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'Silencio': Juan Mayorga y Blanca Portillo enmudecen al Teatro Español
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'Silencio': Juan Mayorga y Blanca Portillo enmudecen al Teatro Español

Parece sencillo entrar en este juego de la actriz y el dramaturgo al que contribuye la brillantez del texto, que es un ensayo agudo e inteligente

Foto: Foto: Javier Mantrana.
Foto: Javier Mantrana.

Cuando un texto se dice en voz alta, salta del papel y se convierte en un híbrido extraño. Si es un soneto de Lope o un listín telefónico, en esencia no importa. Al recitarse, todas las palabras toman un cuerpo. Y al encarnarse en la voz de alguien, se transforman en algo parecido a la música: adquieren timbre, ritmo, cadencia, incluso una melodía. En este mundo de sonidos, en la música, la poesía o el teatro, a veces se nos escapa la importancia capital del silencio. Para advertirlo ya están Juan Mayorga y Blanca Portillo en el Teatro Español, mostrando y delimitando qué es lo que ocurre cuando nada suena en el escenario.

'Silencio' no solo contiene esa especie de efectismo sordo —que también, cuando Portillo calla durante cuatro incómodos minutos y 33 segundos, en homenaje a la famosa obra de John Cage—. El monólogo es una adaptación del discurso de ingreso en la RAE que el dramaturgo Juan Mayorga pronunció en 2019, cuando ocupó el sillón M. Escrita y dirigida por el académico, la obra comienza cuando Portillo camina desde el patio de butacas hasta el escenario, saluda a los académicos (sillas vacías), se inclina ante un retrato de Cervantes (marco vacío). Y, por si esa escena desnuda y su transformación no fueran suficientes, sentencia con un gesto ampuloso: "La situación es teatral".

placeholder Foto: Javier Mantrana.
Foto: Javier Mantrana.

"Lo es la división del espacio, que separa a los recién llegados de quienes ya estábamos aquí y ahora nos movemos como si hubiéramos ensayado; lo es el vestuario de los de esta parte y también, entre otros elementos del atrezo, el retrato de Cervantes a la espalda del director; lo es el silencio que ha seguido a la frase con que el director ha abierto el acto", arranca el discurso.

Resulta hipnótico ver trabajar a Portillo durante las casi dos horas que ocupa esta obra metateatral. Sobre todo, porque la voz de Mayorga —parodiado en este personaje encorvado y rígido— se mezcla con lo que parecen acotaciones de la propia actriz. El marco de la obra lo desvela ella misma, cuando rompe su personaje de pronto y nos cuenta divertida que Mayorga se presentó "a las doce y pico de la noche" en su casa para pedirle que fuera ella quien pronunciara su discurso de ingreso. "Es que él es muy sosito, el pobre", bromea Portillo sobre el escenario.

Parece sencillo entrar en este juego de la actriz y el dramaturgo. A ello contribuye la brillantez del texto, que es un ensayo agudo e inteligente sobre el papel del silencio en la vida, primero, y en literatura, después. Y ayuda también el portento de Blanca Portillo, que de un momento a otro desaparece en la caricatura del académico, en fragmentos de García Lorca, Dostoyevski, Chéjov o Sófocles, o en los apuntes que ella misma añade al discurso. A estas líneas de Mayorga: "El silencio es matemáticamente posible en mundos tridimensionales", Portillo responde: "Mira que le dije que quitara esta parte, que no la entiende ni él...".

En este diálogo de escritor y actriz, el silencio aparece como una epifanía, un fenómeno que siempre existe, pero que no se percibe hasta que se vuelve escandaloso. El silencio cuando precede o sucede a una palabra y la envuelve de otros significados. El silencio como un símbolo de poder, cuando se ordena o se impone sobre los demás, como el rey Creonte sobre Antígona ("¿Quieres hablar para no escuchar nada mientras hablas?"). El silencio para decir lo indecible, como el amor en los diálogos de 'El jardín de los cerezos', de Antón Chéjov. Se pregunta Portillo sobre sus protagonistas, en palabras de Juan Mayorga: "¿Por qué, en vez de decir 'quiero vivir contigo', hablan del frío y de un termómetro roto?".

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Foto: Javier Mantrana.

El diseño de vestuario, sonido e iluminación es sobrio, pero efectivo. Para cada recreación y autor que se menciona en el monólogo, aparecen filtros verdes, rojos y azules. También hay algunos ecos y golpes en la voz de la actriz, que pueden ayudar a crear ese espacio de sugestión teatral. En una obra de hora y cuarenta minutos, con un texto denso y de gran carga intelectual, esas ayudas a la imaginación parecen casi imprescindibles para un público de todo tipo. Quizá para los no acostumbrados al formato, la obra puede resultar algo pesada por su desnudez.

En 'Silencio' también hay sitio para las palabras finales más célebres del teatro español del siglo XX: las de Bernarda Alba en la obra de Federico García Lorca. Con un ejercicio actoral que impresiona, Blanca Portillo transforma a la dominadora ("¡A callar he dicho! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!") en una mujer víctima y derrotada, tan solo con ese manejo casi musical de las palabras dichas en voz alta. De su timbre, su cadencia, su ritmo, sus pausas... En un momento de la obra, Juan Mayorga y ella misma nos lo recuerdan: que el virtuosismo sobre las tablas consiste, sobre todo, "en el gobierno del silencio".

Cuando un texto se dice en voz alta, salta del papel y se convierte en un híbrido extraño. Si es un soneto de Lope o un listín telefónico, en esencia no importa. Al recitarse, todas las palabras toman un cuerpo. Y al encarnarse en la voz de alguien, se transforman en algo parecido a la música: adquieren timbre, ritmo, cadencia, incluso una melodía. En este mundo de sonidos, en la música, la poesía o el teatro, a veces se nos escapa la importancia capital del silencio. Para advertirlo ya están Juan Mayorga y Blanca Portillo en el Teatro Español, mostrando y delimitando qué es lo que ocurre cuando nada suena en el escenario.

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