Es noticia
George Blake, de espía británico a aferrado comunista
  1. Cultura
Conversos de la Historia V

George Blake, de espía británico a aferrado comunista

Leer a Marx y Lenin amenizaron su aburrimiento cuando le secuestraron en Corea y propiciaron su conversión ideológica

Foto: George Blake (AP)
George Blake (AP)

De todos los conversos de la historia, uno de los tipos más fascinantes es el del espía que cambia de bando. Su caída del caballo no suele ser tan repentina como la de san Pablo, pero sus consecuencias se parecen: es odiado por sus viejos compañeros y los nuevos recelan de él. ¿Es su conversión sincera? ¿Realmente es uno de los nuestros? Muchos de estos conversos se preguntarán, pasado el tiempo, si su conversión mereció la pena. En el caso de George Blake, la respuesta era ambigua. Nunca se arrepintió. Pero al otro lado no encontró lo que buscaba.

En marzo de 1953 murió Iósif Stalin. No es que a partir de entonces, de repente, las relaciones entre el mundo capitalista y el comunista se volvieran fáciles. De hecho, lo peor de la Guerra Fría estaba por llegar. Pero al menos se produjo un cierto deshielo. Como parte del proceso, la Unión Soviética intervino para que la mitad norte de Corea, la comunista, que en ese momento aún se hallaba en guerra con la mitad sur del país y Estados Unidos, liberara a un grupo de prisioneros británicos. Uno de ellos era George Blake. Había estado destinado en la embajada de Reino Unido en Corea como vicecónsul, pero en realidad actuaba como un espía, obteniendo información del mundo soviético. Cuando le descubrieron, los coreanos del norte le encerraron en una casa de campo con sus colegas, en unas condiciones espantosas. Pasaron frío y hambre, y se aburrieron como ostras. Su único entretenimiento fueron los libros de Karl Marx y Lenin que sus guardianes comunistas les daban para leer.

Cuando, después de ser liberados, los exprisioneros llegaron a Gran Bretaña en un avión de la Royal Air Force, fueron recibidos como héroes. La gente que les esperaba arrancó a cantar un himno religioso de agradecimiento, “Demos las gracias a nuestro señor”. Años más tarde, Blake confesaría que esas palabras “eran extraordinariamente irónicas […]. Yo ya no era la persona que esperaban”.

El servicio secreto británico le pareció “parte del sistema de clases”

George Blake nació en Países Bajos en 1922, hijo de una madre holandesa y un padre judío sefardí que había adoptado la nacionalidad británica. Se crió con su rica familia en Egipto, donde entró en contacto con el comunismo gracias a un primo algo mayor que él. Luego volvió a Países Bajos, donde participó en la resistencia contra la invasión nazi con solo diecisiete años. Más tarde se fugó a Reino Unido, donde empezó a hacer trabajos de espionaje gracias a su facilidad para los idiomas, su compromiso contra el nazismo y un cierto gusto por la aventura. En su autobiografía escribiría la sensación extraña que sintió cuando le ofrecieron entrar en el servicio secreto: “Enseguida presté atención. Aquello era exactamente lo que yo quería. Servicio especial, secretos, gente de la que nunca más se sabe. Debía ser trabajo de inteligencia, agentes que llegan a las costas enemigas”. Le entusiasmaba formar parte de ese mundo —“como joven bastante conservador que era”—, pero no se engañaba. El servicio secreto británico le pareció “terriblemente inglés, parte del sistema de clases”, y nunca llegaría a olvidar que era un “outsider”, sin los vínculos familiares con las clases dirigentes y el dinero que tenían sus compañeros.

Marx como motor de cambio

Al finalizar la guerra, el servicio secreto le mandó a Alemania para interrogar a viejos nazis, pero la preocupación del Gobierno británico ya no era su enemiga en la contienda, sino su vieja aliada, la Unión Soviética. Blake aprendió ruso y se le comunicó que ahora su cometido era luchar contra el comunismo soviético. Después, fue enviado a Corea para trabajar como espía bajo la apariencia de diplomático. El encierro posterior le resultó insufrible hasta que llegaron los libros de Marx y Lenin. Y su lectura puso en marcha un proceso de conversión. No fue una caída del caballo, sino más bien un periodo en el que todas sus experiencias pasadas cobraron sentido, cuenta el periodista Simon Kuper en su biografía de Blake, “The Happy Traitor”: el crac de Wall Street de 1929 que afectó a los negocios de su padre; los argumentos comunistas que oía a su primo en El Cairo; la atracción por la cultura rusa que sentía desde hacía tiempo; el rechazo a que, después de la guerra, su país se aliara con Alemania y combatiera a la Unión Soviética, invirtiendo las alianzas anteriores; los bombardeos de aldeas coreanas por parte de aviones estadounidenses… Todo eso encajó y se produjo la conversión.

placeholder Blake regresando a casa de Corea en 1953 recibido como un héroe (GETTY)
Blake regresando a casa de Corea en 1953 recibido como un héroe (GETTY)

Pidió a sus captores que le llevaran a la embajada de la Unión Soviética y allí se ofreció para ser un agente doble. Seguiría en el servicio secreto británico, pero pasaría a los comunistas toda la información que pudiera sobre las actividades occidentales. Kuper le entrevistó muchos años más tarde y le preguntó si esa conversión tuvo algo de religioso. “Sí, está claro. La religión promete a la gente, digamos, comunismo después de la muerte, porque en el cielo todos somos iguales y vivimos en unas circunstancias maravillosas. Y el comunismo promete a la gente una vida maravillosa aquí en la tierra. ''¿Era su comunismo una fe, como la religión? “Sí, creo que sí”.

¿Era su comunismo una fe, como la religión?

Su segunda vida fue una mezcla de traición y disparate. Cuando el servicio secreto británico le destinó a Berlín con el fin de reclutar soviéticos para la causa capitalista, en realidad dio a estos información sobre decenas de espías occidentales en el Este: los comunistas detuvieron, torturaron y mataron a muchos de ellos. Cuando sus superiores empezaron a sospechar de él, le sacaron de la ciudad que se había convertido en el lugar más caliente de la Guerra Fría y le mandaron al Líbano a estudiar árabe. Siguieron investigándole y finalmente llegaron a la conclusión de que trabajaba para los soviéticos. Blake confesó. Le juzgaron a puerta cerrada y fue condenado a cuarenta años de cárcel, la pena más larga en la historia de Reino Unido. Los periódicos británicos lo presentaron como un año de cárcel por cada espía británico al que había delatado a los soviéticos y convirtieron la condena en un ejercicio de fervor patriótico.

Blake ingresó en la cárcel y se convirtió en un preso modelo, discreto, que no daba problemas. Pero cinco años más tarde, consiguió fugarse de una manera rocambolesca: un antiguo preso, con la colaboración de dos activistas antinucleares, le tiró una escalera de cuerda al interior de la cárcel, Blake ascendió por ella y luego saltó a la calle. Se rompió la muñeca, pero estuvo escondido varias semanas en distintas casas de Londres hasta que los activistas lo metieron en su roulotte y le llevaron, en un compartimento secreto, hasta Alemania del Este. De ahí pasaría a Moscú. Curiosamente, fue la primera vez que vivió en un país comunista y más tarde declararía que enseguida se decepcionó: se dio cuenta de que el comunismo había fracasado completamente y que la vida allí era mucho más dura que en Occidente; eso, a pesar de que la KGB le regaló una casa cómoda y le dio trabajo.

Moscú como hogar

El director de cine Alfred Hitchcock, fascinado por su historia, pondría en marcha la producción de una película sobre Blake, pero murió antes de poder rodarla. Graham Greene se basó en él para escribir la novela 'El factor humano'. Y mientras tanto, Blake seguía colaborando con la KGB y llevaba una vida básicamente ociosa en la Unión Soviética, relacionándose con otros colegas defectores, algunos de los cuales solo encontraban alivio del estrés provocado por su conversión en el alcohol. La vida en la Unión Soviética era gris, ineficiente, nada parecido a la utopía que había soñado, nada remotamente similar a un paraíso en la tierra. Se preguntó muchas veces si había hecho bien, pero solía responderse que sí. También se preguntó qué sería de él tras la caída del comunismo, un acontecimiento que nunca pensó que llegara a ver.

placeholder George Blake con su madre en Rusia, 1967 (GETTY)
George Blake con su madre en Rusia, 1967 (GETTY)

Pero Rusia se portó bien y le mantuvo la casa y la pensión. A los ochenta años tuvo el honor de que le recibiera Putin, que le condecoró por los servicios prestados al país. A Blake no le gustaba Putin, pero solo le habló mal de él a Kuper, con la condición de que no publicara su biografía hasta después de su muerte. Tenía miedo de que le quitaran lo que el comunismo le había dado, y luego Putin había mantenido.

Todos los espías tienen dilemas morales. Pero Blake, que cometió la traición suprema, no parecía tenerlos, ni siquiera por haber sido responsable de la muerte de compañeros de su antiguo bando. La suya fue una conversión con pocos reparos. Pero no necesariamente feliz

De todos los conversos de la historia, uno de los tipos más fascinantes es el del espía que cambia de bando. Su caída del caballo no suele ser tan repentina como la de san Pablo, pero sus consecuencias se parecen: es odiado por sus viejos compañeros y los nuevos recelan de él. ¿Es su conversión sincera? ¿Realmente es uno de los nuestros? Muchos de estos conversos se preguntarán, pasado el tiempo, si su conversión mereció la pena. En el caso de George Blake, la respuesta era ambigua. Nunca se arrepintió. Pero al otro lado no encontró lo que buscaba.

Guerra Fría Unión Soviética (URSS)
El redactor recomienda