Zhang Yimou se salta la censura china en la apertura del festival de San Sebastián
Dos años después de que el Gobierno chino impidiese su estreno en Berlinale, la película de Zhang Yimou abre la 69 edición del Festival de San Sebastián, que ha empezado hoy
La película de inauguración de esta 69 edición del Festival de San Sebastián es, además de cine, política. 'Un segundo', de Zhang Yimou -el director detrás de 'Hero' (2002) y de 'La casa de las dagas voladoras' (2004)- se anunció como parte de la Sección Oficial de la Berlinale de 2019. Hasta que el film, un cuento ambientado durante la Revolución Cultural china, se cayó de la parrilla debido a "problemas técnicos", una excusa a la que 'Variety' apuntó como el eufemismo de un motivo mucho más grave: la censura. El Gobierno chino supervisa hasta el último corte y no debió de sentar muy bien el tono crítico con el régimen de Mao. Dos años después, Zinemaldia rescata 'Un segundo', un tiempo en el que a Zhang le ha dado tiempo a rodar otras tres películas, dos de ellas ya estrenadas, aunque no en España.
El título de 'Un segundo' se refiere a la duración de la imagen de uno de los personajes en una película informativa al estilo No-Do que al parecer proyectaban antes de cada película en la China de los sesenta. Cuando se trata de propaganda, franquismo y comunismo pueden ir de la mano. Con el estilo de un cuento, al principio, Zhang utiliza un lenguaje casi de comedia muda para contar la historia de dos personajes opuestos condenados a entenderse: por un lado un hombre misterioso y harapiento llega a una especie de fonda poco después de que en el pueblo haya acabado la proyección de 'Hijos heroicos' -una película real del año 64 sobre la "Guerra de Resistencia a la Agresión Norteamericana y de Ayuda a Corea", como conocen allí la Guerra de Corea, que tuvo lugar entre 1950 y 1953-; por el otro, una niña igualmente harapienta roba una de las latas que contiene el celuloide de la película. El hombre, que parece tener especial interés en la proyección de la película, persigue a la niña y comienza una 'roadmovie' a pie a través del Desierto del Gobi. Los dos acaban llegando a la siguiente aldea donde está programada la proyección del film.
A través de una historia sencilla y emotiva -en algunos momentos la emotividad escala más de lo necesario- Zhang dibuja el paisaje de un país asolado en el que cualquier ciudadano necesita hacer méritos frente al aparato del Estado para poder escalar socialmente y en el que los 'pecados' políticos de los padres los heredan los hijos, que son quienes tienen que expiarlos. Y, como un 'Cinema paradiso' mandarín, Zhang habla sobre cine desde el cine. Primero como espectáculo de masas; segundo, como vehículo de transmisión propagandística; tercero, como instrumento para fomentar la empatía, y, cuarto, como única manera de conservar a las personas en el tiempo, una maravillosa fantasmagoría que guarda, al menos, la esencia de aquellos a quienes retrató la cámara.
Entre la comedia y el drama, 'Un segundo' comienza con una tormenta de arena en las dunas del Gobi. Esa arena representa, al final, el paso del tiempo, que todo lo tapa. Zhang consigue transmitir la grandiosidad de un paraje inabarcable y seco, un lugar árido y difícil para la vida, pero de una gran belleza al verse recortado con un cielo azul profundo. Sin apenas carreteras ni contacto con el mundo exterior, las aldeas de esta zona reciben cada dos meses la llegada de una película "como el día de Año Nuevo", además de que el noticiario es la única vía de conocer lo que ocurre en un país de casi 10.000 kilómetros cuadrados.
Zhang mantiene durante casi toda la película el misterio sobre quiénes son los dos personajes, que en alguna ocasión se hacen pasar por padre e hija. Porque en 'Un segundo' está muy presente el vínculo paternofilial: la niña resulta ser una huérfana maltratada por la vida y el protagonista un hombre perseguido por la culpa y que anhela volver a ver a su hija. En la aldea se encuentran con "el mejor proyeccionista" de cine de China, y es ahí cuando Zhang empieza a cantar su amor incondicional al séptimo arte.
En un momento en el que el cine -el celuloide- ha dejado de ser el gran espectáculo de masas, Zhang explica el porqué de la fragilidad y la importancia de una película. Lo hace desde lo material -cómo se manipula, cómo se limpia, cómo se proyecta- y lo hace desde lo emocional. Porque lo importante, al final, no es el celuloide en sí; con lo que tenemos que tener cuidado es con lo que contiene. El director se recrea en el rescate del espíritu de los cines primigenios, de la experiencia colectiva, de una catarsis festiva y un público inocente y receptivo. "Se quedarían aquí siempre. Da igual lo que les ponga", explica el proyeccionista como una ventana al pasado, anverso luminoso de una audiencia hoy exigente y descreída. Los críticos de cine no eran necesarios porque el cine era todo lo que envolvía la pantalla. El proyeccionista presume de estatus que ostenta frente a sus convecinos: todo el mundo lo respeta y lo agasaja porque conocen la importancia de un generador de felicidad.
La crítica a Mao se hace más palpable a medida que avanza la película, pero nunca es vehemente. Las imágenes de 'Hijos heroicos' -en la que soldados americanos mueren a manos del Ejército chino- dialogan con la ficción de 'Un segundo'. También en aquella película se hablaba de las paternidades porque, entonces, un padre era el biológico y el otro padre, como en los regímenes comunistas más consolidados, era el líder del pueblo, el padrecito Stalin, el padrecito Mao, el padrecito Kim. En su película, Zhang recrea la pobreza, habla de los campos de trabajo y de la presencia vigilante del Estado maoísta, como en un acto no demasiado crudo de contrapropaganda. Pero el objetivo es otro. "El cine existe para hacernos mejores", verbaliza Zhang a través de sus personajes.
Y aunque el final es poderoso, de vuelta a aquella arena de la tormenta, el último acto de 'Un segundo' se pliega demasiado sobre sí mismo. El protagonista vagabundea por los decorados -demasiado evidente la pintura envejecida- y el director estira y estira los múltiples falsos finales que provocan que el espectador pueda llegar al clímax algo desfondado. Ahora, en San Sebastián, el círculo extradiegético también se cierra: el Estado no pudo acabar con el protagonista y el Estado tampoco ha podido acabar con la propia película.
La película de inauguración de esta 69 edición del Festival de San Sebastián es, además de cine, política. 'Un segundo', de Zhang Yimou -el director detrás de 'Hero' (2002) y de 'La casa de las dagas voladoras' (2004)- se anunció como parte de la Sección Oficial de la Berlinale de 2019. Hasta que el film, un cuento ambientado durante la Revolución Cultural china, se cayó de la parrilla debido a "problemas técnicos", una excusa a la que 'Variety' apuntó como el eufemismo de un motivo mucho más grave: la censura. El Gobierno chino supervisa hasta el último corte y no debió de sentar muy bien el tono crítico con el régimen de Mao. Dos años después, Zinemaldia rescata 'Un segundo', un tiempo en el que a Zhang le ha dado tiempo a rodar otras tres películas, dos de ellas ya estrenadas, aunque no en España.