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Vladimir Nabokov, el ruso blanco que iba al colegio en Rolls-Royce
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Vladimir Nabokov, el ruso blanco que iba al colegio en Rolls-Royce

Hijo de un miembro fundador del Partido Constitucional Democrático ruso, políglota y aficionado de las mariposas; Nabokov encontró la inspiración en la huida y cambio constante

Foto: Nobokov, un apasionado de las mariposas
Nobokov, un apasionado de las mariposas

Reconstruir una vida pasada suele posibilitarse desde un amasijo de datos, útiles para cuadrar el puzle de cualquier existencia. Los escritores famosos, precisamente por serlo, no suelen generar dificultades añadidas. Sus biografías, pese a la épica tendida de sus acólitos, no distan tanto de la normalidad rutinaria. Los problemas crecen cuando el investigado se dedica con sumo esmero a generar un juego de espejos, confundiéndonos. Es el caso de Vladimir Nabokov, quien en su momento nos avisó con la siguiente frase: ''Cualquiera puede crear el futuro, pero sólo un hombre sabio puede crear el pasado'', como, a veces no sobra añadir, él hizo a lo largo de toda su obra.

Puestos a liarnos, hasta la fecha de nacimiento ama el mareo, como si hasta permanecieron dudas en los cimientos del edificio. El escritor ruso, uno de tantos genios sin el premio del Nobel, vio la luz en San Petersburgo el 10 de abril de 1899 según el calendario juliano, 22 de abril para el gregoriano, 23, Sant Jordi, desde su cronología.

Su familia era de alto copete, y esto, como es bien comprensible, repercutió en su formación. Descubrir su infancia y adolescencia es sumergirse en una novela decimonónica, desballestada a posteriori por su prosa, por ejemplo, en 'Habla, memoria' (Anagrama, 1954), una de las autobiografías más especiales de la literatura occidental, donde, además de deleitarnos con los giros de su prosa, la linealidad brilla por su ausencia al privilegiarse detalles de todo tipo, desde su eterna querencia por las mariposas hasta la retahíla de institutrices contratadas por el clan.

placeholder Familia Nabokov en un constante exilio
Familia Nabokov en un constante exilio

El abuelo de Vladimir fue ministro de Justicia de dos zares, los últimos Alejandros, mientras su padre destacó desde el liberalismo político para desafiar la autocracia decadente de Nicolás II. El luctuoso domingo sangriento de 1905 supuso abrir un poco el sistema, y así fue como el progenitor de nuestro protagonista ocupó durante un breve lapso un escaño en la recién inaugurada Duma, en representación del Partido Constitucional Democrático, asimismo vinculado al periódico Rech, del que fue su fundador y principal baluarte. Poco tiempo después de ser elegido, Vladimir Dmitrievitch se rebeló junto a otros diputados por la proclama zarista, favorable a disolver el nuevo Parlamento. Reunidos en Vyborg, lanzaron un manifiesto contra Nicolás II, llamando al pueblo a rebelarse mediante el impago de toda tasa o impuesto. Fue encarcelado durante unos meses.

La afición a los lepidópteros le fascinó hasta su muerte

El niño transcurrió sus primeros años en el cómodo orden de esa aristocracia, entre viajes a las principales localidades veraniegas, puntuales estancias en Alemania y una educación algo asilvestrada, influida sobremanera por las posesiones de los suyos en la campiña cercana a la entonces capital del Imperio. Fue en esos lugares idílicos, siempre recordados de uno u otro modo en su narrativa, donde desarrolló su afición a los lepidópteros, cuya observación le fascinó hasta su muerte para sumar más vitolas a su leyenda, hasta el punto de bautizar a varias especies para enmendar su ridículo infantil cuando, ni corto ni perezoso, se atrevió a cartearse con los principales expertos de la cuestión, nada asombrados por la ingenuidad del joven y ocioso aprendiz.

De la paz a la guerra

Nabokov no fue escolarizado hasta los once años de edad. Iba al colegio en Rolls-Royce, escondiéndolo de la vista de sus coetáneos al bajarse pocas calles antes del centro para no levantar envidias.

El paso por las clases debió resultar insufrible para ese chaval políglota y cosmopolita, dominador del inglés antes del ruso y sobrada solvencia con el idioma francés. Las tres lenguas inundaron su novelística, mezclándolas como si hubiera sido desde siempre un expatriado sin nacionalidad concreta, como si su única bandera se ciñera a la educación recibida en sus aposentos, si se quiere similar a la de otros nobles de futuro ilustre en su generación, como el conde Luchino Visconti di Modrone, europeo hasta la médula y experto en Proust desde su adolescencia por el privilegio de recibir los volúmenes de la 'Recherche' apenas salidos de las imprentas de Gallimard.

placeholder Vladimir Dmitrievitch
Vladimir Dmitrievitch

Los primeros pinitos literarios de Nabokov se enmarcan en esa mediocridad dorada. Salvo un episodio berlinés, cuando creyó enamorarse de una patinadora norteamericana, su flechazo inaugural le desató una auténtica fiebre poética, cuyo resultado fueron poesías amorosas de escasa calidad, aunque alabadas por ciertos críticos con necesidad de justificar su servilismo para con el padre del artista. Aún tardaría en brotar su heterodoxia, aún inviable por precocidad y falta de experiencias auténticas.

Estas llegarían con el estallido de las revoluciones de 1917. Durante la de febrero todo se mantuvo en un cierto 'statu quo' favorable a los intereses del clan. Vladimir Dmitrievich fue uno de los encargados de redactar el acta de abdicación del zar más efímero de la Historia rusa, Miguel Románov, quien sólo puedo ostentar la corona una sola jornada.

El triunfo de Lenin conllevó el fin de un sueño y la familia emigró a Crimea

El triunfo de Lenin conllevó el fin de un sueño. Debieron emigrar a Crimea, tierra inhóspita pese a integrarse en las fronteras imperiales. De nada sirvió el poder paterno, y así, rodeados por el ejército rojo, debieron emprender la senda del exilio para cerrar la primera etapa del escritor.

El hombre extraterritorial

George Steiner acuño el término literatura extraterritorial. Esta definición va como un guante para Vladimir Nabokov, quien en los siguientes veinte años de su espiral transitó por el Viejo Mundo como un fantasma con galones. Una serie de ayudas le propiciaron estudiar en el Cambridge de la primera posguerra mundial. Su intención inicial, contada de modo hilarante en sus caprichosas memorias, era recoger los frutos del mito del portero de fútbol, no tan valorado en Inglaterra como en la madre patria. Ante el desdén por sus paradas como cancerbero se aplicó en el estudio del diccionario ruso para no olvidar el léxico de sus orígenes, forma de resistencia ante el ostracismo de la comunidad de exiliados, un gueto repartido por toda Europa en plena zozobra, sobre todo tras las victoria en la Guerra Civil de los Bolcheviques, aceptados a la postre por la Comunidad de Naciones, elemento decisivo para juzgar a todo ruso blanco como un extremista de derechas, a condenar desde la dialéctica izquierdista de los años veinte.

En 1922, año milagroso de las letras continentales, su padre fue asesinado en Berlín durante un atentado contra otro exiliado a manos de Piotr Chabelski-Bork, promotor de los Protocolos de los sabios de Sión, antisemita furibundo y organizador de comandos nazis en la capital alemana desde finales de los años veinte.

placeholder Vladimir Nobokov y su esposa Vera
Vladimir Nobokov y su esposa Vera

La desaparición de una figura tan amada fue una calamidad más en el itinerario de Nabokov, deprimido y desesperado. Lo polifacético de su talento tuvo durante ese lapso episodios más bien forzados. Tras su licenciatura, trabajó como agricultor en Toulon, realizó crucigramas para una revista de exiliados, compuso más poemas, dio clases de tenis, impartió una probable cátedra a sus alumnos de boxeo y se enamoró de Vera, su media naranja, con quien echó raíces en Berlín y hallar suficiente tranquilidad para escribir el ciclo de diez novelas en su idioma, algunas de ellas publicadas durante su periplo estadounidense. Con ellas, preludio de su versatilidad, alcanzó el éxito no sólo entre los suyos gracias a sucesivas traducciones. Algunos lo comparaban con Iván Turguénev, aunque esto era más bien un cliché anacrónico fruto de las circunstancias, pues ambos compartían ser víctimas de la opresión en su país durante distintos instantes históricos.

El exilio como fuente de estilos

Nabokov debió ser un profesor luminoso para sus alumnos del campus de la Universidad de Cornell por sus consejos sobre la escritura. Para él, lo más importante eran el estilo y la estructura. No servía de nada discutir sobre si Gregor Samsa se transformaba en un escarabajo o en cualquier otro insecto y en su panteón figuraban el 'Ulises' (Shakespeare and Company, 1922) de James Joyce, algunas páginas de Marcel Proust o el teatro de Shakespeare, no sin considerar en su madurez las rupturas de Alain Robbe-Grillet o ciertos autores norteamericanos mucho más jóvenes, tales como John Salinger o John Updike.

placeholder Primera edición de 'Pale Fire' en 1961
Primera edición de 'Pale Fire' en 1961

El exilio fue su academia literaria. Antes de abandonar Rusia pudo tomar nota del Formalismo y sus teorías del extrañamiento para comunicar las cosas desde la percepción del individuo en pos de enarbolar una prosa desprovista de grandes ideas, tildadas de estupideces por el mismo Nabokov, algo comprobable en obras maestras como 'Pálido fuego' (G.P. Putnam's Sons, 1961) quizá su cumbre, o la mismísima 'Lolita' (Olympia Press, 1955), tan poco entendida como para suscitar aún hoy en día debates de muy corto vuelo desde lo pacato de nuestra contemporaneidad, bien avezada a críticas ridículas a partir de su risible código moral, tan victoriano por lo dicho en la esfera pública y lo hecho cuando se cierran las compuertas.

Maestro de la intertextualidad, padre de la posmodernidad y titiritero de parodias

Este cúmulo de influencias para generar un magma inconfundible se reafirmó durante su prolongada estancia en ese Berlín turbulento de tantos desmanes y milagros, copado por la explosión expresionista en múltiples campos, de la música a la pintura, del teatro al cine y de este, pletórico en su fugaz adolescencia, hasta la prosa. Ese intervalo condensa todas las herramientas empleadas por Nabokov en su crecimiento, maestro de la intertextualidad, padre inconsciente de la posmodernidad, gran titiritero de máscaras, parodias, identidades y engaños al lector, quien debe permanecer alerta ante la quiebra del pacto narrativo, o asumirlo para disfrutar de una experiencia mucho más allá del mero relato de sucesos insertados en un volumen.

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Vladimir Nabokov

La pesadilla de la Historia tardó en apartarse de la ruta de Vera y Vladimir, conminados a vagar a la búsqueda de una quimérica estabilidad. En 1937 se instalaron en París. Dos años después falleció su madre en Praga y la Wehrmacht invadió Polonia. En mayo de 1940, cuando el Tercer Reich rompía la 'drôle de guerre' ocupando el Benelux como antesala a su vendaval sobre Francia, consiguió el visado para Estados Unidos y apuntalar, como siempre ignorándolo, su simétrica escalera de veinte en veinte años. La infancia y la adolescencia en Rusia, la primera edad adulta hacia ser uno mismo dispersado por Europa. La última, antes de su fama y ocaso suizo, entre barras y estrellas. Para alcanzarlas el jugador de ajedrez movió ficha, resolvió un problema y abrió el horizonte hacia otro mañana, en inglés, como si su bendita condena fuera poseer tantos yoes como desastres cosechó su siglo.

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Reconstruir una vida pasada suele posibilitarse desde un amasijo de datos, útiles para cuadrar el puzle de cualquier existencia. Los escritores famosos, precisamente por serlo, no suelen generar dificultades añadidas. Sus biografías, pese a la épica tendida de sus acólitos, no distan tanto de la normalidad rutinaria. Los problemas crecen cuando el investigado se dedica con sumo esmero a generar un juego de espejos, confundiéndonos. Es el caso de Vladimir Nabokov, quien en su momento nos avisó con la siguiente frase: ''Cualquiera puede crear el futuro, pero sólo un hombre sabio puede crear el pasado'', como, a veces no sobra añadir, él hizo a lo largo de toda su obra.

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