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Piteas en Última Tule: la extraordinaria aventura del Cristóbal Colón griego
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un verano griego y romano II

Piteas en Última Tule: la extraordinaria aventura del Cristóbal Colón griego

Realizó en el siglo IV antes de Cristo un viaje marítimo de leyenda que sus propios coetáneos no creyeron y que, según hemos ido comprendiendo, fue probablemente real

Foto: Un trirreme griego dibujado en un ánfora similar al que debió utilizar Pireas.
Un trirreme griego dibujado en un ánfora similar al que debió utilizar Pireas.

A los galos les gustaba el vino. En el siglo VI a. C., 600 años antes de que Julio César las conquistara, la extraordinaria demanda vinícola de las tribus del interior de Francia hizo necesario fundar un puerto al sureste para abastecerla. Rápidamente Masilia (Marsella) se convirtió en un emporio comercial en el que, además de vino, se compraba y vendía el estaño con el que fabricar las armas de bronce que aún forjaban los imperios de la época. Primero llegaron los focenses de Asia Menor, luego los etruscos, los cartagineses y finalmente los intrépidos griegos se hicieron con el dominio de los mares. Uno de aquellos helenos anónimos compiló más tarde el 'Periplous', uno de los primeros manuales de navegación que describía las costas españolas, desde Galicia hasta Masilia pasando por Gibraltar. Otro, un tal Avieno, se basó en estas indicaciones y en las de un tercer marino para componer sus 'Costas marinas'. Este tercer marino resultó ser uno de los más grandes navegantes de todos los tiempos, el 'Cristóbal Colón' griego. Y, a tenor de sus anotaciones, en sus aventuras a las tierras del estaño, debió vivir una experiencia aterradora.

Piteas de Masilia dio cuenta de sus peripecias en el Atlántico en torno al año 320 a. C, pero sus escritos originales se perdieron. Todo lo que sabemos de él es gracias a los grandes autores clásicos posteriores que pudieron leerle y resumir en sus propios libros sus andanzas... para mofarse de ellas. Nadie le creyó. Ni Polibio. Ni Estrabón. Tampoco Plinio el Viejo. Lo increíble es que su recuerdo ha llegado hasta nosotros gracias a las burlas de aquellos grandes prohombres de la Geografía y la Historia antiguas. Y, sin embargo, los investigadores actuales han llegado a una conclusión sorprendente: Piteas no solo contó la verdad, sino que "tiene más derecho que ningún otro viajero de la antigüedad a codearse con los grandes descubridores de la época moderna".

placeholder Estatua de Piteas en la fachada de la Bolsa de Marsella.
Estatua de Piteas en la fachada de la Bolsa de Marsella.

Así, un ignoto marinero griego circunscrito al Mediterráneo logró escapar en su barco solitario del centro del mundo para recorrer de sur a norte el Atlántico, arribando a las islas británicas y tal vez a la legendaria Tule de las leyendas que bien podría ser nada menos que la remotísima Islandia. Y aún quiso continuar hasta que los témpanos de hielo se cerraron delante de él obligándole a darse la vuelta. ¿Es esto posible? Veamos.

Un mar sin límites

"Pese al coro de voces que desaprueban las pretensiones de Piteas —encabezadas por Polibio y Estrabón—, no hay motivos para dudar que este navegante partiera de Marsella en el siglo IV a. C. y alcanzara efectivamente las islas británicas, como mínimo. Tampoco hay razones para poner en tela de juicio el hecho de que se valiera de embarcaciones locales en lugar de desplazarse en barcos sufragados con su peculio. Los navíos que utilizaban como fuerza motriz el viento y los remos estaban perfectamente bien adaptados a la navegación de cabotaje por las costas del Mediterráneo, pero es imposible imaginar a un trirreme intentando batallar con el encrespado mar del golfo de Vizcaya y el canal de la Mancha sin advertir que no tardaría en entrar agua a raudales e irse a pique. Otra complicación añadida es la de que, a lo largo del siglo IV a. C., los cartagineses tuvieron controlados todos los puntos clave que jalonaban el litoral de la España mediterránea, así que es muy poco probable que hubieran saludado alborozados el paso de un buque griego por delante del alto peñón de Calpe, que más tarde sería conocido como Gibraltar. Pese a que, según parece, Piteas conociera la existencia de Calpe y de Gadir/Cádiz, ya que era algo que todo el mundo sabía en Marsella, resulta mucho más verosímil pensar que optara por seguir una ruta fundamentalmente terrestre desde Masilia hasta las costas atlánticas de la Galia y que, una vez allí embarcara a bordo de un navío galo".

placeholder 'Un mar sin límites' (Crítica).
'Un mar sin límites' (Crítica).

Así da carta de verosimilitud de la aventura de Piteas el gran historiador británico David Abulafia (1949) en su último libro recién traducido al español, una obra vastísima y fascinante de más de 1.300 páginas titulada 'Un mar sin límites: una historia humana de los océanos' (Crítica). Abulafia es la referencia mundial en historia marítima. Si en su último libro, el también espléndido 'Un mar sin límites', trazaba una historia del Mare Nostrum por la que en 2020 se llevó el Wolfson History Prize, ahora amplía el foco para una empresa aún más ambiciosa: la historia de todos los océanos del mundo y de las culturas que poblaron sus orillas. Desde la increíble expansión de los primitivos navegantes austronesios por el Pacífico Sur a las grandes conquistas españolas y portuguesas de los siglos XV y XVI. Sin olvidarse de periplos cuasi legendarios como el de Piteas.

Tras dejar atrás el norte de Gran Bretaña se encontraría con la isla de Tule

¿Cuál habría sido su itinerario más plausible? Tal vez desde la isla de Ouessant, frente a la punta más occidental de la Bretaña francesa inició su cabotaje hasta algo más al norte, al puerto de la Edad del Hierro de Le Yaudet. Este fondeadero era la encrucijada principal del comercio del estaño con el sur de Gran Bretaña a cuyas costas habría cruzado entonces Piteas salvando el canal de la Mancha. A partir de ese momento, las dudas aumentan. ¿Continuó tal vez su camino hacia los últimos confines del mundo de isla en isla por las costas inglesas hasta tierras escocesas? Y, según su crónica, seis días de navegación después de dejar atrás el norte de Gran Bretaña se encontraría con una isla llamada Tule —o Última Tule como la bautizaría más tarde Séneca— que se alza "en una parte del mundo en la que el sol queda oculto a la vista durante seis meses mientras que en la otra mitad del año brilla permanentemente en el firmamento". Es tentador asumir que se trataba de Islandia, pero no lo sabemos.

"Es posible", termina sorprendentemente Abulafia, "que Piteas fuera en realidad un espía comercial. En cualquier caso, lo cierto es que su crónica nos permite entrever brevemente el universo Atlántico, a través de Diodoro y de Plinio. Y lo que más sorprende en ese fugaz vistazo es comprobar que aquel mundo septentrional resultaba totalmente extraño, y no solo en comparación con el Mediterráneo, sino también en relación con el que existía y prosperaba en el mar Negro, el mar Rojo y el océano Índico. Y ello porque el litoral atlántico europeo seguía constituyendo por entonces el límite exterior del mundo conocido, mientras que el océano Índico llevaba ya algún tiempo operando como enlace entre el Mediterráneo y el mar de la China Meridional, es decir, como puente entre la alta cultura del imperio romano y la equivalente civilización del Extremo Oriente".

A los galos les gustaba el vino. En el siglo VI a. C., 600 años antes de que Julio César las conquistara, la extraordinaria demanda vinícola de las tribus del interior de Francia hizo necesario fundar un puerto al sureste para abastecerla. Rápidamente Masilia (Marsella) se convirtió en un emporio comercial en el que, además de vino, se compraba y vendía el estaño con el que fabricar las armas de bronce que aún forjaban los imperios de la época. Primero llegaron los focenses de Asia Menor, luego los etruscos, los cartagineses y finalmente los intrépidos griegos se hicieron con el dominio de los mares. Uno de aquellos helenos anónimos compiló más tarde el 'Periplous', uno de los primeros manuales de navegación que describía las costas españolas, desde Galicia hasta Masilia pasando por Gibraltar. Otro, un tal Avieno, se basó en estas indicaciones y en las de un tercer marino para componer sus 'Costas marinas'. Este tercer marino resultó ser uno de los más grandes navegantes de todos los tiempos, el 'Cristóbal Colón' griego. Y, a tenor de sus anotaciones, en sus aventuras a las tierras del estaño, debió vivir una experiencia aterradora.