Moáis y ratas: la teoría inesperada que derrumba el mito del fin de la Isla de Pascua
Es el ejemplo histórico paradigmático de cómo una civilización puede acabar con su propio medio natural y condenarse; pero, ¿y si no ocurrió como pensábamos hasta ahora?
Es tal vez uno de los más sobrecogedores relatos sobre la capacidad de autodestrucción de la especie humana. El célebre biogeógrafo Jared Diamond concluía el capítulo de su superventas
La dramática historia de los rapa nui quedaba así establecida como la de un pueblo que inició una carrera competitiva acelerada y demencial por erigir estatuas cada vez más gigantescas —los moais— que acabó por talar todos los árboles de la antaño frondosa isla. Una vez extinguidas las palmeras y aniquilada las fuentes de alimento, las dos principales facciones tribales se masacrarían entre sí con una violencia desaforada que incluiría atroces actos de violencia y canibalismo. Cuando los europeos llegaron por primera vez allí en 1722, la isla era un cementerio de estatuas destruidas en la que apenas sobrevivían unos miles de habitantes desnutridos y quejumbrosos de una población que antaño fue numerosa y próspera. La codiciosa naturaleza humana había vuelto a mostrar su peor faz.
Cuando los europeos llegaron a la isla en 1722, era un cementerio de estatuas poblado por unos miles de habitantes hambrientos
El joven historiador holandés Rutger Bregman (1988) creía en la verdad de esta historia triste avalada por tantos científicos preeminentes. Hasta que un buen día se topó por casualidad con unos trabajos muy poco conocidos de otro investigador que ponían en duda de forma radical la versión oficial. Existe otra explicación para dar cuenta del fin de la primitiva civilización de la isla de Pascua. Y es mucho más luminosa y esperanzadora.
Una nueva perspectiva
Bregman es un brillantísimo ensayista que encandiló a los lectores con su 'Utopía para realistas' y que ahora va a por todas con un nuevo libro apabullante que llegará a las librerías españolas el próximo 22 de septiembre,
Para sostener semejante idea radical, Bregman lleva años investigando, y demoliendo, los principales mitos sobre los que se alza la idea de que, en ausencia de un Leviathan despótico, la vida de hombres y mujeres es "solitaria, sucia, salvaje y breve". Su gran triunfo al respecto, que recoge en este libro, fue encontrar tras una tortuosa y extenuante investigación, lo que ocurrió cuando la peripecia imaginada por William Golding en 'El señor de las moscas' se dio en el mundo real. Unos niños naufragaron en una isla situada también en el Pacífico en 1965, sobrevivieron un año sin adultos hasta ser rescatados y, en lugar de caer en un espiral animal de jerarquías enfrentadas y violentas, colaboraron, generaron comunidad y salieron adelante fortaleciendo sus vínculos.
No vamos a recorrer aquí los detalles de los increíbles hallazgos que el lector podrá disfrutar mucho mejor en el libro, pero el resumen podría ser el de una colosal falsificación histórica más o menos involuntaria sostenida por nuestros firmes prejuicios de que el hombre es un lobo para el hombre. No, la población indígena que descubrieron los primeros europeos que llegaron a la isla de Pascua, no eran ecce homos desahuciados sino prósperos, saludables y amistosos isleños que ni se habían enfrentado en una guerra civil de siglos, ni se habrían comido entre sí. Sencillamente nunca fueron tantos como se pensaban, erigieron unas cuantas estatuas, pero un buen día se cansaron de hacerlo y, cuando su territorio perdió su foresta original, idearon nuevos y eficaces métodos de agricultura y pesca. ¿Pero no acabaron ellos con los árboles? No, fue una sibilina rata australiana comedora de semillas la culpable. Todo iba bien, en realidad, hasta que los mercaderes de esclavos llegaron a finales del XIX a la isla y se llevaron a casi toda su población, mientras enfermaban al resto.
No queda nada en pie de la historia original sobre indígenas egoístas
Se pregunta Bregman: "¿Qué queda en pie, por tanto, de la historia original sobre indígenas egoístas que destruyeron su propia civilización en una guerra fratricida? Prácticamente nada. Ni hubo guerra, ni hubo hambruna, ni hubo canibalismo. La deforestación, gracias al ingenio de sus habitantes, no hizo la isla más árida, sino más productiva. La matanza de 1680 no tuvo lugar. La auténtica decadencia empezó en 1860. Los europeos no encontraron una civilización en ruinas. Fueron ellos quienes la arruinaron".
Es tal vez uno de los más sobrecogedores relatos sobre la capacidad de autodestrucción de la especie humana. El célebre biogeógrafo Jared Diamond concluía el capítulo de su superventas