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¿Quién era el misterioso hombre de la bata roja?
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¿Quién era el misterioso hombre de la bata roja?

El nuevo libro de Julian Barnes traza un fascinante retrato de la Belle Épocque de finales del XIX que gira en torno a un personaje singular y apenas conocido: Samuel Jean Pozzi

Foto: John Singer Sargent - 'Samuel Pozzi' (1881)
John Singer Sargent - 'Samuel Pozzi' (1881)

Qué trío más extraño. Un príncipe, un conde y un plebeyo, franceses los tres, llegaron a Londres en 1885 a la busca de "adquisiciones intelectuales y decorativas". Los dos aristócratas eran homosexuales o, como se decía entonces, "de tendencias helénicas". El plebeyo, doctor y reconocido coleccionista de amantes femeninas. Y portaban una carta de recomendación de uno de los mayores pintores de su tiempo, John Singer Sargent, que les permitió ser recibidos nada menos que por el escritor Henry James que ejerció de cicerone por la megalópolis inglesa. ¿Sus nombres? El príncipe Edmond de Polignac, el conde Robert de Montesquieu y el doctor de apellido italiano Samuel Jean Pozzi. El hombre de la bata roja.

Así se intitulaba un cuadro pintaba apenas cuatro años antes por el propio Sargent, un lienzo tan sugerente y extraño que, cuando el novelista británico Julian Barnes (1946) se topó con él hace unos años en la National Portrait Gallery de Londres, decidió que no le quedaba más remedio que escribir un libro al respecto. ¿Quién era aquel hombre de la bata roja? ¿Por qué había realizado aquel peculiar viaje y con aquellos tipos no menos peculiares? ¿Y qué nos enseñaba su vida acerca de ese periodo histórico mítico e inagotable que hemos convenido en llamar Belle Épocque, en las postrimerías del siglo XIX? El resultado es un ensayo extraordinario que acaba de publicarse en nuestro país con el título, como no podía ser de otra manera, de 'El hombre de la bata roja' (Anagrama, 2021).

placeholder 'El hombre de la bata roja' (Anagrama)
'El hombre de la bata roja' (Anagrama)

Para resolver el misterio del hombre de la bata roja, Barnes hace resurgir ante nuestros ojos una época fascinante y engañosamente pacífica, de cultura turbulenta y dramas políticos en ciernes que acabarán cristalizando en las guerras y matanzas del siglo posterior. Del juicio a Oscar Wilde al caso Dreyffus, de las fotos de Nadar a las novelones de Proust, de la solidificación del mito wagneriano a las gymnopédies de Erick Satié. Se abre el telón.

La bala

"Podríamos empezar con una bala y el arma que la disparó. Esto suele funcionar: una sólida costumbre teatral afirma que si aparece un arma en el primer acto, sin duda se disparará al final. Pero, ¿qué arma, qué bala? Había tantas en aquel tiempo..."

placeholder Julian Barnes (EFE)
Julian Barnes (EFE)

¿Cuál es la primera bala de esta historia? Barnes propone la que mató a Pushkin en su duelo en 1837 con un oficial francés y que uno de los componentes del mencionado trío, el conde Montesquiou, guardaba en una vitrina de su estrafalaria colección de rarezas históricas. El conde era el más conocido de los tres, un dandi mundano, esteta, aficionado a la moda y al arte y con veleidades literarias. Conoció al príncipe Polignac, veinte años mayor que él, en Cannes y pronto trabaron una amistad desigual de alumno y maestro que transcurría entre copas de jerez y lectura compartida de versos en medio de una tensión sexual sin resolver. ¿Y Pozzi? ¿Qué pintaba el hombre de la bata roja, burgués y heterosexual entre aquellos dos aristócratas gays? Barnes aventura que el doctor Pozzy, amén de su cultura, agudeza y don de gentes, había tratado la impotencia del conde, lo que este agradeció invitándole al viaje.

¿Qué pintaba el hombre de la bata roja, burgués y heterosexual entre aquellos dos aristócratas gays?

En Londres aquel distintivo tridente visitó Liberty & Co. y la Grosvenor Gallery, el Abbey Phalanstery de William Morris y el estudio de William De Morgan, compraron tweeds y sombreros en Bond Street y libros en Chelsea, y cenaron con Henry James en el Reform Club. En todos estos lugares nadie dejó mella como Pozzi, tan ambicioso como encantador. Con solo veinte años había seducido a Sarah Bernahardt, actriz paradigmática del fin de siglo europeo. Para todo el mundo ella era ya conocida como 'la divina Sarah'. A él comenzaban a llamarle ya 'doctor Dios'. O, tambien, 'doctor Amor'.

placeholder Sarah Bernardt, fotografiada por Nadar
Sarah Bernardt, fotografiada por Nadar

"Los nombres siempre se acuñan retrospectivamente", explica Julian Barnes. "Nadie en París dijo nunca a alguien, en 1895 o 1900: 'Vivimos en la Belle 'Epocque, más vale aprovecharlo'. La expresión que describe aquel tiempo de paz entre la catastrófica derrota de Francia en 1870-71 y la catastrófica victoria francesa de 1914-1918, no se incorporó al lenguaje hasta 1940-1941, tras una nueva derrota de Francia. Era el título de un programa de radio que se transformó en un espectáculo de teatro musical en directo: una denominación para sentirse feliz y distraerse que a la vez recalcaba los prejuicios alemanes sobre l 'oh-là-là', la Francia del cancán. La Belle Épocque: el lugar clásico de paz y placer, de glamour con más de una pincelada de decadencia, un último florecimiento de las artes y un último esplendor de la alta sociedad asentada antes, tardíamente, de que esta dulce fantasía fuera pulverizada por el metálico y escéptico siglo XX, que desgarró los elegantes e ingeniosos carteles de Toulouse-Latrec de la pared leprosa y la pestilente 'vespasienne' (urinarios callejeros)".

Un libro extraordinario que extiende sobre el papel los retazos de una época

No develaremos al lector el secreto del hombre de la bata roja a riesgo de que prescinda por ello de leer este libro extraordinario que extiende sobre el papel los retazos de una época que, pese a incubar ya en su seno la semilla de los males venideros, fue tal vez el último canto del cisne liberal y cosmopolita antes de que las identidades asesinas del siglo XX le rompieran el cuello. Unas páginas cuya lectura se sigue de forma natural de otro título reciente excepcional, 'Los europeos', de Orlando Figues, que exponía una historia de la cultura europea en ese fascinante momento a mediados del siglo XIX en el que, a lomos del ferrocarril, la literatura, el arte y la música fluyeron como nunca antes en la historia del continente derrumbando fronteras.

Qué trío más extraño. Un príncipe, un conde y un plebeyo, franceses los tres, llegaron a Londres en 1885 a la busca de "adquisiciones intelectuales y decorativas". Los dos aristócratas eran homosexuales o, como se decía entonces, "de tendencias helénicas". El plebeyo, doctor y reconocido coleccionista de amantes femeninas. Y portaban una carta de recomendación de uno de los mayores pintores de su tiempo, John Singer Sargent, que les permitió ser recibidos nada menos que por el escritor Henry James que ejerció de cicerone por la megalópolis inglesa. ¿Sus nombres? El príncipe Edmond de Polignac, el conde Robert de Montesquieu y el doctor de apellido italiano Samuel Jean Pozzi. El hombre de la bata roja.