Cuando odias y desprecias a tus padres sin remordimientos
Llega a España la feroz autobiografía del escritor alemán Andreas Altmann
Con el enigmático título
La autobiografía de Altmann se publicó en 2011 y llega a España con el aparato promocional acostumbrado cuando nadie sabe quién es un autor extranjero. Básicamente, todo autor extranjero publicado en España por primera vez es una eminencia en su país (Malta, Tanzania, Corea del Sur), ha ganado numerosos premios que, aunque no nos suenen de nada, retumban como galardones mayúsculos, y además vive en París muchas veces. Más o menos eso podemos saber de Andreas Altmann —gracias a la solapa del libro— antes de ponernos a leer su desaforada confesión familiar.
Lo curioso es que un tipo que ha escrito 23 novelas, “siete de las cuales han sido 'bestsellers' en Alemania”, tenga solo 34 seguidores en Goodreads y que casi todas sus obras en esta red social de lectores ronden los 50 'ratings', salvo este mismo libro que hoy comentamos, que supera los 300. El 'bestseller' del también Bernhard Schlink, 'El lector', tiene 185.000 'ratings', para que se hagan una idea.
Desde que todo el mundo cuenta la verdad en los libros, yo no paro de pensar que mienten. Y desde que todo el mundo es un 'bestseller' en su país de origen, yo no dejo de imaginar que no lo ha leído nadie.
Hitler
'La vida de mierda de mi padre, la vida de mierda de mi madre y mi propia infancia de mierda' (a partir de ahora, 'la obra' o 'el libro') empieza de forma excelente. El autor nos habla de su vida adulta y de su primera estancia en París, y de cómo, habiendo alquilado su casa alemana, volvió de improviso porque no las tenía todas consigo. No se fiaba de sus propios inquilinos.
Y, en efecto, sus inquilinos habían convertido su casa en un estercolero, amén de estar todos drogados y medio desnudos. Los echó. Revisó sus pertenencias y vio que faltaba algo importante: un ejemplar de 'Mi lucha' firmado por el propio Adolf Hitler. La pérdida de este valioso volumen (en 4.000 euros podría tasarse hoy, estima Andreas) no le enojó, sino que supuso para él una liberación: era lo único que había heredado de su padre.
El afán justiciero, como de Charles Bronson de la Olivetti, alienta las casi 400 páginas del libro
Luego nuestro autor entra de lleno en la masacre familiar que ha venido a acometer ante nuestros ojos. Su padre y su madre, y la ciudad donde residían cuando él era niño (Altötting) quedan retratados a punta de cuchillo, sin piedad alguna, con ganas de hacer daño. El desprecio de este hijo por sus padres se beneficia, supongo, de que estos ya están muertos; y el desprecio por Altötting, supongo también, de que no debe de pasar mucho por allí. También da nombres completos de sacerdotes que abusaron de niños, independientemente de que estos sacerdotes no fueran juzgados por sus delitos, ni acusados.
Este afán justiciero, como de Charles Bronson de la Olivetti, alienta las casi 400 páginas del libro. Como es lógico, el lector se cansa de tanto horror (palizas, gritos, infidelidades, nazismo, rencor, curas violando niñas, opresión y represión) en dos o tres momentos, pero la obra aguanta bien por el ritmo de la prosa, el humor puntual y alguna que otra página escrita desde el presente.
Miembro del Ejército nazi, el padre instauró en su hogar un nazismo a pequeña escala, igualmente indoblegable
La baja Baviera (o, en el libro, “la Baviera profunda”) recibe con esta obra un nuevo correctivo turístico y hasta geográfico, pues muchos recordamos esta comarca de Alemania por la película Escenas de caza en la baja Baviera (Peter Fleischmann, 1969), que ya puso en el mapa de la ignominia (en este caso, por homofobia) a las gentes de este distrito regional. Después de leer esta autobiografía, la baja Baviera, junto quizá con el Bronx, Alepo y los alrededores de Chernóbil, no parece uno de los lugares más recomendables del planeta.
“La vida de mi padre fue un error”, leemos avanzada la confesión. Miembro del Ejército nazi, el padre instauró en su hogar un nazismo a pequeña escala, igualmente indoblegable. Sin embargo, pasados los años, y a pesar de destrozar a cabezazos el recuerdo de sus propios progenitores, Altmann parece comprender, y así nos lo hace saber, que nadie es culpable de nada, ni siquiera su padre nazi, y que todos somos víctimas de nosotros mismos, incluido el propio autor con sus traumas confesos y su libro fumigando sin piedad a su familia. La vida de Andreas Altmann fue un error.
Con el enigmático título