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San Pablo, el primer converso: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?"
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San Pablo, el primer converso: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?"

El patrón y la primera figura de esta serie veraniega dedicada a los conversos es, naturalmente, san Pablo, conocido como Saulo de Tarso antes de convertirse

Foto: 'La conversión de san Pablo' (1675-1682), de Murillo.
'La conversión de san Pablo' (1675-1682), de Murillo.

Hay conversos en todos los lugares y momentos de la historia. Son hombres y mujeres que abandonaron una religión por otra, cambiaron de bando político o dejaron de lado alguna clase de creencia vital por su contraria. Pero ese no es su rasgo principal; a fin de cuentas, en determinadas circunstancias, casi todos cambiamos de opinión. La característica más llamativa de los conversos es que se apasionan de la misma manera por su fe original que por la posterior y contrapuesta. Judíos convertidos en cristianos, comunistas en conservadores, fascistas en demócratas, revolucionarios en monárquicos, pacíficos en guerreros: el cambio siempre se produce con la misma rotundidad desmesurada. Buena parte de la historia solo se explica mediante el papel que desempeñaron en ella los conversos.

Su patrón, y la primera figura de esta serie veraniega dedicada a los conversos es, naturalmente, san Pablo, conocido como Saulo de Tarso antes de convertirse. La furia con la que persiguió a los cristianos solo es comparable a la pasión con la que luego trató de convertir al cristianismo a los judíos y los gentiles. El acontecimiento que simboliza su conversión es ahora la expresión con la que resumimos esos momentos de transformación radical: caerse del caballo.

La furia con que persiguió a los cristianos solo es comparable a la pasión con la que luego trató de convertir al cristianismo a judíos y gentiles

No sabemos casi nada de la vida temprana de san Pablo. Según san Lucas, procedía de Tarso, en el sur de la actual Turquía. Sus padres le llevaron a Jerusalén cuando era niño y él estaba orgulloso de ser un judío de pura cepa: “Circunciso del octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; por lo que mira a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia que pueda darse en la ley, hombre sin tacha”, dijo de sí mismo en una carta a una de las primeras congregaciones cristianas, la de los filipenses. No es fácil saber en qué consistía exactamente ser un fariseo. Karen Armstrong, en su recomendable biografía de san Pablo, considera que era un grupo particularmente estricto en el cumplimiento de las leyes judías, que estaban “dispuestos a morir y a veces a matar por ellas” y promovían la defensa a ultranza, a veces mediante la violencia, de la identidad judía bajo el dominio del Imperio romano. En ocasiones, eso implicaba matar a los disidentes, como el futuro san Esteban.

En el camino de Damasco

Saulo aprobó la ejecución de Esteban y “se ensañaba con la Iglesia, penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres”, cuenta Lucas de él. Y acudió al sumo sacerdote “respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor” para pedirle autorización para ir a Damasco y traerse “encadenados a Jerusalén a los que descubriese que pertenecían” a la Iglesia de Jesús. Pero de camino, mientras cabalgaba, cayó al suelo y oyó una voz que le decía: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”. “¿Quién eres, Señor?”, respondió él. “Soy Jesús, a quien tú persigues”. Sus compañeros estaban perplejos, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó y se dio cuenta de que estaba ciego. Finalmente llegó a Damasco y, tras ser cuidado por un cristiano, recuperó la visión y se convirtió de inmediato.

placeholder 'San Pablo'. (Indicios)
'San Pablo'. (Indicios)

Como cuenta Armstrong, san Pablo no consideró que la luz cegadora de Jesús que le hizo caer del caballo fuera una “visión”, sino una “apocalipsis”, palabra griega que significa 'revelación'. Como tantos otros conversos después de él, creía que se le había caído un velo que hasta entonces impedía que viera la realidad. “En Damasco —dice Armstrong— a Pablo le pareció que le habían quitado unas escamas que le cubrían los ojos y tuvo una percepción completamente nueva de la naturaleza de Dios”. Para Saulo, Dios era completamente puro, un ente que rechazaba por completo el contacto con la corrupción y la suciedad. Su caída del caballo había tenido lugar al percatarse de que, al abrazar el cuerpo sucio y degradado de Jesús, llevarlo al cielo y sentarlo a su lado, Dios era algo completamente distinto.

“Las viejas reglas ya no servían. ¿Quién era ahora elevado y quién bajo? ¿Quién estaba realmente cerca de Dios y quién lejos de él?”, dice Armstrong. “Al elevar a Jesús a las alturas, Dios había mostrado que no podía ser juzgado por esas nociones terrenales y que él estaba al lado de la gente despreciada y denigrada por las reglas y las leyes de este mundo. Dios no tenía favoritos. Ahora era el momento de llevar ese conocimiento del Dios Único a las naciones paganas”. Y así empezó la segunda vida de san Pablo. “Se puso a anunciar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios”, dice Lucas. Era la vida de un converso.

Un revolucionario

Y esa vida es mucho más conocida, aunque no del todo. Pablo fue un revolucionario motivado por la pasión y el sacrificio del converso. A diferencia de muchos sacerdotes de su época, es probable que, al menos durante un tiempo, predicara después de trabajar muchas horas cortando cuero o fabricando tiendas. Se alzó contra la injusticia del Imperio romano, que condenaba a la mayor parte de sus habitantes a la servidumbre; fundó comunidades cristianas en algunas de las ciudades más importantes de ese imperio; se le atribuye la autoría de 13 de los 27 libros del Nuevo Testamento (aunque es posible que solo escribiera seis); fue odiado por muchos cristianos que nunca acabaron de fiarse de su conversión y le “negaban su estatus de apóstol, le acusaban de apostasía y se reían de su teología y su forma de predicar”, en palabras de Armstrong. Básicamente, se inventó la Iglesia cristiana tal como la conocemos hoy en día.

No sabemos cómo murió, pero sí su singular resurrección intelectual durante las últimas décadas en la filosofía política

A pesar de las leyendas, no sabemos cómo murió. Pero sí su historia tras la muerte carnal, y su singular resurrección intelectual durante las últimas décadas en la filosofía política. Fue una inspiración para el filósofo nazi Carl Schmitt, que le consideraba un ejemplo de “teología política”: la manera en que se crea la legitimidad de un sistema político apelando a la decisión de un soberano, sea este un dictador o una divinidad. Jacob Taubes, un filósofo judío de izquierdas, enseñó a una parte de los jóvenes radicales que protagonizaron los alzamientos de 1968 a hacer la revolución como redención religiosa, en vez de con la oscura jerga del marxismo. Más recientemente, el radical de izquierdas Alain Badiou afirmó que el universalismo radical de Pablo fue un ejemplo de política revolucionaria que los poscomunistas deberían imitar. El filósofo Larry Siedentop le consideró en su reciente libro 'Inventing the Individual' uno de los padres del liberalismo moderno por su defensa del individuo y la radical igualdad de todos ellos.

Su vida sigue siendo un misterio y, como todas las vidas misteriosas, se ha interpretado de formas radicalmente distintas. Sea como sea, es el padre de todos los conversos que le sucederán y definirán nuestra historia. “Olvidando lo que dejo atrás y lanzándome a lo que me queda por delante, puestos los ojos en la meta, sigo corriendo hacia el premio”, escribió en su carta a los filipenses. En su caso, el premio era Jesús. Para los conversos posteriores, serán innumerables ideales que muchas veces salieron mal.

Hay conversos en todos los lugares y momentos de la historia. Son hombres y mujeres que abandonaron una religión por otra, cambiaron de bando político o dejaron de lado alguna clase de creencia vital por su contraria. Pero ese no es su rasgo principal; a fin de cuentas, en determinadas circunstancias, casi todos cambiamos de opinión. La característica más llamativa de los conversos es que se apasionan de la misma manera por su fe original que por la posterior y contrapuesta. Judíos convertidos en cristianos, comunistas en conservadores, fascistas en demócratas, revolucionarios en monárquicos, pacíficos en guerreros: el cambio siempre se produce con la misma rotundidad desmesurada. Buena parte de la historia solo se explica mediante el papel que desempeñaron en ella los conversos.

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