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La delgada línea que va del 'cohousing' al 'gilipolling'
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'TRINCHERA CULTURAL'

La delgada línea que va del 'cohousing' al 'gilipolling'

Es irritante, aunque recurramos al sarcasmo, maquillar el hecho de que tener un trabajo haya dejado de garantizar una vida digna

Foto: Foto: EFE/Sarah Yáñez-Richards.
Foto: EFE/Sarah Yáñez-Richards.

Tengo un amigo que un día me recomendó a su "vinatero" de confianza. Tengo a un familiar que dice "restorán". Son personas estupendas, de esas que parece que nacieron ya peinadas y con un léxico notablemente superior a la media. Cuando estoy con ellos le digo a mi yo periférico que se calme y, aunque a veces me parezcan pedantes, siempre pienso en que me son necesarios.

Gracias a ellos saco a pasear los libros más recientes, elevo un par de escalones mi acervo cultural y aplazo la morralla para otros contextos. Reviso las normas de protocolo y convivencia, el uso de los cubiertos. Repaso y me digo a mí misma: "el del pescado se llama pala, que no se te olvide". Seguro que mi amigo dice "pescatero".

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Hace tiempo le prometí a un amigo (otro) que algún día pondría en un titular la palabra "gilipolling". Nunca cumplí mi palabra. Ambos trabajábamos en un periódico económico y estábamos hartos de las notas de prensa cargadas de anglicismos que a algunos les hacía creerse más listos. El 'factoring', el 'confirming', el 'briefing', cosas así. Hacíamos apuestas por cuánto tardaría algún cachorro de consultora estratégica o similar en intentar empatarnos con alguno de ellos en una entrevista. Eran muchas horas en aquella redacción con moqueta y no fumábamos. Había que entretenerse con algo.

Leo que el Gobierno quiere fomentar lo de compartir piso en su ley de primera vivienda. Esa época de prensa económica me pilla ya lejana, pero el titular me hace recordar que yo tuve unas Keli Finder que nunca estrené y que me regalaron en esa rueda de prensa en la que María Antonia Trujillo ya llevaba una piedra preciosa en uno de sus colmillos.

Reconozco, ahora que ya ha prescrito, que yo no podía dejar de mirar ese prodigio de la estética dental. Supongo que entonces y ahora pretendían contarnos (a los jóvenes de entonces y a los de ahora) que compartir casa por muy pequeña que sea es una cosa estupenda porque la precariedad tiene su gracia y en algún sitio hay que vivir.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/Emilio Naranjo)

Le pregunté a mi amiga Marina, que está muy al día de las cosas de la juventud de hoy. "Ah, hombre, lo del 'coliving'", me dijo. Otro anglicismo para tapar la pobreza, supuse. Y me puse a buscar. 'Coliving' o 'cohousing', concretamente, una manera "chulísima" —que diría Yolanda Díaz—, de reducir el espacio individual a cambio de ganar una barbaridad en zonas comunes. Eso que ya hacen los países escandinavos, te dirán, para fomentar la convivencia intergeneracional frente a otras fórmulas tradicionales como el 'corraling'. Que alguien me pare, por Dios.

Hay una cosa perversa en este lenguaje neoliberal tan de escuela McKinsey. Dice Cáritas que en España había en 2019 seis millones de personas en la cuerda floja. De esas a las que un cambio sustancial en sus vidas les haría caer en el abismo de la exclusión. Y la pandemia se ha encargado de tirarlos uno a uno por ese hueco. Por eso es irritante, aunque recurramos al sarcasmo, maquillar el hecho de que tener un trabajo haya dejado de garantizar una vida digna, pero no pasa nada porque es cuestión de buscar alternativas a un mercado laboral tan cambiante como hostil.

El 'cohousing' es solo una de ellas, pero hay seres en este mundo que nos dicen que quedarse en casa ya no es cosa de plomazos, porque al asunto se le llama 'nesting'. El nido como lugar en el que realizarnos y conectar con nuestro yo más íntimo. Mucho más útil y barato que dejarnos los euros en Ponzano y otros infiernos similares en la tierra.

Foto: La escritora J. K. Rowling. (Reuters/Suzanne Plunkett)

En tiempos estúpidos y polarizantes en los que el jamón parece ser el arma más eficaz para luchar contra el comunismo, la dieta también se ha politizado. Y algunos se atreven a promover recetas plagadas de creatividad con las sobras. Atrás queda esa cosa nostálgica y del antiguo régimen de hacer croquetas.

Ahora puedes alimentarte de potitos —madre mía las cabezas— y siempre habrá algún chef molón (otro maquillaje divino) que te diga con qué platos puedes deleitar a los invitados en casa con la piel de plátano y la de la zanahoria. Todo, además, en aras de esa sostenibilidad que tanto te preocupa.

En qué momento pensamos que un anglicismo nos iluminaría las sombras.

En qué momento decidieron tomarnos por tontos. Por 'gilipolling'.

Tengo un amigo que un día me recomendó a su "vinatero" de confianza. Tengo a un familiar que dice "restorán". Son personas estupendas, de esas que parece que nacieron ya peinadas y con un léxico notablemente superior a la media. Cuando estoy con ellos le digo a mi yo periférico que se calme y, aunque a veces me parezcan pedantes, siempre pienso en que me son necesarios.

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