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Los historiadores aclaman el medievo de Ridley Scott (y los espectadores no)
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Los historiadores aclaman el medievo de Ridley Scott (y los espectadores no)

La última película del director expone un divorcio entre el escepticismo de la taquilla y el entusiasmo de los expertos

Foto: 'El último duelo'.
'El último duelo'.

No va a sucederle a 'El último duelo' la fiebre de los dinosaurios que precipitó Steven Spielberg con 'Parque jurásico', sobre todo porque la trepidante película de Ridley Scott ya expone un divorcio entre el escepticismo de la taquilla y el entusiasmo de los historiadores, muchos de ellos identificados en el acontecimiento de un retrato del alto Medievo riguroso y verosímil.

Y no porque Ridley Scott tuviera obligación alguna con una perspectiva pedagógica o académica, sino porque el ensayo que dio origen a la película proviene del criterio de un medievalista, Eric Jager, cuyo verbo prestó extraordinaria consideración a las crónicas de Jean Froissart.

Las concibió a finales del siglo XIV, entre los cadáveres de la peste y la Guerra de los Cien Años. Y describen un Medievo feroz, pestilente, en flagrante contradicción con la estilización e idealización que frecuentan el canon Hollywood. Es la razón por la que 'El último duelo' adquiere una verosimilitud y un esfuerzo filológico —excepto la lengua francesa…— que no desmiente las obligaciones con el espectáculo. La batalla que inaugura la película de Scott, por ejemplo, evoca el comienzo de 'Salvad el soldado Ryan' en la masacre de las playas de Normandía. Y acredita el instinto narrativo del cineasta británico en el umbral de los 83 años, más o menos como si la edad le hubiera deparado un repunte de la maestría.

La búsqueda de la verdad histórica, si es que la hubiera, ha repercutido en el alcance de la verdad artística, si es que la hay. 'El último duelo' representa una inmersión en la complejidad del Medievo y en los estertores de una época convulsa de la que iba a nacer o sobrevenir el Renacimiento.

Porque no es tan sencillo definir las fronteras. Ya nos ha contado el erudito Jacques Le Goff (1924-2014) en sus magníficos escritos que no conviene establecer divisiones temporales categóricas ni mucho menos recrearse en la leyenda negra de la Edad Media. "La Edad Media creó la nación, el Estado, la universidad, el molino y la máquina, la hora y el reloj, el libro, el tenedor, la ropa, la persona, la conciencia y, finalmente, la revolución", escribe en el prefacio de 'Por otra Edad Media' (Taurus).

Foto: Duelo de caballeros

El gran desafío de Le Goff no consistió solo en la geopolítica, en la épica, en las guerras de religión, sino en la historia de las costumbres, en el folklore, en la vida privada. Y en la reconstrucción de la mentalidad de aquellos pueblos y culturas que atravesaron las aventuras de Jean Froissart.

Una sociedad mutante

El propio Froissart coincidió en la época de Petrarca. Y describió las contradicciones de una sociedad mutante que transitaba entre la tierra y el cielo. El miedo a Dios, la extorsión del feudalismo y las brutales secuelas de la peste coexistían con las expectativas del humanismo y las primeras revoluciones de la ciencia, de tal manera que 'El último duelo' refleja el aparente final de una época. Lo explica el mismo título de la película en alusión a una memorable justa que se decidió con la mediación jurisdiccional del rey Carlos VI de Francia y que se disputó con arreglo a la sentencia divina. Dios ayudaría al contendiente que defendiera la verdad.

Y la verdad consistía en dirimir si el escudero Jacques Le Gris (Adam Driver, en el filme) violó a la esposa de Jean Le Carrouges (Matt Damon, con aspecto abertzale). No porque fuera un delito semejante fechoría, sino porque la mujer ultrajada se consideraba una propiedad del caballero afrentado. Y tenía derecho este a resarcirse en un duelo a muerte.

El episodio fascina a los medievalistas porque expone la intriga de un 'thriller' judicial

El episodio fascina a los medievalistas porque expone la intriga de un 'thriller' judicial en que colisionan el derecho canónico, el derecho romano, la autoridad del rey y la abstracción de la justicia divina, toda vez que la connotación milenarista de la peste evocó la ferocidad de las plagas bíblicas y la represalia de un Dios justiciero que reinaba entre los analfabetos.

Analfabetos como el propio Jean Le Carrouges, cuya reputación de caballero armado y posición de terrateniente no contradicen la restricción a la cultura de las clases privilegiadas. Era más asequible instruirse al abrigo de la Iglesia. Y acaso renegar de ella como hizo Jacques Le Gris, un arribista entre mediocres que supo granjearse las simpatías de la aristocracia y que alcanzó el rango de escudero a las órdenes del conde de Alençon (Ben Aflleck con el cabello rubio, muy parecido al Calígula de Tinto Brass).

La relación entre ambos proporciona a la película los mejores episodios de depravación y sensacionalismo, entre el mujerío, el alcohol, la pulsión feudal y el saqueo a los contribuyentes, pero el magnetismo de 'El último duelo' proviene del hedor de un Medievo sanguinolento y feroz. Y del escrúpulo con que se reconstruyen las armaduras y las indumentarias. Y de la desmitificación de los castillos y de los ritos de iniciación.

Vemos las ratas y los andamios de Notre Dame. La enfermedad y la miseria

La propia recreación de París desmiente la concepción idealizada de una gran urbe. Vemos las ratas y los andamios de Notre Dame. La enfermedad y la miseria. Y la descripción de una corte desprovista de aparato litúrgico y de espesor escénico. Carlos VI, alias El Loco, accedió al trono con 11 años. Incurrió en toda suerte de episodios psicóticos, ninguno tan evidente como el delirio de cristal. Una patología psiquiátrica que definía a los enfermos angustiados por la convicción de la fragilidad de sus huesos. Y que explicaba las precauciones de conservarse en una torre de marfil.

Ridley Scott lo retrata frívolo y adolescente, a semejanza de Geoffrey Lannister, aunque la derivada contemporánea más evidente consiste en la lectura presentista de la discriminación. Es donde adquiere fuerza y protagonismo el papel de Marguerite de Thibouville (Jodie Comer). Y donde se identifica la subordinación de la mujer a la categoría de propiedad masculina y de cualificación reproductora, no exenta, por otro lado, de la reputación diabólica —la tentación de Eva— ni de la vinculación a la brujería.

Podrá objetarse que Ridley Scott cuela en 'El último duelo' una derivada del MeToo, pero ya nos recordaba Jacques Le Goff que la única manera de entender el pasado consiste en organizar viajes de ida y vuelta con el presente, más todavía cuando la Edad Media, a su juicio, no representa una cápsula de la Historia, sino acaso una larguísima transición cuyos orígenes se remontan a la caída del Imperio Romano y cuyos estertores todavía podían reconocerse a comienzos del siglo… XX.

No va a sucederle a 'El último duelo' la fiebre de los dinosaurios que precipitó Steven Spielberg con 'Parque jurásico', sobre todo porque la trepidante película de Ridley Scott ya expone un divorcio entre el escepticismo de la taquilla y el entusiasmo de los historiadores, muchos de ellos identificados en el acontecimiento de un retrato del alto Medievo riguroso y verosímil.

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