distancia. Torster recuerda que aquellos diputados de San Petersburgo, entre los que se encontraba, habían sido los primeros elegidos en elecciones libres en décadas. "Había ganado el Frente del Pueblo que, en realidad, no era un partido sino un movimiento de personas de la sociedad civil que tenían como valores básicos la democracia, el liberalismo, etc. Y estas personas desde el principio sospecharon que Putin, por su pasado como agente de la KGB, era una persona bastante peligrosa. En el sentido de que podía desviar el proceso de democratización a otro lado", comenta. Y eso es lo que fue sucediendo aunque no de un día para otro. "No, no, él actuaba siempre de una manera bastante discreta en ese sentido y se dedicaba más a intrigar. Lo que cambió fue que poco a poco en el Gobierno de San Petersburgo fueron entrando personas nuevas que pertenecían también al KGB o eran funcionarios del Partido Comunista, y todas las personas con valores democráticos fueron siendo expulsadas del poder", apostilla. Putin, el gran intrigador que, sobre todo, comenzaría su carrera meteórica en política a partir de 1996.

placeholder Un joven Vladimir Putin en 1969.
Un joven Vladimir Putin en 1969.

En ese avispero, no obstante, el exagente de la KGB no era un hombre que sobresaliera. Algo había aprendido como espía. Tampoco era de los que llevara a gala la hoz y el martillo. Y, aunque trabajaba en el Gobierno, no solía hablar de política ni del antiguo régimen comunista. "No, nunca hablamos de eso", recuerda Torster, pese a que ese "eso" había sucedido antes de ayer. Para este exfuncionario, Putin era, en realidad, "una persona sin ideología". Como lo que piensa que es ahora. "Se posiciona como un cristiano ortodoxo, como un patriota y con el objetivo de servir al Estado. Y, como yo entiendo su pensamiento, su objetivo ahora mismo es recuperar el imperio y el derecho a hablar al presidente de EEUU de tú a tú, como cuando dos partes tienen respeto a unos y otros de igual manera". Puro poder. Nada de ideología.

El peligro del exespía

De ahí que para Torster el camino emprendido por Putin en las últimas horas sea muy peligroso. Lo dice con rotundidad: teme que el pasado miércoles se convierta "en el primer día de la tercera guerra mundial". Mira a la Historia y, concretamente, a la Alemania de 1939 cuando Hitler empezó los ataques a Polonia. "Entonces el mundo no vio este episodio como algo importante a nivel global. Con esto quiero decir que lo que ha pasado es muy peligroso", insiste.

"El objetivo de Putin es recuperar el imperio y el derecho a hablar al presidente de EEUU de tú a tú, como cuando dos partes se tienen respeto"

Y todo tiene mucho que ver con el carácter del hombre que lleva veinte años liderando Rusia. "Yo no soy psicólogo, pero mi sensación es que Putin está sufriendo una paranoia. Sus objetivos son muy, muy ambiciosos y no están limitados a entrar en Ucrania y tirar el Gobierno de este país, sino que sus objetivos son fruto de una manera de pensar imperial. Su objetivo es recuperar el imperio ruso que existía antes de la revolución de 1917 y después en todo el tiempo de la URSS", asegura.

Se puede aducir que Putin lleva demasiado tiempo en el poder y que es extraña esta forma de actuar. No son pocos los analistas internacionales que han reparado en las prisas de esta invasión cuando a finales de enero y principios de febrero parecía que con el reconocimiento de las repúblicas separatistas prorrusas podría ser suficiente. A Torster también, en parte, le sorprende esta rapidez. "Sí, él estaba actuando poco. Podemos pensar lo que ocurrió con Georgia, Mongolia, Abjasia, etc. Estaba aumentando el espacio imperial. Pero en las últimas semanas, desde finales de enero y febrero, la velocidad del desarrollo de este proyecto llegó a un punto altísimo", comenta. ¿Su teoría? Un problema personal del propio Putin. "Es una persona mayor [71 años] y hay algunos rumores de varias enfermedades peligrosas que está sufriendo y pareciera que él piensa que tiene el tiempo limitado para conseguir sus objetivos. Por eso está actuando con mucha prisa", señala.

placeholder Leonid Torsten Dobrovolski en sus primeros años en Barcelona. (Archivo del autor)
Leonid Torsten Dobrovolski en sus primeros años en Barcelona. (Archivo del autor)

España, a órdenes de la OTAN

En todo este asunto, para este exfuncionario que no compartió vodka, pero sí muchas horas mano a mano con el responsable de tener a Europa en vilo en estos momentos, también Ucrania ha cometido sus errores con Putin. "Ucrania ha hecho cosas de las que se está aprovechando ahora Putin. El problema es que las élites ucranianas y rusas son gemelas. En ruso tenemos un término, 'sovok', para describir a aquellos que todavía tienen mentalidad soviética sin ser comunistas. Es decir, gente corrupta que no actúa a favor de los intereses generales de su pueblo, sino a favor de sus propios intereses. Gente muy pragmática y egoísta", afirma.

Ante todo esto, Torster quiere mantener cierta calma. Se ríe un poco —con esa risa de resignación— cuando se le pregunta qué o quiénes pueden parar a Putin. "Por desgracia, nadie", dice. Y advierte de que España, aunque estemos a miles de kilómetros del frente bélico, debe estar atenta a todo lo que sucede. "Lo que le queda es mantener su posición como miembro de la OTAN y mostrar solidaridad con las decisiones comunes de la Unión Europea. No veo más posibilidades para España. Sí puede ser una ayuda humanitaria, pero debe estar en estado de alarma interior. Es decir, preparados para cualquier desarrollo de la situación política en el continente porque España tiene bases militares en su territorio y podría ser el objetivo de ataques", manifiesta.

Durante casi tres años, Leonid Torster Dobrovolski trabajó codo con codo con Vladimir Putin. Ambos, que entonces rondaban los cuarenta, eran colegas en el Gobierno de Leningrado-San Petersburgo, el primero como responsable de Industria Alimentaria y el segundo a cargo de las Relaciones Económicas Internacionales, a primeros de los noventa (1990-1992), justo cuando la URSS acababa de desmoronarse. Eran compañeros, tenían que colaborar asiduamente, pero no eran amigos. No había vodkas después del trabajo. No era algo que el propio Putin pusiera fácil. "Era una persona bastante, bastante cerrada. Trabajábamos en proyectos de inversiones extranjeras de desarrollo de la industria alimenticia, es decir, en aquellas cosas donde teníamos que colaborar. Pero luego cada uno tenía sus responsabilidades y nunca tuvimos una relación amistosa", asegura hoy Torster Dobrovolski por teléfono a El Confidencial con el castellano aprendido tras tres décadas en España.

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