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'Euphoria': una serie putrefacta, enfermiza y repugnante
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'Euphoria': una serie putrefacta, enfermiza y repugnante

La serie de Sam Levinson naufraga en un estiloso efectismo de videoclip politoxicómano

Foto: 'Euphoria'. (HBO)
'Euphoria'. (HBO)

Es evidente que los drogadictos están sobrerrepresentados en la ficción. Para que el cine y las series hablen más de ti, deberías drogarte. Cualquier droga tiene más cabida en una producción audiovisual que el metro de Madrid, el autobús de Chicago o un puesto de manzanas. La droga hace el cine, quizá por fuera y por dentro simultáneamente.

Jean Luc Godard consideraba en 'Historia(s) del cine' que el séptimo arte era una ramificación de la industria cosmética. Podemos subir la apuesta y estimar que el cine y las series de televisión son en realidad departamentos de publicidad del narco. Es cierto que la droga es ilegal, que su precio no atiende a razones, que no se puede adquirir en El Corte Inglés y que su etiquetado resulta mejorable. Pero no es cierto que no disponga de su propia campaña de promoción permanente, el otoño-invierno de la cocaína, la Semana de Oro de la marihuana. La droga se anuncia más en televisión que el pan Bimbo.

'Euphoria', en fin, empieza como el clásico drama con drogas que debería conmoverte, pero enseguida piensas, después de ver dos o tres capítulos, si tú también tendrás guardado por ahí el teléfono de algún camello enrollado. Es tan guay drogarse. Son tan guapos los que se drogan. Salen luces de colores todo el tiempo, cuando te drogas. Y no, no tienes el teléfono del camello.

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En 'The Wire' los drogadictos no eran imitables, porque resultaban penosos, feos, sucios y se drogaban en pisos abandonados junto a ratas y bolsas de basura. Llámenlo realidad. En 'Euphoria' (solo por empezar con uno de sus elementos disuasorios), la droga va aparejada a la belleza y a la aceptación social, y se entiende además que así es la juventud en Estados Unidos y, por supuesto, en todo el mundo, en Madrid o Sevilla, mocitos eternamente rodeados por luces de neón y ropa chillona alucinando químicas. Entonces la gente, incluso los jóvenes, ven 'Euphoria' como la serie que les define, lo que solo puede interpretarse como decadencia aspiracional de la peor especie. Aspirar a decaer es lo que nos faltaba, amigos.

Foto: Zendaya en 'Euphoria'. (HBO Max)

A los únicos a los que define 'Euphoria' es a los Javis, a C. Tangana, a gente que no tiene que enviar su currículo el lunes por la mañana a 15 departamentos de personal y creen que 'after' es una filosofía de vida. A todos los demás, esta serie únicamente les hace soñar con una vida mejor: una vida a partir de la cual HBO se dignaría a hacerte una serie.

'Assassination Nation'

Hay dos colisiones simpáticas en el fenómeno de 'Euphoria'. Una la encontramos en que su creador, Sam Levinson, rodó en 2018 una de las mejores películas del siglo XXI, 'Assassination Nation'. Lo agónico es que 'Assasination Nation' es exactamente igual que 'Euphoria', es decir, trata los mismos temas enfermizos, salen los mismos personajes jóvenes femeninos hastiados de Instagram, amén de abusos, transexuales, suburbios con jardín y luces de neón cada cinco planos, pero presenta un lamentable 6 como nota en Imdb, mientras que Euphoria disfruta de un delirante ¡8,4!

La intensidad alucinógena que llena ocho o 10 horas de ficción acaba naufragando

Este error de todo el mundo (creer, a diferencia de mí, que 'Assassination Nation' es mucho peor que 'Euphoria', cuando es justamente al revés) nos sugiere una comparación con el trabajo de Nicolas Winding Refn. Después de presentar 'Drive' (2011) o 'The neon demon' (2016), auténticas obras referenciales del cine contemporáneo, Winding Refn se volvió indigesto en su serie para Prime Video, 'Demasiado viejo para morir joven', que, a fin de cuentas, era lo mismo pero con 10 horas de duración.

Lo que estima uno, un poco a voleo, es que la intensidad alucinógena, desbordada y parcelada por la obligación de llenar con ella ocho o diez horas de ficción, acaba naufragando naturalmente. En cierto sentido, es como si uno se sube a una montaña rusa y le dicen que cada veinte metros deberá bajarse, irse a su casa, hacer su vida y luego a la semana siguiente subirse de nuevo en la montaña rusa justo donde lo dejó. Obviamente, el viaje espídico y emocionante de la montaña rusa ya no es el mismo. Ese bajar y subir constantemente a la montaña rusa es lo que define las series de Levinson y Winding Refn. Son una tortura, vamos.

Foto: Zendaya protagoniza 'Euphoria'. (HBO)

La otra simpática contradicción de la serie tiene que ver con su protagonista, Zendaya. Hay que imaginar a Zendaya (sea el caso o no) rodando de lunes a viernes 'Spiderman: no way home' y, los fines de semana, 'Euphoria'. ¿Hoy me toca telaraña o cocaína?, le debía de preguntar a su representante cada día de rodaje. Hoy, telaraña, maja.

No en vano, la actriz se ha visto necesitada de enviar un mensaje a sus fans —que lo son, obviamente, más por 'Spiderman' que por una serie marginal— avisándoles de que quizás 'Euphoria', donde aparecen penes erectos, abusos sexuales, drogas vendidas por niños y depresión sofisticada en cantidades estomagantes, quizá, repito, no es lo que esperan de ella los que la han visto volar abrazada al Hombre Araña, tan sana y sonriente como Heidi.

Personalmente, me desagrada mucho 'Euphoria'. De hecho, escribo esta pieza sin haber visto entera la serie, ya que me provoca una gran repugnancia y no me pagan lo suficiente. Visualmente, es muy pintona, pero desde el punto de vista moral es de una considerable bajeza. Básicamente, se trata de niños ricos de Hollywood jugando a combinar problemas muy gordos de los que apenas saben nada para poder rodar planos a cámara lenta con música de fondo compuesta por algún amigo que vive en la mansión de enfrente. Toda ella es, en definitiva, una celebración de lo putrefacto, una estilización de lo enfermizo, vendida como realidad adolescente por adultos que confunden la adolescencia con la tendencia, la moda, el vacío y el brilli-brilli.

Es evidente que los drogadictos están sobrerrepresentados en la ficción. Para que el cine y las series hablen más de ti, deberías drogarte. Cualquier droga tiene más cabida en una producción audiovisual que el metro de Madrid, el autobús de Chicago o un puesto de manzanas. La droga hace el cine, quizá por fuera y por dentro simultáneamente.

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