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El lado oscuro del filósofo Walter Benjamin: "Machista y niño de papá"
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El lado oscuro del filósofo Walter Benjamin: "Machista y niño de papá"

Un ensayo recoge la relación que el filósofo alemán mantuvo con su mujer Dora y no sale muy bien parado

Foto: Walter Benjamin.
Walter Benjamin.

Hace más de medio siglo que citar a Walter Benjamin en una conversación o un artículo resulta elegante. El filósofo alemán que habló de la historia como construcción -algo así como que no puede haber interpretación dogmática porque no hay hechos en sí mismos- y del mesianismo, y que se suicidó un 26 de septiembre de 1940 en Portbou en unas circunstancias no del todo esclarecidas, dejó tras de sí un halo de tótem intelectual que todavía hoy le persigue. Sin embargo, en los últimos tiempos han aparecido algunos libros que no dejan su figura personal en muy buen lugar. Sí, cierto, era un intelectual, escribió libros y artículos que hoy todavía son imprescindibles, pero también ha sido tildado de ocioso, niño de papá, y, como resalta a este periódico la doctora en Filosofía, Eva Weissweiler, al igual que ocurría con otros intelectuales y artistas de la época, "respecto a su relación con las mujeres, sí, eran machistas".

placeholder 'Dora y Walter Benjamin'.
'Dora y Walter Benjamin'.

Weissweiler acaba de publicar en España ‘Dora y Walter Benjamin. Biografía de un matrimonio’ (Tusquets) en el que reconstruye, a partir de la vida de Dora, esta relación que empezó durante la Primera Guerra Mundial y que acabaría, pese a estar divorciados desde hacía una década, con el suicidio de él. Y como sucedía con el libro de Michael Eilenberger, 'Tiempo de magos', en el que contaba la historia de Walter, este no vuelve a salir muy bien parado en su vida personal.

Ambiente liberal vienés

De primeras sorprende que la figura de Dora haya estado opacada cuando fue una importante periodista -trabajó en los periódicos alemanes más señeros de los años veinte y treinta- y novelista con varias novelas publicadas en editoriales relevantes del momento. Casi todo lo escribió cuando se separó de Benjamin a finales de los años veinte. Pero es que ya venía con una considerable educación de casa. Su cerebro ya estaba bastante bien amueblado cuando conoció a Walter en Berlín.

Había nacido en 1890 en Viena hija de una familia de intelectuales judíos -su padre era profesor en la universidad- y artistas (su madre). Desde niña se movió en los ambientes liberales que supuraban una gran efervescencia en la primera década del siglo XX en la capital austriaca. Por allí estaba Sigmund Freud, Karl Krauss o el arquitecto Adolf Loos. Se empezaba a hablar de la liberación de la mujer y se creaban las primeras escuelas para niñas. Dora fue a una de ellas de la que, sin embargo, cuenta su biógrafa, no pareció quedarse con buenos recuerdos. Había tendencias educativas apoyadas en Freud que hablaban del desarrollo sexual de los niños y Loos incluso llegó a ser denunciado años después por mujeres que reconocieron haber sufrido abusos de niñas. Con Dora no está muy claro qué ocurrió. “Pero es posible que alguien en el círculo de su profesora Eugenie Schwarzwald hiciera algo con ella. Por eso quizá ella fue muy cuidadosa con sus amistades, especialmente con las mujeres. Para ella era más fácil tener confianza con los hombres que con las mujeres”, comenta Weissweiler.

"Es posible que alguien en el círculo de su profesora hiciera algo con ella. Ella fue muy cuidadosa con sus amistades"

Todo ello no le eximió de estudiar una carrera universitaria. Empezó por Químicas, lo cual era bastante raro para una mujer a principios del siglo XX. Según la biógrafa lo hizo en parte por llevar la contraria. Pero también se interesó por estudiar Filosofía. No obstante, pese a estas inquietudes, su familia la casó pronto con Max Pollack, un chico de su edad y de familia acomodada con el que se trasladó a Berlín para seguir estudiando Químicas. Pero la capital alemana estaba también en boga en esa época. Exposiciones, estrenos, inauguraciones, la nueva ópera de Charlottenburg. “¿Quién podía interesarse por la química?”, escribe Weissweiler.

Dora y Max comenzaron a acudir a todos estos eventos, presentaciones literarias, clubs de debates. Y ahí es cuando Walter Benjamin, que también merodeaba por ahí, entró en escena. Tenían poco más de veinte años y para unos jóvenes burgueses Berlín era el sitio en el que había que estar en ese momento en Europa. De hecho, es curioso cómo la biógrafa cuenta que apenas en ese grupo nadie le dio importancia al asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo en agosto de 1914. Mientras que en Viena ya se hablaba en los cafés de los tambores de guerra, Berlín seguía siendo una fiesta en la que Walter y Dora se estaban enamorando.

placeholder Dora Benjamin.
Dora Benjamin.

"Era un hombre genial, pero complicado, muy egocéntrico y poco dispuesto a estar sano en el sentido psicológico, y a sentir simpatía por los demás (...) No le afectaba apenas el dolor ni los sentimientos ajenos, porque todo giraba en torno a sí mismo". Esto escribe Weissweiler sobre lo que pensaba Dora de Walter desde un primer momento. No es que no se diera por enterada. Es más fue algo que aceptó durante todo el tiempo que estuvieron juntos, una vez que se divorció de Max y se casó con él en 1917. Él creaba, ella trabajaba para llevar dinero a casa. Él se despreocupaba, ella sufría. "Ella fue bastante generosa y le perdonó todo. Porque ella lo sabía: él no era culpable de eso. Era el típico solitario y no había nacido para ser el típico marido alemán. Ella le aceptó cómo era y nunca dejó de admirarle", sostiene Weissweiler.

"Era un hombre genial, pero complicado, muy egocéntrico (...) No le afectaba apenas el dolor ni los sentimientos ajenos"

A lo largo de todo el libro se observa esta relación desigual. Podría decirse que ambos recibieron bastante dinero de sus padres, sobre todo ella, pero Walter no dejó de pedírselo. A ellos o a los amigos. "Benjamin opinaba que tenía el derecho de explotar económicamente a sus padres", escribe la biógrafa. Por el contrario, Dora se afanó por trabajar como traductora (dominaba el inglés), periodista o editora. "Es verdad que muchos de sus amigos hablaban de Benjamin como un soñador que era capaz de lidiar con la vida cotidiana y que siempre confiaba en otros para que pagaran por él: Dora, su hermana, Gershom Sholem…Dora era completamente diferente. Ella ganó su propio dinero desde los primeros años de matrimonio", refrenda Weissweiler.

No solo en el tema del trabajo (y el dinero) Walter Benjamin -que se pasó años escribiendo la tesis- resulta irritante. También ocurre con los detalles. Durante la Primera Guerra Mundial ambos se trasladaron a Berna, a la Suiza neutral, como muchos otros escritores y artistas. Y Dora se afanó porque él estuviera bien. Lo hacía, por ejemplo, con los regalos de cumpleaños. Ella le regalaba media biblioteca y todo tipo de regalos imaginativos. Ella recibía un libro malo, si acaso. Tampoco fue muy amable cuando ella se quedó embarazada. Dora era de constitución delgada pero con el embarazo (naturalmente) engordó y Walter empezó a hablar de los retratos de las vírgenes como "gorda", "medio dormida" y "sin alma". Y cuando nació el niño, Stefan, "Benjamin no expresó sentimiento alguno", escribe Weissweiler.

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Stefan y Dora Benjamin.

La relación, de hecho, con el bebé fue complicada. Por lo que se desprende de esta biografía, a Benjamin le molestaba. Le estorbaba mientras él escribía y pensaba. Llegaron incluso a dárselo algunas semanas a los abuelos maternos (Dora iría a buscarlo después porque no soportaba su ausencia). ¿Un mal padre? "A él le molestaba el ruido que hacía su hijo cuando era pequeño. La primera palabra que aprendió Stefan fue 'silencio'" -comenta Weissweiler, pero también concede que eso cambió cuando el niño creció: "Cuando se convirtió en un adolescente y podía discutir cosas con él, se mostró mucho más interesado y le quiso muchísimo". Hasta qué punto le redime es otra historia.

Después de la guerra, ya en los años veinte, regresaron a Berlín, a Grünewald, en la casa de los padres de Walter. Una vez más fue Dora la que se buscó la vida mientras que Walter se preguntaba “¿qué sería de su producción filosófica?” si trabajaba. Comenzó también una época en la que empezaron a circular los y las amantes. Cierto que por ambas partes. Dora llegó incluso a abortar un hijo que no había tenido con él solo por seguir a su lado.

"A él le molestaba el ruido que hacía su hijo cuando era pequeño. La primera palabra que aprendió Stefan fue 'silencio'"

A él no le importó marcharse, sin embargo, a Capri donde conocería a la lituana Asja Lacis, que se convirtió en su pareja más importante y que abocaría ya directamente la relación con Dora al divorcio. La sorpresa para ella fue que fue Walter quien la denunció por adulterio en 1929. “Su objetivo era culpar a Dora de la destrucción del matrimonio (...) Dora perdería la custodia de Stefan, el piso en la Delbrückstrasse, su dote, su parte en la futura herencia de Benjamin y el derecho a cualquier pensión alimenticia. Es decir, todo”, escribe la biógrafa. El enfado de ella fue monumental y contrató a los dos abogados más importantes de Berlín. Y ganó. De hecho, fue una de las sentencias pioneras a favor de la mujer en un caso de divorcio. Walter le hubiera tenido que devolver la dote y pasarle la pensión. Dora solo quiso su parte de la hipoteca, pero decidió renunciar al resto.

El resurgir de Dora

Los últimos años veinte, con ella ya con su nombre de soltera de nuevo (Kellner), fueron como un descorche de la botella de champán. Se hizo una figura muy reconocida como columnista en Berlín. Hablaba de temas de mujeres (siempre el costumbrismo como tema para las periodistas), pero les daba una vuelta sarcástica, irónica, con una flema muy yiddish. Sorprendió a muchos, que nunca hubieran imaginado esa Dora que describe ahora su biógrafa. También se llevó críticas y para otros fue la mala de la película en este divorcio. La insultaban llamándola ‘Alma Mahler’ (la ex mujer del compositor Gustav Mahler que tuvo relaciones con Gropius, Kokoschka, Werfel y con quien le dio la gana). Hay insultos que siempre son los mismos pasen los siglos que pasen.

La insultaban llamándola ‘Alma Mahler’. Hay insultos que siempre son los mismos pasen los siglos que pasen

Eva Weissweiler combate esta idea de la mujer mala con la que tuvo que convivir Dora. Recuerda un texto de Lothar Brieger, contemporáneo de los Benjamin, titulado “Sobre una mujer mala, que no lo era’ en la que habla de los genios y sus mujeres y que dice: “Y el genio no es , en la mayoría de los casos, un buen marido. Es posible que sea demasiado grande para la vida en familia (...), pero esto no es motivo alguno para convertir a las pobres mujeres en demonios o en pecadoras”.

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Dora Benjamin en los años sesenta.

No obstante, también quiere dejar claro que juzgar aquella época -los años veinte, treinta- con los ojos de hoy tiene un punto falaz. Benjamin era ocioso, egoísta y machista. "Pero esto era muy común entonces. La mayoría de artistas e intelectuales de aquella época eran así, y no solo en Alemania. Pienso en Max Ernst, Bertolt Brecht o incluso Picasso. Con su trabajo ellos intentaron cambiar el mundo. Pero respecto a su relación con las mujeres eran machistas", manifiesta.

"La mayoría de artistas de aquella época eran así. Max Ernst, Bertolt Brecht o Picasso. Respecto a su relación con las mujeres eran machistas"

Con la llegada de Hitler al poder y del enturbiamiento del ambiente en Alemania con los judíos, Dora también tuvo que salir del país. En este tiempo siguió conservando, pese a todo, la amistad con Walter a través de cartas y alguna cita de vez en cuando. Se vieron por última vez en 1939. Él se marcharía a Portbou donde acabaría con su vida mediante morfina. Ella a Londres donde dejaría su trayectoria como periodista y novelista y se dedicaría a trabajar con hoteles junto a un nuevo compañero, Frank Shaw, un profesor de Electrónica. Walter se convertiría en uno de los filósofos más reputados y citados de después de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo gracias a la Escuela de Fráncfort. Ella, que tenía 44 años cuando se marchó a Londres, pasó al olvido. Es interesante leer este ensayo ahora para conocer la otra cara de la moneda de toda esta historia.

Hace más de medio siglo que citar a Walter Benjamin en una conversación o un artículo resulta elegante. El filósofo alemán que habló de la historia como construcción -algo así como que no puede haber interpretación dogmática porque no hay hechos en sí mismos- y del mesianismo, y que se suicidó un 26 de septiembre de 1940 en Portbou en unas circunstancias no del todo esclarecidas, dejó tras de sí un halo de tótem intelectual que todavía hoy le persigue. Sin embargo, en los últimos tiempos han aparecido algunos libros que no dejan su figura personal en muy buen lugar. Sí, cierto, era un intelectual, escribió libros y artículos que hoy todavía son imprescindibles, pero también ha sido tildado de ocioso, niño de papá, y, como resalta a este periódico la doctora en Filosofía, Eva Weissweiler, al igual que ocurría con otros intelectuales y artistas de la época, "respecto a su relación con las mujeres, sí, eran machistas".

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