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James Rhodes: "En el mundo de la música clásica, siento que me odian"
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James Rhodes: "En el mundo de la música clásica, siento que me odian"

Para muchos, es el rostro de la divulgación musical en España, aunque asegura sentirse "como un intruso"; concede esta entrevista días antes de su recital en el Auditorio

Foto: James Rhodes. (EFE/Juanjo Martín)
James Rhodes. (EFE/Juanjo Martín)

James Rhodes (Londres, 1975) es músico y de Beethoven opina, entre otras cosas, que fue “el puto amo”. Empezó sus estudios formales de piano con 14 años, más tarde de lo habitual. Si el destino del músico es el Royal Albert Hall o el Musikverein de Viena, como lo ha sido el de Rhodes, sí: a los 14 años es tarde. Siguió estudiando hasta los 18, cuando pasó una década sin tocar mientras trabajaba en la City londinense. Conoció al que sería su representante por casualidad y retomó las clases de piano. Después, firmó con la discográfica Signum y grabó siete álbumes de estudio.

Todo esto lo contó en ‘Instrumental’ (Blackie Books, 2015), unas memorias que vendieron más de 100.000 ejemplares en España, donde reside desde 2017. Reconoce que el piano puede llegar a ser “una puta pesadilla” y habla sin pudor del esfuerzo que invierte en mejorar su técnica. Y, sobre todo, reconoce que las teclas le han salvado la vida. Música y evasión se usan como sinónimos en esta conversación. Lo fueron para él con seis años, cuando sufrió el abuso sexual continuado de uno de sus profesores. Esto también lo contó en ‘Instrumental’.

Por eso Rhodes busca curar a su público en conciertos y llevárselo con la música lejos de los males mundanos. "Da igual si es Mozart, Brahms o el Real Betis". Toca en vaqueros y camiseta, habla en sus recitales y compara la biografía de Bach con la “del puto Keith Richards”. Así se ha convertido en la cara visible de la divulgación en España. Es feroz criticando el esnobismo de la música clásica, una industria en la que, al fin y al cabo, Rhodes ha tocado la cima. Concede una entrevista a este periódico días antes de su recital en el Auditorio Nacional, el 9 de diciembre, donde tocará obras de Beethoven y Brahms.

placeholder James Rhodes. (Cedida)
James Rhodes. (Cedida)

PREGUNTA. Abre y cierra el concierto con dos sonatas de Beethoven. No sé si ha escuchado alguna vez eso de que, si Bach escribió el Antiguo Testamento, las sonatas de Beethoven son el Nuevo Testamento del piano. ¿Cómo se escapa de estas etiquetas de proporciones… bíblicas?

RESPUESTA. Hay proporciones bíblicas, y con razón. Beethoven fue un verdadero puto amo. Si Bach fue el abuelo de la música, Beethoven fue el primer 'rockstar'. Para mí, lo más importante en un concierto es la música. No quiero jugar con eso, el respeto a la partitura es lo más importante. Todo lo demás (la presentación, los rituales…), no lo necesito. Cuando toco una sonata de Beethoven, para mí es fundamental hablar dos o tres minutos y dar un poco de contexto en el escenario. Por ejemplo, que un amigo de Beethoven dijo que el compositor definía el primer movimiento como una competición entre la cabeza y el corazón. Y eso se puede escuchar claramente. El segundo movimiento es una charla de amor entre dos amantes que se desvanece. Como si durmieran juntos…

Después de contar esto, se apagan las luces y tenéis una hora para cerrar los ojos y alejaros de la publicidad, los ‘realities’, las redes sociales, la política, la prensa… Simplemente, escuchar y escapar. Sin móvil y sin todas esas chorradas. Los conciertos son los últimos sitios donde se puede hacer esto.

Foto: James Rhodes Opinión

P. ¿Y no contribuyen esos 'ritos' y tradiciones, de algún modo, a crear esa disposición de escucha en el público? ¿No encuentra nada valioso en ellos?

R. No. Es como si dijera que para ir al Museo del Prado fuera necesario un traje y una corbata por respeto a los artistas. ¡No! Por favor… La música es tan inmortal que no necesitamos los rituales. Si quieres asistir a un auditorio con corbata, es perfecto. Pero hay tantas barreras… No las necesitamos. Parece que los auditorios exigen a su público que sepa cuántos movimientos tiene una sonata de Beethoven, qué es una cadencia, cuál es la diferencia entre ‘allegro con brio’ o ‘andante’. Si quieres explorar un poco y aprender, maravilloso. Pero, en el fondo, lo único que se necesitan son dos orejas. Y punto.

Enfoco toda mi carrera y mi esfuerzo en acercar la música clásica a todos los públicos. Y la verdad es que siento que en el mundo de la música clásica me odian por esto. No lo entiendo, es muy triste. Todos tenemos un deber de difundir. Si no te gusta, no pasa nada. A mí me da igual si sientes escalofríos con Rosalía o con Kissin. En la música clásica hay demasiadas reglas. Es como ir a una misa. Son todo patrañas.

P. ¿Existe alguna herramienta necesaria para escuchar a Beethoven que no hace falta, por ejemplo, para escuchar a Rosalía?

R. En el Auditorio Nacional, tocaré la sonata ‘Waldstein’, que es un ejemplo perfecto. Son 24 minutos. Dentro de esta pieza están todas las emociones: rabia, alegría, serenidad, paz, esperanza, odio… Todo. Es como una banda sonora. Si yo doy contexto antes —hablando de la obra y de lo que significa, de su autor y la época—, se crea una idea en la mente del público a la que este puede poner una banda sonora mientras toco. Obviamente, en una canción de tres o cuatro minutos raramente hay más de una o dos emociones. Es más corto y limitado. Esto no significa que uno es mejor que otro. Es diferente y ya está. No es tan complicado.

"En la música clásica hay demasiadas reglas. Es como ir a una misa, son todo patrañas"

P. Hace unos días, recibió algunas críticas por sus comentarios sobre Bad Bunny y el reguetón en un programa de La 2. Preguntaba a un grupo de adolescentes sobre la popularidad del género, que dice no comprender. Y, para algunos, se convirtió en eso mismo que critica de los músicos clásicos. Me gustaría plantearle su misma pregunta: si tuviera que explicar la popularidad de Bad Bunny, ¿cómo lo haría?

R. Aquí hay un par de cosas. Yo hice una pregunta genuina, ni siquiera di una opinión. Era pura curiosidad, y no es mi esencia en absoluto generar polémicas. Soy mucho más feliz tocando. Tal vez fui un poco torpe con mis palabras, no lo sé. Lo último que quería era despreciar esa música. Cuando llegué aquí, descubrí un mundo entero con la música española. Ahora escucho todo el tiempo Sabina, Serrat, Extremoduro… Creo que es gracias a mis amigos y a mi entorno. Supongo que a la gente que le gusta el reguetón le pasa lo mismo. Tampoco entiendo a los compositores contemporáneos como Schönberg o Xenakis. Me dejan frío y ya está. Cada uno tiene el derecho a dar su opinión… Y con las redes sociales, la prensa, tu periódico también… Les encanta generar estas discusiones. Para mí es un poco triste, porque la música debería estar libre de estas polémicas. Cada uno tiene sus gustos. Con cebolla o sin cebolla, y qué más da. Lo he dicho y lo repito: yo nunca le diría a un niño que Brahms vale más que Rosalía. Lo importante es la educación musical, da igual lo que quieras escuchar después.

P. Como pianista, atrae a mucha gente que no está habituada al repertorio clásico. Es probable que un concierto suyo sea el primer recital al que asiste parte del público. Incluso, que sea la primera sonata para piano que escuchan. ¿Lo siente como una responsabilidad?

R. Por supuesto. Por eso recomiendo siempre a Kissin, a Glenn Gould, a Sokolov, a Zimerman… Claro, tía. No soy el mejor pianista del planeta (ríe). En absoluto. Claudio Arrau dijo una vez algo superimportante y muy valiente, yo no tengo huevos para decir lo mismo. Según él, conocía la ‘Waldstein’ mejor que Beethoven mismo. Porque él la compuso en dos o tres semanas, la dejó de lado y se centró en otra cosa. Pero Arrau pasó 30 años estudiando esta sonata, estaba en su sangre. Entiendo bien lo que dijo porque yo también he vivido con la ‘Waldstein’ durante décadas. Estudiándola y escuchándola todo el tiempo. Lo siento tan natural como respirar…

Foto: James Rhodes. (Reuters/Jon Nazca) Opinión

Claro que hay una responsabilidad, por eso creo que es muy importante hablar. Ojalá otros pianistas explicaran en el escenario que normalmente hay tres movimientos, como capítulos de un libro. Y que normalmente hay una pausa entre cada uno de ellos. Pero en la ‘Waldstein’, Beethoven dejó una sola nota suspendida antes del movimiento final, que es como el sol apareciendo por primera vez en el día. Por eso se la conoce también como ‘sonata del alba’. No quiero que el público lea un ensayo sobre la forma sonata o sobre la obra de Beethoven. Quiero dar la oportunidad de escapar. En ‘Instrumental’, tengo una 'playlist' con horas y horas de Currentzis, Savall, Perianes… Los grandes. Ojalá eso sea un trampolín para este mundo. Nunca voy a pedir que solo se me escuche a mí. Pero si alguien asiste a un concierto mío y después ve que Igor Levit —que es la hostia— va a tocar alguna de estas sonatas y le apetece ir, pues menos mal.

Lo raro es que hay gente dentro de este mundo que dice que soy peligroso o algo así… Yo solo quiero celebrar esta música, nada más.

P. Kissin, Sokolov, Perianes… Son leyendas del piano. Abordan un repertorio muy complicado en sus recitales como si nada, como si fuera sencillo. Usted, en cambio, suele referirse a la complejidad de lo que toca: a la cantidad de detalles, a la dificultad de memorizarlo todo, al diálogo de las voces, al peso de cada dedo sobre el teclado…

R. Es como ver a Messi. Si llevas toda tu vida estudiando ocho horas, pues sí. Parece supersencillo. Pero la verdad es que es una puta pesadilla (ríe). Hace dos o tres años, fui a un recital de Arcadi Volodos en el Auditorio Nacional, que para mí es uno de los mejores pianistas vivos. A él y a mí nos afina el piano la misma persona. Antes del concierto, vi que el tío dejó algo dentro del instrumento. A los días, le pregunté qué había puesto ahí, y me contó que Volodos grabó su recital. Después, vuelve a su casa y escucha cada segundo para ver dónde ha fallado. Estamos hablando de Volodos. El recital fue perfecto, un milagro. Pero incluso él puede mejorar: en esa nota, de entre cien mil notas distintas… yo qué sé, había un gramo más de peso en el cuarto dedo de la mano izquierda. Ese nivel de detalle te puede volver un poco loco.

"Existe esta idea: 'Ay, es que soy un pianista perroflauta, un genio muy especial'. Pues no"

P. No hay muchos concertistas, sobre todo a ese nivel, que hablen abiertamente de las dificultades que puedan tener al tocar. Aunque sean pocas…

R. A mí me encanta. Igual no se habla porque interesa a muy poca gente, pero para mí es lo más importante. También hay que decir que da igual a qué te dediques: si quieres ser el mejor, hay que trabajar mucho. Ya seas fotógrafo, cocinero, cualquier cosa. Solo porque soy pianista no quiere decir que mi oficio sea más complicado que el de un tenista o un escritor. Existe esta idea: ‘Ay, es que soy un pianista perroflauta, un genio muy especial’. Esto se suele decir de los músicos clásicos, que son muy especiales y que tocan a Dios con sus manos. Pues no. Hay que trabajar para mejorar. Cada día ensayo para mejorar mi técnica y mi sonido.

P. ¿Cree que el público los percibe así, como genios sobrehumanos?

R. Para mí es un gran error colocar a los músicos en un pedestal intocable. Entiendo que se los endiose. Yo no soy creyente, pero no encuentro muchas explicaciones al genio de Mozart, por ejemplo. Viene directamente de Dios. Pero todos los compositores o intérpretes son muy humanos. Tienen su sentido del humor, sus errores… Odio esta segregación, como si hubiera niveles de artistas. Podrás ser uno de los mejores del mundo, pero eso no significa que seas Dios.

Foto: Foto: Iciar Iturmendi.

P. Usted, al fin y al cabo, pertenece a esa élite de la música clásica que critica. Son pocos los pianistas que pueden vivir de sus recitales… ¿Se ha sentido como un intruso alguna vez?

R. Sí, claro. Mira, yo me siento intruso en toda mi vida. No solo en la música. Es una de mis movidas, como la de mucha gente. Un pulpo en un garaje. Dentro de este mundo, la gente que trabaja en los grandes auditorios, en revistas especializadas de música clásica. También en El Confidencial leí un artículo en el que se decía que solo conozco tres compositores y ya está. Es tan absurdo... No puedo tomármelo en serio. Soy mi primer crítico, el más fuerte. Por eso ensayo todos los días. Pero lo único que sé con seguridad es que actualmente hay más gente en España que escucha a Rachmaninnov porque lo he tocado en ‘prime time’ con Risto Mejide. O porque lo han escuchado en mi Spotify. O porque lo he tocado en los Jardines del Botánico. Y eso es maravilloso, estoy muy orgulloso de ello. Y ya está, ¿no? ¡No soy peligroso! (ríe). Amo la música y quiero compartirla, porque estoy hasta el culo de la gente que piensa que tiene que guardarla para unos pocos.

P. Los pocos músicos que llegan a los grandes escenarios son, por lo general, virtuosos en la interpretación. Es algo que se inculca desde los conservatorios y que después se valora en la crítica especializada.

R. Pues yo no hablaría tanto de interpretación, sino de técnica. La enseñanza está muy enfocada en eso. Para mí es mucho más importante que un niño de cinco o seis años pueda entender la línea directa que hay desde Bach a Rosalía. Yo me pregunto cuántos Sabinas y Perianes, cuántos Albéniz, Savall o Serrat hay en este país y no tienen ni puta idea del talento que tienen porque no han podido explorarlo. Es muy triste, seguro que hay grandes talentos que no tienen medios para explorarlos.

"Sé con seguridad que ahora hay más gente en España que escucha a Rachmaninnov porque lo he tocado en ‘prime time’ con Risto"

P. La educación musical es sacrificada y cara. Por mucho que se apoye desde lo público, viajar, mantener un instrumento, pagar clases o tener un piano en casa... ¿Es para unos pocos?

R. Sí… Te daré un ejemplo. Hace unos años, me reuní con la directora de un conservatorio muy famoso. Tenía muchas ganas de crear una beca de mi propio bolsillo. La idea era pagar la matrícula y la manutención de dos o tres estudiantes. Era mucho dinero, la verdad. Yo propuse hacer unas audiciones, pero quería que los estudiantes no solo tocaran y ya está, sino que hablaran un poco sobre lo que iban a tocar. También quise invitar a algunos amigos, como Leiva o Viggo Mortensen, para que formaran parte del jurado junto a los profesores de aquel conservatorio. La directora se negó. Me dijo que no querían mi dinero, porque allí no querían a ese tipo de gente. La vieja escuela, qué tristeza. Igual de importante que la técnica es saber cómo dar entrevistas, cómo llevar las redes sociales, cómo sacar la música de este mundo tan cerrado para acercarla a la gente. No es suficiente con ganar un concurso. Hay que hacer las cosas diferentes, el mundo está cambiando.

Seguro que hay mucha gente a la que le seduce más escuchar una 'playlist' en su casa, tranquilamente, que pagar 60 pavos para ir a un auditorio. Escuchar a alguien que, sin decir una palabra, toca y se va. ¿Por qué? Yo pagaría tanto por escuchar a Kissin o a Sokolov hablar… ‘Ahora voy a tocar esta pieza de Chopin, porque para mí significa tal o cual’. Sería lo más bonito del mundo, pero no lo hacen. Es que es puto difícil recordarlo todo, pero vale la pena intentarlo.

placeholder James Rhodes. (Cedida)
James Rhodes. (Cedida)

P. Algunos pianistas no dan tanta importancia a su percepción de la obra, sino a la obra misma. Hay intérpretes que hacen su lectura, imprimen su sello. Otros que ejecutan y dejan algo de lado sus emociones individuales…

R. Eso es lo más horroroso de todo. ‘I mean’, ¿por qué? ¿Por qué hay que tocar como un ordenador? Literalmente, no hay nada más importante para mí que la interpretación. Por eso hay grandes pianistas que graban la misma obra dos o tres veces. Como Zimerman con los conciertos para piano de Beethoven, por ejemplo. Cada vez que toco una sonata estoy aprendiendo y escuchando cosas nuevas. Además, Beethoven era supertiquismiquis y hay muchísimas indicaciones en sus partituras. Pero también hay que reconocer que hoy vivimos en un mundo distinto, tenemos instrumentos diferentes... Claro, la interpretación cambia según mi estado de ánimo, el ambiente, la sala… Hay piezas en las que suenan un montón de voces diferentes y es muy bonito elegir cómo tienen que sonar. Es exactamente igual que un actor con un monólogo de Shakespeare. Hay un millón de formas de interpretarlo.

Hay gente que dice patrañas del tipo: ‘Bach no era romántico, no puedes tocarlo así’. ¡Por favor…! Vete a la mierda. Qué asco. Bach era lo más romántico del mundo. Tuvo 20 hijos. Era como el puto Keith Richards: peleando, luchando, follando, bebiendo… Hay que canalizar todos esos sentimientos en la música. ¿Y vas a tocarlo como si estuvieras castrado? No, no…

placeholder James Rhodes. (Cedida)
James Rhodes. (Cedida)

P. Entiende la obra de Bach como un diario. Como si el compositor llegara a su casa y, según la circunstancia vital en la que se encontrara, escribía una música u otra. Pero ese planteamiento no se ha dado siempre en la música...

R. No estoy de acuerdo con esta idea, lo siento. Para estos compositores, la música era la única manera de escapar de sus movidas. En su infancia, a Beethoven casi le mataron de una paliza en dos ocasiones, tenía un padre alcohólico, se quedó sordo… Y la vida de Bach también estuvo siempre rodeada por la muerte. La única manera que tenían de sobrevivir era componer. ¿Cómo podían escribir esa música sin poner sus sentimientos en ella? Tal vez es un poco más obvio con los románticos, en los que ya se percibe esa interioridad. La música no era para Dios ni para sus patrones, sino una forma de expresión individual a través del arte. Igual que Goya. Es imposible escuchar cualquier pieza de Beethoven y pensar que no sentía nada mientras la compuso.

"Bach era lo más romántico del mundo. Tuvo 20 hijos. Era como el puto Keith Richards: peleando, luchando, follando, bebiendo…"

P. Una de las ideas que defiende es la de la música como evasión, un escape para el aburrimiento, la angustia, el dolor… Es un planteamiento que ha vivido en carne propia. Pero el dolor, el aburrimiento, la angustia, el sufrimiento… ¿Es que no caben en la música?

R. No, por favor… Si todos pensáramos así, nunca veríamos una serie en Netflix. El mundo en el que vivimos es tan difícil… Ahora más que nunca. Creo que por primera vez en la historia hay una generación que tiene las cosas más difíciles que sus padres. Todo por nuestra culpa. Lo siento, pero hemos jodido este mundo para los niños y adolescentes. Yo traigo algo para escapar: da igual si es Mozart, Brahms o el Real Betis. Lo necesitamos para equilibrar este mundo tan lleno de ruido y pánico… La prensa con sus movidas, los políticos, la pandemia…. Todo está jodido. Dame solo una hora donde puedas olvidar todo esto. Y da igual si hay tristeza y rabia en la música, ¿por qué habría que evitarla? Hay que escuchar y llorar un poquito, sentir la tristeza. El milagro de la música es que, en el fondo de todas esas emociones, hay una paz y una belleza que merecen la pena.

P. Menciona a Beethoven y a Goya… No sé si esa paz se encuentra también en las pinturas negras o en los últimos cuartetos de cuerda.

R. Una de las diferencias entre la música clásica y el rock o el pop es que en la primera no hay palabras. Olvidando la ópera o las canciones, claro. Esto te da permiso para contar tu propia historia. Para mí, la escucha es muy creativa, porque hay mucho espacio para tus propias historias. Si hay 2.000 personas en un auditorio, cada una tendrá algo diferente en la cabeza escuchando la misma pieza. Eso es algo cojonudo.

El arte es un espejo. Hay cosas incómodas, feas, resoluciones que no llegan… ¿Quién dice que la música clásica es fácil de escuchar? También hay piezas difíciles: disonancias y armonías muy raras. Pero también se puede vivir con un poco de incomodidad, no pasa nada.

James Rhodes (Londres, 1975) es músico y de Beethoven opina, entre otras cosas, que fue “el puto amo”. Empezó sus estudios formales de piano con 14 años, más tarde de lo habitual. Si el destino del músico es el Royal Albert Hall o el Musikverein de Viena, como lo ha sido el de Rhodes, sí: a los 14 años es tarde. Siguió estudiando hasta los 18, cuando pasó una década sin tocar mientras trabajaba en la City londinense. Conoció al que sería su representante por casualidad y retomó las clases de piano. Después, firmó con la discográfica Signum y grabó siete álbumes de estudio.

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