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Degollados mientras dormían: la masacre de los 'moros de Franco' en el puente de Pindoque
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Degollados mientras dormían: la masacre de los 'moros de Franco' en el puente de Pindoque

Israel Viana y Manuel P. Villatoro publican 'Historia de la guerra civil sin mitos ni tópicos' del que adelantamos un capítulo sobre unos hechos de los que se cumplen ahora 85 años

Foto: Regulares del ejército nacional durante la guerra civil española, los 'moros de Franco'
Regulares del ejército nacional durante la guerra civil española, los 'moros de Franco'

Una noche calurosa y tranquila de 1937. Ese fue el escenario que acogió, entre el 10 y el 11 de febrero, en plena batalla del Jarama, una acción militar en apariencia menor, pero que permitió al ejército franquista superar este río y continuar su avance a Madrid. La toma del puente del Pindoque aparece relegada en los libros de historia, pero engrosó la leyenda que acompañaba a los llamados «moros de Franco».

Aquella jornada, los hombres del I Tabor de Tiradores de Ifni, marroquíes en su mayoría, lograron conquistar a cuchillo uno de los puntos vitales de la defensa gubernamental. Y, para asombro de todos, lo hicieron al abrigo de la oscuridad para no ser descubiertos. Por suerte para ellos, la mayor parte de sus enemigos se hallaban durmiendo. A pesar de ese golpe de mano, los nacionales no lograron conquistar Madrid. De hecho, el frente se estabilizó hasta 1938, cuando la República construyó una línea de búnkeres en las inmediaciones del Jarama con el objetivo de evitar un posible avance enemigo.

placeholder 'Historia de la guerra civil sin mitos ni tópicos' (B)
'Historia de la guerra civil sin mitos ni tópicos' (B)

[Este extracto forma parte del libro 'Historia de la guerra civil sin mitos ni tópicos' de Israel Viana y Manuel P. Villatoro que publica Ediciones B]

Asfixiar Madrid

En 1936 el epicentro de la Guerra Civil era Madrid, una perla ubicada en el centro de la península que los nacionales ansiaban tomar, pero que las Brigadas Internacionales estaban dispuestas a defender hasta el último hombre. Los soviéticos, aliados del presidente Manuel Azaña, también lo sabían, y es por ello que a finales de ese mismo año enviaron una buena remesa de armas y vituallas que sirvieron para reforzar este frente.

La aparente inexpugnabilidad de la urbe no le impidió a Franco organizar varias ofensivas contra ella; ataques que, a la postre, resultaron inútiles. Uno de los primeros fue un asalto en que, el 22 de noviembre, los franquistas se estrellaron contra las férreas defensas de las Brigadas Internacionales. El mismo Azaña se deshizo en elogios cuando recibió noticias del valor que derrochaban ante el enemigo.

"A todo suplió el entusiasmo de los combatientes, tropas voluntarias, poseídas de un espíritu exaltado hasta el paroxismo, seguras de la victoria. A fuerza de arrojo, de buena voluntad, muchas veces de heroísmo, hicieron cosas utilísimas para la defensa, y como no había otras mejor pensadas y ejecutadas, eran insustituibles".

Tras ofensivas infructuosas, los militares nacionales cambiaron de estrategia y se propusieron rodear Madrid por el noroeste

Tras una serie de ofensivas infructuosas, los militares nacionales cambiaron de estrategia y se propusieron rodear Madrid por el noroeste. Así pues, en lugar de tratar de conquistar la urbe a través de la Casa de Campo, de la Ciudad Universitaria y de la carretera de La Coruña, como habían intentado hasta ese mo mento, apostaron por cortar el sur de la carretera de Valencia, la única vía a través de la cual llegaban refuerzos, vituallas y munición. Para llevar a cabo su plan, no obstante, los generales de Franco se veían obligados a superar las defensas republicanas ubicadas a orillas del Jarama y cruzar el río utilizando los escasos puentes existentes.

Si lograban cerrar la carretera de Valencia, los franquistas podrían cortar también los accesos a Barcelona y cercar Madrid. Con todo, uno de los objetivos primarios que se impusieron los nacionales consistió en llegar hasta Alcalá de Henares, lo que, en la práctica, suponía bordear la ciudad desde el sur en dirección norte tras recorrer unos sesenta kilómetros. El plan era más que complejo y, para llevarlo a cabo, el mando llamó a filas a miles de soldados. «De los 50.000 hombres que componen la división reforzada, serán 20.000 quienes tomen parte en la batalla del Jarama», explica Jorge M. Reverte en 'De Madrid al Ebro'.

Por su parte, Paul Preston dedica unas líneas a estos momentos previos de la batalla del Jarama en su obra 'La guerra civil española. Reacción, revolución y venganza'. En ellas desvela que la ofensiva fue lanzada en el momento más álgido del ejército de Franco. «Animados por sus éxitos en el sur, los rebeldes reanudaron sus esfuerzos por tomar Madrid. Mientras los republicanos se preparaban para contraatacar, las fuerzas nacionales dirigidas por el general Orgaz desencadenaron una gran ofensiva a través del valle del Jarama, sobre la carretera de Madrid-Valencia, al este de la capital». El historiador explica también que los franquistas disponían de dos ventajas sobre los republicanos, «la peculiar habilidad de los mercenarios moros para avanzar a campo a traviesa sin ser vistos» y una gran superioridad en artillería.

A principios de febrero de 1937 llegaron a la zona veinte mil soldados nacionales

A principios de febrero de 1937 llegaron a la zona veinte mil soldados nacionales, una cifra considerable que dio cierta seguridad a los mandos. De hecho, poco antes del comienzo de la ofensiva el coronel Barroso, jefe de operaciones de Franco, se mostró optimista: «En cinco días estaremos en Alcalá de Henares». No podía estar más equivocado, pues aquella se iba a convertir en una larga y sangrienta contienda.

El 6 de febrero comenzó la ofensiva, y en poco tiempo los franquistas se desplegaron por una gran franja del territorio. Los atacantes solo vieron detenido su avance el 9 de febrero en tres puntos clave: los puentes del Pindoque, de San Martín de la Vega y de Arganda. Sus posiciones quedaron establecidas, así pues, en la margen oeste del Jarama, y ello solo después de que los mandos republicanos ordenasen un contraataque lo suficientemente potente como para rebajar el furor nacional y de que las lluvias detuviesen el asalto.

A la defensa

Después de que el frente se estabilizara, la XII Brigada Internacional fue la encargada de crear una línea defensiva a lo largo de la orilla este del río. Bajo sus fusiles quedó la responsabilidad de asegurar el Pindoque, misión para la que sus oficiales destinaron una sección de la Segunda Compañía del batallón denominado André Marty. La mayoría de aquellos combatientes eran franceses y belgas, y su armamento no iba mucho más allá de fusiles de cerrojo, que había que amartillar tras cada disparo.

El número de ametralladoras de las que disponía la sección a la que se le encargó la vigilancia del puente varía según las fuentes. El general soviético Pável Batov afirmó en sus informes que eran cuatro. Sin embargo, el popular historiador francés Jacques Delperrié de Bayac es partidario de que tan solo había tres; su versión es la más extendida. En lo que sí coinciden ambos es en que eran las famosas Maxim. «Fue la primera ametralladora automática portátil. Podía disparar seiscientas balas por minuto, lo que era equivalente al poder de fuego de treinta fusiles de cerrojo», afirma Luis Otero Soler en su obra 'Muy breve historia de África. Cuna de la humanidad'.

Los hombres del André Marty cometieron un error que les salió caro: no dispusieron centinelas en la orilla oeste del puente

Los republicanos del André Marty ubicaron una de las Maxim a la izquierda y otra a la derecha del Pindoque, para atrapar en un fuego cruzado letal a todo aquel que quisiera atravesarlo. Además, situaron una más en el centro para asegurar todavía más la posición. Y, por si algún nacional destrozaba las defensas, colocaron también cargas de demolición bajo el puente. Así, en el caso de que fuese tomado, podrían volarlo para evitar que el grueso del contingente enemigo lo usase para cruzar el Jarama.

La defensa podría haber sido perfecta, pero los hombres del André Marty cometieron un error que, a la larga, les salió caro: no dispusieron centinelas en la orilla oeste del puente. Al no tener ojos en aquella zona, se arriesgaban a ser atacados por sorpresa.

Por si fuera poco, el día del asalto al Pindoque la mayoría de los defensores se encontraban adormilados en las trincheras ubicadas varios metros detrás del puente. «Los republicanos del lado este debían hallarse guarecidos del frío de la noche en la casucha del guardavía que se alzaba al pie del mismo [puente] y hacía las veces del cuerpo de guardia. El resto de la compañía descansaba al amparo de tan precaria cobertura en las trincheras excavadas tras el terraplén del ferrocarril que discurría paralelo al río», explican Rafael Permuy y Artemio Mortera en su monográfico «La batalla del Jarama/The Battle of Jarama».

Un ejemplo de la descuidada defensa que plantearon los republicanos lo ofrece Bayac en un testimonio anónimo recogido en el completísimo artículo «La XII BI en la batalla del Jarama»:

"El Jarama chapotea y arrastra arbustos arrancados en las últimas lluvias. Se han previsto turnos de guardia en cada sección, pero no hay centinelas en el puente ni en la orilla de enfrente. Tampoco se ha hecho un reconocimiento del terreno. El voluntario Marc Perrin, de Lyon, es el tirador de la Maxim instalada en el centro. Se ha enrollado en su manta y duerme cerca de su pieza".

¿Cómo era el paso del puente del Pindoque que tenían que defender los hombres del André Marty? Según Permuy y Mortera, contaba con unos doscientos metros de largo y dos y medio de ancho. «Configuraban el puente tres tramos de viguería metálica apoyados sobre pilastras de piedra», añaden. Sobre este armazón descansaba una estrecha vía de ferrocarril apoyada «en unas planchas de hierro que se prolongaban lateralmente hasta unirse a las dos barandillas». El paso era, en definitiva, poco apto para la infantería, sumamente molesto para la caballería y casi impracticable para los carros de combate.

La conquista

Con la necesidad imperiosa de cruzar el Jarama en mente, el mando sublevado dio la orden a una pequeña unidad de dar un «golpe de mano», un ataque rápido con el que superar a un enemigo desprevenido, y conquistar el Pindoque. La misión recayó en el I Tabor de Tiradores de Ifni, una unidad formada en su mayoría por soldados marroquíes, aunque con mandos españoles, al frente de la cual se hallaba el comandante Molero. Estos hombres, calificados como «la extrema vanguardia» de las tropas de Fernando Barrón, tendrían dos ventajas: su mayor entrenamiento en el arte de la guerra y el uso de la noche como aliada para cruzar el puente sin ser vistos.

En la noche del 10 al 11 de febrero, a eso de las tres de la mañana, los marroquíes partieron de La Marañosa en dirección a su objetivo, ubicado a pocos kilómetros de distancia. Junto con ellos dejó también el campamento una compañía de zapadores de Larache. Serían los encargados de dar buena cuenta de las cargas de demolición antes de que fueran detonadas por los republicanos.

Los marroquíes fueron los primeros en atacar. Al poco ya habían degollado a varios

Los defensores del André Marty no podían imaginarse que la muerte estaba a punto de cernirse sobre ellos. Entre las tres y las cuatro de la madrugada ocurrió el desastre para los republicanos. Al amparo de la oscuridad, un pequeño grupo de combatientes se separó del contingente principal y logró cruzar el Pindoque. Nadie les vio. No se dio la voz de alarma. Una vez en la orilla contraria, comenzó la lucha. Los marroquíes fueron los primeros en atacar. Al poco ya habían degollado a varios miembros del André Marty. Mientras, los zapadores cortaron los cables de encendido de las cargas explosivas. Poco después, y ya sin las molestas y peligrosas Maxim al acecho, el resto del tabor cruzó a la carrera el Pindoque y atacó con granadas de mano a las tropas atrincheradas en las cercanías. Bayac explica así el golpe:

"Estallan granadas, los hombres gritan, otros corren en la noche. Marc Perrin, de pie, no tiene tiempo de enterarse de lo que pasa. Su jefe de pieza, Pecqueur, le grita: «¡Pronto! ¡Dejamos el campo!». La Maxim es demasiado pesada para un solo hombre. Perrin quita la culata móvil y se la lleva. Camina sin dirección fija con Pecqueur y otros cinco o seis se refugian en los edificios de una antigua azucarera a unos trescientos metros del Pindoque". Otros se unen a la 3.ª compañía mandada por Boursier, excontramaestre de marina.

En poco tiempo la misión había terminado. Solo hubo una contrariedad: a los zapadores debió de pasárseles por alto un cable, pues algunos minutos después los republicanos activaron las cargas y una gran explosión resonó en todo el valle del Jarama. Una vez más la diosa Fortuna se alió con los hombres de Franco, ya que, aunque uno de los extremos de la construcción se elevó en el aire por la fuerza de la detonación, cayó de nuevo casi intacto sobre su apoyo original. Los republicanos que no fueron pasados a cuchillo fueron hechos prisioneros. Otros, como ya se ha especificado, lograron huir.

El éxito del I Tabor de Tiradores de Ifni fue clave, pero efímero. Tras casi un mes de batalla, el frente se estabilizó. Los nacionales solo lograron avanzar unos pocos kilómetros hacia Madrid y no cumplieron su objetivo; todo ello a pesar de los miles de bajas —entre diez mil y veinte mil— que sufrieron ambos bandos. Ni se tomó la carretera de Valencia ni se cerró un cerco total en torno a la ciudad. En 1938 los republicanos construyeron una línea defensiva compuesta de multitud de búnkeres para defenderse de un posible ataque franquista. Y esos son, precisamente, los que se pueden visitar en la actualidad.

Una noche calurosa y tranquila de 1937. Ese fue el escenario que acogió, entre el 10 y el 11 de febrero, en plena batalla del Jarama, una acción militar en apariencia menor, pero que permitió al ejército franquista superar este río y continuar su avance a Madrid. La toma del puente del Pindoque aparece relegada en los libros de historia, pero engrosó la leyenda que acompañaba a los llamados «moros de Franco».