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Esta novela excepcional basada en hechos reales es un auténtico viaje al infierno
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Esta novela excepcional basada en hechos reales es un auténtico viaje al infierno

El viernes 4 de marzo de 2016, Luca acudió al número 2 de vía Iginio Giordani para ganar 150 euros; nunca salió

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Roma nació de un asesinato. Rómulo terminó con la vida de su hermano Remo tras violar este los límites de la futura urbe, capital del mundo durante siglos, y no sólo desde la púrpura de los residentes en el Palatino. La anécdota no es baladí. La crónica negra es un clásico de la Ciudad Eterna para mayor delicia de un país aficionadísimo a la misma mucho antes del actual boom del 'true crime'. De hecho, entre los méritos de la gran literatura italiana radica haber reformulado la narración de estos sucesos criminales al considerarlos cómo válidos para comprender la evolución de una sociedad, tal como inauguró Dino Buzzati en los años cuarenta del siglo pasado con sus magníficos artículos, desprovistos de épica y escándalo para centrarse en lo sucedido y afrontar con prosa los rostros del mal.

La Roma del siglo XXI es un desastre desde 2008, cuando el adiós de Francesco Rutelli a la alcaldía de la capital italiana empezó a sumirla en el más absoluto desgobierno, acrecentado a lo largo del último decenio, con basura acumulándose en la vía pública, el poder anárquico de las gaviotas y efemérides con tintes mitológicos sacudieron el estado de ánimo de sus ciudadanos, desamparados en la sensación de una nueva decadencia, jamás la última tratándose de este lugar tan especial en el orbe terráqueo. Sin embargo, en marzo de 2016 saltaron todas las alarmas al descubrirse una escalofriante escabechina en una de sus extremas periferias, no en vano la extensión urbana del viejo feudo de Césares y Papas es la más vasta de la Europa Continental.

placeholder 'La ciudad de los vivos' (Literatura Random House)
'La ciudad de los vivos' (Literatura Random House)

Décimo piso del número 2 de la via Iginio Giordani, un inmueble altísimo, con miserables balcones y un aire hermético, como si todos los apartamentos de esa finca fueran una metáfora del desconocimiento total de unos y otros, demasiado ocupados en sobrevivir a la cotidianidad mientras extrañas energías siembran locuras y desazones. En esas cuatro paredes se perpetró un asesinato capaz de resumir toda una época. Los dos culpables declararon no saber bien porque se ensañaron tanto con su víctima, fallecida al desangrarse tras recibir decenas de golpes de martillo y cuchillazos, ninguno letal al ser la repetición con saña la causa del óbito.

Todas las Romas en un asesinato

Los tres implicados encarnan todas las Romas posibles. El anfitrión, Manuel Foffo, tenía veintinueve años y se martirizaba por el desprecio de su familia, próspera en el negocio de la restauración y más bien condescendiente con su errática trayectoria de estudiante sin titulación, lector de manuales económicos y muchos pájaros en la cabeza, aves frustradas por el fracaso final de una startup que prometía cambia el universo del fútbol al permitir detectar con anticipación a los talentos del deporte rey.

Foffo acumulaba una chapuza tras otra en lo amoroso, en parte por una complicadísima personalidad basada en su deseo a escapar a cualquier tipo de control. Por eso mismo carecía de redes sociales, se enfadaba si lo etiquetaban y prefería ser invisible a la espera de ver prosperar sus proyectos. En lo sexual, le gustaban las chicas, pero nunca culminaba sus relaciones con el coito. En los últimos años devino consumidor ocasional de cocaína, clave para entender los fatales impulsos de esos cuatro días con sus respectivas cuatro noches que transformaron su mediocre existencia.

placeholder Marco Prato (izq.), Luca Varani, la víctima, y Manuel Foffo
Marco Prato (izq.), Luca Varani, la víctima, y Manuel Foffo

Le acompañó Marco Prato. En Roma, a diferencia de otras capitales europeas, los seis grados de separación son casi inexistentes. Durante la Nochevieja de 2005 le presentaron a Prato, su antípoda desde la clase social al pertenecer a la burguesía chic, izquierdista y con muchos contactos, perfectos para allanar cualquier camino. Su padre era reconocido por políticos de todos los colores y gozaba de una fama intachable, perjudicándole los sueños del hijo, homosexual, con tendencias suicidas y en los últimos tiempos organizador de fiestas gay donde asistían aspirantes a famosos y celebridades, con los que amaba codearse para simular un simulacro de prestigio.

Si Foffo era débil, Prato era fuerte y manipulador, con la arrogancia de quien suele cumplir sus fantasías sin pedir cuentas a nadie, desde el capricho sin medias tintas. Su especialidad era seducir a heterosexuales al sentirse mujer y planear viajar a Tailandia para cambiar de sexo. La combinación de esas dos inteligencias tampoco debía presagiar ninguna tragedia. En los días posteriores al crimen, la prensa se relamió con teorías de lo más grotesco, propias del instante medieval de nuestra civilización, en ocasiones abocada con fruición al ruido sin diseccionar los hechos.

El viernes 4 de marzo de 2016, Luca acudió al número 2 de vía Iginio Giordani para ganar 150 euros. Nunca salió de ese infierno

Estos tuvieron a un chico de barriada como mártir. Luca Varani residía junto a sus padres adoptivos en otro margen de la Ciudad Eterna. Tenía veintitrés años, trabajaba en un taller mecánico, salía con la misma chica desde hacía casi una década y se ganaba un dinero extra como chapero de hombres adinerados, además de traficar con pequeñas cantidades de cocaína. Siempre iba urgido de dinero al ser manirroto con las máquinas tragaperras. Sus varios círculos de amigos declararon cómo no era nada anómalo verlo mendigar por un cigarrillo o para invitar a su novia, Marta Gaia Sebastiani, a una cena para ratificar ese amor de película, tan increíble como para sucumbir a un cúmulo de mentiras, ocultas por sus silencios y desapariciones, como la de esas horas del viernes 4 de marzo de 2016, cuando acudió al número 2 de la vía Iginio Giordani con la esperanza de ganar ciento cincuenta euros. Nunca salió de ese infierno.

Plasmar el Averno

Tras consumir más de veinte gramos de cocaína y litros de vodka, Foffo y Prato se despidieron. El primero debía asistir al funeral de su tío. Durmió durante todo el viaje. Al despertar no pudo más y confesó lo sucedido, envuelto en una resaca nebulosa. El segundo pagó una habitación de hotel para suicidarse, salvándose por culpa de su obsesión con la canción 'Ciao, amore, ciao', escrita por Luigi Tenco y versionada por Dalida, su diva indiscutible.

Durante esa semana un hombre recibió una llamada para realizar un reportaje para un suplemento de La Repubblica, el principal diario italiano, al menos el de más prestigio. Nicola Lagioia era un escritor reconocido en su país. El encargo le disgustó, rechazándolo, si bien al cabo de unas horas cambió de opinión y lo aceptó, con toda probabilidad al intuir cómo ese crimen podía ser perfecto para trazar la biografía del malestar de un colectivo llamado Roma.

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Nicola Lagioia (EFE EPA ALESSANDRO DI MARCO)

Esa es una de las claves que propulsan 'La ciudad de los vivos' (Literatura Random House) a la excelencia en la historia de la No Ficción. Truman Capote se obcecó, hasta arruinarse desde todos los ángulos, con el asesinato de los Clutter en su casa de Holcomb, localidad próxima a Kansas City. Su virtud fue la de inaugurar el género y plasmar con inigualable brillantez una historia sórdida y arquetípica de lo rural norteamericano, un exotismo morboso para el escritor de 'Desayuno con Diamantes'.

Si proseguimos con los clásicos, la lógica nos conduce a Emmanuel Carrère y su 'El adversario', apasionado como su autor al dibujar el delirio de Jean-Claude Romand, quien asesinó a toda su familia tras engañarla durante años haciéndoles creer que ocupaba un puesto de relevancia en la Organización Mundial de la Salud.

El horror de Romand era, si se quiere, nómada, mientras el romano tiene unas coordenadas muy determinadas donde, sin duda, la incidencia del entorno tenía algo más que un valor añadido al sintetizar un tiempo y un instante en una población con personalidad propia, muy crítica consigo misma y pese a ello complaciente al asumir su inercia forjada por tantos estratos de Historia y pésima planificación urbanística desde la unificación italiana de 1870, agravándose el despropósito con la megalomanía de Benito Mussolini, destripador del centro hasta trasladar a muchos de sus habitantes a barracas, reemplazadas tras la posguerra por una marea vertical de cemento, sin remediarse jamás los contrastes, endémicos hasta la fecha.

Lagioia envió el reportaje, pero no pudo olvidarse del caso, reconstruyéndolo mediante un esmerado proceso

Lagioia no pretendía tanto. Envió el reportaje, pero no pudo olvidarse del caso, reconstruyéndolo mediante un esmerado proceso entre documentos judiciales, informes periciales, escuchas telefónicas, sentencias definitivas, documentos de audio, vídeos, declaraciones oficiales y entrevistas. Sin embargo, todo este material sería insuficiente sin una estructura sólida y polifónica y una intencionalidad ajena a modas pasajeras. Otro escritor hubiera optado por una novela al uso, con suspense para alargar la intriga y perpetuar la tontería posmoderna, por llamarla de algún modo, de los spoilers.

La posición de Lagioia es ética y humanista desde el respeto a la realidad. Hoy en día 'La ciudad de los vivos' puede tener distintos grados de impacto por cómo hemos eliminado el pasado de nuestras preocupaciones para elevar el presente a una categoría divina muy oportuna para fomentar la ignorancia. Los lectores pueden visitar el Instagram de algún protagonista para comprobar cómo se ha recuperado de un golpe tan bestia. De aquí a unos años nadie pensará en esa búsqueda y el libro conservará vigencia desde la honestidad de sus mimbres.

Los lectores pueden visitar el Instagram de algún protagonista para comprobar cómo se ha recuperado de un golpe tan bestia.

El escritor italiano se inmiscuye sólo cuando es de veras imprescindible. Al fin y al cabo, uno de los acicates para tejer su relato fue pensar cómo, desde el contexto de nuestra centuria, cualquiera de nosotros puede perder el norte cuando padecemos crisis por lo precario de nuestras esperanzas. La suya ocurrió cuando aún vivía en Bari; sus padres se habían separado y optó por darse a la bebida sin moderación, tanto como para tirar botellas por el balcón o empotrar su coche contra otro sin meditar mucho sobre el panorama, con sangre de un juramento de amistad y la locura de gritar a los cuatros vientos con su colega que habían asesinado a Umberto Eco al acuchillar 'El nombre de la rosa', insoportable como todas las lecturas obligatorias del bachillerato.

Alguien cavilará sobre lo absurdo de esta empatía. No te equivoques, querido lector. Lagioia era un chico bien educado, pero si los cristales hubieran reventado la cabeza de una transeúnte o si el vehículo hubiera chocado con otro en movimiento no tendríamos 'La ciudad de los vivos' y el escritor hubiera ingresado en ese limbo universal de los posibles no consumados.

El triunfo de lo real

La literatura del siglo XXI ha establecido un debate sobre el sentido de la ficción en una época embebida de realidad por los cuatro costados. 'La ciudad de los vivos' se venderá como novela, pero su fuente es lo palpable sin invenciones de ningún tipo, asimismo desmarcándose de las voces más bien efímeras de una primera persona centrada en sí misma, con mucho foco en los medios para caer en acto seguido en la amnesia por la exigencia, tan paradigmática del sector, de las mesas calientes de novedades.

Aquí, el oficio de periodista del narrador le permite ahorrarse toda esa carga de ego para ahondar en lo humano desde la contemporaneidad, con tanta prestancia como para trascenderla por lo fidedigno de su formulación en el papel, con voluntad objetiva y la dureza de conseguirlo gracias a los muertos, vectores para aprehender la hecatombe de los vivos. Para ello Roma es el escenario perfecto de ese sic transit gloria mundi o lo volátil de nuestro paso por el valle de lágrimas. Los espacios influyen en nuestras acciones; en la Ciudad Eterna esto es más evidente si cabe por el influjo de tantos fantasmas surcando sus calles a cualquier hora, como si las esencias acumuladas de tantos sedimentos acecharán no sólo en el horizonte, sino en la piel de sus habitantes.

Es lícito plantear el libro como una tragedia griega en la era la hiperconectividad y su paradoja de soledades

Quizá nadie de nosotros tiene en su cuerpo el destino de Manuel Foffo, Marco Prato y el malogrado Luca Varani. Quién sabe. Es lícito plantear el libro como una tragedia griega en la era la hiperconectividad y su paradoja de soledades. Llamadas a camellos. Whatsapps a desconocidos para satisfacer perversiones. Aplicaciones para ligar. Papelinas. Desorientación. Ansiolíticos. Calmantes. La muerte y tras ella el chismorreo, bien sintetizado, sin referirse al asunto, por los Maneskin con su “parla, la gente purtroppo parla, non sa di che cosa parla”. La gratuidad de tantos comentarios después del asesinato requería una enmienda a la totalidad para comprender no sólo a los responsables, sino a una sociedad enferma, casi como la reflejada por Federico Fellini en la Dolce Vita, quien definió su película como un fresco para retratar una a ciudad con fiebre altísima, con el termómetro al rojo vivo.

Todo va por ciclos, pero tanto el cineasta como Nicola Lagioia coinciden al reconocer cómo los dramas mínimos nacen por el percutir exterior. Si a veces, desde lo insólito, mentamos al demonio no es nada casual, más bien otra muesca más de la irresponsabilidad de no poner en tela de juicio los mecanismos de un mundo sediento y victorioso en su imparable velocidad de consumo sin ciudadanos.

Roma nació de un asesinato. Rómulo terminó con la vida de su hermano Remo tras violar este los límites de la futura urbe, capital del mundo durante siglos, y no sólo desde la púrpura de los residentes en el Palatino. La anécdota no es baladí. La crónica negra es un clásico de la Ciudad Eterna para mayor delicia de un país aficionadísimo a la misma mucho antes del actual boom del 'true crime'. De hecho, entre los méritos de la gran literatura italiana radica haber reformulado la narración de estos sucesos criminales al considerarlos cómo válidos para comprender la evolución de una sociedad, tal como inauguró Dino Buzzati en los años cuarenta del siglo pasado con sus magníficos artículos, desprovistos de épica y escándalo para centrarse en lo sucedido y afrontar con prosa los rostros del mal.