Flamenco y danza en el mercado de Antón Martín... por el amor de Dios
El primer piso aloja un templo genuino del baile español, en contra de los clichés y en defensa del cosmopolitismo
La tarima reluce más que los espejos. No solo porque esté limpia, impoluta, sino porque le han sacado brillo los zapatos de los bailaores que acuden a ensayar y a formarse en la academia del Amor de Dios. Por eso tiene sentido otorgarle un cierto valor religioso al templo. Se encuentra en la calle Santa Isabel, por ejemplo. Y la atiende Joaquín… San Juan, orgulloso de mantener a flote un viejo navío de madera cuyos espejos y grietas resisten a la globalización y a los peligros de la especulación inmobiliaria.
Protege a la escuela la tutela administrativa del Ayuntamiento de Madrid. Y ocupa la primera planta del mercado de Antón Martín. El flujo de antiguos colmados y de nuevas boutiques alimenticias excitan un ajetreo de lugareños y de turistas que se detiene en las primeras escaleras de la academia. Son el privilegio de los alumnos y de los maestros que depositan la tradición y la vanguardia de la danza española desde al menos hace medio siglo.
Porque fue en 1952 cuando puede certificarse la inauguración de la academia (itinerante). Estaba en la calle de la Montera. Y sirvió de espacio de ensayos a las coreografías de Antonio el Bailarín. O Antonio a secas, tal como prefiere mencionarlo Joaquín San Juan entre la devoción y la nostalgia. “Luego nos trasladamos a la calle de la Gracia de Dios. Por eso la academia se llama así, aunque la última ubicación es la de la calle Santa Isabel. Nos vinimos en 2003 con todos los bártulos a cuestas”.
No somos una escuela en el sentido de fijar una ortodoxia o de homogeneizar un criterio
Algunos de ellos están expuestos en los larguísimos pasillos que exploran la academia. Fotos de Antonio Gades y de Cristina Hoyos. Imágenes expresionistas de el Pelao y de el Güito. Escenas que evocan el rodaje de 'Carmen' (Carlos Saura) en las tinieblas de estas mismas paredes. Aquí se instaló también el Ballet Nacional de España. Y lo hizo el carisma de Merche Esmeralda, aunque el desorden del museo también aloja un vestido de luces rosa palo y oro; y el embrujo de Carmen Amaya; y la huella de Canales, de Sara Baras, de Joaquín Cortés. Y la promiscuidad de los toreros, los cantaores y los bailaores. Camarón toreando. Curro Romero fingiendo cantar. Y la historia exótica del Indio Gitano. Que se bautizó y se casó el mismo día, aunque las fotos expuestas en las paredes de la academia no mencionan un pasaje biográfico que hubiera conmovido la pluma de Merimée: el cantaor calé raptó a su mujer cuando tenía 16 años.
“Nuestra academia no enseña una manera de bailar. No somos una escuela en el sentido de fijar una ortodoxia o de homogeneizar un criterio”, explica Joaquín San Juan. “Ofrecemos fundamento, pero luego se trata de que cada uno encuentre su camino y el desarrollo de su personalidad. No podemos hacer bailaroes en serie. Todos eso es lo contrario del arte”.
Cultura de ida y vuelta
Es una manera de explicar la heterogeneidad de los genios que han frecuentado el Amor de Dios, aunque la vitalidad de la academia madrileña (y universal) también proviene de las matrículas de los “estudiantes” extranjeros. Representan más o menos la mitad de los inscritos. Franceses, en primer lugar. No tantos japoneses como antaño. Y aprendices latinoamericanos cuya pasión suscribe la definición cosmopolita del flamenco y de la danza. Empezando por la impronta de Buenos Aires. Y por los artistas que recalaron en el Teatro Colón para empaparse del tango.
Una cultura de ida y vuelta que adquiere sentido en el enjambre multiétnico de la barriada que aloja el mercado de Antón Martín. Cerquita de Lavapiés. A la vera del cine Doré. Y en los cimientos de una 'confusión' gastronómica que permite alternar la pizza con el sushi y el vino con el vermú especiado.
El flamenco surge del lumpen, el grito, la seguiriya nace en los estratos más desfavorecidos
El paganismo circundante enfatiza aún más la advocación de las calles de santos que delimitan el territorio de los mercaderes y de los bailaores, aunque el santo que mejor custodia el Amor de Dios es San Juan, apellido de Joaquín y evangelista de un flamenco, de una danza, que apela a la sensibilidad y memoria. Y que abjura de todos los clichés pintorescos. “Tenemos que tener en cuenta que el flamenco surge del lumpen, el grito, la seguiriya nace en los estratos más desfavorecidos y aún hoy en día mucha gente piensa y lo identifica con el mal vivir y sin embargo, curiosamente, es de lo más cosmopolita que tenemos”, tiene dicho Joaquín. “Cuando los empresarios españoles viajaban a Japón a comprar relojes, para luego venderlos en Canarias, ya estaban los flamencos por esas tierras, con sus guitarras y su arte atravesando aeropuertos, sin saber leer en muchos casos, pero dejando ‘enduendado’ a todo aquel que sabía escuchar”.
'Enduendarse'. Nada que ver con las deudas, sino con los duendes. Y con una exuberancia cultural que ha encontrado el hogar en el mejor lugar posible, precisamente por el espacio genuino que ocupa la academia y porque los puestos y los aromas del mercado subyacente describen un hedonismo universal que estremece el compás de los bailaores.
La tarima reluce más que los espejos. No solo porque esté limpia, impoluta, sino porque le han sacado brillo los zapatos de los bailaores que acuden a ensayar y a formarse en la academia del Amor de Dios. Por eso tiene sentido otorgarle un cierto valor religioso al templo. Se encuentra en la calle Santa Isabel, por ejemplo. Y la atiende Joaquín… San Juan, orgulloso de mantener a flote un viejo navío de madera cuyos espejos y grietas resisten a la globalización y a los peligros de la especulación inmobiliaria.
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