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Así habló Richard Strauss: juicio y tragedia de un nazi ambiguo
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Así habló Richard Strauss: juicio y tragedia de un nazi ambiguo

El escritor Xavier Güell publica la segunda entrega de 'Cuarteto de la guerra', una tetralogía de novelas vertebrada por la música y su respuesta al horror de la guerra

Foto: Richard Strauss, como presidente de la Cámara de Música del Reich.
Richard Strauss, como presidente de la Cámara de Música del Reich.

Richard Strauss se sabía por encima de cualquier régimen político. Hasta entonces, los líderes que se habían sucedido en Alemania acababan plegándose ante su compositor más prestigioso. Y creía que Adolf Hitler y el Tercer Reich consentirían, una vez más, su parcela de libertad en medio del horror del siglo XX. Se equivocaba.

Él era Richard Strauss, compositor de las óperas 'El caballero de la Rosa' y 'Salomé'. Al menos, eso es lo que dijo cuando unos soldados estadounidenses intentaron detenerlo en su casa de Baviera, al término de la Segunda Guerra Mundial. Uno de ellos, que era músico, hizo una reverencia con la cabeza y marcó la casa de Strauss para protegerla de las represalias de los Aliados. Él era Strauss, un hombre destinado a ocupar el Olimpo de la ópera junto a Mozart, Verdi y Wagner. Pero una relación ambigua con el régimen nazi le llevó a perderlo todo.

Foto: Richard Wagner

El escritor Xavier Güell (Barcelona, 1956), también director de orquesta, imagina a Strauss en los últimos años de su vida. Sumergido en una bañera del hotel Palace de Montreux, en Suiza, el compositor rememora lo que le ha llevado hasta ese instante. Su editor de Londres paga los gastos de la habitación, porque han bloqueado sus cuentas bancarias y le han prohibido regresar a Alemania. Son las medidas decretadas por un Tribunal de desnazificación, que finalmente lo absolvería en 1947. Del mismo modo que Jean Echenoz construyó un Ravel imaginario en su novela biográfica, Güell se introduce en el pensamiento Richard Strauss para escribir 'Nadie logrará conocerse' (Galaxia Gutenberg, 2021).

Se trata de la segunda entrega de 'Cuarteto de la guerra', la tetralogía de novelas que inició con 'Si no puedes, yo respiraré por ti', sobre Béla Bartók. Lo que vertebra el cuarteto literario es la política totalitaria del siglo XX, que laceró de distintas formas las vidas de cuatro compositores: Bartók, Strauss, Dmitri Shostakóvich y Arnold Schönberg. En conversación para este periódico, el escritor catalán recuerda una anécdota: el día que Hermann Hesse negó el saludo a Strauss en la recepción de ese mismo hotel suizo.

Foto: Béla Bartók.

"No se ha escrito nada más bello que los últimos 'lieder' de Strauss, unas canciones en las que musicalizó tres poemas de Hermann Hesse. Resumen perfectamente la belleza triste y melancólica del siglo XX, es la radiografía musical perfecta, con una belleza más allá de toda forma. Un día, en el 'hall' de uno de los hoteles suizos en los que vivió, Strauss vio a Hesse. El compositor tenía 84 años y se encontraba escribiendo la música sobre sus tres poemas. Emocionado, quiso acercarse a saludarlo porque lo admiraba. Pero Hesse, mucho más joven que él, le giró la cara y se marchó. Strauss pasaba por un colaborador del nazismo y el episodio con el poeta fue como una bofetada".

En su novela, Güell se sirve de los mecanismos de la ficción para descubrir la relación entre los compositores y la política convulsa de su tiempo. Para trazar el retrato se apoya en cartas, documentos de la época y una ingente bibliografía. El resultado no es un manual de historia, tampoco una crónica. En 'Nadie logrará conocerse', Güell no se limita a imaginar los pasos de Strauss; también inventa sus sueños y sus delirios. Y una pesadilla que comenzó con la escritura de un libreto de ópera.

Hitler, Zweig y un libreto

Cuando Adolf Hitler tomó el control de Alemania en 1933, ya era un admirador declarado de la obra de Richard Strauss. Pero el compositor se encontraba en medio de una crisis creativa. El libretista de sus seis grandes óperas, el escritor y poeta Hugo von Hofmannsthal, había muerto cuatro años antes de un ataque al corazón. Con él, Strauss se convirtió en el autor vivo más consagrado de Alemania. Y sin él, empezaba a pensar que nunca más podría estrenar una ópera. Probó con muchos escritores, hasta que encontró a uno que consiguió recoger el ritmo y la cadencia dramática de su obra. El escritor se llamaba Stefan Zweig, pero era judío.

En su novela, Güell recrea la recepción que Adolf Hitler preparó para conocer a su admirado compositor en Bayreuth. Esa misma tarde, Strauss había dirigido una representación de 'Parsifal' en sustitución de Arturo Toscanini, que se negó a empuñar la batuta en el Festspielhaus de Bayreuth, uno de los bastiones musicales del nazismo. De dotar al lugar de ese simbolismo se había encargado Winifred, regente del Festival de Bayreuth, nuera de Wagner y una ferviente hitleriana. El Führer y Joseph Goebbles recibieron a los Strauss en la casa familiar de los Wagner esa misma noche. "Conozco y amo su música; me gustaría que colaborara con nosotros", ordena Hitler a Strauss. Güell prosigue el diálogo:

—Soy ya viejo, canciller; no creo ser la persona indicada.

—Si no le importa, déjeme a mí decidir eso. Es usted el mejor compositor de Alemania y eso implica ciertas obligaciones. ¿No le parece?

placeholder Richard Strauss y Joseph Goebbles, en 1938. (Dominio público)
Richard Strauss y Joseph Goebbles, en 1938. (Dominio público)

Aquella noche, Richard Strauss aceptó dirigir la Cámara de Música del Reich como el último heredero de la música germana. El organismo acabó prohibiendo a cualquier judío trabajar en los teatros del Reich. "Strauss era consciente de eso, pero en ese momento pensaba que el nazismo iba a durar poco", explica Xavier Güell. "Hitler estaba obsesionado con que el compositor no abandonara Alemania y él se quedó. Esa fue una de las cosas que le reprocharon en su juicio de desnazificación".

Strauss dirigió la Cámara del Reich durante dos años, a cambio de que el régimen garantizara la protección de su libretista y de su familia. Franz Strauss, hijo del compositor, se casó con Alice von Grab-Hermannswört, la heredera de una de las familias judías más ricas de Múnich. Según las leyes del nazismo, los hijos del matrimonio también eran judíos. Hitler propuso el 'quid pro quo' y Strauss consintió. El nazismo protegió a su familia directa, pero no a la de la esposa de su hijo. La madre de la hija política acabó detenida en el campo de concentración de Theresiensatadt. El compositor se presentó allí y se identificó para pedir su liberación: "Soy Richard Strauss", dijo ante unos soldados que lo tomaron como un lunático. Veintiséis familiares de Alice Strauss murieron en campos de concentración.

placeholder Cubierta de 'Nadie logrará concocerse'. (Galaxia Gutenberg)
Cubierta de 'Nadie logrará concocerse'. (Galaxia Gutenberg)

"Pocas semanas antes del estreno en Dresde de 'La mujer silenciosa', la ópera de Strauss con libreto de Zweig, el escritor se ofreció a supervisar los trabajos, pero no a colaborar con él abiertamente", relata Güell. "Le producía un problema de conciencia con su religión y su pueblo. Strauss no quiso entender, porque siempre defendió que el arte estaba por encima de la política. Lo seguía necesitando como escritor, se negaba a esconder su trabajo conjunto. Fue un diálogo de sordos que se resolvió por fin en el año 35".

"En una partida de cartas, Strauss recibió la renuncia de Zweig en una carta. El compositor entró en cólera y le respondió en un texto furibundo. En él aseguraba que las razas y la procedencia no tienen valor ninguno. Que, para él, el pueblo es solo audiencia: público que ha pasado por la taquilla y paga su entrada", cuenta el escritor. La carta fue intervenida por la Gestapo. Tanto Goebbles como Hitler la leyeron, y Strauss escribió al Führer para pedir disculpas. Pero el perdón no fue suficiente y, finalmente, fue cesado como presidente de la Cámara del Reich.

En los años siguientes, el compositor continuó relacionándose con el nazismo. Escribió el himno de las Olimpiadas de Berlín y una pequeña canción dedicada a Goebbles. Se convirtió en un elemento incómodo para el régimen, pero nunca llegó a exiliarse durante el Tercer Reich. Aquello fue lo que se le recriminó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el compositor fue sometido a un juicio de la desnazificación aliada, del que solo fue absuelto pocos meses antes de morir, esta vez sí, en un exilio impuesto.

Strauss y la belleza

"La historia lo juzgó de manera severa, pero Strauss respondió: 'Yo no soy un político ni un héroe. La música es mi única respuesta a la guerra y a la humanidad, lo único que puedo decir'". Xavier Güell plasma en palabras el sufrimiento del Strauss anciano. En el prólogo de 'Nadie logrará conocerse', imagina un delirio en el que Gustav Mahler (cristiano converso desde el judaísmo y hombre profundamente religioso) baja del cielo para reprochar al músico su connivencia con el nazismo.

"Salvar a la humanidad o salvar a la persona son premisas muy distintas que, en definitiva, se sustancian en la pregunta: ¿el individuo entra en el mundo, o el mundo entra en el individuo? Schopenhauer y usted —Mahler— creían en lo primero, Nietzsche y yo, en lo segundo", dice Güell en boca de Strauss.

El escritor confronta en su novela la indiferencia de Strauss con aquellos que creen que un artista no comprometido con su tiempo es un artista incompleto. Un traidor de sus coetáneos. "Strauss no creía que la música debía ser moral, ni siquiera creía que debía mejorar a los seres humanos ni salvar la humanidad. Estas dos concepciones todavía se debaten ahora (el 'me too', la 'cancelación'), cuando nos preguntamos sobre lo que es el artista respecto a su obra", opina el escritor.

Xavier Güell desgrana en su novela la solución de Strauss al dilema, que era una belleza existencial y, en cierto modo, nietzscheana. Lo prueba su poema sinfónico más célebre, 'Así habló Zaratustra', que suena en el comienzo de '2001: una odisea en el espacio'. "Él no se siente responsable de nada, salvo de la belleza. Kant decía que la diferencia entre lo bello y lo sublime es que a lo sublime se le añade la espiritualidad. Pero Strauss solo creía en la belleza pura y abstracta, sin connotaciones. Más allá del bien y del mal, que no tiene nada que ver con la espiritualidad; una belleza que acepta la condición humana con la energía de aquel que ha superado los reproches de la conciencia, el sentido de la culpabilidad". Esa era, para Strauss, la última redención de la humanidad. Lo único que conservó a sus 85 años, y lo único por lo que la historia podría juzgarle. Güell pide que se incluya una última petición a este reportaje: "Nadie debería morir sin haber escuchado el Trío final de 'El caballero de la rosa'".

Richard Strauss se sabía por encima de cualquier régimen político. Hasta entonces, los líderes que se habían sucedido en Alemania acababan plegándose ante su compositor más prestigioso. Y creía que Adolf Hitler y el Tercer Reich consentirían, una vez más, su parcela de libertad en medio del horror del siglo XX. Se equivocaba.

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