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La fotógrafa que retrató a Merkel durante 30 años: "Decía que podía ser tan dura como los hombres"
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La fotógrafa que retrató a Merkel durante 30 años: "Decía que podía ser tan dura como los hombres"

Cada año, Herlinde Koelbl y Angela Merkel repetían el mismo ritual. Una silla, un fondo blanco y una sola indicación antes de disparar: "Míreme con una expresión abierta"

Foto: Angela Merkel y Herlinde Koelbl, en 2021. (Taschen)
Angela Merkel y Herlinde Koelbl, en 2021. (Taschen)

El reinado de Felipe IV fue el más largo de la dinastía Habsburgo: 44 años y 170 días. Y se dice que en todo ese tiempo solo posó para un pintor: Diego Velázquez. Cuando el sevillano viajó a Italia en dos ocasiones -se ausentó durante cuatro años de la corte- nadie más retrató al Rey. La última vez que se dejó pintar fue apenas una década antes de morir, la más dura de su vida. Habían pasado nueve años desde el último retrato: “No me inclino a pasar por la flema de Velázquez, así por ella como por no verme ir envejeciendo”. La última imagen real es atípica por su desnudez: en ella no existen símbolos que distingan al Rey de un mendigo. Ni armas, ni Toisón, ni montura. Por una vez, solo el hombre derrotado y su mirada.

“El poder cambia a la gente. Si ves cómo alguien adquiere poder, puedes descubrir una imagen del personaje. Cómo cambia su comportamiento, cómo trata a la gente, si sigue siendo respetuoso o no…”. Quien habla para este periódico sabe capturar, como lo hacía Velázquez, la mirada del poderoso. En 1991, la fotógrafa alemana Herlinde Koelbl escogió a 15 políticos y empresarios de relevancia pública para fotografiarlos durante ocho años. ‘El rastro del poder’ fue el título de este proyecto a largo plazo. Entre ellos se encontraba la excanciller, entonces joven ministra, Angela Merkel. “Tuve el privilegio de fotografiarla a lo largo de 30 años, con una corta interrupción, hasta que abandonó la arena política en 2021”, cuenta Koelbl, que recopila estos retratos en un libro editado por Taschen.

placeholder Angela Merkel, en 1991. (Koelbl/Taschen)
Angela Merkel, en 1991. (Koelbl/Taschen)

Cada año desde 1991 hasta 2021, con una interrupción entre 1999 y 2005, Merkel y Koelbl repetían el mismo ritual. Una silla, un fondo blanco y una sola indicación antes de disparar: “Míreme con una expresión abierta”. Entonces, la fotógrafa capturaba un retrato y un plano más amplio, en el que se viera parte del cuerpo y las manos. Lo hizo hasta este 2021, el año en el que Angela Merkel ha cerrado sus dieciséis años al frente del Gobierno alemán.

En el trabajo de Koelbl el poder no emerge en forma de símbolo, como sí lo hacía en aquellos retratos velazqueños, portadores de retórica y autoridad. Lo que entonces eran capas de armiño y armaduras, hoy son las grandes mesas y los despachos que aparecen en las imágenes políticas. Las imágenes de Merkel a lo largo de los años son como el último retrato del Habsburgo: austeras y sin distracciones. Koelbl utilizó en todas ellas los mismos tipos de cámara y lente. “Si tienes un poder público, vives constantemente bajo una lente. Serás juzgado y escrutado todo el tiempo, no podrás vivir una vida normal nunca más. Por eso, intentas protegerte y esconderte. No muestras tus emociones en público, los otros no ven lo que te ocurre y cómo cambias. Cuanta más relevancia pública adquiría Merkel, dejaba de ser la que era antes”, cuenta Koelbl.

placeholder Angela Merkel, en 1998. (Koelbl/Taschen)
Angela Merkel, en 1998. (Koelbl/Taschen)

Mientras retrataba a Merkel, la fotógrafa realizaba una pequeña entrevista cada año, que también se recoge en el libro. Se sentaba ante la que después sería una líder mundial histórica, un símbolo de poder en sí misma, y le preguntaba: “¿Cómo era su padre?” “¿Duda de sí misma?” “¿Ha encontrado el amor de su vida?” “¿Qué cosas le dan miedo?”. Esta última se la hizo en 1997, cuando era ministra de Medio Ambiente, Conservación Natural y Seguridad Natural en el gobierno de su ‘padre político’, Helmut Kohl. Merkel respondió: “Ponerme enferma en medio de una campaña. Eso sería desafortunado”.

“En cierto modo, aprendí mucho de ella”, recuerda Koelbl. “Aunque se dedicaba completamente a la política, seguía siendo una científica. Tiene un pensamiento analítico muy desarrollado”. Antes de dar el salto a la política, Merkel se doctoró en química cuántica, ‘magna cum laude’. ‘El cálculo de las constantes de velocidad de las reacciones elementales en el ejemplo de los hidrocarburos simples’ fue el título de su tesis. “Tenía cualidades importantes: era muy analítica, pensaba a largo plazo, y no era ególatra ni vanidosa. Porque si lo eres, puedes dejarte manipular por los elogios interesados de los demás”.

placeholder Merkel, en 1991. (Koelbl/Taschen)
Merkel, en 1991. (Koelbl/Taschen)

En la primera conversación que Koelbl mantuvo con Merkel, la política primeriza tenía 37 años y Kohl le acababa de nombrar ministra de Familia, Mujer y Juventud. “Cada vez que entro en el Bundestag -el Parlamento Federal alemán- y la gente me saluda amablemente, me pregunto: ¿quién seguirá saludándome con cordialidad mañana si ya no soy ministra? Seguramente, mucha menos gente”. Los años fueron pasando, y la ministra a la que Helmut Kohl se refería como “su chica” se convirtió en una promesa de renovación en la desgastada -y en parte corrupta- CDU.

Las entrevistas de Koelbl reflejan la confianza creciente de Merkel. Especialmente en 1998, cuando Kohl fue derrotado en las elecciones, a punto de estallar un escándalo de donaciones ilegales. La antes ministra terminó convirtiéndose en la líder de la oposición y, poco a poco, se desembarazó de la influencia del excanciller. “Al principio necesitaba coraje para enfrentarme a él. El corazón se me salía del pecho. Pero ahora puedo aguantar sus críticas. No necesito preguntarle qué piensa de las cosas, pero tampoco tengo razones para calumniarle ahora. Gerhard Schröder -canciller socialdemócrata que derrotó a Kohl- siempre dice: gracias, Helmut, es suficiente. Y, según él, la CDU tiende incluso a omitir el agradecimiento. Pero ese no será mi caso. Puedo darle las gracias felizmente”, declaró Merkel ante Koelbl hace 24 años.

placeholder El 'diamante de Merkel' formado con sus manos, en 1998. (Koelbl/Taschen)
El 'diamante de Merkel' formado con sus manos, en 1998. (Koelbl/Taschen)

Ante los ojos de la fotógrafa, la figura de Angela Merkel se iba construyendo en su lenguaje corporal. “Es como una máscara que intentas llevar. Se puede ver en su postura. En 1991, se le notaba tímida y un poco incómoda. Después, se puede percibir la confianza. Mucho más segura, con mucha más tensión positiva, erguida. Se mostraba de manera totalmente diferente. Toda esa evolución se puede ver en las fotografías”, explica Herlinde Koelbl.

A Merkel nunca le gustaron las cámaras, pero aprendió a lidiar con ellas. Al principio, “no sabía qué hacer con las manos o los brazos. Cambió, pero la incomodidad permaneció en cierto modo, hasta el final de su mandato como canciller. En 1995, se mostraba más segura, en ‘contrapposto’ (con la cadera inclinada), con una mirada más directa, los hombros erguidos. Y en 1998, apareció por primera vez el gesto que se convirtió en su firma: el conocido como ‘diamante de Merkel’”. Koelbl se refiere al rombo que las manos de la excanciller forman al unirse. Una traza del poder en su imagen, un símbolo corporal y austero.

placeholder El 'diamante Merkel', en 2021. (Koelbl/Taschen)
El 'diamante Merkel', en 2021. (Koelbl/Taschen)

La propia Merkel lo explicaba en 1996: “Adoptas ciertos patrones, para que los demás no noten lo que sientes con solo mirarte. Ahora siempre pienso que puedo ser fotografiada, y por eso finjo más. Antes, lo más difícil para mí era permanecer quieta y escuchar un discurso. No sabía dónde poner las manos o el cuerpo. Pero esto ha mejorado: ya no me balanceo de una pierna a otra. Soy más segura. Y probablemente sea una mezcla de dos cosas: interpretar un papel y ser uno mismo”.

Merkel, la primera canciller

En 1995, Merkel ya era ministra de Medioambiente y confesó a la fotógrafa tras una cumbre climática: “Rompí a llorar en mi despacho [...]. Quizá debería haber gritado en lugar de llorar, como muchos hombres. Pero lo mires como lo mires, fue un arrebato emocional, que tal vez poco característico de mí”.

En 2005, Angela Merkel derrotó a su rival socialdemócrata y se convirtió en la primera mujer canciller de Alemania. “Ahora hay más mujeres en política. Pero cuando Merkel empezó, en 1991, había muy pocas”, recuerda Koelbl. “A menudo, los hombres no las tomaban en serio. Merkel me dijo algo entonces: ‘Una no puede pedir que se compartan las decisiones con los hombres por un lado, y por el otro empequeñecerse cuando las cosas se ponen difíciles y el viento empieza a soplar’. Lo dijo en 1991: puedo ser tan dura como los hombres. Creo que esto muestra su actitud, tuvo que aguantar. La situación, afortunadamente, es mucho más fácil ahora que cuando ella empezó en política”.

placeholder Angela Merkel, en 2021. (Koelbl/Taschen)
Angela Merkel, en 2021. (Koelbl/Taschen)

Con 37 años y su primer cargo en el Gobierno, la joven Merkel definía su estilo político: “Con las pequeñas cosas, intento ser amable. Pero con lo sustancial puedo ser exactamente tan dura como los hombres. Lo principal es contener los nervios. Preservar la distancia y no dejarse arrinconar cuando alguien discute de forma muy ruidosa y emocional. Hay que mantener la calma y dejar claro a la otra persona que no piensas jugar bajo sus reglas”.

Hubo una pregunta que se repetía año tras año. En temporada de ciruelas, a Merkel le gustaba recogerlas y cocinar con ellas. Así que la tarta de ciruelas se convirtió en un símbolo no de poder, sino de la mujer que lo ostenta: de su vida fuera de la cancillería y del escrutinio público. Cada año, Koelbl preguntaba: “¿Ha podido cocinar alguna tarta este año?”. En 1995, la ministra se sinceró al respecto: “Ahora me digo a mí misma: ‘Si quieres sobrevivir un par de años más, de vez en cuando tienes que estar en casa los sábados, ir a un concierto, o incluso cocinar algo”. Aquel año, Merkel confesó apenada que no había cocinado ninguna tarta. Para cuando pudo darse cuenta, la temporada de ciruelas había terminado.

El reinado de Felipe IV fue el más largo de la dinastía Habsburgo: 44 años y 170 días. Y se dice que en todo ese tiempo solo posó para un pintor: Diego Velázquez. Cuando el sevillano viajó a Italia en dos ocasiones -se ausentó durante cuatro años de la corte- nadie más retrató al Rey. La última vez que se dejó pintar fue apenas una década antes de morir, la más dura de su vida. Habían pasado nueve años desde el último retrato: “No me inclino a pasar por la flema de Velázquez, así por ella como por no verme ir envejeciendo”. La última imagen real es atípica por su desnudez: en ella no existen símbolos que distingan al Rey de un mendigo. Ni armas, ni Toisón, ni montura. Por una vez, solo el hombre derrotado y su mirada.

Angela Merkel Fotografía Política
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